Paul Singer, CEO de Elliott Management.
(Steve Marcus/Reuters)
Uno de los 'hedge funds' más importantes del mundo advierte de la escasa correspondencia entre las promesas de la Inteligencia Artificial y su realidad concreta. Forma parte de un conflicto con varias vertientes a tener en cuenta
El pasado martes, Sergio Álvarez Teleña, CEO de Scitheworld, afirmaba a El Confidencial que la inteligencia artificial, tal y como es utilizada, resulta poco relevante. Se ha concentrado en la fuerza bruta, en utilizar cada vez más y más servidores para procesar más y más datos, y ese era un camino con un recorrido muy limitado. Las expectativas sobre la inteligencia artificial generativa, que prometían un salto enorme, y que se habían convertido en el instrumento de marketing más eficaz, son en buena medida palabrería: la IA generativa llegará, pero en algunas décadas. Teleña, cuya empresa se dedica a la IA, cree que las mejores opciones están en otro terreno de juego: "En lugar de destinar una fuerza bruta absurda a afinar modelos (muy sensibles) sobre grandes bases de datos, convendría centrarse en la algoritmización de las empresas".
Pero más allá de hacia dónde vaya el futuro, lo que Teleña subrayaba era algo cada vez más susurrado en el sector, pero cuya formulación pública era una suerte de anatema. La traslación continua de mensajes según los cuales los robots acabarán con nuestros trabajos, las tareas serán mucho más sencillas de realizar, las empresas públicas y privadas se verán transformadas para siempre a partir de las aplicaciones de la inteligencia artificial, incluso de usos que todavía no hemos podido imaginar, eran tan comúnmente aceptadas que señalar algo en sentido contrario situaba al anunciante en una posición obsoleta o ludita, cuando no reaccionaria.
Las aplicaciones que la IA promete “nunca serán rentables, consumirán demasiada energía o resultarán poco confiables"
Al menos así era hasta que el pasado viernes Elliott Management, uno de los fondos activistas más importantes del mundo, especializado en explotar empresas o sectores sobrevalorados y sacar mucho partido del derribo, detonó toda esta complacencia. El hedge fund dirigido por Paul Singer aseguró en una carta a los inversores, de la que se hizo eco Financial Times, que Nvidia forma parte de una burbuja y que la tecnología de inteligencia artificial que impulsa el precio de las acciones del gigante de la fabricación de chips "está sobrevalorada".
Sus críticas parecían dirigirse a Nvidia, la firma fabricante de chips que llegó a ser la joya de la corona de la bolsa neoyorquina, pero estaban destinadas en realidad a la IA: muchos de sus supuestos usos "nunca serán rentables, nunca funcionarán bien, consumirán demasiada energía o resultarán poco confiables". La IA "no había logrado ofrecer el enorme aumento prometido en la productividad prometido" y "tiene pocas aplicaciones reales, aparte de resumir notas de reuniones, generar informes y ayudar con la codificación informática".
Las tres aristas del diagnóstico de Elliott
Estas contundentes afirmaciones, realizadas por uno de los hedge funds más relevantes, suponen un punto y aparte, porque rompen uno de los consensos mejor asentados de los últimos años. En ellas se reúnen tres aspectos, y todos de con gran relevancia.
El primero es la pelea existente entre el mundo de la inversión y las grandes tecnológicas, ya que Microsoft, Google y Amazon son las empresas que más han apostado por este modelo de IA y las que están detrás del auge de Nvidia y la producción de procesadores. El capital de Silicon Valley entiende que el auge de estas grandes firmas les está restando muchas posibilidades. La guerra abierta en ese terreno tiene diversas vertientes, y la carta de Elliott a los inversores es una más de ellas.
Nvidia es el objetivo de una carrera más larga que tardará tiempo en desplegar materializarse
El segundo elemento de la entrada en juego de Elliott es el carácter de burbuja de la IA que el fondo subraya. Las grandes expectativas suelen producir, al final del camino, muchos perdedores, pero también algunos ganadores. El hedge fund de Singer entiende que hay una diferencia notable entre las posibilidades que se han anunciado de la IA y su realidad, y fuerza la máquina para sacar partido de esa distancia.
El tercer aspecto es el momento en que el globo comenzará a desinflarse. La carta del hedge fund pone en el foco a Nvidia, la empresa que domina el mercado de los potentes procesadores necesarios para construir e implementar grandes sistemas de IA, como la tecnología de ChatGPT y OpenAI. Espera que ese auge de los procesadores vaya decayendo en la medida en que se constate que la fuerza bruta sirve de poco, y que sus aportaciones en productividad son escasas. Pero todavía no es el momento de apostar contra la IA de forma decidida: la carta avisa de que apostar contra las grandes tecnológicas operando en corto "podría ser suicida". Nvidia es el primer objetivo de una carrera más larga, que puede tardar uno o dos años en desplegar todos sus efectos.
La potencia real de la IA
Los tres aspectos que recoge la carta de Elliott se sostienen sobre un punto central. El fondo del asunto no es si la demanda de procesadores se mantendrá, sino si la IA carece de la potencia real que se le atribuye. Hay algunos argumentos esgrimidos por Elliott que no dejan lugar a dudas, como la necesidad creciente de energía y agua para el funcionamiento de los servidores, y el coste desalentador que supone, pero hay otros que deben ser demostrados. Sin embargo, las señales que la IA ha emitido hasta la fecha hacen pensar que el hedge fund no ha enviado su carta solo de manera instrumental.
Las expectativas alrededor de la inteligencia artificial no prometían tanto la invención de un producto o un servicio, como la posibilidad de volver más eficientes los procesos de manera que se pudiera hacer más con menos. Una realización automática de las tareas, o una disminución en su tiempo de realización, conduciría a la reducción de mano de obra. Esta, además, al insertarse en procesos automatizados, precisaría de menor cualificación, y, por tanto, de un salario menor (salvo para posiciones muy concretas), lo que elevaría la rentabilidad. Esa productividad no ha llegado, afirma Elliott, y es cierto.
Se desarrollan sistemas conducidos por IA al mismo tiempo que se reduce la mano de obra necesaria, lo que produce errores
Incluso en los elementos más optimizados de la IA, continúa haciendo falta un humano detrás, tanto a la hora de afinar los procesos como de corregir clamorosos errores (los expertos los denominan pretenciosamente "alucinaciones").
En esta disfunción reside un problema significativo, ya que se están implementando sistemas conducidos por inteligencia artificial al mismo tiempo que se reduce la mano de obra necesaria, cuando los procesos no están lo suficientemente afinados como para poder prescindir de los trabajadores (y es probable que nunca lo estén). Esa tendencia ha dado lugar a muchas equivocaciones en más empresas de las que se quiere reconocer. Los errores cometidos por Nike son un buen ejemplo de esta manera de gestionar que causa muchos más problemas de los que resuelve.
El déficit de partida
La inteligencia artificial, tal y como está siendo utilizada, es especialmente útil para entornos cerrados con reglas fijas. Si el mundo fuera un tablero de ajedrez, la inteligencia artificial cumpliría a la perfección las promesas formuladas. Pero la vida, en su más amplia expresión, tiene poco que ver con eso, lo que revela un profundo déficit de partida: la IA se basa en una solución, la de un mundo reducible a patrones, que no existe.
El riesgo es que se deteriore la confianza en la totalidad de la inteligencia artificial y no solo en una forma errónea de utilizarla
La IA actual está dominada por esta versión, cuya apuesta es la utilización de múltiples servidores y fuerza bruta. La convicción, y en eso se basaba el precio de la acción de Nvidia, es que se iba a mantener el crecimiento gracias a la transformación dirigida por datos. Se procesa una cantidad enorme de ellos con la pretensión de descubrir patrones, y después se cruzan los dedos para que esos patrones funcionen como si fueran una estructura real.
Elliott ha abierto la caja de los truenos. Lo más probable es que la efervescencia de la firma y del sector continúe durante un tiempo, acompañada de turbulencias. Pero, más allá del difícil pronóstico del recorrido bursátil, la carta del hedge fund refleja cómo cada vez más el mundo del capital está posicionándose contra las expectativas de las tecnológicas. Las oportunidades de ganar mucho o muchísimo con la burbuja de la IA aumentan.
Lo malo, asegura Teleña, es que la necesaria actitud de Elliott, contiene un riesgo, el de deteriorar por completo la confianza en la inteligencia artificial, y no solamente en una clase de ella. En lugar de reorientar la IA hacia un uso más adecuado y provechoso, se puede acabar con un ecosistema que todavía es capaz de producir innovación. A Microsoft, Meta y Amazon no les supondrá un gran problema, porque siguen siendo gigantes, pero el sector de la IA sí puede sufrir a medio plazo, en especial las firmas con menor tamaño.