ILUSTRACIÓN: LUIS PAREJO
Es que ahora si no haces 'stories' en Instagram no pillas, dicen. Pues manos a la obra. Y sí, pillarse se pilla, pero no necesariamente se folla
Me hice millennial cinco días después de que me dejara mi último novio. Exactamente cinco días y siete horas más tarde de un "tenemos que hablar" que llegó con los muebles encargados y dos billetes de avión a Bangkok. Me hice millennial cenando comida tailandesa, joder, qué retorcida es la vida a veces. Gabinete de crisis, puede que el tercero aquella semana.
Yo ahí muy digna con mi Pad Thai que no me afecta en absoluto y mi "pues él se lo pierde"; Nadia repitiendo que en realidad me habían hecho un favor; Eva, más práctica, buceando en mi perfil de Instagram, pasando fotos como quien mira la carta para elegir menú.
"Gato, careto, gato, chorrada, gato, gato, gato, gato... Hay que hacer algo con esto".
La última vez que había estado soltera probé Tinder y Adopta Un Tío; lo que sucedió después te sorprendería. Spoiler: nunca mais. Y resulta que ahora tengo que abandonar mis crónicas del metro en Facebook porque Facebook es muy de señora para encomendarme al voyeurismo controlado de las stories de Instagram. Lo que me faltaba. Menuda nave espacial. "Es que ahora si no haces stories no pillas". Manos a la obra: la primera fue un churro, la segunda tenía un poquitín de gracia (si eres mi madre), a la semana tenía un enganche épico. La puta ama de las stories. Y sí, pillarse se pilla, pero no necesariamente se folla.
Soy una persona de método y aquí había uno muy elaborado que voy a resumir, por si alguien gusta: detectas al maromo; le das dos like, uno a su última foto y otro a una antigua. Bastante seguidos, que note que te estás empollando su perfil con fruición; te sigue; le sigues; te tragas todas sus stories y controlas si él hace lo propio con las tuyas; es más, las haces con intención, que sepa que son para él, que tenga algo que decir; se da por aludido y te escribe; voilà: match. [Información de servicio: el método es reversible y también funciona]
Venga mensajitos, venga verborrea, venga tonteo y 'selfies' de boquita y canalillo. Porque empieza siendo sutil pero es intensivo
Fue un trabajo arduo el de poner toda mi creatividad a trabajar para el pillaje 2.0 -que yo soy una señora aunque me vista de seda, ya lo he dicho-, pero más o menos a los cuatro meses empezó a dar sus frutos. ¡Y qué frutos, virgen de la teta al hombro! ¡Que he tenido que invertir en un móvil nuevo porque no me daba la batería! Venga mensajitos, venga verborrea, venga tonteo y selfies de boquita y canalillo, y buenos días, y buenas noches, y ¿qué haces?, y en esa foto yo te daba. Porque empieza siendo sutil pero es intensivo: a los pocos días has dejado a Mikel Izal a la altura del betún.
Cuando todavía era una mujer felizmente emparejada y completamente ajena a estos menesteres tecnológicos entrevisté a una Tindermaster y salí de allí frustrada: a mí no me habían mandado una fotopolla en la vida, Hulio. [Patrón, ¿me dejas decir fotopolla?] Pues ahora te monto una exposición rapidito: ramilletes y ramilletes de falos en distintos ángulos, siempre beneficiosos para el protagonista. Picados, contrapicados, delante del espejo sin ahorrarse el pijama en los tobillos ni las zapatillas de cuadros, en acción, en reposo, a media asta... A cuatro sujetos diferentes por semana hemos llegado en buena racha. Algunos, auténticos Truffauts del porno on line, hay que reconocérselo. Como soy una persona de método, tengo organizado el material por carpetas, que nunca se sabe. Ocultas, tranquilos todos.
Lo del sexting (para los profanos: sexo -o intento de- vía chat) tiene sus cositas. Como alegrarte de que los Reyes Magos te trajeran unas buenas sesiones de depilación láser hace un par de años, que la soltería en invierno pincha, y mucho. Como aprender a hacerte retratos en los que no enseñas nada pero lo enseñas todo. Menos la cara, eso nunca, norma número uno. Como descubrir que no eres Terry Richardson -a Dios gracias- y que el michelín y la celulitis no desaparecen ni superponiendo el filtro Valencia con el Hudson. Como enterarte de que Instagram está en todo y que puedes enviar fotos que sólo se ven una vez (las de la bombita, deja de buscar y sigue leyendo que te veo). Como darte cuenta de que lo más cerca que vas a estar de ese hombre estupendo que te encanta y que se vuelve (presuntamente) loco por tus huesitos es al otro lado de la pantalla.
Porque amigas y amigos, la cosa se queda ahí. Meses de amor por Whatsapp, por Instagram, hasta por DM en Twitter y llegas a la terrible conclusión de que tu relación, efectivamente, no va a pasar de eso. Porque lo vuestro no es sólo sexo, es una relación. Te cuentas cómo ha ido el día; te quejas y consuelas sus quejas; te cagas en tu jefe, en tus amigas, en tu familia; te cuentas tu vida y hasta tienes citas con vino y queso a la una, cada uno en su casa; te enamoras perdidamente, qué diantres.
Hablas, hablas, hablas más de lo que has hablado con ninguna pareja en tu vida. Pero no quedas nunca. Siempre pasa algo
Un par de veces cuela y catas a tu novio por Whatsapp en persona, si hace falta avión, tren o coche mediante. Y mola; o no. Porque lo de echar un polvo por escrito tiene la ventaja de la imaginación. Esa, y que una es periodista y sabe meterle salsón al asunto, para qué nos vamos a engañar. En directo no hay épica posible. Sólo carne y fluidos; sin filtros.
Hablas, hablas, hablas más de lo que has hablado con ninguna pareja en tu vida. Pero no quedas nunca. Siempre pasa algo. O está muy liado, o le da miedo enamorarse de ti de puro maravillosa que eres, o directamente tiene novia, mujer, hijos, perro y/o valla blanca en el chalé de la Sierra, que haberlos, haylos. Dice y repite una amiga mía que los hombres buscan a una pánfila que no dé problemas para casarse mientras se tragan todo lo que tú publicas en Internet, debe de ser algo de eso... Y fruto de una amplia encuesta sin ningún ánimo científico, te sientes menos sola. "Tu teoría me representa", te dicen ellas. Te lo dicen por Whatsapp, por Twitter o por Instagram también, oh paradoja. Ellos no saben, no contestan. Porque también lo hacen.
Uno de mis novios por Whastapp me gustó de más, de sufrir un poquitín y todo. Y yo lo quería ver y él cada vez que tocaba verse se esfumaba. Ghosting, lo llaman mis coetáneos. Hacía chas y desaparecía de mi lado. Días mirando la última conexión para comprobar que no estaba muerto, stalkeando Twitter hasta darme cuenta de que lo que pasaba era que yo le importaba un huevo, claramente. Y lo mandé a freír monas tantas veces como volví a caer en ese mensajito furtivo lleno de intención que suele llegar después de unas cañas.
Y él hizo lo mismo: después de un tiempo sin notificaciones volvió con un "te quiero, pero a mi manera". Curiosa forma tienen los hombres de querer, últimamente. Frustrante, diría yo.
¡Clin! Se ilumina la pantalla.
Pues te quiero.
No quedaríamos nunca jamás, y lo sabía. Pero le seguí el juego; qué remedio, el corazoncito es débil. Últimamente soy la novia perfecta, pero sólo por Whatsapp.
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