EFE
Como en El efecto mariposa, cuando China estornudó con el coronavirus, en Europa nos percatamos de que las consecuencias serían más graves de lo que nadie había imaginado al ir delegando la producción al gigante asiático durante décadas.
Es una opinión impopular, pero a ello se refería torpemente Donald Trump cuando inició la guerra comercial. Ahora lo fácil es llevarse las manos a la cabeza y pensar cómo retrocedemos mientras generamos un sentimiento xenófobo contra todo lo que venga de allí, pero no es tan fácil.
Plantearse reindustrializar un continente que hemos ido desmantelando para dejar paso a los servicios y el turismo, como parque temático del resto del mundo, se antoja misión imposible. Entre otras circunstancias porque nosotros, los europeos, no estamos dispuestos a competir en las mismas condiciones que los chinos para lograr ese liderazgo. Si China ha llegado hasta donde está es por la economía dirigida estatal, el comunismo, que implica la dictadura. El ejemplo lo hemos visto precisamente con el coronavirus y una ciudad entera en toque de queda. ¿Lo aceptaríamos aquí?
Es tarde para recuperar nuestras fábricas y llevaría demasiado tiempo lograrlo. Además, no compartimos la mentalidad oriental, paciencia que no se mide en años sino en eras, ni la imposición del Comité Central para ello. Donde sí podemos hacer hincapié y trabajar para recuperar el liderazgo es en modificar el modelo de consumo, que es la madre de todos los capitalismos.
Hoy nos encontramos ante una emergencia sanitaria que nos ha hecho olvidar por unos días otra urgencia, la climática. Y en ella sí que es determinante el papel de la producción deslocalizada. Es ahí donde debemos fijarnos en las medidas de futuro que debemos y podemos adoptar.
China es el país más contaminante del mundo, responsable del aumento del 2% de los gases de efecto invernadero en 2018, según Capgemini. Entre otros motivos, por fabricar lo que ya no se fabrica en otros países, sin olvidar, claro está, el propio consumo interno; y también porque hemos aceptado rebajar nuestras exigencias medioambientales cuando les compramos a ellos.
Asimismo ocurre con otro nivel de exigencia, el social, pues miramos para otro lado cuando compramos a proveedores que no respetan los derechos laborales de nuestras empresas. Los JJOO de Pekín dejaron patente que a Occidente le es indiferente que allí no se respeten los Derechos Humanos mientras 'paguen' la fiesta. Así que cuando nos planteamos ahora el coste de producir allí cuando dejan de hacerlo unos días y nos falla el stock, habría que preguntarse por qué ayer no nos preocupaba el coste para el Estado del Bienestar.
Como no nos inquietaba la huella de carbono que produce fabricar empleando carbón -China aumentó las extracciones un 6% en 2018- y transportar hasta nuestras ciudades todo lo que allí se produce; o que su nivel de precios, y por tanto salarial, promueva el sistema low cost y el hiperconsumismo que tan perjudicial es para el medio ambiente.
Lecciones a aprender
De esta crisis deberíamos aprender algo más que a teletrabajar. Deberemos utilizar las enseñanzas para potenciar la economía circular, que evite la sobreproducción y derroche de materias primas; incentivar el kilómetro cero, que reduce la huella de carbono y crea tejido social y económico local; aprender a preguntar por las condiciones laborarles y de producción y cómo repercute en lo que Davos denominó Stakeholders Capitalism, siendo conscientes de que aquello que no permitimos en nuestras empresas no debemos aceptarlo en otras, por muy barato que nos vendan algo. El capitalismo requiere crecimiento constante, pero es evidente que esa evolución puede producirse en los países más desarrollados que ya han cubierto sus necesidades básicas más allá de Maslow, en un proceso de búsqueda de la calidad en detrimento de la cantidad. Movimientos como el 'Slow Fashion' de la moda lo están impulsando. Comprar menos pero mejor. Comprar cosas que duren, aunque sean más caras. Precisamente porque duran más.
Y todo ese cambio de mentalidad en el consumidor repercute en que el empleo local, las pequeñas marcas, la artesanía, la industria limpia, la agricultura ecológica y otras tantas opciones de la 'economía real' nos dirijan a aquello que denominamos desarrollo sostenible.
JOSÉ CARLOS LEÓN
14 MAR. 2020 - 20:50
https://www.expansion.com/opinion/2020/03/14/5e6d2a53468aeba9288b45d9.html
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