La superficie arbolada apenas supone el 0,5% del país, según un informe de las Naciones Unidas
Una tierra misteriosa de hielo y fuego a las puertas del Polo Norte. Así es Islandia, una isla gigantesca del océano Atlántico con solo 330.000 habitantes. En este remoto lugar, el sol brilla durante la medianoche en verano y, en invierno, millones de turistas se acercan para disfrutar de su aurora boreal. No son los únicos contrastes. Su paisaje comprende desiertos, cascadas, ríos glaciales e inmensas extensiones azotadas por la lava de los volcanes. Sin embargo, lo que más impacta a los turistas es la ausencia de árboles. Los hubo, pero fueron arrasados por los vikingos cuando colonizaron la isla, hace mil años. El país se ha propuesto repoblar sus bosques, que apenas suponen el 0,5% de su superficie, según un informe publicado en 2015 por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
“Islandia es, sin duda, uno de los peores ejemplos de deforestación en el mundo”, explica Throstur Eysteinsson, director del Servicio Forestal de Islandia, en el vídeo Reforestando Islandia, una causa para el optimismo. Durante cinco minutos, este experto relata los esfuerzos que realizan para aumentar la superficie arbolada. “Hemos comenzado a utilizar especies exóticas. El objetivo es producir las semillas que necesitamos modificándolas genéticamente”, insiste Eysteinsson en el vídeo, editado por Euroforgen, un programa europeo de recursos genéticos y forestales que apoya la conservación y el uso sostenible de dichos recursos.
La isla estuvo deshabitada durante milenios. Los primeros colonos llegaron en el siglo IX procedentes de la actual Noruega. Entonces, un tercio del país estaba cubierto de árboles, pero los vikingos acabaron con ellos en apenas tres siglos. Su necesidad de cultivar la tierra, pastar y usar troncos para calentarse y producir utensilios condenó a los bosques. La intensa actividad geológica y volcánica y la importancia que ha tenido históricamente la ganadería ovina ha impedido que se regeneraran de forma natural. Esto supuso un cambio drástico en el paisaje de la isla. Islandia ha perdido casi toda su superficie forestal y eso ha empeorado la erosión del suelo y aumentado el riesgo de desertificación.
El cambio climático, un aliado
Islandia es el país europeo con menor porcentaje de superficie forestal. La ausencia de árboles hizo que sus habitantes, incluso, popularizaran una broma: “Si quieres salir del bosque, solo tienes que ponerte de pie”. Los esfuerzos de reforestación comenzaron a finales del siglo XIX, cuando se plantaron algunos pinos en Thingvellir, un parque nacional. Sin embargo, la primera ley sobre protección forestal no se aprobó hasta 1907, indica Hreinn Óskarsson, coordinador del Servicio Forestal de Islandia. El verdadero impulso llegó a mediados del siglo XX, pero muchos de los ejemplares que se sembraron entonces están muriendo lentamente. “La mayor parte de los árboles que se plantan son parte de los proyectos de forestación financiados por el Estado desde los noventa con unos tres millones de euros anuales”, reconoce Óskarsson.
“El presupuesto fluctúa cada año, descendió por la crisis, pero ha vuelto a aumentar. La reforestación forma parte de las acciones que realiza el Gobierno contra el cambio climático”, explica Ragnhildur Freysteinsdóttir, de la Asociación Forestal Islandesa. La activista expone a EL PAÍS por correo electrónico que existen 60 asociaciones y más de 7.500 personas involucradas en el proyecto. Sin embargo, son los agricultores quienes plantan los árboles. La mayoría de los ejemplares pertenecen al abedul nativo, pero también hay pinos lodgepole, alerces rusos, píceas de Sitka y álamos negros, que se usan principalmente para la producción de madera, ya que el abedul es poco productivo. No obstante, Freysteinsdóttir subraya que para poder conseguir resultados es necesario cercar los nuevos cultivos para que las ovejas no pongan en riesgo la reforestación.
El Servicio de Bosques se ha fijado el objetivo de alcanzar el 12% de superficie arbolada para el año 2100. El cambio climático se ha convertido, paradójicamente, en un aliado. Históricamente, el frío que azotaba la isla obstaculizaba el crecimiento de los bosques. El incremento gradual de las temperaturas desde los años ochenta ha supuesto también aumentar en 100 metros la altura máxima en la que el terreno es considerado óptimo para la silvicultura. En un artículo reciente, el periodista Jeremie Richard explicaba que, en los últimos cuatro años, Islandia ha plantado entre tres y cuatro millones de árboles, equivalente a unas 1.000 hectáreas. Esa cantidad, sin embargo, solo supone una gota de agua en el océano en comparación con los siete millones de hectáreas que ha plantado China durante el mismo periodo.
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