El ejercicio y la meditación son útiles para aprender a gestionar los desagradables efectos de la ansiedad (bbtomas / Getty Images/iStockphoto)
Nueve de cada diez personas padecen este trastorno, según la OMS, y el consumo de ansiolíticos es muy elevado
Tuve mi primer ataque de pánico a los veintiún años, dentro de un coche. Sin motivo aparente, en un apacible viaje de regreso a casa, comencé a notar una fuerte opresión en el pecho, acompañada de una sensación de irrealidad de lo más extraña. Mi corazón galopaba a una velocidad alarmante, los brazos y las piernas me hormigueaban yme costaba respirar con normalidad. Pasé tanto miedo que, durante años, el miedo al miedo se convirtió en mi compañero de viaje.
Aquella primera noche la experiencia acabó con una visita de urgencia a un hospital en la que un experimentado psiquiatra quiso tranquilizarme explicándome que lo que me pasaba era algo muy común. Y tenía razón. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, nueve de cada diez personas sufre de ansiedad actualmente. No es casual que España sea uno de los países líderes en el consumo de ansiolíticos y que estos trastornos sean ya el problema mental más citado por los españoles, por encima incluso de la depresión. ¿Es la ansiedad la epidemia del siglo XXI?
Conversamos de ello con la psicóloga y terapeuta Gestalt Lara Terrades Campanario, quien en su trabajo cotidiano con familias y niños cree que nuestro estilo de vida nos conduce a llevar unos ritmos demasiado apresurados, en los que el contacto con nuestro mundo interno es un bien escaso: “El tiempo del cuerpo y de la emoción es mucho más lento que el de la cabeza, y con este panorama acelerado queda poco espacio para sentirnos.
Así que nos evitamos y nos volvemos ansiosos profesionales. Por si fuera poco, hay situaciones que actúan como detonadores de heridas de la infancia que no están aún cicatrizadas, esas que tiene que ver con el miedo a la pérdida del amor. Con tanta velocidad y tanta mirada hacia afuera se complica el asunto para poder respirar qué nos pasa con lo que nos pasa. Y eso es un caldo de cultivo perfecto para que la ansiedad prolifere”.
El miedo como mecanismo de control
Terrades Campanario opina que la sociedad actual se basa en el exceso: del ritmo, de la imagen y del tener. “Estos ingredientes no cuidan al corazón, aceleran la mente y provocan un exceso de cortisol, de la mano de exigencias que no facilitan estar en contacto con la vida interna, necesaria para vivir en paz, o sea, vivir sin ansiedad. En nuestra cultura, articulada sobre los cimientos de los estragos del patriarcado, la educación tradicional que hemos recibido en la infancia durante consecutivas generaciones se ha basado en el miedo.
El miedo ha sido un mecanismo de control que ha alimentado patrones de relación autoritarios desde la polaridad dominación-submisión. Si como niños “aprendemos a ser” asustados, por miedo a perder el amor que necesitamos para sobrevivir si no cumplimos con las expectativas de nuestras figuras de apego principales, aprendemos a reprimir nuestros impulsos genuinos y con ello a fragmentarnos: la cabeza va por un lado, la emoción por el otro y el cuerpo… ¡quién sabe dónde!”.
Esta terapeuta explica que muchas veces tendemos a desconectarnos para no sentir las llamadas emociones “negativas”: miedo, rabia y tristeza. Al negarlas, es como si pusiéramos un tapón a la botella de nuestras sensaciones, y así, crecemos taponados, sometidos a una tremenda presión interna. La ansiedad aparece entonces y, según Terrades, “nos habla en un grito desesperado del cuerpo para que atendamos la necesidad de sentir aquello que está enterrado”.
Pero aprender a convivir y saber gestionar los desagradables efectos de la ansiedad puede resultar de entrada algo difícil y hasta abrumador: nerviosismo, opresión en el pecho, hormigueo, mareos, sequedad de boca, tensión muscular... Para la terapeuta, hacerlo se convierte en un arte: “Si permitimos que las manifestaciones físicas y energéticas de la ansiedad nos gobiernen, entonces podemos caer en el “miedo al miedo”, por temor a perder el control. Esto, en efecto espiral, pone más leña al fuego de las propias reacciones ansiosas”.
La ansiedad nos informa de peligros
“Somos el país del Trankimazín, y esto es preocupante”
¿Y cómo perderle el miedo al miedo y dejar de alimentarlo? Lo primero es comprender que la ansiedad no es ni una enfermedadni un conjunto de síntomas, sino “un mecanismo natural de protección que nos informa de posibles peligros y predispone al organismo para afrontarlos en “modo lucha” (acción) o en “modo huida” (retirada). Es una reacción fisiológica que percibimos como estrés y miedo, con un buen fin: la voz del cuerpo nos informa de que algo está pasando y, ¡se prepara para ponerle remedio!”
¿Qué ocurre entonces cuando nos tomamos una pastilla para aliviar los síntomas desagradables de la ansiedad? ¿Dejamos de oír esa voz? “Somos el país del Trankimazín, y esto es preocupante. Un medicamento para el sistema nervioso puede llegar a sustituir la capacidad de autoregulación del propio organismo de encontrar la vía del equilibrio perdida en el curso del trastorno. Medicar es rápido, y relativamente fácil. Indagar hacia adentro es más lento y nos cuesta más. El problema de la medicación excesiva es que puede llegar a incapacitarnos para construir los propios recursos para aprender a lidiar con nuestros propios embrollos emocionales, y, con ello, perdemos la soberanía de nuestras vidas, porque nos ahorramos responsabilizarnos de lo que nos ocurre, al puro estilo Peter Pan, y lo delegamos en un medicamento que realiza el proceso químico de forma artificial”, dice Terradas.
Y asegura que “cuando la medicación sirve para obnubilar nuestros sentidos y continuar sin enterarnos de los mensajes que nos emite el cuerpo, estamos perdidos. Cuando sirve como un complemento a un proceso de autoconciencia mayor, porque los síntomas son demasiado intensos para ser manejados, la medicación puede ser beneficiosa. El problema de nuestra cultura es que queremos desterrar el dolor, y con ello todas las patologías. Una pastilla es como una tirita. Nos la ponemos, pero la herida sigue debajo, aunque no se ve, y lo peor es que no se siente. Nos hemos quedado sin brújula, y entonces ¿hacia dónde vamos a ir ahora?”
La ansiedad como brújula, como señal, protección y llamada extrema de atención. Desde este punto de vista, ¿se puede llegar a vivir este trastorno como un don, como una herramienta de aprendizaje y autoconocimiento? “La ansiedad llega para darnos un mensaje: ¿qué verdad sobre nosotros esconde que nos cuesta de ver? Cuando este mensaje ha llegado a su receptor el sufrimiento cesa porque su misión se ha cumplido. Si el mensaje no es recibido, el sufrimiento sigue y se agranda. Hay dos tipos de gafas que nos podemos poner para mirar la ansiedad.
Las gafas verdes de la acogida, si la tomamos como un detonante que nos susurra: “Es necesario realizar cambios en nuestra vida”. Si nos ponemos estas gafas nos situamos en un lugar activo de escucha curiosa, de confianza en nuestra intuición y de coraje: abrir los ojos y mirar qué pasa. ¿Estoy triste y no me permito estarlo? ¿Voy demasiado a tope? ¿No le dije aquello a mi jefa y siento una rabia que no puedo expresar?”, continúa la psicóloga.
Y añade que también “están las gafas rojas del rechazo, que nos ponemos si solo podemos ver la ansiedad como una mala pasada. Buscamos entonces soluciones para ‘ya mismo’, sin una comprensión de fondo que abra un camino hacia la autocompasión. Con estas gafas perdemos nuestro poder, victimizados, pareciéndonos que la ansiedad ha sido un mosquito que pasaba y nos picaba ‒parafraseando el título del libro de la compañera de viaje María Teresa Llobet‒ más que una circunstancia emocional que tiene que ver con cómo gestionamos nuestra vida interna. Cuando nuestras emociones se integran en nuestra consciencia, no tiene cabida la ansiedad. La integración es el mayor acto de amor para con uno mismo”.
Ejercicio: así como respiramos, vivimos
Me llama la atención la insistencia de la psicóloga en mencionar el amor como vía de acceso a la calma. Y es que para Terrades, la misión principal de una persona que padece ansiedad quizá será aprender a relacionarse consigo mismo precisamente desde ese amor: “El amor brota cuando integramos aquellos estados emocionales a los que hemos dado la espalda por miedo al malestar”.
La terapeuta recomienda buscar ayuda especializada si la ansiedadprovoca alteraciones en la vida familiar y/o laboral, si existe riesgo para la integridad propia o ajena, si los síntomas persisten durante un mes como mínimo o si sentimos inquietud ante la posibilidad de tener una crisis.
Además de buscar ayuda, otros consejos para prevenirla o gestionarla pasan por reencontrarse con uno mismo “gravitando sobre los ejes de la atención, el tiempo y el placer”. Si la ansiedad supone una escapada de la mente hacia el futuro, la propuesta esdirigir la atención hacia el momento presente, libre de futuros amenazantes y creencias deformadas. “Estar presente significa volver la atención hacia aquí (este espacio) y ahora (este momento) y dejar de ser esclavos del pensamiento anticipatorio (huida) o de la acción compulsiva (lucha). Quien gobierna su atención gobierna su mundo. La meditación, en este sentido, es un gran recurso para instalarse en el cuerpo presente”. Y no hace falta preparación, puede comenzarse a meditar desde cero.
La clave es dirigir la atención al momento presente, dejar los pensamientos anticipatorios
Terrades aconseja también utilizar el movimiento consciente para dar vía libre al exceso energético de la ansiedad, a su tensión muscular. Yoga, artes marciales, caminar o cualquier actividad física que nos motive, desde hacer zumba hasta ir en bicicleta al trabajo, es favorable porque libera toxinas y genera endorfinas, lo que limpia y regenera el cuerpo. “El sedentarismo es un gran aliado de la ansiedad, así como la alimentación abundante en azúcares y la falta de contacto con la naturaleza, que nos sintoniza con nuestro ser genuino”. Hacer cosas que nos den placer y dedicarnos tiempo a nosotros mismos son también estrategias básicas para prevenir la ansiedad y vivir con plenitud.
“Aumentar el nivel de conciencia sobre los propios procesos, necesidades y sensaciones es clave. Aprender a detectar la fisiología de la ansiedad, a relajar la musculatura y a observar nuestra respiración son actos que nos otorgan poder. Por otro lado, ejercitar el derecho a sentir lo que sentimos, experimentando las emociones y acompañándolas con la respiración, nos ayuda a tomar una cierta distancia de ellas y a rebajar el juicio sobre ellas, así como a sostenerlas. Es básico que lloremos, nos enfademos y sintamos miedo para poder estar en contacto con nuestro ser. Y además, si sentimos, también sentiremos las emociones que nos gustan, porque el centro de mando para las emociones es uno solo: si evitamos la pena también nos privamos de sentir la alegría”.
La propuesta
Un ejercicio práctico y muy útil puede ser el siguiente. Programamos la alarma del móvil o del despertador durante cinco o diez minutos, nos tumbamos en el sofá, en la cama o en una colchoneta. Colocamos un peso, que puede ser simplemente un paquete de arroz, sobre el vientre (hara). Observamos cómo sube y baja el paquete durante todo ese tiempo, sin atender a nada más. Poco a poco nos daremos cuenta de que la respiración va cambiando, pues pasará de ser torácica a ventral, como la de los bebés.
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