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Los políticos venden la 'liberación' de Complexo Alemão como el regreso al "estado democrático" de Brasil.
Pocas veces las palabras de un político han resonado tan fuertes y duras como las declaraciones, ayer tarde, del gobernador del Estado de Río, Sérgio Cabral, del partido de centro PMDB, cuando afirmó tajante, tras haber ondeado sobre el territorio liberado del Complexo Alemão las banderas de Brasil y de la ciudad carioca, que "Río ha recuperado por fin su estado democrático". Ello, según Cabral, ya futuro candidato a la Presidencia de la República, porque, finalmente, ha sido arrancado de las manos de los narcos, el control de una gran parte del territorio de una ciudad que "desde hace treinta años sufría una gran decadencia social, económica, y una falta de seguridad pública" afirmó.
Con la voz visiblemente emocionada afirmó: "Estamos pasando una página en la historia del Brasil angustiado por su falta de seguridad". Con visión nacional, Cabral estaba pensando no solo en Río, sino en todo el territorio nacional, ya que otras ciudades como Salvador de Bahía, Sâo Paulo, Recife o Vitoria, son también rehenes del poder del tráfico de drogas, que Brasil no produce, pero que distribuye al mundo.
La operación de reconquista del territorio de Río con la mayor concentración de narcos del país (1.200 según la Veja de esta semana), empieza a mostrar a la ciudadanía quién tiene el poder en las ciudades, si el tráfico o el Estado. Río, y en parte Brasil, estaba tristemente acostumbrado a que las grandes urbes estuvieran bajo el control de los traficantes de drogas que imponían sus leyes con la connivencia de policías corruptos, abogados de presos peligrosos, jueces y políticos que se sirven de los narcos para conservar su poder local y enriquecerse.
Ha sido apellidado de Noviembre negro, la acción lanzada por los traficantes de las dos grandes facciones: Comando Rojo y Amigo de los amigos, que se unieron para intentar poner de rodillas a la ciudad amedrentándola con sus acciones de terrorismo urbano como reacción a haber sido expulsado de las favelas llamadas "pacificadas", donde, por primera vez en la historia de la ciudad y de Brasil, las fuerzas del orden entraron no para buscar armas y drogas y detener a "bandidos", sino para quedarse allí permanentemente, como presencia visible del Estado impidiendo a los narcos imponer su poder, obligados a huir de ellas. Ese Noviembre negro puede ser, sin embargo, como empieza a titular la prensa, también el mes en que "Brasil ha comenzado a vencer el crimen". Quizás sean expresiones teñidas de excesivo optimismo, pero reflejan el estado positivo de ánimo que viven los ciudadanos que desean empezar a ver una luz al final del tunel.
El gobernador Cabral, con su dura frase de que Río y Brasil están empezando a recuperar su perdido "estado democrático" ha puesto como nadie el dedo en la llaga en mitad una situación que él mismo ha cifrado en 30 años de convivencia de la parte corrupta del Estado con el tráfico de drogas y armas.
Durante la campaña presidencial, el candidato de la oposición, José Serra, que perdió las elecciones, había sido también tajante al afirmar que el problema de la seguridad pública, que atenaza a los brasileños, tenía que ser una "política nacional" y no de los estados locales. Para ello había prometido crear un nuevo Ministerio que se encargaría exclusivamente de la seguridad, controlando el paso de drogas y armas en las fronteras del país, sin cuyo control, ninguna política de seguridad tendría efectos reales.
Uno de los milagros de la reconquista del Complexo Alemão, donde las fuerzas del orden siguen limpiando el territorio de 120.000 habitantes y 30.000 habitaciones de la presencia de narcos que se han escondido hasta en las alcantarillas y cloacas, huyendo por primera vez sin atreverse a enfrentarse a las fuerzas del orden, ha sido la unión, por primera vez en 30 años, del trabajo conjunto de policía civil, policía militar, cuerpo de Marina y Ejército de Tierra, sin rivalidades entre ellos y sin que uno pusieran la zancadilla a los otros, como solía ocurrir en el pasado.
Tan sensible es esta unión de fuerzas, de la que se enorgullece la población, que cuando empezaron a ondear en los alto del Complexo las banderas de Brasil y de la policía civil, la gente misma obligó a retirar la de la policía civil para substituirla por la de la ciudad de Río, alegando que el trabajo de liberalización del territorio no había sido obra de un solo cuerpo de las fuerzas armadas, sino del esfuerzo de todas ellas conjuntamente.
Por JUAN ARIAS from elpais.com/internacional 28/11/2010
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