viernes, 3 de febrero de 2023

'Friendshoring': el palabro que te demuestra que el fin de la globalización era un farol


Un empleado trabaja en una fábrica de Hangzhou, en China. (Reuters)




La evolución de las estrategias para trasladar las cadenas de suministro apunta a que el fenómeno de la desglobalización no va a ser tan radical como se esperaba




Gobiernos y empresas occidentales llevan una década alertando de un cataclísmico cambio de era para el comercio global. Uno en el que los criterios de inversión dejarían de estar guiados exclusivamente por dónde resulta más barato producir y pasarían a basarse en conceptos como la soberanía energética, la seguridad de suministro o el control de los recursos estratégicos. El estruendoso retorno de la geopolítica se había comido a la economía con patatas, afirmaban, y ahora las cadenas de suministro debían emprender un viaje de retorno a sus orígenes. La desglobalización era inevitable.

Este proceso ha adoptado múltiples denominaciones, todas —para desgracia de los haters de los anglicismos— a través de la habitual transformación de verbo anglosajón a palabra de moda al añadirle un -ing. Primero llegó el decoupling, un símbolo de la ruptura con China y el desacoplamiento entre las economías occidentales y la del gigante asiático. Después, tomaron protagonismo términos como reshoring y onshoring, nombres que aluden a la repatriación de las cadenas de suministro desde Pekín y hacia las regiones de Europa y Norteamérica. Finalmente, una nueva palabra ha llegado para liderar el discurso durante los próximos años: el friendshoring.

Popularizada por la secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, en un discurso en abril del año pasado, esta nueva iteración se refiere a la agrupación de países con valores y principios compartidos y el proceso de “favorecer la vinculación de las cadenas de suministro entre ellos, para que podamos continuar ampliando de forma segura el acceso al mercado y reducir los riesgos para nuestra economía, así como para la de nuestros socios comerciales de confianza”, en palabras de la propia Yellen. Es decir, reubicar las fábricas a naciones que se consideran aliadas y que, al menos sobre el papel, ofrecen una mayor estabilidad a largo plazo.

El término friendshoring se ha extendido en tiempo récord, siendo mencionado hasta el agotamiento durante el Foro Económico Mundial celebrado recientemente en Davos. Sin embargo, la propia evolución de la palabra apunta a que los rumores sobre la muerte de la globalización han sido exagerados. De las grandes promesas iniciales sobre la posible reindustrialización de Europa y Estados Unidos se ha pasado a querer mover las cadenas de suministro a cualquier país que, a diferencia de China o Rusia, no sea calificado como un rival sistémico.

"Estamos experimentando relocalizaciones, pero no realmente a Europa, sino a países como India, Vietnam, Tailandia y otros del sudeste asiático", explica Holger Görg, presidente del Kiel Institute for the World Economy, en entrevista con El Confidencial. “Eso, por supuesto, significa que no habrá menos globalización que antes, sino que, simplemente, se busca desplazarla a otras naciones”, agrega.

Günther Maihold, subdirector del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad (SWP), coincide en que el friendshoring supone un planteamiento mucho menos drástico que los propuestos anteriormente. “Es una solución intermedia”, afirma a este periódico. “Una señal de que no estamos ante la necesidad de ir por una globalización que se orienta en las ventajas comparativas hasta el último centavo”, aunque la práctica totalidad de la producción continuará en países lejos de las costas europeas y norteamericanas, agrega el experto. Se trata, por lo tanto, de un reconocimiento de los límites de una desglobalización mil veces anunciada, pero ardua de llevar a cabo sin que resulte en incrementos drásticos en los precios.


Una desglobalización 'light'

La globalización está experimentando una transformación, no la muerte. La invasión rusa de Ucrania y los bandazos impredecibles del Gobierno chino a lo largo de la pandemia han acelerado el deseo de empresas y gobiernos occidentales de reducir o eliminar su dependencia de estas dos naciones. En el caso de Rusia, un gigante de las materias primas, el cambio ha sido rápido —con vetos al petróleo ruso y una reducción drástica de las importaciones de gas— y muy doloroso para las arcas europeas. Una ruptura similar con China, nexo global de las cadenas de suministro, sería imposible.

Lo que se está produciendo en su lugar es un lento goteo de empresas norteamericanas y europeas que trasladan parte de sus operaciones desde China hacia países percibidos como más seguros por Occidente. Hay ejemplos para aburrir. Apple planea producir alrededor de una cuarta parte de sus iPhones en el sur de la India; Sony ha tomado medidas similares en Tailandia; el número de fábricas de textiles se ha disparado en Bangladés y la proporción de empresas europeas que trasladaron algunas de sus operaciones de China a Vietnam aumentó un 41% en el último trimestre de 2022, frente al 13% en el tercer trimestre, según anunció la Cámara de Comercio Europea en el país.

En comparación con estos movimientos, los casos de onshoring, o regresos de las fábricas a sus países de origen, han sido mucho más limitados, rozando lo anecdótico. La excepción más importante es la de los semiconductores, donde tanto Estados Unidos como la Unión Europea han lanzado legislaciones en paralelo para subvencionar su fabricación, destinando miles de millones de euros y dólares entre inversión pública y privada.

"Lo que vemos muy claramente es la reubicación de plantas industriales de China a otros países del sudeste asiático"

“Lo que vemos muy claramente es la reubicación de plantas industriales de China a otros países del sudeste asiático. Ahí hay muchísimos proyectos que han sido anunciados”, apunta Maihold. Sin embargo, como recuerda Görg, los motivos para este cambio a menudo han estado más ligados con factores estrictamente económicos que con los miedos geopolíticos. “Lo que también ha ocurrido es que China se está volviendo más cara, así que las empresas ya se estaban mudando a otros países como Vietnam o Tailandia por una simple cuestión de costes”, apunta el presidente del Kiel Institute.

La estrategia más común para las compañías multinacionales es la denominada como China +1: mantener la mayoría de las fábricas en el gigante asiático, pero contar con un respaldo de proveedores en alguna de las naciones vecinas al que recurrir en caso de emergencia. Una transformación moderada que refleja un dilema claro: la diversificación de suministro puede resultar beneficiosa para países y empresas por igual, pero, a partir de cierto punto, los costes empiezan a dispararse. Por otra parte, la mano de obra de las naciones del sudeste asiático no está tan capacitada como la de Pekín y las violaciones de derechos laborales y ambientales disuaden a los inversores, particularmente los de la UE.

El resultado, al menos hasta la fecha, dista mucho del giro radical que vaticinaba el discurso en torno al decoupling años atrás. La consultora Control Risks considera que las cifras finales de producción extranjera movilizada fuera del país podrían situarse entre el 10% y el 20%. “En este momento, cuando tanta retórica gira en torno al '¡Oh, tenemos que irnos de China ahora mismo!', eso no está sucediendo. Las compañías seguirán basando la mayor parte de su producción en China”, consideró Harrison Cheng, director asociado de la compañía en Singapur.


Amigos hoy; mañana, quién sabe

Pese a tratarse de una versión considerablemente diluida de la desglobalización, el friendshoring sigue enfrentándose a problemas difíciles de reconciliar con las complejidades geopolíticas. La primera y más importante de ellas: en la arena internacional, determinar quién es realmente un amigo a largo plazo no es tarea fácil.

Los propios ejemplos de China y Rusia suponen una advertencia de cuánto pueden cambiar las tornas en cuestión de décadas. Cuando Vladímir Putin se instaló por primera vez al frente del Kremlin al concluir el año 1999, Washington y Bruselas no veían a Moscú como un rival, sino como un aliado. “Rusia es una nación amistosa y europea”, declaró el presidente ruso el 25 de septiembre de 2001 ante un Parlamento alemán que lo ovacionaba a cada pausa de su discurso. Del mismo modo, fueron las inversiones occidentales las que, en gran medida, ayudaron a transformar al originalmente precario sector manufacturero chino en el gigante que actualmente buscan contener.

“Cuando uno dice ‘vamos a priorizar a nuestros amigos’ a la hora de comerciar, suena muy razonable, pero la realidad es mucho más complicada”, argumenta Görg. “¿Estamos seguros de a quién llamamos amigos? ¿De verdad podemos decir que Vietnam es una nación políticamente alineada con Estados Unidos o la Unión Europea? Vietnam no es China, pero la estructura política de ambos es muy similar”, agrega el experto. Los países que hoy parecen una alternativa más potable frente a Moscú o Pekín podrían convertirse dentro de unos años en un dolor de cabeza similar o mayor para empresas y gobiernos occidentales.

La experiencia demuestra que, incluso los aliados más acérrimos, pueden rápidamente volverse contra uno en materia comercial. Actualmente, la Unión Europea y Estados Unidos se encuentran en una carrera armamentística de subvenciones a las tecnologías renovables que ha desatado tensiones a ambos lados del Atlántico. Tan solo cuatro años atrás, apenas un suspiro en términos geopolíticos, Donald Trump imponía aranceles multimillonarios a productos procedentes de los Veintisiete. En un mundo polarizado y en constante cambio, apostar por un aliado es más complicado que nunca, especialmente cuando tus rivales son más baratos.




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01/02/2023 - 05:00
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