Jacinda Stardust, la ilustración que creó Todd Atticus en un café de Madrid, ha dado la vuelta al mundo: serigrafiada en camisetas, en pósters y hasta impresa en diarios y portadas de libros que analizan el fenómeno Jacinda. FOTO: TODD ATTICUS
Las medidas progresistas de la primera ministra revolucionan la red. ¿Qué ha pasado para que ya no fantaseemos (tanto) con la utopía escandinava?
Durante años vivimos suspirando por la utopía escandinava. Queríamos ser madres en Finlandia. Soñábamos con nuestros hijos acudiendo a guarderías a 50 euros al mes, con tener educación pública hasta el doctorado y trabajar no más de ocho horas diarias (pero de verdad). En Helsinki, si pierdes la cartera, que alguien te encontrará y te la devolverá. ¡Pero si tenían hasta una palabra para la gloria (precoronavírica) de quedarse en casa, sola y en bragas (kalsarikänni)! ¡Y una sauna cada dos habitantes! ¿Quién no querría vivir en ese país honrado que había encontrado la fórmula de la felicidad? La cosa es que desde hace unos meses, los utópicos progresistas ya no suspiran por Finlandia. Ahora le hacen ojitos a Jacinda Adern, el nuevo icono de la utopía social. Todos sueñan con mudarse a Nueva Zelanda. Basta con echar un vistazo a las redes cada vez que Ardern propone una medida social y tomar la temperatura del asunto para hacerse una idea:
«Te amo. ¿Qué tengo que hacer para vivir allí?», «¿Cómo hacemos para que sea la presidenta de todo el planeta?», «¿Cómo no amarla?», «¡Quiero una presidenta como ella!», «Jacinda lo hizo de nuevo», «Yo quiero ir a Nueva Zelanda», «Yo me apunto», «Nueva Zelanda es todo lo que está bien» o «Llévenme pa’ allaaa» son solo algunos de los entusiastas retuits con comentario que se prodigaron cuando El País tuiteó la última propuesta de Ardern: establecer una semana laboral de cuatro días para reactivar la economía tras el impacto del coronavirus y así poder impulsar el turismo mientras se ayuda a los ciudadanos puedan conciliar.
Desde que se convirtió en primera ministra de Nueva Zelanda a sus 37 años en 2017, Jacinda Ardern, tercera mujer en formar gobierno en su país y la dirigente más joven desde 1856, se ha convertido en un icono político pop de la izquierda global. Especialmente entre los que transitan por la burbuja del Internet progresista: son aquellos que aplaudieron su gesto de callar los machistas cuando le preguntaron que por qué no era madre (ya lo ha sido) o los que la defendieron frente a una campaña de desprestigio por parte de la derecha (#TurnAdern).
Siguiendo la estela de otra política pop, Alexandria Ocasio Cortez, Ardern hace un uso estrátegico de las redes y no teme a conectarse desde su Instagram en directo en chándal y charlar con sus seguidores sobre la crisis del coronavirus. También cuenta con ayuda externa: la cuenta de Facebook @NZLPMemes, sin supuesto origen político, aglutina una comunidad de más de 4o.000 seguidores para aplaudir y viralizar los memes de las propuestas de Jacinda. Todos la quieren. Hasta el punto de estampar (y agotar) las camisetas con su cara. Una búsqueda en Google indicará que existen 119.000 resultados al teclear ‘Jacinda merchandise’ en el buscador. Existen bordados a la venta que se preguntan WWJD: ¿What would Jacinda Ardern do? (¿Qué haría Jacinda Ardern?) a 35 euros, camisetas del «Team Jacinda» (Equipo Jacinda) a 42 euros, mascarillas repletas de mini Jacindas a 9 euros, ilustraciones en las que toma la forma de la princesa Leia, de Wonder Woman y hasta Rosie la Remachadora.
La iconografía feminista se alía, también, con la veneración pop: la ilustración de Jacinda Stardust resiginificando la portada de Bowie que ideó la madre Phoebe Philo para la portada de Aladdin Sane es una de las más populares y reproducidas. La ideó el artista Todd Atticus en un café de Madrid en apenas dos horas, después de que su principal rival en la campaña, Bill English, tratará de menospreciarla en un debate telisivo diciendo: “Ahora que el stardust [polvo de estrellas] se ha asentado, podremos ver la debilidad de sus propuestas”. Como pasó con el «Nevertheless she persisted» («Sin embargo, insistió») contra Elizabeth Warren, la descalificación se transformó en lema viral a su favor. Tres años después de aquella frase, su fama y la veneración por su país no ha bajado ni un ápice.
¿Por qué Internet quiere mudarse a Nueva Zelanda?
¿Qué tiene un pequeño país del suroeste del Pacífico con menos de cinco millones de habitantes para que todos lo idealizen ahora? Una líder carismática que apuesta por las políticas sociales. Ardern ha sido una de las mujeres que se sumó a la lista de lideresas que han probado una eficaz gestión sociosanitaria frente al coronavirus –aprobó una ley de bajo el lema «Dale duro y dale pronto«, consiguió aplanar la curva en apenas tres semanas (con 21 fallecidos a fecha de hoy)–. Aunque son los programas, las pautas de acción y la ideología los que definen los resultados y el género no es exclusivo a la validez de una política, Ardern ha probado que Nueva Zelanda es un país apetecible para vivir.
Ardern abrió el camino a una política aglutinadora cuando dijo aquello «Ellos son nosotros» y supo gestionar una crisis de un ataque terrorista del supremacismo blanco contra mezquitas cubriéndose con un hiyab y abrazando a los familiares de las víctimas en un acto público: «No fue debilidad lo que mostró Jacinda Ardern: exhibió, por contra, una fortaleza inusual en la clase política dirigente, reconociendo la vulnerabilidad como el punto de referencia para pensar la política desde otro lugar«, escribió a propósito del gesto Máriam Martínez-Bascuñán.
También dijo que su país estaba «en el lado correcto de la historia» en la lucha contra el cambio climático cuando aprobó la histórica ley del carbono cero y se ha comprometido a eliminar las emisiones del gas de efecto invernadero para el año 2050, como exige el Acuerdo de París.
Su gobierno de coalición ha aprobado uno de los paquetes sociales más aplaudidos contra la epidemia de la ansiedad y frente a los elevados índices de violencia de género detectados al llegar al cargo (está en las peores posiciones de la OCDE). Ha invertido unos mil millones de euros en total, pero una buena parte se destinará al denominado «centro perdido»: para aquellos neozelandeses que sufren de ansiedad leve a moderada y trastornos depresivos, los que están en un punto intermedio, y que no requieren de hospitalización pero cuyo malestar afecta significativamente a su calidad de vida. También ha anunciado que invertirá 178 millones en políticas contra la violencia de género, entre las que se incluye una red de refugios para maltratadas, asistencia a las mujeres maorís y cursos educativos para abogados.
Ha anunciado un recorte del 20% de los sueldos de los ejecutivos públicos y los ministros, y, por supuesto, de ella misma, por la crisis del coronavirus.
Y ha vuelto a hacer historia al proponer establecer una semana laboral de cuatro días para reactivar la economía tras el impacto del coronavirus. «He oído a muchas personas decir que deberíamos tener una semana laboral de cuatro días. Es un acuerdo que deben tomar entre empleador y empleado. Pero hemos aprendido mucho durante (la epidemia) de covid-19, la flexibilidad de las personas que trabajan desde casa y la productividad que se puede sacar de eso». ¿Quién le tomará el testigo? Mientras tanto, Internet seguirá soñando con mudarse a Nueva Zelanda.
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