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Una bandera europea en Estrasburgo.
(EFE/Ronald Wittek)
Existe un modo de vida europeo, con un perfil distintivo. Reconocernos en él es clave para saber lo que está en juego
¿Cuáles son los rasgos que definen el sentimiento de ser europeo? Me refiero a cómo vive esta identidad la gran mayoría de los europeos, muchas veces de modo inconsciente, qué es lo que les hace sentirse tales cuando viajan o viven en otros países de Europa y, más aún, cuando lo hacen fuera de ella. Propongo aquí una serie de características que, por separado, pueden ser compartidas por otros países o regiones del mundo, pero cuyo conjunto es lo que hace definitorio el modo de vida europeo, por utilizar el título de una vicepresidencia, ya desaparecida, de la Comisión Europea. Algunas pueden ser más o menos estables, mientras que otras son coyunturales, y pueden variar si varían las circunstancias.
La diversidad. La experiencia de cambiar de lengua y de paisaje humano y geográfico tras un par de horas -a veces mucho menos- de viaje en coche o en tren es específica europea. Es algo que no puede experimentar un americano, un australiano, un chino o un japonés, por ejemplo, y da un sabor muy distinto a la experiencia de ser europeo. Hace más difícil ponerse de acuerdo en cualquier cosa, pero aporta algo que es muy valioso en la vida humana: distintas perspectivas a la hora de abordar cualquier tema.
La paz. Este es un rasgo relativamente reciente del modo de vida europeo. De hecho, lo normal, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, era lo contrario. La CEE y luego la UE alteraron esta característica que había sido consustancial a la historia europea, pero otras partes del continente aún viven bajo los efectos o la amenaza de la guerra, especialmente tras la invasión rusa a gran escala de Ucrania en 2022. El disfrute prolongado de la paz, que había tendido hacia el pacifismo (fin del servicio militar obligatorio, gasto en defensa en muchos casos cercano al 1% del PIB, etc.), ahora deberá revertirse, porque la paz requerirá, en primer lugar, su defensa armada frente a agresiones exteriores.
La democracia y los derechos humanos. Europa se vanagloria de ser la cuna de la democracia en la Grecia antigua, de haber sido pionera en la proclamación de los derechos humanos con la Revolución francesa, de haber extendido los derechos sociales con el Estado de bienestar después de la Segunda Guerra Mundial y de articularse en una organización de integración continental cuyo pilar básico está constituido por la salvaguarda de la democracia, el Estado de derecho, los derechos humanos y la economía de mercado. El modelo chino, ruso y algunos síntomas de decaimiento en la democracia estadounidense están sometiendo a una fuerte prueba a este rasgo esencial de la gobernanza europea.
La seguridad. Es, en primer lugar, seguridad física. La posibilidad de salir a la calle despreocupado de que te puedan robar o agredir es algo que sólo se echa en falta cuando no se tiene. Ciertamente se cometen delitos contra la seguridad de las personas en Europa, pero en unas tasas muy bajas en relación con otros países y regiones. Se puede disfrutar de un paseo en plena calle o en senderos rurales o en la playa, sin que sea imprescindible hacerlo en un recinto de acceso limitado o vigilado.
También se trata de la seguridad en un sentido amplio: de ser atendido gratuitamente en el caso de enfermedades y accidentes graves, de contar con unos servicios públicos en caso de emergencias de cualquier tipo, de poder exigir responsabilidades a las Administraciones públicas en el caso de errores o fallos, de estar protegidos como consumidores frente a abusos de las empresas o tener garantizada la calidad de los productos que se consumen, especialmente los alimenticios, de confiar en que la divisa mantendrá estable su valor y que los ahorros no desaparecerán de un día a otro de los bancos donde están depositados, y otras muchas facetas de la seguridad entendida en sentido amplio.
La ciudad. No hay ciudad como la europea. Suele combinar un centro histórico, cada vez más peatonalizado, con barrios residenciales y otros que concentran las actividades de negocio, comerciales y de servicios, junto a una periferia con polígonos industriales, además de zonas mixtas. El transporte público de calidad está garantizado, y no es imprescindible desplazarse en vehículo privado, cuyo uso en ciudades se desincentiva. Cada vez hay más carriles bici en todas las ciudades europeas, y se procura que haya suficientes parques y zonas verdes para que los residentes no vivan exclusivamente rodeados de hormigón, asfalto y ladrillo. La calidad del aire, siempre mejorable, sólo es un problema real en algunas ciudades europeas, especialmente en países que aún no son miembros de la UE. La ciudad europea invita a pasearla, a comer o tomar una bebida en restaurantes y bares que dan a la calle, a comprar en tiendas a pie de calle, a ir a espectáculos en cines, teatros o a cielo abierto con ocasión de los innumerables festivales que salpican la geografía europea.
El campo. Es el campo europeo muy cuidado por lo general, con problemas específicos que varían en función de la geografía (desertificación y estrés hídrico, inundaciones periódicas, despoblación, contaminación por fertilizantes y purines, incendios forestales). La superficie cultivable de la UE, con un 25% de su territorio, es más del doble de la media mundial. Esto, más la eficiencia de la agricultura europea, hace que con solo un 3% del total de la superficie emergida mundial, produzca un 14% de la producción agrícola mundial y las exportaciones agropecuarias signifiquen el 16% de las mundiales. Estos datos contrastan con el porcentaje de la población agrícola de la UE (3,5%), uno de los más bajos del mundo.
Si a ello le sumamos una de las mayores conciencias ecológicas del mundo y una superficie forestal del 40%, nos encontramos con dilemas típicos de las regiones desarrolladas, aunque especialmente agudos en Europa: cómo compaginar los intereses de los agricultores, infrarrepresentados en la sociedad, con los del resto de sectores económicos; cómo conseguir que en las zonas rurales haya un nivel de servicios públicos que no diste mucho del que gozan las zonas urbanas; cómo casar los intereses económicos del sector agrícola y agroindustrial con las necesidades de la transición ecológica. En otras palabras, cómo hacer que el amor a la naturaleza y la conciencia ecologista empiecen por cuidar a los que más en contacto están con aquella.
Con algo más del 5% de la población, el PIB de la Unión Europea representa el 15% del mundial
La costa. Lo recortado del litoral europeo hace que, a pesar de tener una superficie pequeña en términos relativos, Europa sea el segundo continente con más kilómetros de costa en términos absolutos, por delante de África y Asia, aunque sin superar a América. El continente europeo está en el hemisferio norte, a una latitud comprendida, grosso modo, entre los paralelos 36 y el 71. Una latitud similar en América colocaría a casi todo el continente bajo un clima continental frío y subártico, y sin embargo esto solo ocurre en el extremo septentrional de Europa, lo que debemos a la corriente del Golfo.
La combinación de la extensión de las costas europeas -la mayoría en mares interiores y, no solo ellas, casi libres de fenómenos como huracanes o tsunamis- con la corriente del Golfo, ha dado una ventaja natural a los europeos respecto a los pobladores de otros continentes en lo que se refiere a la navegación, comercial, de descubrimientos, de pesca, y ahora, de recreación. Además, todo ello explica que un 20% de los europeos viva a menos de 10 kilómetros de la costa y casi la mitad lo haga a menos de 50 kilómetros. Como contrapartida, es el continente que más expuesto está al calentamiento global y la consiguiente elevación del nivel del mar por el deshielo de los polos.
La riqueza. Con algo más del 5% de la población, el PIB de la UE representa el 15% del mundial. Sigue siendo un continente muy rico, pero la percepción es que está empobreciéndose; de hecho, veinte años atrás, el porcentaje del PIB de la UE representaba el 30%. Este descenso solo en un pequeño porcentaje se debe al Brexit (el Reino Unido representa el 2,5% de la economía mundial), sino sobre todo al incremento del diferencial con los Estados Unidos a causa de la digitalización y sus derivadas, al crecimiento sin parangón de China, y al de otros países emergentes como Brasil, India o Turquía. Aunque la prioridad general sea reactivar la economía europea, debe recordarse que desde la teoría clásica de la ventaja comparativa del libre comercio de David Ricardo hasta la teoría contemporánea del desarrollo económico, este no es un juego de suma cero, esto es, el enriquecimiento de uno no significa el empobrecimiento del otro, concepción más típica de una visión mercantilista de la economía.
El invierno demográfico. El índice de la natalidad de la UE es de 1,4 hijos por mujer, muy lejos del 2,1 que constituye la tasa de reposición, que no alcanza ningún país europeo. Las políticas de natalidad, incluso las aplicadas por los países que más atención y recursos han dedicado para revertir esta tendencia, apenas han dado resultados tangibles hasta ahora.
La inmigración. Las bajas tasas de natalidad, las necesidades de mano de obra, y el subdesarrollo de algunos países del vecindario y más allá provocan un aumento de la migración, legal e ilegal, que se ha convertido en uno de los principales temas del debate europeo, no de modo muy distinto a lo que ocurre en otros países y regiones desarrolladas.
El deporte. Salvo en unas pocas modalidades deportivas como el fútbol americano, el baloncesto, el golf, el cricket, el béisbol, el bádminton o el tenis de mesa, las mejores competiciones deportivas son las europeas. La tradicional belicosidad se ha canalizado hacia la rivalidad deportiva, y el resultado ha sido convertir al deporte europeo en el más atractivo de seguir también para los no europeos.
La cultura y el arte. En cualquier rincón de Europa se está expuesto a un riquísimo patrimonio artístico, y los poderes públicos y las fundaciones privadas han hecho de la cultura un servicio muy accesible para los ciudadanos europeos y los visitantes extranjeros, con independencia de su poder adquisitivo.
El turismo. Europa es el principal destino turístico del mundo, en términos absolutos y relativos, y gasto total de turistas. El atractivo del modo de vida europeo explica un fenómeno que está empezando a generar un debate serio por saturación de los mercados y la masificación. Sea como fuere, el turista se ha convertido en parte indisociable del paisaje urbano y rural europeos e importante fuente de riqueza para el continente.
El tren. Es el medio de transporte público de personas y mercancías distintivo de Europa, que comparte con pocos países como China, Japón o India. Las estaciones de ferrocarril suelen ser edificios emblemáticos en las grandes ciudades y son muchos los jóvenes europeos (más de medio millón al año) que tienen su primera experiencia del continente gracias a Interrail.
Podrán añadirse algunos otros rasgos o características, pero creo que el conjunto propuesto refleja una experiencia común para la mayoría de los europeos, incluidos los debates públicos donde existen discrepancias. Algunos de estos asuntos son de competencia principalmente nacional, como la inmigración legal, otros, como la defensa, no solo lo son sino que, además, su ámbito principal de cooperación se extiende al espacio noratlántico, y de otros, como el deporte, es responsable en primer lugar la sociedad civil a través las federaciones en sus distintos niveles. Pero incluso en todos estos, de manera más o menos tangencial, aparece algún instrumento, reglamento o financiación de la UE que procura su apoyo u orientación. Porque, como rezaba el título de una de las vicepresidencias del anterior Colegio de comisarios, hay un modo de vida europeo en el que nos reconocemos sin dificultad, cuya presencia percibimos cuando viajamos por otros países europeos y también su ausencia cuando salimos de Europa. Un modo de vida, en fin, que hemos de proteger y preservar en sus características positivas, que son la mayoría, y modificar en las negativas, como el estancamiento demográfico.
Y hemos de afrontar esta tarea sin derrotismo, porque si se fue capaz de que Europa resurgiera de sus cenizas después de la Segunda Guerra Mundial, el pesimismo y la falta de fe en nuestras potencialidades son, por difícil que sea la coyuntura actual, rasgos que se compadecen mal con el modo de ser europeo. Porque los europeos, a lo largo de nuestra larga historia, hemos dado sobradas muestras de que querer es poder.