LOS SEIS CAMBIOS QUE HEMOS VIVIDO
Tras tanta simulación hay una tendencia razonable a buscar lo auténtico.
Hay artículos en internet con más carga de profundidad que muchos tratados de filosofía larguísimos.
La mayoría de la gente no es que no desconecte porque no quiere, es que no le dejan.
El discurso sobre la ausencia creciente de contacto físico es cada vez más generalizado
El discurso sobre la ausencia creciente de contacto físico es cada vez más generalizado
“Abrir el buzón y recibir una carta que no era una factura o una notificación del banco, una carta con el sobre escrito a mano. El olor del periódico nuevecito en papel. Ir al cine a ver una peli. Buscar el significado de una palabra en el diccionario o un dato en un tomo gordote de una enciclopedia. Escribir a mano y con pluma a los amigos, eligiendo con mimo el papel y cuidando la caligrafía. Enviar y recibir tropecientas felicitaciones navideñas. Conservar una carpeta con los recortes de fotos bonitas que veíamos en las revistas”.
¿Por qué echamos de menos tantas cosas de la era preinternet? Creíamos que las nuevas tecnologías estaban cambiando las cosas a mejor. Pero cada vez más personas, como Carmen, que compartió las experiencias que echaba de menos de “la época anterior” en la página de El Confidencial en Facebook –otra paradoja de los nuevos tiempos– creen que internet ha traído más problemas de los que está solucionando.
Por supuesto, no es una idea compartida por todo el mundo. El psicólogo Luis Muiño cree que estas nostalgias por el pasado son una construcción mítica, “una melancolía que tiene que ver con algo que tú añoras de un pasado que has idealizado, pero que no responde a algo real”. No es un fenómeno nuevo. “La añoranza del pasado como lugar mítico es algo que ha pasado a lo largo de toda la historia del ser humano”, asegura Muiño. Quizás es la propia capacidad que tenemos para compartir esta añoranza la que la magnifica, pero ¿qué cambios sociales reales ha traído la era digital? ¿Estamos cambiando a mejor o el avance tecnológico está deshumanizándonos?
De lo cálido a lo frío: en busca de lo auténtico
Las cartas escritas, los vinilos, la fotografía analógica –“no sabías cómo quedaba hasta que no la revelaban y era entonces cuando volvías a recordarlo todo”, contaba Gonzalo en Facebook–, ver la tele en familia, “apurar las 200 pesetas de la cabina para llamar a tu novia desde Madrid”, como contaba Pepe… ¿Por qué echamos de menos tecnologías que, a todas luces, han sido superadas?
“La inmensa mayoría de las cosas son más efímeras con las nuevas tecnologías”, explica Muiño.
“Hay una gran diferencia entre escribir un email a la persona de la que estás enamorada que escribir una carta. Probablemente el email desaparezca. Incluso la sensación cuando lo estás escribiendo es efímera, no es la de estar escribiendo una carta, que era algo que sabías que esa persona iba a guardar toda la vida. Creo que hace que las cosas sean más eventuales, que funcionemos con más rapidez”.
Pero esta eventualidad no tiene por qué ser mala. “Creo que responde mejor a la realidad psicológica”, asegura Muiño. “Las emociones son efímeras y es bueno que funcione así. El momento en que estás escribiendo una carta y estás enamorado de una persona es un momento efímero y es bueno que no se convierta en algo físico, en algo palpable, porque realmente ese momento va a pasar”.
Para Jorge Lozano, semiólogo y catedrático de Teoría de la Información en la Universidad Complutense de Madrid, lo que realmente echamos de menos es el valor de lo auténtico: “Tras tanta simulación, tanto simulacro, tanta posibilidad de facsímil, tras tanta imposibilidad de alcanzar lo único, el aura de Walter Benjamin, la unicidad como autenticidad, hay una tendencia razonable a autentificar lo auténtico”.
Las nuevas tecnologías han hecho que la autenticidad sea un valor difícil de encontrar pues, tal como explica Lozano, “vivimos en una situación de simulación generalizada”. Esto ha hecho que la gente se desviva por buscar algo que le haga parecer auténtico, el dogma de lo hipster. “Lo más trend es la lana”, asegura Lozano. No se trata de nostalgia –“una pasión baja”, para el semiólogo– sino de “una necesidad de volver a ciertas narraciones, valores, diferencias y discriminaciones”, imposibles de hallar en la era digital.
Sin espacio para la reflexión: en busca de lo profundo
“Antes se vivía más relajado”, comentaba Rafael en el Facebook de El Confidencial. “Se viven todos los acontecimientos, hasta los personales, en tiempo real. Además te ves obligado a ello. Si no, estás fuera de órbita”. Todo es inmediato y ruidoso. Tal como comentaba Susana, “es imposible estar tranquilamente charlando con una amiga sin que suene el móvil de ninguna de las dos”.
El pensador estadounidense Nicholas Carr intenta reflejar en su libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (finalista del premio Pulitzer en 2011) los problemas de dispersión mental que han traído las nuevas tecnologías. En su opinión, tal como ha explicado a El Confidencial vía correo electrónico, “los teléfonos móviles e internet tienen la capacidad de dividir nuestra atención, y nos hacen menos atentos”. No sólo en lo que respecta a nuestra habilidad para concentrarnos en una u otra tarea, además, en lo que concierte a nuestro trato con la gente. “Somos más maleducados”, asegura Carr, “y es debido a las tecnologías que nos distraen”.
Para Muiño, es evidente que internet fomenta la dispersión pero, en su opinión, esto es positivo, pues la creatividad siempre ha estado en la dispersión, en la cultura del “corta-pega”, en la síntesis continua. “Creo que la gente echa de menos lo que llaman “profundidad” pero, sinceramente, yo no la recuerdo”, asegura el psicólogo. “Al revés. Un libro de filosofía, habitualmente, tenía tres ideas y el resto era paja. Todos lo sabíamos. ¿Qué ocurre ahora con Internet? Que todo eso lo tienes que decir en una página. ¿Es menos profundo? Sinceramente, yo he leído artículos en internet que me parecen mucho más lúcidos y con más carga de profundidad que muchos tratados de filosofía larguísimos”.
El problema es que la mayoría de gente no se molesta en pararse a leer un artículo hasta el final, algo que se puede comprobar estadísticamente. La psicóloga estadounidense Krystine Batcho, una de las mayores expertas mundiales en los resortes de la nostalgia, colabora regularmente con el portal Psychology Today. Tal como ha explicado a El Confidencial, siempre trata de recortar al máximo sus artículos porque la mayoría de la gente no se molesta en llegar hasta el final. Y esto, en su opinión, es un ejemplo perfecto para entender la manera en que procesamos la información hoy en día. “Cuando los lectores no se terminan un artículo se pueden perder el tema principal del que trata, o confundir el argumento que defiende el reportaje.
Leer todo a trozos acaba provocando un pensamiento fragmentario, disconexo, que afecta a nuestro aprendizaje y a la forma en que nos comunicamos”.
Muiño reconoce que el peligro al que apuntan sus colegas estadounidenses es real, pero sólo para determinadas personas con ansiedad, para las que “esa excesiva dispersión les impide focalizarse en un solo estímulo”. Para el resto, asegura, Internet “favorece un buen nivel de estimulación”.
Además, explica el psicólogo, la alternativa a esta sobreabundancia de estímulos nunca sería aceptada: “Lo que le ocurre a las personas que intentan salirse de esa hiperestimulación impuesta en el mundo actual es que se aburren. Así de claro y no creo que haya nada de bueno en el aburrimiento. Todas estas ideas que propugnan que hemos perdido la focalización se olvidan del inmenso aburrimiento que suponía el tener sólo un estímulo sobre el que pensar durante horas”.
Trabajando a todas horas: en busca de la desconexión
“Éramos menos esclavos del trabajo; dejabas la oficina, a la hora que fuera, y tu jornada había acabado de verdad; ahora, con la Blackberry, no tienes un minuto de paz o tregua”. Este comentario de Jorge refleja la vida que para algunos se ha convertido en una jornada laboral continua con interrupciones personales episódicas.
El teletrabajo es en estos tiempos una realidad gracias a la generalización de internet. Se trata de una evolución que tiene luces y sombras, una moneda de dos caras sobre la promesa de la conciliación laboral y personal. En ese proceso se está difuminando la frontera entre esos dos ámbitos, tradicionalmente más delimitados en las sociedades latinas que en las anglosajonas, según explica Víctor Gil, sociólogo especialista en marketing y consumo.
Para Muiño, el problema de este escenario es que “la mayoría de la gente no es que no desconecte porque no quiere, es que no le dejan”. Todo queda fiado a la posibilidad de establecer pautas personales de sana desconexión. Las consecuencias de no hacerlo pueden ser cuadros de estrés, ansiedad y relaciones familiares y personales afectadas. Según Gil, es un mal uso de herramientas que deberían ayudarnos a “ser más eficientes (hacer lo mismo, por menos), pero a las que recurrimos en busca de eficacia (hacer más)”.
El debate está servido y hay movimientos en diferentes sentidos. Por ejemplo, hace algunas semanas la presidenta de Yahoo!, Marissa Mayer, anunció la abolición del teletrabajo en la compañía y defendió su postura indicando que formar parte de esa empresa “no consiste sólo en el trabajo día a día, se trata también de las interacciones y experiencias que solo son posibles en nuestras oficinas”. Para algunos es una medida que empeora la conciliación laboral y personal; para otros, un intento de regular mejor jornadas laborales que, en el caso de los teletrabajadores, pueden ser más largas que las presenciales y menos productivas.
“Echo de menos la libertad no digital. Pasear por la calle sin que me suene el móvil, sin contestar mails, sin mirar Facebook. Echo de menos el olor de las páginas de un libro y la tranquilidad placentera de leerlo, en contra de la continua tensión de ver el último Twitter o la última noticia”.
En estos términos explicaba Patxi aquellas cosas que echa de menos de la época en la que no existía internet. No es el único que siente nostalgia por los tiempos analógicos. Los lectores de El Confidencial recopilaron en escasas horas decenas de testimonios en Facebook que ponen de manifiesto que, pese a que las nuevas tecnologías han facilitado muchos de nuestros quehaceres diarios, han traído contrapartidas con las que no contábamos.
Una comunicación impersonal: en busca del contacto humano
El calor de las conversaciones presenciales es recurrente en las ‘añoranzas analógicas’ que nos hacen llegar varios lectores, pero a eso se añade además una sensación de ‘exclusividad perdida’. Consuelo lo resume diciendo que “nadie mira a la cara de los que conversan, los ojos están puestos en la pantalla de los teléfonos”. Parece frecuente la sensación de no gozar ya de la atención plena de la persona que tienes frente a ti y que eso reste algunos puntos de ‘humanidad’ a los encuentros personales.
De hecho, no es infrecuente que personas que están en condiciones de hablar cara a cara lo hagan mediante aplicaciones de mensajería instantánea. El psicólogo Luis Muiño considera que las facilidades que ofrece la comunicación digital para algunas cosas (“decir que no” o “ser más gracioso”) llevan implícito el riesgo de que “las relaciones virtuales sustituyan a las reales”.
Para la psicóloga estadounidense Krystine Batcho, “la naturaleza impersonal de la comunicación en internet ha provocado en la gente una sensación de distancia psicológica que les libera para decir cosas que no dirían en persona”. Batcho reconoce que, en ocasiones, esto puede ser bueno, pero “a menudo es dañino e, incluso peligroso. Ha habido casos de suicidios de adolescentes provocados por las presiones que recibían vía internet”.
El discurso sobre la ausencia creciente de contacto físico es cada vez más generalizado, y se basa en la intermediación creciente de aparatos y diferentes aplicaciones tecnológicas para contactar con los demás. Pero el sociólogo Víctor Gil lo considera inexacto, porque lo que en su opinión echa de menos la gente “no es la era analógica, sino un modelo de sociedad cohesionada que ya había desaparecido mucho antes del auge de la sociedad digital”.
Según la teoría de Gil, estamos intentando recuperar la sociabilidad tradicional perdida a través de los entornos digitales, como forma de contrarrestar la deriva hacia el individualismo. En un contexto en el que cada cual hace su vida con un mayor número de posibilidades de ocio o de encuentros, el móvil se convierte a la vez en un dinamizador y un atomizador de la actividad social.
El límite decreciente de nuestro relato personal: en busca de la privacidad
Adrián se queja de que “haya manera de geolocalizar a alguien o que recibas un mensaje y el otro ya sepa si lo has leído o no”. La tecnología ha traído consigo una revisión a la baja de las condiciones en las que tratamos o tratan nuestra privacidad, de forma consciente en las redes sociales, y de manera más inconsciente en la gestión de nuestras comunicaciones a través de aplicaciones móviles o servicios en ‘la nube’.
Sin embargo, en ese mismo espacio Javi habla de que “si se cuidan y preservan momentos offline se puede aprovechar la vida de forma más completa, gratificante y en contacto con quien te interesa y cuando te interesa”. Muiño apoya esta tesis, y se atiene a la tradicional diferencia de percepción de la privacidad entre extrovertidos e introvertidos. En ese sentido, opina que “internet está siendo el lugar de los extrovertidos y poco a poco los introvertidos estamos encontrando nuestro lugar”.
Sin embargo, la nostalgia de una privacidad en retroceso se contrapone a una exhibición creciente por parte de los usuarios en las redes sociales, empujados unos por otros. El catedrático de Teoría de la Información en la Universidad Complutense de Madrid, Jorge Lozano, alude a la película El show de Truman para hablar de uno de los extremos entre los que considera que estamos oscilando, “entre el camuflaje y la exposición, entre el máximo de visibilidad y el máximo de mimetismo social”.
Esa opinión es refrendada por Gil, que considera que “ahora entramos en una nueva fase de ‘racionalización’ y búsqueda del equilibrio entre esas pulsiones contradictorias: sociabilidad vs. individualismo”. Aún falta perspectiva, pero en pocos años hemos pasado de no facilitar datos reales en internet a una transparencia sobrevenida que está cambiando la sociedad y la forma en la que sus miembros se relacionan entre sí.
Demasiadas opciones: en busca de alguien al que creer
“En la era analógica elegías una opción, un grupo de amigos o un plan y los disfrutabas enteramente”, explicaba Jesús en nuestro pequeño sondeo. “Con lo digital las opciones crecen y elegir una es seguir constantemente tentado por las otras mediante el teléfono. Esa vacilación provoca ansiedad e infelicidad, y lo podemos comprobar en tanto que empecemos a dejar el teléfono apagado”.
Esta sobreabundancia de información tiene varias consecuencias. No sólo es más difícil elegir, además, las autoridades intelectuales, que nos ayudaban a saber qué hacer en cada pequeña parcela de la vida, han desaparecido. Las discusiones terminan siempre en Wikipedia. Y, mientras, el fraude y la desinformación campan a sus anchas.
“Gracias a internet, obviamente, puedes acceder a millones de documentos”, explica Lozano. “Pero cuando tienes 250.000 documentos, como ha ocurrido con Wikileaks, ¿qué haces con ellos? ¿Quién los analiza? ¿Por qué presupones que vas a encontrar grandes secretos? Internet sobre todo sirve, y mucho, para que el que sabe lo que quiere buscar y puede hacerlo de un modo admirable. Para el resto, depende. O tengo criterios de selección o me sale Falete”.
Quizás los principales damnificados de esta sobreabundancia de información han sido los sabios, los intelectuales, cuya autoridad cada vez es más discutida. Para Muiño el cuestionamiento de la autoridad intelectual es uno de los fenómenos más importantes que ha traído internet. “Un profesor de universidad experto en literatura victoriana probablemente no sabe nada que yo no pueda mirar en internet”, asegura Muiño. “El gurú intelectual es para mí un remanente del siglo XX que va a dejar de existir. Cuando se murió Sampedro tuve la sensación de que era el último con un aura de intelectual”.
Esto, en cualquier caso, tiene contrapartidas positivas. Como señala Muiño, la desinformación va acompañada de una menor capacidad para el fraude: “Antes había mucha gente que no tenía validez intelectual, pero tenían los datos, y se les consideraba sabios. Creo que los sabios han dado información falsa durante mucho tiempo que nadie podía rebatir. Ahora es más fácil detectar a los farsantes. Es muy difícil saber 10 cosas y montarte toda una construcción intelectual porque te desmontan mirando en la Wikipedia”.
Todo esto, explica Batcho, tiene no obstante serias consecuencias a nivel emocional: “Discutir sin la posibilidad de buscar la respuesta en Google era una situación social en la que las personas compartían ejemplos y lecciones de su propia experiencia vital. Aprendíamos cosas de la gente que de otro modo nunca habríamos sabido. No sólo aprendíamos sobre un asunto, aprendíamos sobre el otro. Parte de esta experiencia se puede encontrar en las redes sociales, pero no lo que se transmite la expresión facial o el tono de voz. Una lágrima en el ojo de alguien nos puede decir cosas que no nos puede decir un post de Internet”.
Un cambio irreversible
No cabe duda de que la tecnología ha cambiado nuestras vidas, pero lo cierto es que lleva cambiándola desde que los primeros hombres aprendieron a usar el entorno en su provecho.
Tal como ha explicado a El Confidencial el escritor estadounidense Nicholas Carr, los griegos clásicos se enfrentaron hace miles de años a un problema similar. “Sócrates estaba preocupado por que la por entonces nueva tecnología de la escritura pudiera dañar la memoria personal, pero no logró prever los múltiples beneficios que traería. En efecto, se debilitó la memoria personal, pero se fortaleció la memoria cultural. La razón por la que recordamos a Sócrates es porque Platón escribió sobre él. Los cambios tecnológicos siempre tienen efectos positivos y negativos. Y no es distinto hoy en día”.
“Echo de menos la libertad no digital. Pasear por la calle sin que me suene el móvil, sin contestar mails, sin mirar Facebook. Echo de menos el olor de las páginas de un libro y la tranquilidad placentera de leerlo, en contra de la continua tensión de ver el último Twitter o la última noticia”.
En estos términos explicaba Patxi aquellas cosas que echa de menos de la época en la que no existía internet. No es el único que siente nostalgia por los tiempos analógicos. Los lectores de El Confidencial recopilaron en escasas horas decenas de testimonios en Facebook que ponen de manifiesto que, pese a que las nuevas tecnologías han facilitado muchos de nuestros quehaceres diarios, han traído contrapartidas con las que no contábamos.
Una comunicación impersonal: en busca del contacto humano
El calor de las conversaciones presenciales es recurrente en las ‘añoranzas analógicas’ que nos hacen llegar varios lectores, pero a eso se añade además una sensación de ‘exclusividad perdida’. Consuelo lo resume diciendo que “nadie mira a la cara de los que conversan, los ojos están puestos en la pantalla de los teléfonos”. Parece frecuente la sensación de no gozar ya de la atención plena de la persona que tienes frente a ti y que eso reste algunos puntos de ‘humanidad’ a los encuentros personales.
De hecho, no es infrecuente que personas que están en condiciones de hablar cara a cara lo hagan mediante aplicaciones de mensajería instantánea. El psicólogo Luis Muiño considera que las facilidades que ofrece la comunicación digital para algunas cosas (“decir que no” o “ser más gracioso”) llevan implícito el riesgo de que “las relaciones virtuales sustituyan a las reales”.
Para la psicóloga estadounidense Krystine Batcho, “la naturaleza impersonal de la comunicación en internet ha provocado en la gente una sensación de distancia psicológica que les libera para decir cosas que no dirían en persona”. Batcho reconoce que, en ocasiones, esto puede ser bueno, pero “a menudo es dañino e, incluso peligroso. Ha habido casos de suicidios de adolescentes provocados por las presiones que recibían vía internet”.
El discurso sobre la ausencia creciente de contacto físico es cada vez más generalizado, y se basa en la intermediación creciente de aparatos y diferentes aplicaciones tecnológicas para contactar con los demás. Pero el sociólogo Víctor Gil lo considera inexacto, porque lo que en su opinión echa de menos la gente “no es la era analógica, sino un modelo de sociedad cohesionada que ya había desaparecido mucho antes del auge de la sociedad digital”.
Según la teoría de Gil, estamos intentando recuperar la sociabilidad tradicional perdida a través de los entornos digitales, como forma de contrarrestar la deriva hacia el individualismo. En un contexto en el que cada cual hace su vida con un mayor número de posibilidades de ocio o de encuentros, el móvil se convierte a la vez en un dinamizador y un atomizador de la actividad social.
El límite decreciente de nuestro relato personal: en busca de la privacidad
Adrián se queja de que “haya manera de geolocalizar a alguien o que recibas un mensaje y el otro ya sepa si lo has leído o no”. La tecnología ha traído consigo una revisión a la baja de las condiciones en las que tratamos o tratan nuestra privacidad, de forma consciente en las redes sociales, y de manera más inconsciente en la gestión de nuestras comunicaciones a través de aplicaciones móviles o servicios en ‘la nube’.
Sin embargo, en ese mismo espacio Javi habla de que “si se cuidan y preservan momentos offline se puede aprovechar la vida de forma más completa, gratificante y en contacto con quien te interesa y cuando te interesa”. Muiño apoya esta tesis, y se atiene a la tradicional diferencia de percepción de la privacidad entre extrovertidos e introvertidos. En ese sentido, opina que “internet está siendo el lugar de los extrovertidos y poco a poco los introvertidos estamos encontrando nuestro lugar”.
Sin embargo, la nostalgia de una privacidad en retroceso se contrapone a una exhibición creciente por parte de los usuarios en las redes sociales, empujados unos por otros. El catedrático de Teoría de la Información en la Universidad Complutense de Madrid, Jorge Lozano, alude a la película El show de Truman para hablar de uno de los extremos entre los que considera que estamos oscilando, “entre el camuflaje y la exposición, entre el máximo de visibilidad y el máximo de mimetismo social”.
Esa opinión es refrendada por Gil, que considera que “ahora entramos en una nueva fase de ‘racionalización’ y búsqueda del equilibrio entre esas pulsiones contradictorias: sociabilidad vs. individualismo”. Aún falta perspectiva, pero en pocos años hemos pasado de no facilitar datos reales en internet a una transparencia sobrevenida que está cambiando la sociedad y la forma en la que sus miembros se relacionan entre sí.
Demasiadas opciones: en busca de alguien al que creer
“En la era analógica elegías una opción, un grupo de amigos o un plan y los disfrutabas enteramente”, explicaba Jesús en nuestro pequeño sondeo. “Con lo digital las opciones crecen y elegir una es seguir constantemente tentado por las otras mediante el teléfono. Esa vacilación provoca ansiedad e infelicidad, y lo podemos comprobar en tanto que empecemos a dejar el teléfono apagado”.
Esta sobreabundancia de información tiene varias consecuencias. No sólo es más difícil elegir, además, las autoridades intelectuales, que nos ayudaban a saber qué hacer en cada pequeña parcela de la vida, han desaparecido. Las discusiones terminan siempre en Wikipedia. Y, mientras, el fraude y la desinformación campan a sus anchas.
“Gracias a internet, obviamente, puedes acceder a millones de documentos”, explica Lozano. “Pero cuando tienes 250.000 documentos, como ha ocurrido con Wikileaks, ¿qué haces con ellos? ¿Quién los analiza? ¿Por qué presupones que vas a encontrar grandes secretos? Internet sobre todo sirve, y mucho, para que el que sabe lo que quiere buscar y puede hacerlo de un modo admirable. Para el resto, depende. O tengo criterios de selección o me sale Falete”.
Quizás los principales damnificados de esta sobreabundancia de información han sido los sabios, los intelectuales, cuya autoridad cada vez es más discutida. Para Muiño el cuestionamiento de la autoridad intelectual es uno de los fenómenos más importantes que ha traído internet. “Un profesor de universidad experto en literatura victoriana probablemente no sabe nada que yo no pueda mirar en internet”, asegura Muiño. “El gurú intelectual es para mí un remanente del siglo XX que va a dejar de existir. Cuando se murió Sampedro tuve la sensación de que era el último con un aura de intelectual”.
Esto, en cualquier caso, tiene contrapartidas positivas. Como señala Muiño, la desinformación va acompañada de una menor capacidad para el fraude: “Antes había mucha gente que no tenía validez intelectual, pero tenían los datos, y se les consideraba sabios. Creo que los sabios han dado información falsa durante mucho tiempo que nadie podía rebatir. Ahora es más fácil detectar a los farsantes. Es muy difícil saber 10 cosas y montarte toda una construcción intelectual porque te desmontan mirando en la Wikipedia”.
Todo esto, explica Batcho, tiene no obstante serias consecuencias a nivel emocional: “Discutir sin la posibilidad de buscar la respuesta en Google era una situación social en la que las personas compartían ejemplos y lecciones de su propia experiencia vital. Aprendíamos cosas de la gente que de otro modo nunca habríamos sabido. No sólo aprendíamos sobre un asunto, aprendíamos sobre el otro. Parte de esta experiencia se puede encontrar en las redes sociales, pero no lo que se transmite la expresión facial o el tono de voz. Una lágrima en el ojo de alguien nos puede decir cosas que no nos puede decir un post de Internet”.
Un cambio irreversible
No cabe duda de que la tecnología ha cambiado nuestras vidas, pero lo cierto es que lleva cambiándola desde que los primeros hombres aprendieron a usar el entorno en su provecho.
Tal como ha explicado a El Confidencial el escritor estadounidense Nicholas Carr, los griegos clásicos se enfrentaron hace miles de años a un problema similar. “Sócrates estaba preocupado por que la por entonces nueva tecnología de la escritura pudiera dañar la memoria personal, pero no logró prever los múltiples beneficios que traería. En efecto, se debilitó la memoria personal, pero se fortaleció la memoria cultural. La razón por la que recordamos a Sócrates es porque Platón escribió sobre él. Los cambios tecnológicos siempre tienen efectos positivos y negativos. Y no es distinto hoy en día”.
José Manuel Rodríguez / Miguel Ayuso 29/06/2013 (06:00)