Mark Zuckerberg, durante una intervención por videoconferencia en una audiencia antimonopolio del Congreso de EE UU en julio.GRAEME JENNINGS / AP
Con la nueva administración demócrata y la presión de Bruselas, Apple, Alphabet (Google), Amazon, Microsoft y Facebook afrontan un mayor escrutinio legal y social que amenaza con disminuir su poder
Cae el final de un tiempo. Como la nieve sobre el ocaso de los vivos y los muertos en el cuento de James Joyce. Es la agonía de una época o su reinvención. A las grandes tecnológicas se les ha permitido durante décadas comportarse como niños irresponsables en su patio de recreo. Lo saben todo, lo conocen todo, literalmente: lo que soñamos, lo que compramos. Al igual que críos que hubieran crecido solo cegados por el brillo de monedas de oro, únicamente parecen cautivados por el reflejo del dinero y el poder. Apple, Alphabet (Google), Amazon, Microsoft, Facebook y sus derivas sociales (Instagram, Twitter, Snapchat) ingresaron el año pasado más de 900.000 millones de dólares (745.000 millones de euros). Sus empresas están valoradas en billones en los mercados y el milagro dorado ha deslumbrado a muchos de los trabajadores de mayor talento del mundo. No solo han acaparado profesionales, compañías competidoras o tecnología: son los amos del conocimiento. Manejan trillones de datos. Poseen, gracias a la inteligencia artificial, el mayor conocimiento de la historia de la Humanidad. Y surge la pregunta. Con tanto poder, ¿qué hacen por la sociedad?
Amazon y Apple ingresaron cada una más de 100.000 millones de dólares (82.000 millones de euros) en el último trimestre de 2020. El año pasado, Elon Musk (fundador de Tesla) y Jeff Bezos (Amazon) ganaron —calcula The Guardian— unos 3.000 dólares (2.500 euros) por segundo. ¿Qué coste es asumible pagar por las bondades de su tecnología? ¿Joe Biden, el nuevo presidente estadounidense, romperá con Silicon Valley? El Congreso tiene un documento de 449 páginas que detalla el abuso de poder en el mercado de Google, Apple, Amazon y Facebook. “No van a ceder un centímetro”, advierte Renata Ávila, abogada, activista tecnológica y miembro del equipo jurídico que defiende a Julian Assange, fundador de WikiLeaks. “Si lee los planes de Biden y Kamala Harris [vicepresidenta de Estados Unidos] son tan nacionalistas tecnológicos como lo era Trump. Aun peor, porque el actor más poderoso, que es Estados Unidos en el sistema multilateral, estuvo ausente de la clase durante cuatro años”. Biden ya les ha pedido ayuda para vacunar a más personas.
Algo debe cambiar. La toma del Capitolio, el escándalo de Cambridge Analytica y las denuncias de grupos de derechos humanos sobre la presunta responsabilidad de Facebook en la incitación a la violencia en India, Sri Lanka, Myanmar o Etiopía han de tener consecuencias. ¿O son goliats en el Valle de Ela? Gigantes invencibles. “La prueba más evidente del poder casi ilimitado, y por tanto peligroso, que han alcanzado los amos de las Big Tech es la fulminante censura que impusieron a Trump. No hace falta simpatizar con el expresidente —a mí me sería difícil— para denunciar a quienes se arrogan el derecho a establecer lo que podemos oír o no los ciudadanos.
Los falsos servidores públicos que gobiernan sin ser elegidos por nadie ni dar cuentas a nadie, esos abrumadores medios de comunicación (y en buena parte de moldeamiento mental) no amplían nuestra libertad de aprender, comprender y expresar sino que la encauzan o la vetan a su arbitrio”, reflexiona el filósofo Fernando Savater. La lucha contra la manipulación es escoger refugio en la tormenta. “Hasta cierto punto, prefiero ser regulado por alguien que quiere mi dinero que por alguien que quiere silenciar mi voz. Por eso resulta tan complicado”, subraya Esther Dyson, business angel y fundadora de Wellville, un proyecto que enlaza salud e igualdad. Y agrega: “La solución es una sociedad justa con gente bien educada. ¿Pero cómo llegamos hasta ahí?”.
Una cuestión de tamaño
Por ahora, la estratigrafía de las tecnológicas es acumular capas de dinero. El índice S&P —el barómetro corporativo de Estados Unidos— cerró el año, en plena pandemia, con una subida del 18%. Pero dos tercios de las ganancias procedían del famoso acrónimo Fangam. Seis nombres. Facebook, Amazon, Netflix, Alphabet (Google), Apple y Microsoft. La acción de Amazon subió un 62% frente al año pasado. El valor de la empresa se fijó en 1,7 billones de dólares, 650.000 millones más que el ejercicio anterior. Este ritmo de crecimiento es similar en Apple.
El dinero y la codicia son perpetuos insomnes. ¿O no? “La redes sociales presentan innegables ventajas en materia de contacto de la población con sus representantes y espacio de debate democrático, al menos potencialmente”, narra, por correo electrónico, Javier Solana, Distinguished fellow en la Brookings Institution y presidente de EsadeGeo, el Centro de Economía y Geopolítica Global de Esade. “Esa era la esperanza cuando surgieron y, al igual que fuimos demasiado ingenuos al creer que sus bondades estaban prácticamente garantizadas, sería equivocado sucumbir ahora a un determinismo de carácter pesimista. Las redes sociales serán lo que hagamos de ellas, lo cual apela a nuestra responsabilidad individual, de las propias compañías y gubernamental”.
¿Es cierto? ¿O su tamaño es tal que no le afectan las fuerzas de la gravitación social? Los ingresos de Alphabet (162.000 millones de dólares, unos 134.000 millones de euros) superaron a la economía de Hungría en 2019. La tecnología las ha convertido en empresas-Estado y ¿quién no quiere sentarse en el Valhalla digital? “Las Big Tech solo actúan en su propio interés. No tienen ningún incentivo para hacer lo contrario. Su voluntad de destituir a Trump refleja su preocupación de que la administración Biden y los demócratas en el Congreso las sometan a una mayor regulación y a leyes antimonopolio más severas”, observa Robert Reich, asesor de Barack Obama en 2008 y profesor de Política Pública en la universidad de Berkeley (California).
El CEO de Amazon, Jeff Bezos; el de Facebook, Mark Zuckerberg; de Google, Sundar Pichai; y de Apple, Tim Cook , durante una comparecencia por videconferencia ante el Subcomité Antitrust en julio de 2020.HANDOUT / VIA REUTERS
Este es el mundo que rota y donde se suceden los días. Amazon ya tiene un ejército laboral de terracota —por la fragilidad de sus puestos— de 1.200.000 trabajadores. Es el tercer empleador del planeta —calcula The Guardian— después de Walmart y China Petroleum & Chemical Corporation. Su fundador, Jeff Bezos, renunciará este verano a su cargo como consejero delegado para dedicarle más tiempo a su pasión espacial (Blue Origin) y a The Washington Post. “Nadie es lo suficientemente inteligente como para predecir el camino de la política estadounidense. Sin embargo, parece que la nueva administración es mucho más probable que tome medidas agresivas contra las grandes empresas”, aventura Tim Bray, pionero de Internet y antiguo vicepresidente de Amazon, quien, tras cinco años en la empresa, la abandonó por el trato que algunos trabajadores recibieron durante los meses más duros de la pandemia.
Vientos de cambio
Por primera vez en la historia, hay, al menos, posibilidades de que los titanes tecnológicos puedan debilitarse. Depende en gran parte del presidente estadounidense. Scott Galloway, profesor de marketing de la escuela de negocios Stern de la Universidad de Nueva York y autor del best-seller Four-El ADN secreto de Amazon, Apple, Facebook y Google, asegura que “las grandes tecnológicas no desaparecerán pero, en los últimos meses, ha quedado claro que los titanes, tal y como los conocemos, están llegando a su fin”. Y añade: “Romperlos oxigenará la economía y permitirá la entrada de nuevos participantes y fomentar la innovación”. Esta narrativa coincide con la del economista Emilio Ontiveros. “Todo el que tiene poder absoluto, abusa de él; y esto es lo que habría que controlar”, comenta el jurista Antonio Garrigues Walker. Reyes Sol. Tecno-faraones.
A estos titanes se les acusa de comportarse como aprendices de brujo, incapaces de controlar sus inmensos poderes. “Las tecnologías digitales no son solo productos de software, son poderosas armas que permiten el crecimiento económico y a la vez fracturar nuestra estructura social y amenazar la libertad. Estas empresas tienen una obligación especial con la sociedad, con las personas que compran sus artículos, con quienes hacen clic en sus anuncios y construyen negocios o una forma de vida a través de su tecnología”, desgrana el consultor Mark Minevich en la revista Forbes.
Tal vez, la solución, como avanza Scott Galloway, esté en forzar el equilibrio no en castigarlas. Pero solo hay tres caminos para hacerlo: rompiendo las compañías, que paguen impuestos justos y que cumplan las leyes antimonopolio. Facebook es una tesis doctoral de que la mejor estrategia siempre es comprar a tu competidor. Ha adquirido decenas de firmas similares. En 2014 pagó (su mayor compra hasta la fecha) unos 22.000 millones de dólares por WhatsApp; en 2012 abonó 1.000 millones por Instagram; durante 2011 desembolsó 70 millones en el desarrollador de aplicaciones Snaptu; ese mismo año se gastó 30 millones por la firma de mensajes Beluga; un año más tarde se hizo con la empresa de reconocimiento facial Face.com (60 millones) y en 2013 valoró entre 100 y 200 millones de dólares la adquisición de Onavo, una compañía de análisis de telefonía móvil. Además, los anuncios han supuesto el 99% (21.200 millones de dólares) de todos sus ingresos del último trimestre de 2020. Es una suerte de colonialismo de los datos, y estos son solo unos pocos granos que caen de su reloj de arena.
Demasiado tiempo, la tecnología ha sido la llamarada que avivaba el resplandor del fuego y una parte de la sociedad se ha abrasado. “Yo, al igual que muchos otros, he documentado durante bastantes años los daños que las Big Tech plantean a la libre expresión de las personas normales y a menudo vulnerables: disidentes, periodistas, jóvenes LGBTIQ+, víctimas de la violencia doméstica… y la lista continua”, alerta la activista estadounidense por la libertad de expresión Jillian York. “Y sin embargo, la sociedad opta por tener esta conversación después de que estas compañías suspendieran a Trump. Para mí, esto demuestra lo que realmente les importa a las tecnológicas: dinero y poder”.
Almacén de Amazon en San Fernando de Henares (Madrid). La compañía estadounidense tiene 1,2 millones de empleados en todo el mundo.GORKA LEJARCEGUI
Los titanes se defienden. El pasado 29 de julio, interrogado por la Cámara de Representantes, Bezos recordaba que “hay 1,7 millones de pequeños y medianos negocios vendiendo a través de su plataforma. Más de 200.000 emprendedores de todo el mundo sobrepasaron los 100.000 dólares (82.500 millones de euros) en ventas en 2019. Y esos vendedores de terceros en las tiendas de Amazon han creado unos 2,2 millones de nuevos puestos de trabajo globales”. En otra audiencia, el 28 de octubre, ante el Senado, y frente a la pregunta de si sus empleados eran conservadores o liberales; Jack Dorsey (cofundador de Twitter) respondió que su empresa no guarda ningún tipo de información de esa clase; Sundar Pichai (consejero delegado de Google) creé que sus trabajadores tienen múltiples puntos de vista y Mark Zuckerberg (Facebook) asume que deben de tener un sesgo liberal. “La mayoría del contenido de nuestro sistema no es político, son temas como ver el niño que tuvo tu primo”, se despachó Zuckerberg.
Enjaular a un dragón
Ese es el mantra que gira, al igual que un derviche, en casi todas: mejoramos el mundo, somos apolíticos, creamos trabajo, nos comprometemos con el cambio climático (Bezos ha lanzado un fondo de 10.000 millones de dólares) y ayudamos a la gente a estar felizmente conectada. “Las plataformas digitales han sido una bonanza para el planeta. Nos han permitido estar más comunicados y ahora en esta pandemia nos facilitan jugar, aprender, trabajar y comprar de maneras que serían imposibles sin ellas. Las defiendo mucho. Aunque quizá Amazon y Google tienen demasiado poder de mercado”, valora Mauro Guillén, profesor en la escuela de negocios de Wharton School. “La prueba de una inteligencia de primer nivel es la capacidad de mantener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y aun así conservar la habilidad de funcionar”, escribió Francis Scott Fitzgerald. Una de las clave sería que terminara el cobijo que les da la llamada sección 230, por la que las plataformas no son responsables de los contenidos que publican.
Todos estos argumentos suenan como un sueño repetido. Las leyes antimonopolio no han trabajado bien —avisa Christopher L. Sagers, profesor de Derecho en la Universidad Estatal de Cleveland— desde 1970. “Si el Gobierno y los tribunales estuvieran dispuestos a prohibir de manera más agresiva las fusiones y la conducta monopolística, nuestra ley funcionaría mejor”, defiende. De hecho, el subcomité judicial de Derecho Antimonopolio, Comercial y Administrativo de la Cámara de Representantes comenzará una serie de audiencias con las Grandes Tecnológicas con esas sospechas en el centro de la investigación. En diciembre, Facebook ya había sido demandada por 46 estados y Google, de acuerdo con The Guardian, por unos 35.
El lazo se estrecha. El jueves pasado, David Cicilline, quien lidera la investigación (ya dura 16 meses) en el Congreso, avisaba: “Los republicanos y los demócratas están de acuerdo que estas compañías tienen demasiado poder, y el Congreso debe frenar este dominio”. Y añadió: “Recuerden mis palabras, el cambio está llegando, las leyes están llegando. Todos los días, políticos de todo el mundo ponen en marcha procesos similares”. Detrás de las demandas públicas podría llover una cascada de denuncias privadas.
Esas frases parece que viajaran sobre las aguas del océano. La Unión Europea prepara los borradores de sus nuevas piezas del tablero digital. La Digital Services Act (DSA) o Ley de Servicios Digitales; y la Digital Markets Act (DMA) o Ley de Mercados Digitales. Europa llevaba más de dos décadas con la misma regulación sobre servicios online. La normativa busca proteger los derechos de los usuarios y limitará minuciosamente lo que se considera un comportamiento aceptable por parte de las grandes plataformas. Aunque la aprobación de su texto definitivo no llegará antes de 2023.
La sociedad sabe que toda nueva tecnología —cuenta Mark Minevich— se puede transformar en un arma: desde la vela hasta el vapor, desde el telégrafo al ferrocarril, la energía atómica, los vuelos espaciales, la aviación, la biología. Siempre habrá un loco o un movimiento que verá en el avance un camino hacia la violencia, no una vía para aliviar la condición humana. El progreso tecnológico en los últimos años ha sido exponencial, también su capacidad para salvar o destruir el planeta. ¿Tiene sentido que el enorme poder que ha generado se concentre en las manos de unos pocos titanes? Esa es una pregunta para ahora que definirá el mundo de las próximas décadas.
DE PERIÓDICOS E IMPUESTOS
Las plataformas tecnológicas han publicado el editorial de que son una especie de medios de comunicación. Pero no circula siempre información veraz, ni pensamiento crítico, ni pluralidad; ni reflejan la realidad. “No son medios porque no tienen responsabilidad sobre sus contenidos”, ahonda Andrés Ortega, investigador del Real Instituto Elcano. De hecho, Estados Unidos es la placa de Petri de lo que ocurre en otros países. Los medios tradicionales son desplazados por Facebook, Google y Twitter. Y cada vez existe una brecha mayor —narra Barry Lynn, periodista y fundador del think tank Open Markets Institute— entre unas pocas marcas conocidas (The New York Times, The Economist, The Wall Street Journal) y todas las demás. “Para salvar el periodismo independiente, los modelos de negocio, especialmente de Facebook y Google, deben abolirse”, propone. De momento, Australia ha conseguido que ambas paguen a los grupos editoriales por la publicación de sus contenidos. Un avance que muestra que resulta posible no someterse a su gravedad económica. Una brecha que abre camino.
Mientras, en la vieja Europa, los problemas son antiguos conocidos. ¿Cómo obligarlas a pagar impuestos justos? Todas tienen divisiones en países de baja tributación, pensemos en Luxemburgo, Irlanda o Bermuda. La oenegé Fair Tax Market ha calculado que las seis grandes tecnológicas han pagado 100.000 millones de dólares menos en gravámenes en una década de lo que muestra su contabilidad, usando técnicas fiscales válidas, pero inalcanzables para las pymes, o, directamente, empleando paraísos fiscales. Desde Bruselas, la voz suena, por correo electrónico, con ese timbre de lo “diplomático”. “Una fiscalidad justa es una prioridad para la Comisión Europea. Nuestro objetivo final y la respuesta preferida siempre ha sido encontrar una solución estable y global a largo plazo sobre cómo se gravan los impuestos a la economía digital”, asegura un portavoz. Imaginan que Biden puede cambiar la partida. Una mano arriesgada.
EL MENSAJE DE ODIO EN INDIA
India es el país que tiene más usuarios de Facebook. La red social ha sido acusada de promover contenido anti-musulmán y no eliminarlo por miedo a enfrentarse con el Gobierno del primer ministro Narendra Modi y su aparato gubernamental. “Cualquier contenido que sea un discurso del odio o que incite a la violencia debe ser retirado. No se trata de una cuestión de libertad de expresión sino de democracia, ley y orden”, reflexiona Mishi Choudhary, abogada tecnológica y fundadora de Software Freedom Law Center de Nueva York. “En países como la India, a pesar de su cuota de mercado, cuando se les ha desafiado, han recurrido al lado público, a las consecuencias positivas de hacer un ‘mundo más abierto y conectado’, y no han borrado los mensajes de odio para no enfadar al partido en el Gobierno y perjudicar sus intereses económicos”, critica la jurista.
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA VEGA
Madrid - 28 FEB 2021 - 00:30 CET
https://elpais.com/tecnologia/2021-02-27/el-ocaso-de-la-era-de-los-titanes-tecnologicos.html