Una mujer se lleva las manos a la cabeza ante la destrucción provocada por un tornado en Kentucky. (Reuters/Sam Upshaw Jr.)
La serie de catástrofes naturales que vive Estados Unidos está obligando a los votantes más conservadores a repensar sus posturas climáticas y el Partido Republicano reacciona
Siempre se dice que no hay fuerza humana capaz de sanar las heridas políticas de Estados Unidos, un país en el que cualquier asunto, por muy fundamental que sea, desde la campaña de vacunación en medio de una pandemia a las reglas del proceso electoral, cae presa de la polarización y el tribalismo. Pero ¿y si la naturaleza está finalmente logrando, aunque sea por las malas, una tentativa de consenso? La serie de catástrofes que descienden últimamente sobre los norteamericanos, la última de ellas una cuarentena de tornados que dejaron, fuera de temporada, decenas de muertos y 400 kilómetros de destrozos en seis estados, parece comenzar a despertar entre los escépticos republicanos una mayor conciencia climática.
“Esta año ha sido un poco el punto de inflexión”, dijo al portal Politico John Curtis, congresista republicano de Utah y líder del Caucus Climático Conservador, un grupo parlamentario que propone medidas ecológicos más afines al libre mercado. “Estoy encontrándome con que más votantes están dispuestos a hablar de ello de manera diferente”, añadió, refiriéndose a los desafíos del cambio climático.
Hay dos factores que podrían estimular este lento, progresivo, aparente cambio de actitud de los votantes republicanos hacia el cambio climático. El primer factor es que los mismos votantes que dieron su confianza a Donald Trump, un presidente que se mofaba de quienes relacionaban la actividad humana y el calentamiento del planeta, que salió del Acuerdo de París y que trabajó duro para liberar de ataduras a las industrias energéticas, están viendo muy de cerca, a veces en sus casas y trabajos, la furia de los elementos. Las catástrofes naturales más devastadoras de los últimos dos años han tendido a azotar, especialmente, a estados republicanos.
El pasado enero, un golpe de frío ártico bajó las temperaturas de Texas hasta los 20 grados bajo cero. Miles de tuberías reventaron, la congelación de varias centrales eléctricas dejó sin luz a nueve millones de habitantes y productos básicos como la carne, los lácteos o el agua desaparecieron en pocas horas de las tiendas.
Según el Centro Nacional de Datos de Nieve y Hielo de EEUU, estas olas de frío se producen, paradójicamente, debido al calentamiento global. El vórtice polar es una corriente de aire que, girando en dirección opuesta a las agujas del reloj, contiene los vientos helados en el norte. Cuando esa zona se calienta, el vórtice se debilita y envía sus vientos hacia el sur, llegando a congelar regiones tradicionalmente caldeadas. Texas padeció, en otras palabras, su propia tormenta Filomena.
Los granjeros de estados rurales como Colorado o Utah, por otra parte, sufren el impacto de la sequía y los incendios. En Denver no nieva, pero sí en Hawái, y el conservador gobernador de Utah, Spencer Cox, pidió a sus conciudadanos el pasado verano que rezaran para invocar unas gotas de lluvia durante la peor sequía desde 1956. Además de encomendarse al cielo, Cox aprobó emplear 280 millones de dólares para modernizar las infraestructuras hídricas y hacerlas más eficientes. También dio pequeños consejos a empresas y particulares para no derrochar agua, como si, de repente, su piadoso estado se hubiera convertido en la estatalista California.
Mientras, porciones enteras de la republicana Florida notan en sus carnes el aumento del nivel de las aguas. El 26% de las viviendas de EEUU en peligro de que se las trague el mar está en Miami, donde, cada vez que sube la marea, se inundan los barrios de su flanco sur. El agua salada traspasa el suelo poroso y aflora por las alcantarillas y los desagües de las duchas, obligando a las autoridades a elevar las viviendas y establecer estaciones de bombeo.
El segundo factor es que las nuevas generaciones republicanas muestran una mayor preocupación hacia el cambio climático. Una encuesta del Pew Research Center recogía el año pasado que los conservadores entre 18 y 39 años eran más proclives a identificar los efectos del calentamiento global en sus vidas, respaldar restricciones energéticas por parte del Gobierno y hacer más para proteger el medio ambiente.
Algunos líderes conservadores jóvenes, como Benji Backer o Kiera O’Brien, han fundado sus organizaciones ecologistas y libran campañas para concienciar a sus correligionarios más mayores. Sus propuestas climáticas, naturalmente, son conservadoras: tienden a rechazar los impuestos recogidos en planes demócratas como el Green New Deal y favorecen, en cambio, medidas como incentivos fiscales o contextos favorables a la inversión e innovación tecnológica.
Pero John Curtis y los otros 55 miembros del Caucus Climático Conservador tienen un problema: sus posturas apenas ocupan un hueco en el debate nacional. Un tuit de la republicana extremista Marjorie Taylor Greene preguntándose por qué las muertes por cáncer no provocan restricciones y confinamientos tiene mucho más alcance mediático que cualquier intento de acercar posturas en materia de clima.
“En muchos sentidos, nuestro silencio ha sido interpretado como que no nos importa o negamos la ciencia. Y no voy a negar que algunos de mis colegas caen dentro de esa categoría, pero son muy pocos”, dijo Curtis. Los republicanos “han permitido que esa voz extremista poco menos que domine la narrativa”.
Y no es que al Viejo Gran Partido le falten referentes en las que inspirarse. Si ha habido un presidente con conciencia ambiental en Estados Unidos, al menos en el contexto de su época, ese ha sido Richard Nixon. El líder caído en desgracia por sus prácticas marrulleras resultó ser un visionario verde y un hombre de acción. Richard Nixon, como observó Stephen Hess, miembro del Brookings Institute, fue quien puso la plantilla de los actuales esfuerzos medioambientales estadounidenses.
En los cinco años y medio que ocupó la Casa Blanca, Nixon creó la Agencia de Protección Medioambiental y aprobó 14 leyes ecológicas de protección del aire y la naturaleza. Si a día de hoy los grandes proyectos de construcción están obligados a incluir en sus informes el impacto ecológico de los planes, es gracias a Nixon. Su mandato coincidió con el nacimiento del ecologismo contemporáneo en EEUU.
“La lucha contra la contaminación no es una búsqueda de villanos”, dijo el presidente conservador ante el Congreso, en 1970. “En su mayor parte, el daño hecho a nuestro medio ambiente no ha sido el trabajo de hombres malos, ni tampoco ha sido una consecuencia inevitable del avance tecnológico o del aumento de población. No proviene tanto de las elecciones realizadas como de las elecciones desatendidas; no proviene de malignas intenciones, sino del fracaso de no tener en cuenta las consecuencias completas de nuestras acciones”. Unas palabras que, hoy en día, sonarían a demócrata.
Los meteorólogos de Estados Unidos siguen reuniendo evidencias del desastre provocado por los tornados. Su vínculo con el cambio climático aún es materia de estudio; a diferencia de los huracanes, los tornados, pese a su capacidad de destrucción, son fenómenos más esporádicos, pequeños y concentrados, de manera que existen menos datos para su estudio. Aun así, un informe reciente afirma que el aumento de las temperaturas incentiva acontecimientos meteorológicos extremos como los tornados, cuyo riesgo ha crecido en el sur de EEUU. A su vez, una de las zonas más tradicionalmente republicanas del país.
Por
Argemino Barro. Nueva York
15/12/2021 - 05:00
Ha hecho falta una debacle climática, pero algo profundo está cambiando en EEUU (elconfidencial.com)
www.elconfidencial.com/mundo/2021-12-15/ola-tornados-estados-unidos-consecuencias-politicas_3341354/