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Todas las crisis financieras tienen algo en común. Un grupo relativamente pequeño de gente, generalmente formado por banqueros, asume riesgos muy elevados. Ello les permite, durante un tiempo, mostrar beneficios inusualmente elevados, lo que justifica el aumento de precio de las acciones de sus empresas y grandes bonus para sus directivos.
El problema es que estos beneficios no están debidamente ajustados. Se subestiman los riesgos y se exageran los verdaderos ingresos, entonces es cuando estalla la crisis.
Tanto en Estados Unidos como en muchos países de la Unión Europea se ha permitido que el sector financiero asumiera demasiados riesgos, apunta en un artículo el columnista de Bloomberg, Simon Johnson, execonomista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI). Eso se manifestó en los préstamos excesivos a gobiernos, promotores inmobiliarios y hogares.
Se puede estar en desacuerdo sobre las causas concretas de la crisis. Cada uno buscará su propio culpable. Pero es necesario ponerse de acuerdo en algo: alguien tendrá que pagar por el desastre.
¿Quién debe pagar por la crisis?
En primer lugar es necesario señalar con el dedo a las personas que estaban en el epicentro de la catástrofe: aquellos que construyeron grandes instituciones financieras y no empredieron una buena gestión de los riesgos, apunta Johnson.
El problema es que, incluso si se pudiera recuperar parte del dinero que se embolsó este grupo, serviría de poco. Los profesores Sanjai Bhagat de la Universidad de Colorado y Briana J. Bolton, de la Universidad Estatal de Portland, calcularon el año pasado que los altos ejecutivos de las 14 principales entidades financieras de Estados Unidos recibieron 2.500 millones de dólares en efectivo (en sueldos, bonus o a través de stock options) desde el 2000 hasta el 2008.
Se trata de una cantidad importante, pero una gota en el mar teniendo en cuenta las consecuencias de la crisis. Según la Oficina de Presupuestos del Congreso de EEUU, debido a la crisis, la deuda del país en términos de PIB se incrementó un 50%.
Los daños económicos reales son, por su puesto, mucho más grandes cuando se producen en un contexto de menor crecimiento económico y pérdidas de puestos de trabajo. Y serán las generaciones futuras las que deberán asumir la mayor parte de esa deuda, con la esperanza de que serán más ricas que la actual.
¿Qué ocurre con los pobres?
Bajo el punto de mira figuran, en segundo lugar, los que menos ingresan. En Estados Unidos, los republicanos han llegado a plantear que los pobres paguen impuestos. Según la organización de análisis fiscal Tax Policy Center alrededor de un 47% de los contribuyentes no pagó impuestos federales el año pasado.
¿El motivo? Debido a sus bajos impuestos o a que el hecho de acogerse a desgravaciones fiscales provocó que la imposición fuese igual a cero. La mitad, aproximadamente, ingresó menos de 30.000 dólares al año, unos 20.800 euros anuales, en un contexto en que los servicios públicos son más escasos, por ejempo, que en la UE.
Los efectos en la clase media
La atención se centra, en un tercer estadio, en la clase media, un grupo muy amplio pero bajo amenaza de extinción en Estados Unidos y Europa, según varios analistas. Este grupo es quien acaba pagando más impuestos y recibiendo menos beneficios del gobierno. Hay un montón de subsidios al acecho, asegura Johnson.
Lo cierto es que las reformas con las que los gobiernos tratan de atajar sus respectivos déficit suelen conllevar ajustes en materia fiscal y recortes del gasto social que, en mayor o menor medida, acaban pesando sobre los bolsillos de la clase media.
Esto, sumado al elevado nivel de paro o al repunte de los precios, hace que en algunos países europeos o en EEUU se esté convirtiendo en un segmento casi en peligro de extinción.
Y es que, a pesar de la enorme importancia que los expertos otorgan a la llamada clase media a la hora de impulsar el crecimiento mundial, lo cierto es que las cargas tributarias, la destrucción del mercado laboral o el continuo encarecimiento de los alimentos y otros productos de primera necesidad están mermando a pasos agigantados la riqueza de los hogares.
From elEconomista.es 07/11/2011
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