Papel higiénico en un supermercado. (Reuters)
La semana pasada, el primer ministro holandés, Mark Rutte, trataba de infundir confianza a un ciudadano atribulado por la crisis del coronavirus durante una conversación informal en un mercado de Ámsterdam: “Sí, tenemos suficiente. Podemos hacer caca todos durante los próximos 10 años”.
Las compras compulsivas de agua embotellada, pasta, leche y otros productos básicos han sacudido los supermercados de Occidente. Pero ninguna ha calado en el imaginario colectivo tanto como el papel higiénico, producto por el que se han desatado auténticas reyertas desde España hasta Australia, pasando por Hong Kong, Francia o Estados Unidos.
Con la pandemia acercándose al medio millón de infectados globales y más de 15.000 fallecidos, parecería una preocupación trivial. Pero el fenómeno de cómo los rollos pasaron de un discreto segundo plano en el utillaje del hogar a ser material de primera plana de los diarios internacionales es la mejor muestra de cómo la percepción pública de la gestión de la crisis se va a convertir en una de las claves para determinar su desenlace.
Las noticias cubriendo las peleas bizantinas entre consumidores por el último paquete de papel se entremezclaban con los rumores, las críticas y los chistes, que no tardaron en inundar la red. Videos de la gente cortando el papel como si fuera jamón de bellota, un estadio con la grada arrojando papel y el lema “cuando vivíamos por encima de nuestras posibilidades”, fotos de tronos hechos con rollos. El diario australiano NT News llegó a imprimir ocho páginas en blanco troqueladas como papel higiénico “de emergencia”. Un reciente 'meme' lo resumía más cáusticamente con una foto donde aparecen varias personas con trajes de protección biológica. “Han muerto todos”, se lamenta uno. “Pero te fijaste qué limpio tenían el culo”, contesta el compañero.
Aunque a estas alturas, todavía te estarás preguntando, ¿por qué precisamente el papel higiénico?
Un poco de confort para el apocalipsis
El papel higiénico es un producto que condensa todas las propiedades que necesitamos en tiempos de crisis. Es barato y fácilmente almacenable, no caduca y tenemos asegurado su uso. Aunque es reemplazable por agua y jabón, representa un pequeño estadio de normalidad al que muchos no están dispuestos a renunciar. Así, esos paquetes apilados en la despensa se convierten en tu primera trinchera para combatir la epidemia. Un placebo asequible para hacer frente al estrés colectivo.
“No operamos bien ante la incertidumbre. Por eso sentimos la necesidad de recuperar el control. Una forma de hacerlo es mediante la compra de cosas que sentimos de utilidad”, explica Pedro Rey Biel, doctor en economía por el University College London, a El Confidencial. “Algunos psicólogos dicen que compramos tanto papel higiénico porque al ocupar mucho espacio y ser diariamente necesario, nos hace sentir bien (¡hemos hecho algo que ocupa mucho espacio!) a un coste relativamente pequeño”.
El motivo por el que los rollos desaparecen de las estanterías tan rápidamente está también vinculado a las características propias del producto. Su dimensión hace más evidente su ausencia en los estantes —lo que aumenta la sensación de escasez—, mientras que su consumo predecible en tiempos normales hace poco rentable tener mucho ‘stock’ acumulado. Por eso, cualquier pico de la demanda impacta rápidamente a los inventarios de las tiendas y la sensación de desabastecimiento crece como una bola de nieve. En realidad, la escasez es temporal: lo que tarda el fabricante en incrementar su producción y colocar el producto en los puntos de venta.
Pero da igual que los productores —de España a Estados Unidos— aseguren que están preparados para suplir la demanda o que se lancen 'apps' para calcular tu consumo para que no caigas en pánico. La crisis ya ha activado una serie de fenómenos psicológicos, muy estudiados por las economías del comportamiento ('behavioral economics'), que explican esta histeria global y los factores detrás de las compras nerviosas.
Sesgos contra la incertidumbre
Nuestro cerebro está constantemente pronosticando el futuro. Necesita marcos para operar, pero solo puede procesar una cantidad limitada de datos. Por ello, incurrimos en los llamados ‘sesgos de disponibilidad y de representatividad’, unos atajos mentales que utilizamos inconsciente para calcular las posibilidades de un evento y lidiar con nuestra (humana) aversión a la incertidumbre.
El ejemplo es que la mayoría de la gente considera más factible ser devorados por un tiburón en una playa que morir en esa misma playa tras caer en un hoyo, pese a que lo segundo es más probable. ¿Por qué? Porque los ataques de escualos llegan fácilmente a los telediarios y fascinan a la opinión pública, mientras que el infeliz que tropieza y cae en un hueco apenas recibe un breve chistoso en la prensa local. Y nunca le harán una película.
Si además preguntáramos, ¿quién es más probable que resulte atacado por un tiburón? a) un campeón mundial de surf o b) un granjero. La mayoría optaríamos por el primer escenario, porque a nuestro cerebro le “encaja” mejor esa historia. Pero estadísticamente —un puñado de deportistas de élite vs. millones de agricultores— es más factible lo segundo.
Este tipo de sesgos sirven para demostrar que somos bastante malos calculando probabilidades a ojo, que nos dejamos influir por aquello que nos es más familiar y actuamos basándonos en recuerdos recientes, estereotipos e intuiciones, incluso haciendo caso omiso de datos que conocemos.
“Los seres humanos percibimos mucho mejor por casos anecdóticos —'mi vecino se ha infectado'— que por cálculos matemáticos. Por ello, hasta que no hemos empezado a ver que gente a nuestro alrededor [incluyendo famosos] se han infectado, creemos que ‘a nosotros no nos va a tocar’. Por el contrario, cuando empezamos a ver casos cercanos, sobrerreaccionamos”, destaca Rey Biel, quien escribió un artículo al respecto en el blog 'Nada es Gratis'.
Ahora, combinemos esto con una cobertura mediática planetaria 24/7 replicada hasta la saciedad en las variadas redes sociales de un mundo hiperconectado. La sobreexposición a noticias del Covid-19 ha reventado nuestra ya de por sí limitada habilidad para hacer predicciones estadísticas, por lo que las escenas en bucle de estantes vacíos en los supermercados de las antípodas se convierten en “la” realidad.
Bienvenidos a la cámara de eco de la epidemia.
Coronavirus, virus, irus, irus...
Si eres uno de los que se han lanzado a comprar papel como si (literalmente) no hubiera mañana, no estás loco. Eres la viva imagen de una dicotomía que habla mucho de esta crisis: tu comportamiento individual es racional, pero eres parte de un colectivo irracional. Estás bajo los efectos de una avalancha de información en la que se entremezclan realidades, bulos y exageraciones. La conversación sobre el coronavirus en redes se aceleró dramáticamente. Hasta mediados de marzo, el tema acumulaba cinco millones de menciones en los últimos 90 días en nuestro país y dos millones se produjeron en la semana, según datos de la consultora especializada en liderazgo Thinking Heads.
En esa bóveda de resonancia, la llamada para imitar al rebaño es poderosa. Está inscrita en nuestro ADN como milenario mecanismo de supervivencia. Los depredadores siempre atacan a la gacela solitaria, no al grupo unido. Las fotos de apartamentos apertrechados de paquetes de papel, las imágenes de los supermercados abarrotados, hasta los 'memes' te van conformando una nueva visión del problema. El miedo te impide ver las consecuencias negativas de las compras compulsivas.
Desde las más dramáticas, como esta enfermera británica de cuidados intensivos rogando a la gente al borde de las lágrimas que “paren de una vez” después de encontrar las estanterías vacías al acabar un turno de 48 horas. A las más prosaicas, como el incremento indiscriminado en los precios del papel higiénico en los países afectados por la crisis. Según la consultora Euromonitor, nuestro país registró una subida del 400% en el precio del papel higiénico, la mayor de los principales mercados impactados por el Covid-19 analizados por el estudio —incluyendo China, Estados Unidos y Alemania—.
Del Mercadona a Wall Street
Esta capacidad para autosabotearse no es exclusiva del consumidor. La misma lógica que vació los supermercados de medio mundo está detrás de los desplomes masivos de los mercados bursátiles —que han caído más en dos semanas de Covid-19 que entre septiembre y diciembre de 2008, los meses críticos de la crisis financiera—. Tanto en el Mercadona de la esquina como en Wall Street, usuarios e inversores han optado por valores seguros ante la incertidumbre: bonos alemanes, estadounidenses y japoneses —en un caso—, papel higiénico, pasta y leche —en el otro—.
“Una forma de comprender mejor estos movimientos es pensar en el pánico por el papel higiénico: al igual que los consumidores se abastecen de bienes esenciales, los inversores toman todo el efectivo que pueden por todos los medios. Los bonos son más fáciles de vender que otros instrumentos financieros. Así que se están vendiendo todo tipo de activos, no importa su estatus como valores refugio”, resumía la columnista Gillian Tett en las páginas del 'Financial Times' esta semana.
Esto genera una poderosa reacción en cadena que se contagia desde los mercados a la economía real. La compra masiva de deuda soberana de bajo riesgo a corto plazo está secando los otros mercados y eso amenaza con afectar al crédito. Si la liquidez que están inyectando los bancos centrales no llega a estos mercados, colapsarán y podrían hacer la crisis mucho más intensa.
“Esto es como cuando viene una helada y el agua que queda en los radiadores se congela, reventando las cañerías. Cuando se va el frío, le das al grifo y no sale agua. Igual pasa en el sistema financiero: los bancos centrales metes liquidez arriba, en el embalse, pero para que el agua llegue hasta tu ducha necesitas que funcione la canalización”, ilustra José Carlos Díez, director de la cátedra de Realidad Financiera Thinking Heads de la Universidad de Alcalá de Henares.
En España hay más de 300.000 millones de euros en facturas por cobrar (un 30% del PIB), en su mayoría de pymes. Y si estas empresas no pueden cobrar, no pagarán a sus proveedores y, a su vez, los proveedores no pagarán a sus empleados. Y si el empleado no cobra, no consume, resume el experto. En resumen: vamos directos a una crisis de confianza si no se toman las previsiones necesarias.
“Esto también es una crisis de relato y el propio relato nos va a dificultar salir de la crisis”, apunta Díez. El economista avisa de que algunos gobiernos quieren presentar la crisis como un bache económico —que ejemplifican como una recuperación en V— cuando, en realidad, nadie sabe con precisión cuándo se superará la emergencia, ni sus consecuencias finales.
“Esta es una situación sin precedentes, afecta prácticamente al 100% del PIB mundial y es de proporciones desconocidas. Los últimos datos de paro en Estados Unidos ya son los peores desde 1967 y en España la cifra que se publicará en abril va a ser desproporcionado. La gente se va a asustar. Por eso es contraproducente que los gobiernos manden mensajes en los que la sociedad no confía. Los gobiernos deben ahorrar credibilidad porque la van a necesitar”, avisa.
La paradoja de la falsa seguridad
Y esto nos devuelve a las compras histéricas de rollos de papel higiénico. Porque este pánico también ilustra una confianza maltrecha en las autoridades. Durante semanas, el Gobierno y las administraciones minimizaron el potencial impacto de la epidemia que surgió en Wuhan y rápidamente saltó a otros países asiáticos. Al no ser un evento poco familiar, le asignaron una probabilidad baja y la encorsetaron en el estereotipo de “es solo una gripe”.
Cuando los casos comenzaron a multiplicarse en España y la gente despertó de golpe al riesgo de la epidemia, la sensación de que las autoridades habían patinado incrementó la sensación de vértigo. El público compensó sobrerreaccionando —cada cual a su propia percepción del riesgo: algunos apilaron alcohol; otros, vitaminas—. La gente necesitaba prepararse rápidamente —apenas 24 horas— y su única salida fue ir al súper y arrasar con todo. Muchos, con la cuarentena extendida otros 15 días, todavía verán con satisfacción su tesoro de celulosa apretujado en la terraza de la cocina.
¿Significa esto que vamos a estar toda la cuarentena acumulando víveres y papel? Al contrario. Como explica Miguel Ángel Liébana, experto en ingeniería social de la Universidad de Granada, las compras compulsivas se produjeron de forma exponencial debido a que percibimos estos fenómenos como una escala numérica y objetiva, sino de una forma logarítmica y subjetiva. La preocupación no va a aumentar con el número de casos, sino que se mantendrá y luego decaerá.
“La histeria se irá reduciendo según la percepción del peligro disminuya. Esto nos deja frente a la paradoja de los medios de seguridad: cuando creemos que estamos más seguros, tendemos a tener conductas de riesgo. Por ejemplo, un individuo con mascarilla puede atreverse a ir en metro, algo que a lo mejor no habría hecho sin mascarilla”, advierte Liébana en una entrevista con El Confidencial. “Conforme vayan pasando los días y el número casos se vaya reduciendo, la gente irá perdiéndole el respeto al virus y empezará a tomar conductas cada vez más inapropiadas”.
Así que, irónicamente, la normalización del suministro de papel higiénico en los supermercados podría convertirse en una señal de que nos hemos acostumbrado a la situación. La hemos normalizado e incorporado en nuestras vidas. Y ahí es cuando debemos comenzar de nuevo a preocuparnos.
AUTOR
ENRIQUE ANDRÉS PRETEL 24/03/2020
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