martes, 7 de agosto de 2018

Crecen los viajes pensados para los que practican el intercambio de parejas

Crecen los viajes pensados para los que practican el intercambio de parejas
Las nuevas tecnologías aseguran la discreción que buscan este tipo de personas tanto para contactar entre ellas como para reservar viajes (Marvi Lacar / Getty)


En el turismo libertino no hay explotación ni intercambio económico para mantener relaciones sexuales


El libertinaje no es nada nuevo, ya que se remonta al siglo XVIII, a la época de Donatien Alphonse François de Sade, más conocido como marqués de Sade. Lo podríamos definir como “el rechazo a la autoridad y a las convenciones morales en temas sexuales y religiosos”, apunta Daniel Liviano, profesor de los estudios de Economía y empresa de la UOC.

En tiempos más recientes, el libertinaje entendido como la máxima expresión del hedonismo vivió un gran auge en la costa del Mediterráneo francés, y lugares como Cap d’Agde se convirtieron en el destino vacacional preferido de un tipo de turismo y de turistas que hacen “del placer gozoso del cuerpo” su razón para hacer las maletas. De ahí se expandió por toda Europa, “sobre todo gracias a una menor influencia de la moral católica y a una mayor aceptación de la identidad sexual de cada uno”, explica Liviano.


Los turistas libertinos buscan la discreción


Pero no hay que confundir el turismo libertino con el turismo sexual, “ligado a la prostitución, cuya motivación es básicamente tener relaciones sexuales con una prostituta. En este caso siempre hay un intercambio económico de por medio”, explica Liviano.

Por el contrario, el turismo libertino “es el acuerdo mutuo y libre entre adultos, sin remuneración, y en el que no hay ningún tipo de explotación de la mujer. Se trata de turistas que tienen como motivación la práctica de actividades sexuales libres, consentidas y no tarifadas”, puntualiza este profesor. Son los que se conocen popularmente como swingers, aquellos que practican el intercambio de parejas, pero también todas aquellas actividades destinadas al disfrute del cuerpo en libertad.



Un nicho de mercado en crecimiento


No es, pues, un tipo de turismo nuevo aunque sí reciente, pero va en aumento y sobre todo ahora “se está empezando a visualizar y a desarrollar com más tranquilidad y menos tabúes Aunque no está aceptado del todo, muchos expertos aseguran que es un turismo que ha venido para quedarse”, dice Ricard Santomà, decano de la facultad de Turismo y Dirección Hotelera Sant Ignasi-URL. Una tendencia turística que directamente se inscribe en lo que en ocasiones se ha denominado como post-turismo, la nueva forma de viajar no tanto para ver y conocer, sino para vivir nuevas experiencias y poder colgarlas luego en las redes sociales.


Los turistas libertinos no cuelgan sus experiencias en las redes sociales, obviamente, porque buscan la discreción, pero precisamente por este hecho, “las nuevas tecnologías que permiten esa discreción tan apreciada por este tipo de viajeros han ayudado al desarrollo del turismo libertino, especialmente las aplicaciones de citas en línea como Tinder y Meetic”, asegura Santomà.

En todo caso, proliferan las agencias de viaje, los paquetes turísticos, los hoteles, las villas y apartamentos, los campings y los cruceros para este nicho de mercado que mueve cerca de 20.000 millones de dólares al año en todo el mundo, según se decía en un artículo de la revista Forbes del 2016.

Sin ir más lejos, en agosto del año pasado atracó en Barcelona el buque de cruceros Azamara Quest –propiedad de Azamara Club Cruises, una marca de la compañía especializadas en megacruceros Royal Caribbean–, que en su travesía Rumba Mediterránea sólo admitía entre sus pasajeros a “parejas abiertas de mente y aventureras”. A bordo, 345 parejas para las que la infidelidad no existe o es otra cosa.

En septiembre del 2016, el crucero Desire en este barco costaba entre 3.000 y 10.000 euros por persona. Partía de Venecia para realizar un recorrido de ocho días por el Adriático con otras 345 parejas a bordo y un programa por las costas croata y eslovena que ofrecía “la sensualidad de los juegos eróticos y noches temáticas con espectáculos calientes”.


Por su parte, el sitio francés de encuentros para parejas Swingsy ofrecía, en esa mismas fechas, una especie de Orient Express swinger, “con paradas en las principales ciudades de Europa, como París, Amsterdam, Berlín y Barcelona, donde los pasajeros pueden participar en programas nocturnos y espectáculos organizados por clubs libertinos”, según contaban los organizadores en el rotativo francés Le Monde.

Si hacemos caso a una encuesta realizada por la firma francesa de marketing e investigación francesa Ifop realizada en el 2014 –entre personas de Francia, Italia, España, Bélgica, Alemania y Gran Bretaña–, “una proporción cada vez mayor de la población ya no limita su sexualidad a un marco de matrimonio estándar”. El estudio reveló que dos millones de personas se conectan cada año a sitios libertinos en Francia, y que el turismo libertino tiene un valor de 1.200 millones de euros anuales en el continente europeo.

Y sin duda la industria turística lo está aprovechando “porque siempre hay quien busca nuevos modelos que explotar”, dice Santomà.

El perfil de los turistas libertinos –según Liviano– es el de personas “muy desinhibidas y sociables, que buscan lugares de encuentro donde puedan conocer a gente. Tienen aproximadamente entre 30 y 50 años y un perfil económico medio-alto. Les gustan mucho las fiestas y los espectáculos eróticos”. Por su parte, Santomà no cree que tengan que “ser necesariamente personas con un alto poder adquisitivo, pero seguramente sí son parejas sin hijos y que pueden dedicar gran parte de sus ingresos al ocio. Generalmente son personas que practican un elevado culto al cuerpo y aficionados a ir al gimnasio cada día”.


Para el profesor Liviano, el libertino es un tipo de turismo con muchos paralelismos con el turismo homosexual –más abierto y muy dado a la búsqueda del placer–, ya que son “personas con un poder adquisitivo similar y con el mismo tipo de gustos”.

El campo de operaciones de estos viajeros hedonistas “es sobre todo el Mediterráneo”, dice Santomà, y como no es, precisamente, lo que se conoce como “turismo de borrachera”, de momento se salva de la turismofobia, aunque la cautela “y la discreción ayudan en este sentido claramente, pero del mismo modo, quizás, la cautela también indica que aún hay cierto rechazo”, añade Santomà. Porque “una cosa es que sea aceptado y otra es la tolerancia”, apostilla ­Liviano.


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