Yuval Noah Harari.
El autor de 'Sapiens' edita nuevo libro en España en el que plantea preguntas importantes acerca de nuestro presente. Sus respuestas no son nada tranquilizadoras
El gran éxito de 'Sapiens' consagró a Yuval Noah Harari (1976) como uno de los autores de ensayo más importantes del mundo. Sus textos son recomendables desde diferentes puntos de vista: cuentan con una narrativa ágil, suelen intercalar historias entretenidas e interesantes, y sus conclusiones, se compartan o no, sugieren reflexiones necesarias. Con su primera obra analizó el pasado, con 'Homo Deus' nos describió un futuro probable, y con '21 lecciones para el siglo XXI' (Ed. Debate), que se pone a la venta hoy en España, se centra en los dilemas que plantea nuestro presente, ese instante de transición entre los cambios vertiginosos que se esperan y las estructuras sociales y las tradiciones que se dejan atrás.
PREGUNTA. Es llamativo que en un instante histórico en el que se valora especialmente la innovación, en el que se nos describe, como ha hecho usted en 'Homo Deus', un futuro muy diferente, tejido con enormes cambios tecnológicos, la respuesta política haya sido el regreso a líderes fuertes. Muchos de ellos están al frente de los países más importantes del mundo (Trump, Xi JingPin, Putin, Netanyahu), y las nuevas tendencias están del lado de los Salvini, Orbán o Erdogan. ¿Cómo entender esta contradicción?
RESPUESTA. Las innovaciones tecnológicas son disruptoras para la economía, la sociedad y el sistema político. La gente teme estas disrupciones. Quieren que alguien les brinde una visión del futuro clara: ¿dónde estaremos dentro de 30 o 50 años? Pero ninguno de los partidos políticos tradicionales está proporcionando tales visiones. Mientras que en el siglo XX la política era una batalla entre grandes visiones del futuro, hoy ni la izquierda ni la derecha tienen una visión clara de cómo lidiar con el surgimiento de la inteligencia artificial y la biotecnología.
A falta de una visión del futuro clara, la gente quiere tener una identidad segura que dé sentido a sus vidas, que no pueda ser afectada por lo que el futuro depare. Esta es la atracción que generan las historias nacionalistas y religiosas que pretenden ser verdades absolutas y eternas, y que por tanto no pueden ser modificadas por ninguna revolución tecnológica. Líderes como Trump, Orbán y Erdogan no tienen una visión real para el futuro, pero triunfan vendiendo fantasías nostálgicas sobre el pasado. En mi propio país, Israel, el Gobierno está llevando esto al extremo, prometiendo retroceder 2.500 años, hasta los tiempos bíblicos. El Gobierno israelí confía en la Biblia para justificar la ocupación de Cisjordania y el maltrato de millones de palestinos.
Sin embargo, debería quedar claro que las fantasías nostálgicas del nacionalismo y la religión son simplemente ficciones. Los humanos han existido durante más de dos millones de años, mientras que todas las naciones y religiones que conocemos son el producto de los últimos 3.000 años. Todas las 'tradiciones antiguas' son en realidad bastante nuevas. Son mucho más construcciones sociales que verdades eternas. Y lo que es todavía más importante, esas fantasías nostálgicas del nacionalismo y de la religión no van a resolver los grandes problemas del siglo XXI. ¿Cómo lidiamos con el cambio climático? ¿Qué hacer cuando la inteligencia artificial empuja a miles de millones de personas fuera del mercado de trabajo? ¿Cómo utilizar los nuevos y enormes poderes de la ingeniería genética? No encontraremos las respuestas a estas preguntas en la Biblia, porque las personas que escribieron la Biblia sabían muy poco sobre el calentamiento global y aún menos sobre genética y computadoras.
P. En cuanto a la economía, es también llamativo cómo este entorno disruptor nos está conduciendo hacia un mundo mucho más concentrado, en el que menos empresas tienen un peso cada vez mayor. Y si eso es un problema para la economía productiva y la financiera, lo será más todavía con el desarrollo del capitalismo inmaterial.
R. Como siempre ha ocurrido, todo dependerá de nuestra capacidad para regular y administrar el poder. En la antigüedad, cuando la tierra era el activo más importante, la política era una lucha para controlarla, y si demasiada tierra se concentraba en muy pocas manos, la sociedad terminaba por dividirse entre aristócratas y plebeyos. En los últimos 200 años, las máquinas y las fábricas se volvieron más importantes que la tierra, y las luchas políticas se centraron en controlar la maquinaria. Cuando la propiedad de las máquinas se concentró en muy pocas manos, la sociedad se dividió entre capitalistas y proletarios. En el siglo XXI, los datos eclipsarán tanto la tierra como la maquinaria como el activo más importante, y la política será una lucha para controlar el flujo de datos. Si los datos se concentran en muy pocas manos, la humanidad podría dividirse, no ya en clases, sino en diferentes especies.
Tenemos mucha experiencia sobre cómo regular la tierra y la maquinaria, pero ninguna acerca de cómo regular los datos
Pero esto no es inevitable. Al igual que en épocas anteriores los humanos aprendimos a regular la propiedad, la tierra y la maquinaria y a construir sociedades más equitativas, también en el siglo XXI podemos aprender a regular la propiedad de los datos. No será fácil. Tenemos siglos de experiencia acerca de cómo regular la propiedad de la tierra y de la maquinaria, pero mucha menos en cómo regular la propiedad de los datos, que es intrínsecamente una tarea mucho más difícil, porque a diferencia de la tierra y las máquinas, los datos están en todas partes y en ninguna al mismo tiempo, pueden moverse a la velocidad de la luz y puedes crear de ellos tantas copias como quieras.
P. En cuanto al trabajo, tampoco las previsiones son demasiado optimistas. La robotización amenaza con llevar a numerosas personas a un paro estructural. Usted ha sido poco complaciente en este sentido y siempre ha señalado que la desestructuración social a causa de las nuevas tecnologías es un peligro muy real.
R. Las revoluciones gemelas en biotecnología y tecnología de la información nos darán poderes casi divinos de creación y destrucción. Pero la tecnología no nos dice cómo debemos usarlos. En el siglo XX, algunas sociedades utilizaron el poder de la electricidad, los trenes y la radio para crear dictaduras totalitarias, mientras que otras sociedades usaron exactamente los mismos instrumentos para construir democracias liberales. Igual ocurre con la biotecnología y la tecnología de la información, que pueden ser utilizadas para crear diferentes tipos de sociedades.
La inteligencia artificial expulsará a cientos de millones de personas del mercado laboral; serán una nueva clase inútil
El peor de los escenarios es que la humanidad se divida en diferentes castas biológicas, lo que nos llevará a una situación mucho peor que la del 'apartheid'. La inteligencia artificial expulsará a cientos de millones de personas del mercado laboral y las convertirá en una nueva 'clase inútil'. La gente perderá su valor económico y su poder político. Al mismo tiempo, la bioingeniería hará posible la actualización de una pequeña élite, que se convertirán en superhumanos. La rebelión y la resistencia serán casi imposibles debido a un régimen de vigilancia total que monitoreará constantemente no solo lo que cada individuo hace y dice, sino incluso lo que siente y piensa. La fusión de la biotecnología y la 'infotech' en forma de sensores biométricos significa que el Gobierno podrá controlar directamente tu corazón y tu cerebro.
El mejor escenario posible es que las nuevas tecnologías logren liberar a todos los humanos de las enfermedades y del trabajo duro y nos permitan explorar y desarrollar nuestro verdadero potencial; que la bioingeniería sirva para curar a los seres humanos en lugar de mejorar a una pequeña élite; que la inteligencia artificial elimine muchos empleos, pero que, con las ganancias obtenidas, proporcione a todos servicios básicos y gratuitos; que nos permita tener la oportunidad de perseguir nuestros sueños, ya sea en el campo del arte, los deportes, la religión o la construcción de comunidades; que la vigilancia de vanguardia sirva para espiar no a los ciudadanos sino al Gobierno, garantizando así que no haya corrupción, y que los sensores biométricos no se utilicen para permitir que la policía nos conozca mejor sino para conseguir que nos conozcamos mejor a nosotros mismos.
¿Qué crees que sucederá si los estadounidenses saben que los chinos están produciendo miles de superhumanos?
¿Cuál de estos escenarios se hará realidad? En la actualidad, parece que nos dirigimos hacia el escenario distópico, principalmente debido a las crecientes tensiones mundiales. No se pueden regular la bioingeniería y la IA a nivel nacional. Por ejemplo, si la mayoría de los países prohíben la ingeniería genética de bebés humanos pero China lo permite, muy pronto todos copiarán a los chinos, porque nadie querría quedarse atrás. ¿Qué crees que sucederá si los estadounidenses saben que los chinos están produciendo miles de superhumanos? La única forma de regular eficazmente tales tecnologías disruptivas es a través de la cooperación global.
P. ¿Qué papel va a jugar la religión? En el mundo occidental parece estar perdiendo peso, pero regresa en forma de diferentes integrismos. ¿Tenderá a desaparecer o cobrará una nueva vigencia?
R. La religión ha perdido gran parte de su importancia y de su poder. Tanto es así que la gente realmente se ha olvidado de lo importante que fue la religión. En épocas anteriores, la religión era responsable de abordar numerosos problemas prácticos, como aumentar el suministro de alimentos, curar enfermedades y proteger contra los accidentes y la violencia. La gente rezaba a los dioses para que le concediesen comida, salud y seguridad. En la era moderna, la religión ha perdido estas funciones, porque, francamente, nunca fue muy buena en la provisión de alimentos, salud y seguridad. El conocimiento y la pericia de los sacerdotes no tenía que ver con la lluvia, la sanación o la magia, sino con la interpretación. Un sacerdote no es alguien que sabía cómo curar la enfermedad a través de la oración y la magia, sino alguien experto en justificar por qué fracasó la oración, y por qué, a pesar de ello, se debe seguir creyendo en los grandes dioses, aunque parezcan sordos a nuestros ruegos.
Los científicos también saben cómo tergiversar la evidencia, pero al final el signo distintivo de la ciencia es la voluntad de admitir el fracaso y probar un rumbo diferente. Es por eso que los científicos han aprendido gradualmente a hacer mejores medicamentos, mientras que los sacerdotes solo han aprendido a contar mejores excusas. Por eso incluso los creyentes dejaron de depender de la religión para curar sus enfermedades y confiaron en los médicos.
Las bombas cibernéticas bien podrían ser empleadas en resolver un argumento doctrinal sobre los textos medievales
Las bombas cibernéticas bien podrían ser empleadas en resolver un argumento doctrinal sobre los textos medievales
Sin embargo, la religión ha conservado una función muy importante. Todavía define la identidad de las personas. La religión no puede curarnos o darnos comida, pero nos dice con quién debemos compartirla y al lado de quién debemos luchar. En el siglo XXI, la división de humanos en judíos y palestinos, españoles y marroquíes, o rusos y polacos todavía depende de mitos religiosos más que de hechos científicos. Desde una perspectiva científica, todos los humanos somos muy similares.
Por lo tanto, no importa lo mucho que desarrolle la tecnología en las próximas décadas, porque los argumentos sobre las identidades religiosas continuarán influyendo en el modo en que las usaremos. Los misiles nucleares y las bombas cibernéticas más recientes bien podrían ser empleados en resolver un argumento doctrinal sobre los textos medievales.
P. Ha afirmado en sus libros que los algoritmos van a tomar muchas mejores decisiones sobre nuestras vidas que nosotros mismos. La pregunta obvia es en qué lugar deja eso al ser humano.
R. Para ganar autoridad, los algoritmos no necesitan ser perfectos. Simplemente necesitan ser mejores, en promedio, que los seres humanos. Y eso no es tan difícil, porque los humanos a menudo cometemos errores terribles con las decisiones más importantes de nuestras vidas: qué estudiar, con quién casarnos, a quién votar en las elecciones.
En el momento en que la IA tome mejores decisiones que nosotros en política, economía e incluso en el amor, nuestro concepto de la humanidad y de la vida tendrá que cambiar. Los humanos estamos acostumbrados a pensar sobre la vida como el drama de la toma de decisiones. La democracia y el capitalismo de libre mercado ven al individuo como un agente racional que toma decisiones sobre el mundo; las narraciones culturales, ya sean obras de Shakespeare o comedias de Hollywood, generalmente giran en torno a la necesidad de que los héroes tomen una decisión particularmente crucial: ¿ser o no ser? ¿Casarse con un galán apuesto que no es de fiar o con un 'geek' serio y confiable? La teología cristiana y la musulmana se mueven en el mismo terreno, argumentando que la salvación o la condena eternas dependen de tomar la decisión correcta. ¿Qué pasará entonces con nuestra comprensión de lo que es la vida cuando dependamos cada vez más de la inteligencia artificial para que tome decisiones por nosotros?
¿Cómo es la vida cuando las personas delegan la toma de decisiones en un algoritmo externo?
En la actualidad, dependemos de Amazon para que nos elija libros o de Google Maps para girar a la derecha o a la izquierda en el siguiente cruce. Pero con la información y el poder computacional suficientes, pronto podríamos confiar en las indicaciones que la inteligencia artificial nos dé acerca de qué estudiar, con quién casarnos o a quién votar. Y si es así, la vida humana dejará de ser ese drama de toma de decisiones. La democracia y el capitalismo de libre mercado tendrán poco sentido. Lo mismo ocurrirá con la mayoría de las religiones y obras de arte. Imagina una obra de Shakespeare en la que las decisiones cruciales de sus personajes son tomadas por el algoritmo de Google. La vida de Hamlet sería muy cómoda, pero ¿tendría algún sentido?¿Cómo es la vida cuando las personas delegan la toma de decisiones en un algoritmo externo? Hasta ahora no tenemos modelos para dar sentido a ese tipo de vida.
ESTEBAN HERNÁNDEZ