Paseantes con mascarillas por las calles de Nueva York. Foto: EFE
Los tiempos de confinamiento lo han cambiado casi todo, hasta la expresión política. De pronto hemos pasado de encadenar continuas convocatorias electorales a que las ventanas y balcones se conviertan en escaparates de ideologías enfrentadas.
Unos aplauden, otros aporrean cacerolas y muchos acuden a sus móviles para saber qué piden o contra quién protestan los de cada franja horaria. Una de las pocas cosas que apenas permanecen invariables es la capacidad de nuestra sociedad para dividirse en la administración de responsabilidades y culpas.
Es difícil calcular el impacto político de la gestión de la crisis. Es cierto que hay liderazgos que se están viendo favorecidos, fundamentalmente por evitar la confrontación y centrarse en la gestión. Del mismo modo, están envejeciendo mal quienes despreciaban el impacto de la crisis en sus inicios. Pero en un clima tan enfangado e imprevisible resulta complicado pronosticar cómo sobrevivirán a la pandemia los principales líderes políticos, sobre todo porque ni siquiera somos capaces todavía de adivinar el final de la pandemia.
Lo que sí parece probable es que cuando todo esto acabe, en la forma y tiempo que sea, habrá ciertos postulados ideológicos mejor parados que otros. A bote pronto, podría decirse que la perspectiva social del Estado del bienestar y el proteccionismo económico ganan la partida a las tesis más liberales y a las visiones globalizadoras.
Empezando por el teórico bando ganador, el coronavirus podría suponer una pequeña resurrección para la protección social. La puesta en valor de la sanidad pública emerge como una de las pocas visiones compartidas entre bandos ideológicos enfrentados.
Más delicada es la crítica a las privatizaciones y recortes del pasado, medidas defendidas por unos y criticadas por otros. Los primeros esgrimen la necesidad de afrontar los efectos de la pasada crisis económica mientras los segundos ven incompatible el aplauso a los sanitarios con secundar que se recorten recursos.
Otra visión reforzada por la crisis es la del proteccionismo económico, esgrimido por ejemplo por el presidente estadounidense. Su propuesta electoral de devolver la fabricación industrial a su país como medida para combatir el desempleo pudo parecer en su momento una salida de tono más vinculada con el nacionalismo que con la economía, pero también puede acabar por convertirse en un nuevo credo internacional.
No en vano, en tiempos de bloqueo fronterizo las grandes damnificadas serán aquellas empresas cuya producción y recursos estuvieran externalizados -que, a efectos prácticos, son casi todas-. El hecho de que el origen del virus se diera en China, donde muchas grandes multinacionales fabrican sus productos, podría incluso agudizar la tendencia.
La que fuera la tierra prometida de la externalización productiva gracias a sus precios bajos y laxas regulaciones laborales puede empezar a convertirse en un terreno maldito. De ser así, los efectos en la que ya es la principal economía mundial tendrían consecuencias difíciles de predecir.
La globalización, ¿gran víctima?
Siguiendo esa misma línea se llega al terreno de los grandes perdedores de la crisis. La principal víctima de ese proteccionismo económico podría ser la globalización, no tanto como fenómeno cultural, sino como una cuestión sociopolítica y económica.
Baste, además del ejemplo anterior, el ahondamiento de las grietas que ya existían. La UE, en su enésimo capítulo de tensiones internas, ha vuelto a dar muestras de una enorme división norte-sur en lo económico al tiempo que ha mostrado una flagrante incapacidad de articular soluciones comunes. Los países, una vez más, han sido los vertebradores de las acciones.
La pregunta central del argumentario euroescéptico, por tanto, vuelve a cobrar valor: de qué sirve una unión que ya no es irrompible, no articula, no es solidaria y que ante una crisis global es menos efectiva que los Ejecutivos de cada miembro. La facilidad con la que se volvieron a imponer los controles fronterizos dan buena muestra de lo que podría llegar a pasar si la situación se dilatara en el tiempo.
¿Caída de las tesis más liberales?
Por último, y a la espera de cómo evolucione la situación en países en los que los sistemas de protección social no son tan sólidos como el nuestro, las tesis más liberales pueden empezar a perder el apoyo que ganaron en las últimas décadas. Las deficiencias y desequilibrios estructurales de los sistemas sanitarios pueden acabar por llevar los índices de fallecidos a cifras dramáticas, sobre todo entre quienes no pueden costearse coberturas sanitarias mínimamente decentes.
Las cifras de fallecidos en EEUU o Reino Unido ya han superado y terminarán pulverizando los registros españoles. Muchos motivos podrían explicarlo -empezando por el poblacional y siguiendo por la mala gestión de sus líderes-, pero también podría hacer emerger un debate hasta ahora inédito en su cultura política: la necesidad de replantear el papel del Estado en la protección social y el sistema sanitario.
Sea como sea, parece que la sociedad que quedará tras esta tormenta será muy distinta a la actual. O eso, o repetirá los mismos errores con sus mismos postulados. Tampoco sería de extrañar que ni siquiera una crisis así sirviera para remendar las costuras del sistema.
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