martes, 4 de septiembre de 2018

Por qué tu código postal influye más en tu salud que la genética

Viandantes cruzan una calle del centro de Madrid ANTONIO HEREDIA


Cada vez hay más estudios que prueban que la polución, el ruido o las prisas pasan factura a nuestro organismo

La buena noticia es que es posible contrarrestar los efectos nocivos de la vida urbana



Agosto queda atrás y arranca la empinada cuesta de septiembre. Adiós playa y procrastinación; hola asfalto y trabajo acumulado. Muchos se quejarán del manido síndrome postvacacional, con síntomas como la irritabilidad y el cansancio. Pero hay más.

Para los que hoy cambien la costa y la montaña por el metro y la oficina, hay buenas y malas noticias. La buena es que la ciencia demuestra que, pasados unos días, la rutina se retoma con facilidad. La mala es que cada vez más estudios prueban que, una vez digerida la morriña vacacional, la vida urbana tiene efectos nocivos sobre nuestro organismo.

Por decirlo claro: la ciudad perjudica seriamente nuestra salud.

Expertos como el epidemiólogo Manuel Franco, profesor de la Universidad Johns Hopkins en Baltimore (EEUU), señalan cuatro dolencias que, como los cuatro jinetes del apocalipsis urbano, enferman a la población: dolencias cardiovasculares, cáncer, diabetes y afecciones respiratorias. Y las cuatro están directamente vinculadas con vivir (o, quizá sobrevivir) en el asfalto.


POLUCIÓN

Para hallar a los primeros enemigos de nuestra salud hay que mirar al cielo, como Charlton Heston en Cuando el destino nos alcance. Son las famosas boinas que coronan las grandes ciudades, sobre todo durante los anticiclones, y están formadas por contaminantes dañinos para la salud.

Más de 135.000 artículos diseccionan el impacto de la contaminación del aire en nuestra salud, según Pubmed, la mayor base de datos de publicaciones biomédicas.

«Lo que más afecta a los humanos es el ozono, el dióxido de nitrógeno, las PM10 (partículas con un diámetro menor a 10 micras) y las PM 2,5 (menores de 2,5)», señala el epidemiólogo David Rojas, investigador del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), impulsado por la Fundación Bancaria 'La Caixa'.

Al penetrar en las vías respiratorias, estos fragmentos nos dañan por dentro. Los efectos son tan graves como variados. «Dañan el sistema respiratorio, el cardiovascular (provocan infartos), el cerebro vascular (ictus), el metabólico (diabetes) y afecta al embarazo (bajo peso de los bebés al nacer y más partos prematuros)», enumera este especialista.
¿Se pueden contrarrestar estos efectos negativos? «A pesar de los niveles diarios de contaminación, que son altos en ciudades como Madrid o Barcelona, la actividad física no está contraindicada», explica Rojas. «De hecho, puede ayudar a paliar los efectos dañinos de la polución.


POCAS ZONAS VERDES

La polución presenta niveles similares dentro de cada ciudad, así que daña por igual a todos los vecinos. Sin embargo, hay factores, como la falta de espacios verdes, que sí dependen de dónde viva cada uno. «En la salud influye más el código postal que la genética», sentencia el epidemiólogo Manuel Franco como conclusión del proyecto que lidera, Heart Healthy Hoods.

Como ejemplo, Franco menciona un estudio que publicó junto a un grupo de investigadores de la Universidad de Alcalá y de la Johns Hopkins de Baltimore. En esa ciudad estadounidense descubrieron diferencias de hasta 16 años en la esperanza de vida entre los barrios pobres y ricos, donde hay más zonas verdes y la dieta es más saludable. «En Europa la diferencia es menor: la diferencia ronda los 5 o 6 años», añade.

Hay medidas sencillas para paliar estos daños. Por ejemplo, el urbanismo que fomenta el transporte en coche aumenta el sedentarismo, además de la polución y el ruido.

También se ha demostrado que los espacios verdes ralentizan los procesos fisiológicos del cuerpo, reducen la sensación de soledad y mitigan enfermedades mentales.


DEMASIADA LUZ

Si observáramos la Tierra a vista de astronauta, los núcleos urbanos, hasta los más pequeños, son fácilmente identificables por la luz que emiten. La electricidad alejó la oscuridad del hombre y extendió sus actividades más allá de las horas de sol, pero los focos de luz se han disparado en el último siglo tanto en intensidad como en extensión. Y esto, de nuevo, tiene consecuencias nefastas.

España, EEUU e Italia ya son los países más iluminados a nivel mundial, según la revista Science Advances. Mientras, en zonas en desarrollo como Asia, América del Sur y África, las farolas ganan cada vez más terreno.

La contaminación lumínica ya se considera un factor dañino en las ciudades a la altura de la polución. Varios estudios, como el del doctor Charles Czeisler, de la Escuela de Medicina de Harvard, han constatado que los aumentos de los niveles de luz artificial producen alteraciones de los procesos fisiológicos. También se ha demostrado que afecta a los ciclos de sueño y a algunas funciones neuroendocrinas como la secreción de cortisol y melatonina.

Varias investigaciones señalan la supresión de la síntesis de melatonina como consecuencia directa de la exposición a la luz artificial nocturna. Cuando el desajuste es crónico, se conoce como cronodisrupción. A su vez, esta alteración se relaciona con enfermedades cardiovasculares, síndrome metabólico, deterioro cognitivo, insomnio o envejecimiento acelerado.

Conclusión: cierren las persianas, bajen las luces de casa y, sobre todo, eviten las pantallas, tanto de móvil como de ordenador, antes de irse a dormir.


RUIDO

Ya desde la época romana somos conscientes de que el ruido daña nuestra salud. Entonces, se prohibió el tránsito de carros a ciertas horas de la noche para no perturbar el sueño. El panorama actual no es muy diferente, pues la causa principal de la contaminación acústica es el tráfico rodado.

La Agencia Europea del Medio Ambiente calcula que casi 32 millones de europeos sufre molestias por el ruido, 13 millones padece trastornos del sueño y se producen 16.600 muertes prematuras y 72.000 hospitalizaciones al año por esta causa. Mientras, un estudio de ISGlobal estima que, sólo en Barcelona, se producen más de 1.200 fallecimientos al año atribuibles a la contaminación del aire o a los niveles de ruido.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) marca un límite máximo de ruido exterior al que deberíamos estar expuestos: 55 decibelios de día y 40 de noche. Las personas que soportan de manera continuada el ruido sufren molestias y altos niveles de estrés, alteraciones de sueño, reducción de la capacidad cognitiva y un elevado riesgo de sufrir enfermedades cardíacas y respiratorias.

Asimismo, se ha demostrado que el estrés y las alteraciones del sueño pueden ocasionar alteraciones hormonales que provocan enfermedades como diabetes. También existen estudios que relacionan el ruido con la pérdida auditiva y los trastornos en el desarrollo fetal y de los recién nacidos.

Para mitigar los efectos nocivos de la contaminación acústica en la ciudad, hay soluciones. Los ayuntamientos ya impulsan campañas de sensibilización, de movilidad sostenible o medidas como el apantallamiento acústico o el asfalto poroso. Y siempre quedan los tapones.


PLAGAS

Los habitantes de las grandes ciudades saben lo que es cruzarse con vecinos indeseados en su hogar o en los transportes públicos. Cucarachas, roedores, mosquitos y chinches pululan por estas urbes como un residente más.

En el caso de los chinches, han vuelto al continente por culpa del tráfico de personas y mercancías. Este insecto fue desapareciendo tras la Segunda Guerra Mundial y llegó a su práctica extinción durante los años 60. Pero en los últimos años han resurgido en Europa.

El Instituto de Salud Medioambiental (CIEH) británico indica que de forma natural, estos insectos chupasangre contienen 28 patógenos humanos. Además, pueden contribuir negativamente a la anemia y transmitir el síndrome de sensibilidad a personas inmunodeprimidas, con síntomas como el insomnio y el nerviosismo.

«Las invasiones de chinches se están dando tanto en barrios de rentas altas como bajas», explica el secretario nacional de la Asociación Nacional de Empresas de Sanidad Ambiental (Anecpla), Carlos García. El alquiler de habitaciones a turistas en las viviendas y la ausencia de fumigaciones provoca el aumento de casos entre particulares.

Dentro de nuestros hogares, podemos compartir metros cuadrados, sin saberlo, con pequeños polizones, como cucarachas o roedores.

Aparte de alergias, pueden provocar serios problemas de salud. «Un ejemplo son las intoxicaciones alimenticias si deambulan entre los alimentos y dejan allí sus deposiciones», dice García.

También son peligrosos los excrementos de las palomas, que transmiten patógenos como la salmonela por distintas vías, como el contacto con la ropa tendida. «Si no hay un control adecuado, las palomas pueden suponer un riesgo para la salud», explica García.

Para combatir las plagas en las ciudades, propone la colaboración entre la Administración y las asociaciones para realizar un tratamiento integral.


MÁS CALOR

El fenómeno denominado isla de calor está causado por varios factores. «Uno es la forma geométrica de las ciudades, con grandes edificios y zonas pavimentadas», explica Érica Martínez, de ISGlobal. «También está la falta de vegetación, cuya labor, entre otras, es la de absorción del calor. O el uso del aire acondicionado, que dispara las temperaturas».

Por culpa de este fenómeno, en una ciudad de más de un millón de habitantes, como Barcelona y Madrid, durante el día puede haber entre dos y cuatro grados más que en las zonas periféricas. Y, por la noche, la situación se agrava: la diferencia puede alcanzar los 10 grados.

En resumen, si vive entre el asfalto y el ladrillo, muévase, coma mejor y use el transporte público para contrarrestar los daños. Y piense que ya sólo quedan 11 meses para las próximas vacaciones.


RAQUEL DÍAZ
3 SEP. 2018 01:45
http://www.elmundo.es/papel/historias/2018/09/03/5b8bcd9d468aeb576c8b4696.html

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