Estar sin hacer nada es algo a lo que no estamos acostumbrados, pero el confinamiento ha enseñado a muchas personas a disfrutarlo (SeanShot / Getty Images/iStockphoto)
El aburrimiento a tiempo parcial puede mejorar la creatividad y la salud cerebral
Aunque el aburrimiento tiene mala prensa, sus efectos son beneficiosos si se toman en su justa medida. Dejar de ser productivo es algo a lo que no estamos habituados, pero la realidad de las últimas semanas, el confinamiento, ha puesto en bandeja esta práctica a muchas personas . Porque Il dolce far niente, como lo llaman los italianos, puede mejorar la creatividad e, incluso, la salud cerebral.
Disponer de tiempo “en blanco” fomenta el pensamiento, la reflexión y supone un impulso a la productividad y el ingenio. Así lo demostraba un estudio científico publicado en la revista Academy of Management. Sin embargo, la situación de no tener nada que hacer puede resultar incómoda o abrumadora, dependiendo del perfil de la persona. Estas son algunas reflexiones que justifican el aburrimiento comedido.
Sentirse mal ante la inactividad
Depende de la personalidad de cada cual, pero afrontar el tiempo libre puede resultar más duro que una agenda echando humo. “Es cierto que existe esa tendencia, pero no es una regla general ni la única modalidad de respuesta. El tipo de personalidad también determina el grado de adaptación frente a situaciones como la actual. El confinamiento limita mucho nuestro campo de acción y nos obliga a ser menos productivos”, explica José Antonio Portellano, psicólogo clínico y profesor de la Universidad de la Universidad Complutense.
Por ejemplo, aquellas personas muy competitivas, autocríticas y con una sensación de urgencia constante (personalidad de tipo A), suelen interpretar estos escenarios de forma negativa. Esto se debe a la carencia de objetivos o metas que cumplir. “Resaltan más los aspectos negativos que los positivos, lo que se traduce en un estado de tensión permanente”, añade el también neuropsicólogo.
A las personas muy competitivas y con sensación de urgencia constante les cuesta “no tener nada que hacer”
Quienes encontraban en el trabajo en exceso una excusa para esquivar ciertas realidades, también pueden expresar malestar ante el aburrimiento. “No solo la personalidad tipo A, sino también la adicción al trabajo condiciona negativamente la adaptación a las situaciones de menor actividad y con ausencia de actividades regladas”, añade. Algo que comparten quienes han recibido una educación rigorista y cuentan con un excesivo sentido del deber.
La presión social
Lo cierto es que vivir implica actividad. Incluso cuando dormimos existe una fase del sueño, el MOR (movimiento de ojos rápido), en la que el nivel de activación metabólica cerebral es tan intenso como en la vigilia. “Cuando estamos despiertos, cualquier situación –por muy pasiva que parezca– implica activación mental”, matiza Portellano. Lo que suele llevarse mal, por tanto, no es la falta de actividad sino la falta de productividad.
“Determinadas personas pueden experimentar con mayor facilidad sensaciones desagradables cuando no son productivos: ansiedad, aburrimiento, desazón…”, añade. Algo en parte motivado por la interpretación personal de los mensajes que recibimos desde la sociedad. “Puede que las recomendaciones se hayan entendido como obligaciones. Si me siento mal es porque me estoy juzgando desde la norma de lo correcto socialmente. Me puedo sentir fuera del sistema y con vacío interior, como una oveja negra en comparación con los demás”, analiza el psicólogo clínico Sergio García Soriano.
Lo bueno de no hacer nada
Quizá el confinamiento haya sido, a fuerza de prohibición, la oportunidad para entender que una baja productividad o el aburrimiento se pueden aprovechar. “No hacer nada es la antesala de la creatividad ; además está relacionado con la prevención de adicciones y puede evitar el desarrollo de trastornos de impulsividad. Aunque en el fondo “no hay no hacer nada”, no ser productivo o no tener objetivos es una manera de descansar necesaria”, indica García.
Pero para que funcione hay que convencerse de que este tipo de parones incluso mejoran el bienestar. “No hacer nada durante determinados periodos de tiempo puede ser saludable desde el punto de vista cerebral. Cuando desconectamos de las rutinas laborales se facilitan los mecanismos de reparación cerebral”, cuenta Portellano.
Es una forma de activar el sistema parasimpático, que predispone a la relajación. Esto contribuye también a mejorar la capacidad de atención sostenida y la productividad al retomar las obligaciones o la actividad cotidiana.
¿Cuánto tiempo de ‘aburrimiento’ es bueno?
No se trata tampoco de copiar el modelo nini y pasarse el día tirado en el sofá. Se trata, simplemente, de disfrutar si se dispone de un rato para no hacer nada. “Lo que recomendamos en psicoterapia es que se acote el no hacer nada. Es decir, la higiene, las hora de ingesta, los compromisos que a uno le permiten tener las necesidades básicas cubiertas son necesarios e innegociables. Pero si es alguna tarde, alguna mañana, los findes de semana o durante la cuarentena, pues también es saludable” no fijarse obligaciones, recomienda García. Esto podría leerse como una de las bases del movimiento slow. La vida lenta, tranquila y absolutamente opuesta a la urgencia que ha tomado el sistema capitalista.
También existe una versión para quienes disponen de poco o nada de tiempo para aburrirse debido a las cargas laborales o familiares. “Sería muy aconsejable dedicar varios periodos de tiempo al día para hacer un vaciado mental. Emplear intervalos de 4 ó 5 minutos para “no hacer nada” puede tener efectos reparadores para el cerebro”, aconseja Portellano.
A disfrutar del aburrimiento se aprende
Para disfrutar y permitirse el aburrimiento existe una premisa básica: Aprender a desculpabilizarse. “Enseñarnos a no hacer nada tiene que ver con “dejarnos en paz”, quitarnos todos los “debería” de la mente para continuar nuestro camino. Es aprender a calmarnos y evitar la inercia de la actualidad o de los postulados sociales. Para algunas personas “no hacer nada” es el súmmum de la actividad, ya que requiere poner coto a una serie de ideas sobre nosotros mismos y sobre lo que tendríamos que hacer”, expone García.
A quienes les cuesta aceptar los espacios en blanco pueden probar con otra perspectiva. “Lo fundamental es poner en valor que es un proceso saludable en dosis moderadas, si puedo pensarlo así podré integrarlo”, continúa.
Sin culpa
“Enseñarnos a no hacer nada tiene que ver con dejarnos en paz, quitarnos todos los ‘debería’ de la mente”
Una vez que se han hecho las paces con el aburrimiento, se puede entrenar como cualquier otra rutina. “Es necesario perseverar en la utilización de momentos de inactividad, hasta consolidar el hábito. Se trata de una cuestión de entrenamiento y práctica progresiva. Si logramos integrar los momentos de desconexión junto con el resto de la actividad diaria, mejorará nuestro estado de bienestar”, indica el neuropsicólogo.
Según comparte, durante los momentos de inactividad se activa más la serendipia, un hallazgo afortunado o un descubrimiento valioso que se produce de modo casual, fortuito, cuando se está buscando otra cosa distinta. “En la historia de la ciencia o en la creación artística hay numerosos ejemplos de serendipia, como el descubrimiento casual de la penicilina por Alexander Fleming”, concluye.
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