Edificio iluminado de noche en Madrid. / SAMUEL SÁNCHEZ
Se nos exige estar conectados 24 horas al día. Y las consecuencias se dejan sentir en multitud de órdenes de la existencia
La vida sin pausa propia del capitalismo del siglo XXI provoca conflictos que son inseparables de las configuraciones del sueño y la vigilia, la iluminación y la oscuridad, la justicia y el terror. Genera indefensión y vulnerabilidad. La fórmula 24/7 [24 horas al día, siete días a la semana] sirve para evocar una constelación de poderosos procesos de nuestro mundo contemporáneo caracterizados por la actividad, la acumulación, la producción, las compras, la comunicación, el juego, o cualquier otra cosa, incesantes. Ya sea en el trabajo o en el tiempo libre, existe una imposibilidad cada vez mayor de hacer una pausa, de estar desconectado. 24/7 significa la imposición generalizada a la vida humana de una duración sin interrupciones, de un tiempo homogéneo que ya no transcurre.Trasciende al tiempo del reloj y se define por un principio de funcionamiento y operación continuos.
24/7 significa que no hay intervalos de calma, silencio, o descanso y retiro. Igualmente importante es que se trata de una condición de exposición y visibilidad permanentes, un mundo iluminado ininterrumpidamente en el cual nada de lo íntimo puede permanecer oculto o en el ámbito privado. Es sinónimo de la implacable traducción a valor monetario de cualquier intervalo de tiempo posible o de cualquier relación social concebible, de hacer todos los elementos de nuestras vidas convertibles a los valores del mercado. La mayoría de los motores básicos de la vida humana —el hambre, la sed, el deseo sexual, y, desde hace poco, la necesidad de amistad— han sido transformados artificialmente en formas mercantilizadas o financializadas. Sin embargo, la gran excepción es el sueño. El sueño, en cambio, representa esa parte de las necesidades humanas y de los intervalos de tiempo que no pueden ser colonizados o conectados a una enorme máquina de obtener rentabilidad. Lo extraordinario del sueño en esta era es que de él no se puede extraer absolutamente ningún valor monetario.
En su profunda inutilidad, su absoluta pasividad y su inmensa pérdida de tiempo de producción y consumo, el sueño entrará siempre en colisión con las exigencias de un universo 24/7. La gran parte de nuestras vidas que pasamos dormidos, liberados de tener que satisfacer mecánicamente la proliferación de falsas necesidades, es uno de los grandes desafíos humanos a la voracidad del capitalismo contemporáneo. El sueño es una interrupción intransigente del robo de nuestro tiempo por parte del capitalismo. Nuestro actual sistema económico mundial de mercados 24/7 y de producción y consumo incesantes es fundamentalmente incompatible con la pausa de inactividad del sueño humano. Para mí, es una fuente de optimismo que haya un intervalo en el tiempo humano que sea imposible de conquistar en la práctica por la lógica del mercado y de otras fuerzas de control. El sueño puede sufrir perjuicios o mermas a causa de esa vida sin pausa inducida por las nuevas tecnologías y la globalización, pero nunca podrá ser totalmente colonizado o racionalizado. Ahora nuestra meta debería consistir en concentrarnos en otros espacios y actividades que necesiten ser defendidos de su traducción en valor financiero, ya sea en el lugar de trabajo, en el medio ambiente, en la educación, en la agricultura o en muchas otras áreas en crisis.
El sistema 24/7 ha suplantado la mayor parte de las notas distintivas rítmicas y periódicas de la vida humana que florecieron durante miles de años. Connota un esquema arbitrario y rígido de la semana, privado de la variopinta indeterminación de la experiencia vital. Como señalaba al principio, muchas instituciones del mundo desarrollado llevan décadas funcionando 24 horas al día siete días a la semana, sobre todo desde la implantación de las comunicaciones por satélite. Pero no ha sido hasta hace poco, en los últimos 10 o 15 años, cuando la elaboración de la propia identidad personal y social está siendo reorganizada para adaptarla al funcionamiento ininterrumpido de los mercados, las redes de información y otros sistemas.
Un entorno 24/7 tiene la apariencia de un mundo social, pero en realidad es un modelo no social de conducta maquinal y una suspensión del acto de vivir que encubre el coste humano exigido para sostener su efectividad. Se debe distinguir de lo que Georg Lukács y otros definieron a principios del siglo XX como el tiempo vacío y homogéneo de la modernidad, el tiempo métrico o de calendario de los países, de las finanzas o de la industria, del cual estaban excluidas las esperanzas o los proyectos de los individuos o de la clase trabajadora. La novedad es el abandono generalizado de todo fingimiento de que el tiempo va unido a cualquier proyecto a largo plazo, incluso a fantasías de “progreso” o desarrollo. Un mundo sin sombras, iluminado 24 horas al día siete días a la semana, es el sueño capitalista final de la poshistoria, en la que la alteridad que constituye el motor del cambio histórico ha sido suprimida.
24/7 es un tiempo de indiferencia, frente a la cual quedan al desnudo la fragilidad y la precariedad de la vida humana, y en el que el sueño no es necesario ni inevitable. Con respecto al trabajo, hace verosímil, incluso normal, la idea de trabajar sin pausa, sin límite. 24/7 está alineado con lo inanimado, lo inerte o lo exento de envejecer. Como una exhortación publicitaria, proclama la disponibilidad absoluta, y por lo tanto, las necesidades ininterrumpidas y la incitación a ellas, pero también su insatisfacción perpetua. La ausencia de restricciones al consumo no es simplemente temporal. Hace tiempo que dejamos atrás la época en la que se acumulaban principalmente cosas. En la actualidad nuestros cuerpos y nuestras identidades asimilan una sobrecarga en continua expansión de servicios, imágenes, procedimientos o substancias químicas hasta un límite maligno o, a menudo, fatal. La supervivencia a largo plazo del individuo es cada vez más prescindible a tenor del abandono del Estado de bienestar, así como de cualquier forma de capitalismo mitigada o controlada. Se rechaza la necesidad de cualquier intermedio de pausa o quietud. El tiempo para el descanso, la salud o el bienestar es sencillamente demasiado caro para ser posible dentro de la actual economía global.
De forma similar, el sistema 24/7 es inseparable de la catástrofe medioambiental por su declaración de gasto permanente, de derroche infinito con la consiguiente alteración terminal de los ciclos de día y noche y de las estaciones de los cuales depende la integridad ecológica. Un rasgo destacado del mundo actual es la irrelevancia de cualquier noción de preservación o conservación. Tomemos el ejemplo de la incalculablemente valiosa selva del Yasuní, en Ecuador, hogar de poblaciones indígenas, pero también con un subsuelo rico en petróleo. Cuando el Gobierno planteó que no se llevarían a cabo perforaciones si se lograba reunir un fondo mundial de tan solo 3.000 millones de dólares (2.644 millones de euros) para compensar el sacrificio de los ingresos del petróleo, las instituciones más ricas del planeta apenas fueron capaces de prometer unos pocos millones.
La lección es que si en algún sitio hay recursos de cualquier clase de los que apropiarse o que explotar, tarde o temprano serán apropiados o explotados. Actualmente, en todo el planeta está teniendo lugar una frenética orgía ininterrumpida de saqueo y acumulación, ya sea la fracturación hidráulica, la minería del carbón, la perforación submarina, la agroindustria, el refinado tóxico de minerales o la contaminación de los océanos y los ríos. La lógica de esta expropiación de recursos exige que prosiga sin cesar, de la mañana a la noche, 24 horas al día siete días a la semana, sin dar tiempo a la regeneración de los sistemas vivientes y de los entornos. Tendemos a pensar que hemos entrado en una nueva era de mundos desmaterializados y virtuales de redes digitales, robótica y nanotecnología, pero la fuerza motriz que hay detrás del capitalismo del siglo XXI sigue siendo el expolio de las materias primas de la Tierra. E, inevitablemente, los inmensos proyectos de extracción de recursos que saquean el suelo y el agua son posibles con la intervención de la violencia militar y las formas represivas de poder político. Como ya sabemos, aunque prefiramos no pensar en ello, los dispositivos digitales que nos requieren 24 horas al día siete días a la semana y que definen quiénes somos, no podrían existir sin la expropiación destructiva y letal de la riqueza mineral del Sur global.
Pero también insisto en que las temporalidades sin pausa son corrosivas para el tejido de la vida social y la sociedad civil. Al fomentar una cultura vacía de autopromoción y autoabsorción, las tecnologías 24/7 perpetúan la ilusión de un tiempo sin espera, de una instantaneidad a demanda, de adquirir y tener manteniéndose aislado de la presencia física de otros y de cualquier sentido de la responsabilidad que esta pueda conllevar. El sistema 24/7 también mina la paciencia y la deferencia individuales que son cruciales para cualquier forma de democracia directa: la paciencia de escuchar a los otros y de esperar a que llegue el turno para hablar. El problema de esperar, de intervenir por turnos, está ligado a una incompatibilidad más amplia del capitalismo del 24/7 con cualquier práctica social en la que intervengan el compartir, la reciprocidad o la cooperación. Para los partidos y los grupos de izquierdas, el concepto de “política por Internet” es un oxímoron desastroso. Puede que las plataformas de las redes sociales tengan el potencial algorítmico de movilizar a gran cantidad de personas en torno a un solo tema o a un acontecimiento único, pero son intrínsecamente incapaces de alimentar una comprensión vivida de la interdependencia humana o de las prácticas fortalecedoras de apoyo mutuo basadas en la comunidad.
Como nos dicen muchos famosos teóricos de la política, cualquier clase de resistencia eficaz supone inventar al mismo tiempo nuevas maneras de vivir. Y aquí viene la parte difícil: antes de que cualquier nueva forma de vida social pueda surgir siquiera de forma provisional, tiene que haber un replanteamiento radical de cuáles son nuestras necesidades, un redescubrimiento de cuáles son nuestros deseos. Esto significa dejar por completo de comprar lo que se nos dice que necesitamos, y repudiar del todo el papel de consumidores. Significa rechazar activamente la letalidad de la cultura del dinero y todas las imágenes y fantasías tóxicas de riqueza material que nos rodean. Para aquellos de nosotros que tengamos hijos, significa abandonar las expectativas imposibles y desesperadas de éxito profesional y económico que les imponemos, y proporcionarles en cambio visiones de un futuro habitable compartido colectivamente. Pero estas son tan solo las primeras de las tareas preliminares, una preparación rudimentaria para las luchas políticas reales que están teniendo lugar actualmente y para aquellas que no tardarán en extenderse por doquier, en medio de la intensificación de la catástrofe ecológica, la polarización económica y la guerra imperial.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/05/20/actualidad/1432123650_805121.html
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