Las autoridades alertan de que sentirse solo es tan dañino como fumar 15 cigarrillos diarios. El problema ha alumbrado a una pequeña industria para combatirlo
Un fin de semana de verano, Tracy Ruble y otras 20 personas se instalaron con sillas vacías en una esquina de una calle de San Francisco para hablar con desconocidos. Chuck McCarthy ofreció entrevistas en Los Ángeles sobre el éxito de su aplicación The People Walker, en la que “paseantes” cobran entre siete y 21 dólares (entre seis y 19 euros) por acompañar a caminar a otra persona. Adam Paulman, de 65 años, asistió a una fiesta de abrazos en San Diego. Una treintena de personas pagaron 20 dólares para tocarse unos a otros sin intenciones sexuales. Mientras proliferan este tipo de iniciativas, las autoridades sanitarias de Estados Unidos alertan de que hay una “epidemia de soledad”, una condición más dañina que la obesidad y tan perjudicial como fumar 15 cigarrillos diarios. Las cifras les dan la razón. Más de la mitad de los adultos de este país consideran que nadie los conoce realmente y un 46% reconoce sentirse solo a veces o siempre, según la última encuesta de Cigna e Ipsos.
No importa el género o la ascendencia, la diferencia la determina la edad. La llamada generación centenial (de 18 a 22 años), nativos digitales, es la que se siente más sola. Una conclusión obvia sería responsabilizar a la hiperconectividad, pero según la muestra mencionada, no existe una variación relevante entre quienes usan mucho o poco las redes sociales. El factor que define que una persona se sienta más o menos sola es la frecuencia con que sostiene relaciones personales cara a cara. Lo grave del aislamiento es que puede tener consecuencias mortales, como advirtió Julianne Holt-Lunstad, profesora de la Universidad Brigham Young, durante una declaración ante el Senado en 2017, en la que advirtió que este problema es tanto estructural como psicológico.
Desde hace dos años, CareMore Health ofrece en los planes de salud para adultos mayores y personas de escasos recursos un programa llamado Unidos, que trata la soledad como una condición de salud que se puede diagnosticar, prevenir y tratar. En la práctica, consiste en llamadas telefónicas semanales, visitas al hogar del paciente, estímulo personal y programas comunitarios.
Como apunta la máxima de los emprendedores, donde existe un problema, hay una oportunidad de negocio. Chuck McCarthy, creador de The People Walker en 2016, explica que su servicio de cobrar por pasear acompañado es una respuesta a las compañías que invierten miles de millones de dólares “para que las personas se sienten solas delante de una pantalla”. “Si alguien está caminando, no está en las redes sociales, no está viendo servicios de streaming, no está jugando videojuegos y no está comprando online”, afirma. Todos los “paseantes” pasan por un proceso de solicitud y verificación de antecedentes penales. Además, se hace un seguimiento de la ubicación durante el recorrido del usuario.
Un Tinder de amigos
Rent a Friend, fundada en 2009 en EE UU, cuenta con más de 600.000 “amigos de alquiler” en varios países del mundo. Los usuarios, que pagan entre 10 y 50 dólares la hora, también deben seguir un protocolo: reunirse en un lugar público, tener el móvil a mano, decirle a un conocido dónde va a estar y a qué hora planea regresar, entre otras. El emprendedor Scott Rosenbaum se inspiró en una aplicación japonesa, donde la gente pagaba para que un desconocido los acompañara a un funeral o a una cena familiar tras un divorcio. Sin embargo, en EE UU funciona como un Tinder de amigos. Rosenbaum explica que los usuarios hablan con varios candidatos y cuando encajan con uno, contratan su servicio, aunque entre las opciones que ofrece el sitio web aparece “actividades familiares”. A diferencia de las fiestas de abrazos, el contacto físico está prohibido. En este tipo de encuentros nocturnos, creados hace 15 años, el objetivo es “conocerse y crear lazos”, explica Adam Paulman, quien hace de participante y vigilante en estas fiestas desde hace cinco años.
Para la terapeuta Tracy Ruble, el hecho de que haya tantas iniciativas para combatir la soledad “demuestra lo grande que es el problema”. En 2015 fundó Sidewalk Talk: junto a unos amigos se sentó en la calle frente a sillas vacías, desplegadas para que quienes quisieran conversar con ellos, lo hicieran. Fue tal el éxito que lo transformó en una organización, que ahora funciona en más de una docena de países. De los más de 4.000 voluntarios que participan, una cuarta parte de ellos conocieron el proyecto porque fueron “escuchados” y ahora quieren devolver la ayuda recibida. Los voluntarios son capacitados para tener nociones básicas de crisis mentales y poseer empatía. En los cuatro años que llevan funcionando, solo han tenido dos episodios negativos, según Ruble.
En cuanto al lucro que están generando algunos emprendimientos con lo que ahora se considera una enfermedad, la terapeuta responde que no quiere juzgar a los clientes dispuestos a pagar, pero que cuando lo haces, “hay una dinámica de poder que no existe en las actividades gratuitas, donde todos somos lo mismo”. Para ella, si bien estos proyectos son parte de la solución, lo que hay que lograr es que las personas reciban sueldos dignos. “Cuando tienes tres empleos para poder subsistir quedas agotado y no tienes ganas de juntarte con nadie. Además, tenemos que construir una infraestructura para la gente necesitada. No puede haber el nivel de mendigos que hay en la calle”, alerta la mujer de San Francisco, donde el número de personas sin hogar ha crecido un 17% en los dos últimos años, superando los 8.000. Un habitante de cada 100 no tiene techo. La encuesta no incluye la pregunta sobre si se sienten solos, pero la respuesta se puede intuir.
UN PAÍS SIN CULTURA DEL TACTO
“En Estados Unidos no existe la cultura del tacto, que es un tipo de comunicación más allá de las palabras. En las fiestas de abrazos puedes pedir que te toquen y aprender cómo te gusta que lo hagan”, sostiene Adam Paulman, un participante. Los asistentes, que acuden en pijama para no potenciar el deseo sexual, suelen tener entre 35 y 70 años. Sostiene que, desde que comenzó a ir, nunca ha presenciado una situación de abuso. “Puedes encontrar a alguien atractivo y que te despierte una energía sexual, pero al igual que en un aeropuerto, aquí tampoco haces nada al respecto”. Antes de empezar la fiesta, se reúnen en círculo para presentarse y compartir por qué han asistido. En esa conversación se explica que no puede haber un tipo de contacto sexual. “Si hay alguien muy entusiasmado, le pedimos que se siente”, concluye.
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