Crecen las suspicacias ante el mayor proyecto de ingeniería climática de la historia
China tiene la intención firme de controlar el clima. Manipulando las nubes. La lluvia. La nieve. O el granizo. Y lo quiere hacer a una escala nunca vista. En más de la mitad del país. En más de cinco millones de kilómetros cuadrados. En un territorio equivalente a una decena de veces el español. El Consejo de Estado lo anunció de manera oficial el pasado mes de diciembre. Y tiene intrigados a todos, hasta el punto de hacer crecer las tensiones entre vecinos que, en total, suman la mayor porción de la población mundial.
Ya hay quien menciona la posibilidad de una guerra meteorológica. Todavía más si, como ha hecho público Pekín, el programa se extiende a un objetivo también global.
Aunque el cómo no sea ningún secreto de Estado. Para hacer realidad la “siembra de nubes” basta con usar un cóctel químico basado –habitualmente– en yoduro de plata, que actúa sobre las nubes y tiene efectos modulando la lluvia, la nieve o el granizo. En la graduación está su secreto, se repite. Y se conoce desde que un empleado de General Electric lo descubriera por casualidad tras la Segunda Guerra Mundial. EE.UU. intentó apaciguar los huracanes con esta técnica en el proyecto Stormfury. Vio un boom en los años 1950-1960 que en parte se perdió al saberse que se había utilizado en la guerra de Vietnam para inundar las carreteras y condicionar al Vietcong. Y de hecho Pekín inició su desarrollo en los 60.
Ahora sube de escala y China piensa en batir todos los récords. Según relata una nota oficial de las autoridades chinas, espera ver completado el plan en el 2025 en un 56% del espacio total del país en cuanto a la lluvia y nieve. En 580.000 kilómetros cuadrados en lo que se refiere a la eliminación del granizo. “Para el 2035 la modificación del clima deberá llegar a un nivel avanzado del globo”, agregaba, finalmente, la nota.
¿Cubrir la mitad del país sin causar efectos secundarios? ¿Y objetivos globales? Las suspicacias crecen. Porque si bien se espera que ayude en la estimación de desastres como las sequías y granizos y en la protección del medio ambiente evitando fuegos o temperaturas muy altas o secas, provocar que las nubes descarguen en un país puede ser lo mismo a decir que no lo hagan en el vecino. Y esto, por el tamaño del proyecto que desarrolla, afectaría a la India (con una población también mil millonaria y con la que China ya ve problemas fronterizos en el Himalaya, con uso de armas incluido), Nepal, Birmania, Vietnam y otros tantos.
¿Si llueve más en China, no lloverá en sus países? ¿El temor es real?
Andrea Flossmann, copresidenta del grupo especializado en modificación del clima de la Organización Meteorológica Mundial y profesora en la Universidad Blaise Pascal de Clermont-Ferrand (Francia), responde a La Vanguardia: “Por el momento no tenemos evidencia de que haya un robo de agua del vecino, pero hasta ahora la siembra no se ha hecho a una escala tan grande. Y por eso el debate. Puede cambiar en el futuro. Deberá monitorizarse”.
Esta misma científica explica que España sembró en el pasado. Israel lo hace ahora. Otros países sobre todo llevan adelante un programa de prevención del granizo como Francia, Rusia, Rumania o Moldavia. “Y actualmente la siembra de nubes para el aumento de las precipitaciones está haciéndose a gran escala en Asia, África y América. Son más de cuarenta países y hay una tendencia a incrementarse por las sequías, visto el cambio climático”, detalla.
Por el momento no tenemos evidencia de que haya ‘robo’ de agua del vecino, pero hasta ahora la siembra no se ha hecho a una escala tan grande
Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China y el fundador y presidente honorífico del Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional (Igadi), lo pone sin embargo en el contexto de un conflicto que va más allá:
¿La siembra de nubes por qué preocupa en los países vecinos?
“Para muchos países vecinos, que pueden comprender la preocupación china por la sequía, llueve sobre mojado”, señala. Y continúa: “Especialmente a la vista de los problemas que hay en torno al Mekong, que es el curso de agua más importante del sudeste asiático y sobre el que se registra desde hace años cierta polémica por los embalses y plantas de energía chinas que no tienen en cuenta el impacto río abajo.” Existe, así, un serio problema con los recursos hídricos de la región “aunque como dice ONU-Agua no hay más salida que la cooperación”, concluye. Ríos asegura por ello que EE.UU. ya lo ha enfilado para polemizar con China.
Parte del dilema con la siembra de nubes, sin embargo, es que no siempre se hace de una forma clara. “Sospecho que se está volviendo más popular, pero es difícil saber quién está sembrando en la actualidad o incluso quién lo estaba haciendo hace 20 años. Los éxitos son bastante limitados, si bien mejores que tiempo atrás, y ello conlleva una mayor presión para continuar más allá incluso si es poco probable que se obtenga un resultado positivo”, sigue Steven Siems, catedrático de estudios de la tierra, atmósfera y medio ambiente de la Universidad Monash, con sede en Melbourne, y de las principales de Australia.
De entre todos ellos destaca China, con el proyecto más grande y ambicioso, sea por sus repercusiones científicas que políticas. A ello ha destinado un presupuesto millonario. Y realiza pruebas continuas en forma de balas llenas de minerales, aviones y lanzadoras de cohetes. Con éxito, como demostró al asegurar el buen tiempo en los Juegos Olímpicos del 2008 en Pekín, adelantando las lluvias del otoño antes de que se iniciara el torneo. O en varias paradas militares de importancia simbólica para Pekín. En el año 2019 los medios oficiales chinos dijeron que la siembra de nubes había prevenido el 70% de los daños a los cultivos en el oeste de la región de Xinjiang.
La propia Flossmann señala que “en nuestros documentos confirmamos que la siembra tiene unos efectos incrementales de sobre el 10% y que se necesita humedad y nubes. China lo está haciendo desde hace un tiempo, y a escalas relativamente grandes, no sólo para incrementar las precipitaciones, sino para prevenirlas”.
China lo intenta, además, con una reducción de costes, dejando de lado los aviones y encarando, por ejemplo, unas cámaras de combustión instaladas en las crestas de las montañas tibetanas que usan el viento monzónico para elevar las partículas necesarias. Porque en la cordillera del Himalaya es en donde nacen sus tres grandes ríos, el Yangtsé, el Mekong y el Amarillo. Y quiere controlarlos. Tal y como hace con megainfraestructuras como la presa de las Tres Gargantas. De ahí, a su vez, otra duda:
¿La siembra de nubes es peligrosa para el medio ambiente?
A la duda responde Siems: “No tengo conocimiento de que los agentes de siembra de uso común (por ejemplo, yoduro de plata) hayan tenido impacto. En Australia se llevó a cabo un análisis medioambiental muy detallado hace 15 años y se sigue monitoreando anualmente el agua subterránea. La concentración general de estos agentes de siembra es realmente muy pequeña en comparación con el combustible necesario para dispersarlos (por ejemplo, combustible de avión o de un generador terrestre). La siembra higroscópica comúnmente usa sal, que es aún más benigna. Pero se está realizando un esfuerzo por desarrollar agentes de siembra nuevos y más eficaces y no puedo hablar por ellos”.
Se ignora en cierta manera su repercusión real. De ahí el creciente escepticismo. La unilateralidad de los proyectos por parte de China aumenta, además, las suspicacias.