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Con la música ocurre como con la crisis. Todo el mundo tiene una teoría sobre qué, cuándo y cómo van a ocurrir las cosas, sobre a dónde nos lleva está embrutecida vorágine en la que el mundo de la música y sus aledaños se encuentran desde hace un tiempo. Pero, en realidad, nadie tiene ni pajolera idea que qué va a pasar realmente. Vemos señales aquí y allí, y algunas cosas parecen definitivas pero, visto lo visto, es difícil estar seguro.
Ahora que el nuevo gobierno puede pasarse por donde se tercie las iniciativas del anterior y que la SGAE está a las puertas de lo que debería ser un saneamiento (en el peor de los casos) o una auténtica refundación (en el mejor), es un buen momento para desmentir algunos supuestos instalados en los discursos de interesados e implicados en esa enorme casa de citas (no perdamos aún la compostura) que es el mundo de la música en nuestro país. Son mentiras en toda regla, o medias verdades que tienen poco de verdad, pero seguro que las has escuchado más de una vez en esas cabezas parlantes que salen por televisión o en las anónimas y embarradas aguas por las que navegas desde tu ordenador.
Todo músico tiene derecho a ganarse la vida con su música
Enorme mentira, enarbolada habitualmente por los paladines de la propiedad intelectual, para contrarrestar los ataques de algunos internautas, casi siempre lloriqueando y clamando la de puestos de trabajo que se están perdiendo en el sector (esto sí es verdad, mira por dónde). Dedicarse a la música, como a cualquier profesión, es una opción. Si juegas bien tus cartas, tienes mucha suerte, un talento irreductible o comes lo que tengas que comer, tal vez puedas ganarte la vida con ello. Es decir, ¿si uno estudia derecho podrá dedicarse a la abogacía? Pues igual sí, o igual no. ¿Si uno entrena mucho podrá ser jugador profesional en la liga? Pues casi seguro que no. No es tan difícil de entender.
La música es de todos, y es un derecho universal disfrutar de ella de forma gratuita
Esta si que es buena. Eric Dolphy decía que la música volaba libre y que, una vez la tocabas, era imposible de capturar. Vale, eso sí es de todos. El problema es que la música grabada, empaquetada y planeada para ser vendida como producto es precisamente eso, un producto. Si yo soy músico y escribo mis canciones, me pago un estudio, unos músicos, un diseño, una edición y una distribución (que nadie se engañe, en el 98% de los casos es más o menos así), qué menos que poder decir que esa pequeña cantidad de información enlatada es mía.
Internet ha dado a los músicos la oportunidad de ofrecer su obra de forma gratuita a cualquier interesado, y muchos de ellos la han aprovechado. Hay millones de canciones y de piezas que son regaladas en Internet por sus artistas y, sin embargo, la mayor parte del público quiere la que cuesta dinero. Es como si la gente fuese al quiosco a llevarse el periódico por la cara y, ante la negativa del quiosquero, se le dijese “oiga, que tengo derecho a la información”. El quiosquero tal vez respondería “pues vaya y coja uno de los varios diarios gratuitos que hay”, y entonces el cliente, henchido de indignación, dijese: “ya, pero es que yo quiero ÉSTE”.
En España, además, tenemos Spotify, y todavía nos quejamos. Sale gratis si aguantas los anuncios y no escuchas más de 10 horas al mes, y por una mensualidad de 5 € te libras de restricciones y de publicidad. 5 euros. Al mes. Millones de discos disponibles. Y hay quien dice que es un abuso.
Gracias a internet, los nuevos grupos lo tienen más fácil que nunca
Claro, tienen más fácil hacerlo todo ellos mismos. Y también resulta más fácil que cualquier otro profesional del sector frecuente ese lugar de su cuerpo donde no da el sol. No importa que sean multinacionales, sellos independientes, promotores grandes y pequeños, bares de carretera con unas baldosas como escenario o managers de pacotilla y 20%: Internet ha dado tantas facilidades como excusas para ofrecer a los nuevos músicos cada vez menos, de forma presumiblemente legítima.
Contratos basura, porcentajes enfermizos, obligaciones delirantes, cesión de derechos, exclusivas en management, merchandising, etc… Todo vale para exprimir al músico con la excusa de que, como la cosa está muy mal, debe pagarlo todo él, desde la grabación a la edición, los carteles, la gasolina de la furgoneta y la infecta pensión en la que dormirá tras dar un concierto que, seguramente, no cobrará. Eso sí, si por un casual dicho músico genera beneficios en el futuro, toca repartir. Facilísimo, sí. Hagámonos un MySpace y a vivir de la música.
No importa lo que hagan las maléficas compañías de la industria discográfica, con internet ha llegado la era de la libertad y nunca podrán volver impedir que la música sea gratuita
Bueno, esto ya es la repanocha. Aquí hay dos tipos de enunciante, el que antes compraba música y ahora no y el que antes no compraba música y ahora tampoco. Irónicamente, gracias al nuevo orden mundial, ambos consumidores pagan por música cada mes. No a Universal, Warner o cualquier sello independiente, sino a Telefónica, Vodafone, Orange o quien les provea de banda ancha, también conocidos como los nuevos amos del cotarro. Algunos internautas se ponen el traje de Robin Hood para celebrar la caída de las multinacionales, como si el pueblo por fin recibiese lo que es suyo, bañándose en la tan ansiada gratuidad de la música, libre de yugos desalmados.
Por supuesto, la mayoría usa el ADSL para muchísimas más cosas que descargar música, pero el tráfico está ahí, para quien quiera verlo. Si tú descargas música ilegalmente, estás pagando por ella. Poco, tal vez, pero pagando. Y el que te permite hacerlo y te cobra por ello, es quien tiene la sartén por el mango y quien, eventualmente, te hará pasar por su aro.
La forma de sacarte la pasta es como la energía: ni se crea, ni se destruye, sólo se transforma. Pero si tú eres más feliz así, pues no se hable más. Disfruta mientras puedas.
Hay muchas más mentiras circulando por ahí, arrojadas por una y otra parte de un conflicto en el que unos y otros tienen intereses. Todos por dinero, claro. Algunos para ganarlo y otros para no gastarlo, pero siempre por el poderoso caballero. La música, pobrecilla, es lo menos reivindicado y defendido por toda esa banda de autodenominados defensores de la cultura que, en lo que realmente piensan, es en su cuenta corriente.
Por: Yahvé M. de la Cavada from blogs.elpais.com 30/11/2011
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