Operadores del mercado de deuda. EFE
Dado que los niveles de deuda ya están en máximos históricos, el coronavirus plantea el riesgo de provocar una crisis crediticia en un entorno de tipos de interés muy bajos o negativos.
La conmoción que el coronavirus ha provocado en los mercados de todo el mundo ha coincidido con un gran aumento de la deuda mundial. Según el Instituto de Finanzas Internacionales, la ratio deuda mundial/PIB alcanzó un máximo histórico de más del 322% en el tercer trimestre de 2019 y la deuda total ascendía en esa fecha a casi 253 billones de dólares (225 billones de euros). Si el virus continúa propagándose, cualquier fragilidad en el sistema financiero podría desencadenar una nueva crisis de la deuda.
A corto plazo, el comportamiento de los mercados de crédito será clave. A pesar de la disminución de las rentabilidades de los bonos y de los costes de los préstamos, las condiciones financieras se han endurecido para las empresas más débiles, y les resulta más difícil acceder a los mercados de deuda. Y tras la rebaja de 50 puntos básicos de los tipos de interés aplicada por la Reserva Federal de EEUU, si los bancos estadounidenses restringen los créditos porque son menos rentables, podría aumentar la presión sobre las empresas.
Esto es especialmente importante, ya que gran parte de la deuda acumulada desde la crisis financiera mundial de 2007-2008 se ha generado en el sector empresarial no bancario, que debido a la reducción del crecimiento mundial tiene menores ingresos y mayores dificultades para pagar su deuda. De hecho, el coronavirus plantea la insólita perspectiva de una reducción del crédito en un entorno de tipos de interés muy bajos o negativos.
Los políticos de los países desarrollados están dispuestos a tomar medidas fiscales y monetarias para mitigar los problemas causados por el virus. Sin embargo, esto conlleva el riesgo a largo plazo de que se afiance la política monetaria que contribuyó a la crisis financiera anterior, y de agravar el exceso de deuda actual.
Los planes de expansión cuantitativa aplicados por los bancos centrales desde la crisis proporcionaron una gran red de seguridad al sistema bancario. La prolongación de esta política ha incrementado el gasto privado financiado por la deuda, pero los tipos de interés extraordinariamente bajos o negativos parecen ser cada vez menos eficaces para estimular la demanda.
Deuda corporativa
A diferencia de la crisis de 2007-2008, la mayor parte de la deuda del sector privado hoy en día no es de créditos inmobiliarios e hipotecarios, sino de créditos al sector empresarial. Según un reciente informe de la OCDE, a finales de diciembre de 2019 la cantidad mundial de deuda pendiente de pago de empresas no financieras alcanzó un máximo histórico de 13,5 billones de dólares, el doble en términos reales que en diciembre de 2008. Y la Fed estima que la deuda corporativa en EEUU aumentó de 3,3 billones de dólares antes de la crisis financiera a 6,5 billones el año pasado.
Dado que Alphabet, Apple, Facebook y Microsoft tenían en total 328.000 millones de dólares en efectivo a finales del año pasado, gran parte de la deuda se concentra en los sectores de la vieja economía. Este cambio en el tipo de endeudamiento de las empresas es en cierto sentido menos peligroso para el sistema financiero que el anterior aumento de los créditos hipotecarios de alto riesgo, porque los bancos no están tan expuestos a la deuda corporativa como las compañías de seguros, los fondos de pensiones, los fondos de inversión y los fondos cotizados. Pero a pesar de esto, los bancos se verían afectados si bajara la confianza de los inversores o subieran los tipos de interés, ya que aumentarían los impagos de los créditos bancarios. Y aunque se solucionara el problema del coronavirus, los inversores seguirían buscando altas rentabilidades sin importarles los riesgos.
El informe de la OCDE señala que, en comparación con los ciclos crediticios anteriores, la deuda empresarial actual tiene una calidad más baja, vencimientos más largos y es más vulnerable a los cambios en los tipos de interés y, por consiguiente, a los cambios en la política monetaria. El deterioro de la calidad de los bonos se ha producido sobre todo en el mercado mundial de créditos apalancados de 1,3 billones de dólares préstamos a empresas muy endeudadas o con una calificación crediticia baja). Las emisiones en este sector alcanzaron una cifra récord de 788.000 millones de dólares en 2017 (564.000 millones en EEUU), más que el máximo de 762.000 millones registrado antes de la crisis.
Otmar Issing, ex economista jefe del Banco Central Europeo, declara que los bajos tipos de interés también pueden tener consecuencias negativas, ya que ayudan a sobrevivir a entidades y empresas zombis improductivas que no pueden pagar los intereses. Según el último informe del FMI sobre la estabilidad financiera mundial, una recesión la mitad de intensa que la de 2009 provocaría que empresas con un total de 19 billones de dólares de deuda viva no la pudieran pagar.
Es probable que esta enorme acumulación de deuda corporativa de calidad cada vez más deficiente exacerbe la próxima recesión. La política monetaria ultralaxa de los bancos centrales también ha fomentado la autocomplacencia, que fomenta las crisis financieras. Los bancos centrales podrían causar una crisis si subieran los tipos de interés antes de lo que la mayoría espera.
Financiación del déficit
Hay cada vez más personas a favor de que los bancos centrales financien directamente los déficits gubernamentales, como ocurre ahora en Japón. Este tipo de financiación hace que la inflación suba, y aunque sus defensores sostienen que los riesgos pueden contenerse si la financiación la controlan bancos centrales independientes, la independencia de los bancos centrales se ha visto cada vez más amenazada desde la crisis.
Por otra parte, debido a la disminución de la población activa en relación a los jubilados y a que el ahorro en general ha bajado porque las personas mayores ahorran menos, es casi inevitable que los tipos de interés reales suban.
Otras dos cuestiones importantes relacionadas con la acumulación de la deuda son si la respuesta de las autoridades monetarias a la crisis financiera fue suficiente para evitar otra crisis sistémica y si el aumento de los requisitos de capital de los bancos constituirá un colchón suficiente frente a las pérdidas resultantes de no valorar bien el riesgo.
Es imposible predecir cuál será el desencadenante de una nueva crisis financiera o cuándo se producirá. No obstante, es improbable que sea inminente, a pesar del coronavirus. Pero la acumulación insostenible de la deuda del sector público y de las empresas no financieras pone de manifiesto que existen vulnerabilidades importantes, sobre todo en China y otros mercados emergentes, pero también en EEUU y Reino Unido. Y el sistema bancario de Europa Continental es más débil que el de EEUU.
En este contexto, la conclusión es lo que señaló el economista estadounidense Herb Stein: si algo no puede durar para siempre, acabará. Cuando el coronavirus desaparezca empezarán los problemas sistémicos.
JOHN PLENDER | FT
9 MAR. 2020 - 00:09
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