El documental '1938. Diversi' evoca en Venecia la aprobación de las leyes raciales por parte de Mussolini, justo mientras el rechazo a la inmigración centra el debate nacional
El destino de los judíos se decidió en poco más una hora. Su suerte empezó a tambalearse a las 16.00. A las 17.10, cuando terminó el debate, ya estaba condenada. “En una atmósfera de consenso enfurecido”, según el documental 1938. Diversi, el Parlamento italiano aprobó las leyes raciales que entraron en vigor el 17 de noviembre de aquel año. “Me di cuenta solo entonces de que era judío”, cuenta uno de los entrevistados en el filme. Únicamente por ello, a partir de ese día, ya no podría ejercer como profesor, poseer terrenos, casarse con alguien de la presunta raza aria itálica y una infame lista de etcéteras. La estrategia antisemita que el régimen fascista de Mussolini llevaba años fraguando culminó así en una de las páginas más oscuras de la historia del país. 1938. Diversi, que se proyecta estos días fuera de competición en el festival de Venecia, indaga en el proceso que llevó a ese abismo nacional. Para no olvidarlo, justo cuando se cumplen 80 años de aquella vergüenza; y como aviso, porque la sombra del racismo vuelve a alargarse sobre Italia.
“Queríamos investigar más sobre esas leyes, tomar conciencia de ese periodo y esclarecerlo. Cuando empiezas a preguntar por ahí, llegan muchos silencios incómodos y respuestas confusas”, asevera Giorgio Treves, director del documental. Para excavar hacia la verdad, el cineasta ha acudido a las fuentes y los géneros más variados: historiadores, ensayistas, testigos directos, políticos y documentos de la época tratan de reconstruir el puzle; para narrarlo, se mezclan animación, grabaciones de archivo, entrevistas y recreaciones teatralizadas de las palabras de Mussolini. “No hay que creer que el Duce abrazara el antisemitismo por Hitler. Fue un camino autónomo”, agrega Treves.
El fascismo puede volver escondido tras las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararloUMBERTO ECO
Con otro anuncio del dictador, pronunciado por él mismo, arranca el documental. En septiembre de 1938, en Trieste, informa a una grey entusiasta de que “el judaísmo mundial ha sido un enemigo irreconciliable”. El dictador culpa de todos los males a un grupo que representa, en ese momento, una milésima parte de la población. Y que vivía tan integrado que se sentía “casi antes italiano que judío”, explica Treves: había protagonizado el movimiento de liberación del Risorgimento, participado con entusiasmo en la Primera Guerra Mundial y unos 200 incluso desfilaron en la marcha sobre Roma con la que el fascismo se adueñó del poder, como señala el documental. Muchos estaban afiliados al partido de Mussolini, aunque su presencia también fue poderosa en el antifascismo.
“El problema del judaísmo surge cuando el régimen lo impone desde arriba”, reflexiona Treves. Y varias voces del documental coinciden en ello: los italianos no eran entonces antisemitas, o racistas. Mientras el odio contra los judíos montaba en Europa, del caso Dreyfus a los pogromos rusos, pasando por la difusión de Los protocolos de los sabios de Sion, en Italia resistía un estatuto de 1848 que había abolido los guetos y sentenciado la igualdad de los ciudadanos. Mussolini, sin embargo, tenía ideas y, sobre todo, necesidades opuestas.
Así que, en 1936, empieza a imaginar el alejamiento de la vida pública de los judíos, según el filme. “Los italianos han de hacerse más duros, implacables, odiosos. Es decir, líderes”, escribe Mussolini. Para compactar a su pueblo y reforzar su poder, el dictador cita al imperio romano, lanza la guerra colonial contra Etiopía y envía sus tropas en apoyo a Franco. “Cuando termine la lucha en España, inventaré otra cosa”, son sus palabras que resuenan en 1938. Diversi. Y en la raza, Mussolini encuentra uno de los pilares más sólidos para su proyecto.
“Sus escritos juveniles contienen frases contra los judíos pero no se le podía considerar antisemita. Aunque el racismo encaja en la actitud fascista de abuso del fuerte sobre el débil”, defiende Treves. En el documental, se ve como el Duce pone a su propaganda a inculcar el mito de la raza italiana, sobre todo en los más jóvenes. Los artículos denigratorios se multiplican, “las páginas de sucesos solo hablan de judíos”, explica el filme. Y en el verano de 1938, el fascismo halla su base seudocientífica con la publicación del Manifiesto de la raza, encargado por Mussolini a 10 estudiosos.
Meses después, ya hay bares que prohiben la entrada “a perros y judíos”. Como dice uno de los testigos en el filme, “aquel hilo de tinta negra que firma las leyes raciales se engrosa hasta convertirse en la vía de tren que lleva a Auschwitz”. Mientras, la mayoría de los italianos asiste “con una indiferencia que se convierte en complicidad”, según la película. Y su director avisa de que aquel “virus” que el régimen inoculó en los italianos aún no ha sido aniquilado.
Umberto Eco ya lo dijo, en 1994: “El fascismo puede volver escondido tras las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo”. Y con esa frase se cierra el filme. “Cuando un político propone un censo de los gitanos, es peligroso”, tercia Treves. Así lo hizo el actual ministro del Interior de Italia y líder de la Liga, Matteo Salvini, volcado en la lucha contra la inmigración y quien también afirmó: “Los gitanos italianos, por desgracia, tenemos que quedárnoslos”. El cineasta encuentra denominadores comunes entre ambas épocas en el “estado de crisis, la necesidad de chivos expiatorios y las simplificaciones que se vuelven eslóganes”. Y pide ayuda a la memoria: “Todo eso ha existido. Recordémoslo. Y evitémoslo”. La lección está ahí, en la historia. Basta leerla.
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