sábado, 12 de julio de 2025

El grano de arroz que desequilibra la balanza de Trump: cómo Japón le dijo que 'no' a EEUU



Un comprador sostiene arroz cocido almacenado por el gobierno para frenar la subida de precios, en una tienda Ito-Yokado de Tokio. 
(Reuters/Issei Kato)



“Un grano de arroz desequilibra una balanza”, dice el dicho. Y es precisamente el arroz lo que ha hecho descarrilar las negociaciones comerciales entre Japón y Estados Unidos



"Un grano de arroz desequilibra una balanza", dice el dicho. Y es precisamente el arroz lo que ha hecho descarrilar las negociaciones comerciales entre Japón y Estados Unidos, ante la incredulidad de un Donald Trump que desde este lunes ha pasado a la amenaza directa.

La Administración Trump alardeó confiada que, tras la primera suspensión de los “aranceles para todos” anunciada el Día de la Liberación, pronto se irían cerrando acuerdos comerciales con cada uno de los países afectados. Las suspensiones y prórrogas se han ido acumulando una tras otra (la última, anunciada este lunes hasta el 1 de agosto), mientras que EEUU solo tiene en su haber dos nuevos acuerdos comerciales: con Reino Unido y con Vietnam.

Pero con Japón parecía que había oportunidades. Tokio fue de los primeros que mandó una delegación a Washington para aterrizar un acuerdo y, en abril pasado, el negociador japonés Ryosei Akazawa se hizo unas fotografías junto a Trump con una gorra de MAGA y los pulgares en alto. Existe también una relación histórica (aunque con Trump, eso no es garantía, como bien sabe Canadá o Dinamarca) entre ambos países y el propio estadounidense tenía una buena relación personal con el anterior primer ministro japonés, el asesinado Shinzo Abe.

El ‘desequilibrio comercial’ (69.400 millones, según el departamento de Estado) también parecía “sencillo” de solventar para apuntarse un buen tanto político, más que económico. Japón, un país que consume 51 kilos de arroz al día con unos precios que en los últimos años se han disparado, solo tenía que comprar más de los granjeros estadounidenses, decía el propio Trump. Un ‘win-win’ para todos, como lo denominan los angloparlantes.

“No están tomando nuestro ARROZ, y eso que tienen una escasez masiva”, ha repetido, en distintas variaciones, durante la última semana, señalando a Japón como el ejemplo de que los países están “malcriados” en su relación con EEUU.

Y quizá por eso el enfado de Trump, que ha cristalizado en una amenaza directa este martes en forma de carta en la que adelanta nuevos aranceles del 35% para el 1 de agosto. Porque la cuestión del arroz va más allá de la teoría económica de la oferta y la demanda, de un “negocio dorado” que es ofrecer productos más baratos a quienes lo quieren. En Japón, el arroz es cuestión política y de seguridad nacional.

La industria japonesa del arroz está fuertemente controlada por el estado desde hace décadas. Japón cultiva el 99% del arroz que consume, a apenas 1% de la autarquía total. Al mismo tiempo, Japón importa alimentos cada año por valor de 30.000 millones de dólares. El término "seguridad alimentaria" está presente en el debate público, y el arroz sigue cumpliendo una función más simbólica que nutricional: es el pilar psicológico de la dieta japonesa.

Esto, que tiene raíces históricas y electorales (los agricultores, muy organizados, suponen uno de los sindicatos más poderosos del país) ha mantenido durante las últimas décadas los precios del arroz muy altos, ya que el gobierno, entre otras razones para asegurar que los agricultores continúen cultivando arroz, no ha permitido la entrada de arroz más barato extranjero.

Lo que la Administración Trump ha descrito como unas políticas proteccionistas “muy reguladas y cero transparentes” que implican un “700% de arancel sobre los arroces extranjeros”, en palabras algo erróneas de la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, se traduce en realidad en un complejo sistema por el que Japón acuerda un “acceso mínimo” de arroz con la Organización Mundial del Comercio, sin aranceles, y por encima de esa cuota cobra 341 yenes por kilo. En 2005, el Ministerio de Agricultura japonés estimó que esos 341 yenes supondrían un 778% de arancel frente a los precios internacionales del arroz, pero estimaciones más recientes, calculadas por el Japan Times, colocan la estimación en 227%.

Y el consumidor no ha pedido que bajen. Socialmente, pese a que el arroz es el alimento más básico de su cesta, se ha establecido esa relación simbiótica por la que desde el gobierno se asegura una producción estable de este grano como una manera de “seguridad nacional”. Se trata de una cuestión histórica: un estudio de 1993 ya recogía la estupefacción de los estadounidenses porque el consumidor japonés medio pagaba cerca de cinco veces más por el arroz que el consumidor de EEUU.

Sucesivos gobiernos estadounidenses han presionado para intentar hacer cambiar la estrategia nacional japonesa. Sin éxito. “El arroz es, probablemente, el último producto agrícola que el gobierno japonés está dispuesto a liberalizar”, sostiene Hiroshi Mukunoki, profesor de Economía en la Universidad Gakushuin de Tokio.

En ese sentido, en algo Trump sí tiene razón. En el último año, incluso los tradicionales altos precios del arroz se han disparado a un 100% más desde 2024 a máximos casi históricos.

Una durísima ola de calor en 2023 y el terremoto que sacudió el sur de la principal isla japonesa provocó daños en las cosechas y una reacción entre consumidores e intermediarios que hicieron acopio de reservas extra, generando aún mayor escasez y disparando los precios. El gobierno japonés ha tenido que poner en circulación gran parte de sus propias reservas estratégicas de arroz para bajar el precio, de momento sin éxito, y también ha solicitado a los agricultores que aumenten su producción. Además, desde el pasado 23 de junio, vender arroz por encima del precio minorista original estará penado con hasta un año de prisión o una multa de hasta un millón de yenes (unos 6.400 euros).

Por tanto, era una buena oportunidad económica. Es interesante también, leyendo la prensa estadounidense o los think tanks de expertos del país, también les cuesta entender las motivaciones de los japoneses: a corto plazo, introducir masivamente arroz estadounidense bajaría los precios y, complaciendo a Trump, se evitaría una guerra comercial que podría lanzar a Japón de nuevo a la recesión económica, ya que el presidente de EEUU amenaza a la gran importación japonesa, los coches. La agricultura, razonan, solo supone un 1% del PIB japonés.

Hay, quizá, otra ventana de oportunidad antes del 1 de agosto. Tradicionalmente, los muy organizados agricultores han sido parte clave del voto al partido Liberal Democrático (LPD), durante años cómodamente asentado en el poder. Aunque la agricultura pueda representar el 1% del PIB japonés, casi el 100% de los agricultores están afiliados a Cooperativas Agrícolas de Japón (JA), una asociación creada por el propio gobierno para regular el sector pero que también actúa como grupo de presión en defensa de los intereses del campo… y movilizando el voto a favor del LPD.

“[Por eso] la liberación del arroz, siempre fuertemente protegido y al margen de las negociaciones comerciales, es un tabú político para el LPD”, afirma Yuka Fukunaga, profesora de la Universidad de Waseda, al Japan Times.

Sin embargo, el LPD se enfrenta ahora a uno de sus momentos políticos más débiles. Tras el asesinato de Shinzo Abe, su heredero no ha sabido capitalizar su éxito y este 20 de julio el partido se juega unas elecciones claves a la Cámara legislativa. Dependiendo de lo que pase ese 20 de julio, quizá estaríamos mirando otro escenario, razonan desde EEUU. Pero Trump tampoco puede apostar a ello, pese a las fuertes presiones sobre los coches y la economía exportadora japonesa.

“Permitir la entrada de productos agrícolas estadounidenses en Japón sería un desastre. Es un acuerdo a corto plazo”, apunta Mark Cogan, profesor asociado de estudios sobre paz y conflictos en la Universidad Kansai Gaidai. Según Cogan, la política comercial de EEUU es volátil, pero la reacción de Japón podría tener consecuencias a largo plazo. “A largo plazo, depender de las importaciones en lugar de la producción nacional de arroz no es solo una cuestión política: es un problema de seguridad alimentaria”.

En esta línea se ha pronunciado el líder negociador de la delegación japonesa, Akazawa. “He reiterado en múltiples ocasiones que la agricultura es la base de nuestra nación. En las conversaciones con Estados Unidos, nuestra posición no ha cambiado: no participaremos en negociaciones que impliquen sacrificar el sector agrícola”.

No será plato de ningún gusto decirle al japonés: dejaremos de cultivar nuestro (caro, pero nuestro) arroz.