¿Algún plan mejor para pasar tiempo con amigos que lanzar piedras a un río?
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En un mundo incesante de planes sociales increíbles, expectativas vitales inalcanzables y malestares psíquicos, lo más gozoso pasa por literalmente aburrirse con los demás. Como cuando éramos niños
Piensa en los últimos planes que has hecho con tus amistades más cercanas. Es posible que la mayoría sean algo como ir a cenar al último gran restaurante que uno del grupo ha descubierto, ir a un festival o simplemente tomar unas cervezas en una terraza ahora que todavía hace bueno. Seguramente a nadie se le ocurra bajar a la orilla del río a tirar piedras, jugar al pilla-pilla o quedar para hacer la compra. Estas actividades son inútiles (¿qué gratificación hay en arrojar piedras al río?), infantiles (no tenéis ocho años para andar corriendo por los parques uno detrás de otro) o tediosamente cotidianas (no hay ninguna conversación interesante a priori en un supermercado más que el lamento por la imparable subida de los precios del aceite).
Sin embargo, en el transcurso de todas ellas, así como en otras similares, hay sensaciones, eventos y momentos a las que merece la pena prestar atención y que, en cierto modo, pueden afianzar el vínculo que os une. Tal vez, mientras estéis tirando piedras en el río, presenciéis un anochecer otoñal de lo más instagrameable (mejor no sacar la foto) que allane el camino hacia una conversación profunda; quizá, mientras estéis jugando a juegos infantiles, aprezca el niño que eras y eso te reconcilie de alguna forma con tu yo más íntimo; o, en último término, tras acudir al supermercado acabéis charlando de lo divino y lo humano en el salón tras ayudaros mutuamente a subir la compra (o mejor aún: cocinando un plato delicioso entre todos con los alimentos que acabáis de adquirir mientras de fondo suena la música que más os gusta).
Los niños, para conectar y caerse bien, no necesitan saber lo que hace el otro o esperan de él, sino crear algo juntos
Decía Pascal aquello de que la felicidad humana se basa en la incapacidad para quedarnos quietos en una habitación, una frase muy recurrente en tiempos de pandemia. Lo cierto es que el aburrimiento, en un sentido individual, puede ser terrible o un excelente medio para llegar a un estado creativo, pero pocas veces pensamos en el tedio como una sensación que pueda vivirse de manera colectiva y en un sentido positivo. En este sentido, nadie se aburre mejor en comunidad que los niños, pues su único trabajo y motivación pasa por jugar o inventarse cosas con las que jugar con los demás.
Jeffrey Parker, profesor de psicología de la Universidad de Alabama y un gran experto en comportamiento infantil, pasó más de una década analizando las conversaciones que los niños tenían entre sí y sus amigos, llegando a una conclusión sobre las dinámicas que siempre se presentaban: si uno de ellos presenta una idea que el otro no espera, salida de la más pura imaginación, el otro debe improvisar para que funcione. En este sentido, la clave para conectar y caerse bien no pasa por lo que hacen, dicen, demuestran o esperan del otro, sino en lo que crean juntos.
"Se nos vende que la única forma de dar el siguiente paso en la vida, sea lo que sea, pasa por convertirte en alguien independiente, formar una familia, encontrar pareja, tener tu propio espacio"
El estudio de Parker es citado en un reciente artículo de la periodista Rhaina Cohen publicado en The Atlantic para diferenciar cómo socializamos los adultos con respecto a los niños. Evidentemente, las relaciones adultas no son peores que las infantiles, ya que implican un mayor cuidado, sacrificio y apoyo mutuo que los niños no son capaces de ofrecer debido a sus limitaciones cognitivas, sociales y emocionales. Y esto es mucho más valioso que jugar a la comba o hacer de una caja de cartón una nave espacial. Sin embargo, sí que conviene recuperar o reivindicar elementos concretos de esas dinámicas infantiles en la vida adulta a la hora de establecer vínculos amistosos con otras personas, ya que al final el mundo adulto por lo general tiende a ver a los amigos como un lujo y no como una prioridad o algo natural.
El amigo es un lujo privado
Un lujo porque, de hecho, tener un amigo hoy en día es un trabajo. Siempre hay una razón de desequilibrio entre lo que das y lo que recibes, ya que ninguna relación es perfecta. Además, implica un gasto que pocos están dispuestos a asumir. En primer lugar, un gasto económico, puesto que no hay plan social en el mundo adulto que no cueste dinero, aunque sea mínimo, como tomar un café. Algunos amigos, de hecho, cuestan mucho dinero. Hay planazos que no están al alcance de cualquiera, el coste de la vida cada vez es más alto como para estar destinando los ahorros en actividades de ocio o viajes a sitios exóticos, sobre todo conforme vamos avanzando en edad y cada uno busca su hueco privado en el mundo: tu propio coche, tu propia casa, tu propia familia. Y todo eso exige trabajo, sacrificio y sumisión financiera, de ahí el debate intergeneracional entre boomers que se mataron toda la vida a trabajar para sacar a su familia adelante y millennials que sufren ansiedad o FOMO a la mínima de cambio, a golpe de clic, destinando gran parte de sus ingresos al ocio y al enriquecimiento personal sin pensar en el futuro.
En Estados Unidos, esta ansia de privacidad como fórmula del éxito se vuelve más acuciante si cabe en el mundo adulto. Así lo asevera Sheila Liming, autora del reciente libro Hanging out: the radical power of killing time (2023), que también trata algunas de estas ideas y que defiende que la mejor forma de quedar con amigos pasa por "atreverse a hacer muy poco en compañía de otros" a los que tampoco tenemos por qué conocer de antemano, precisamente como cuando éramos pequeños y cualquier niño nos valía para jugar con él a la pelota.
"La privacidad en Estados Unidos se ve como un privilegio, y también es algo que aporta honor y orgullo", asegura Liming en una reciente entrevista a la BBC. "Así que cultivamos estas condiciones para la privacidad con el objetivo de mostrar al mundo que hemos tenido éxito y lo hemos logrado. Estar lejos de nuestros vecinos nos permite elegir cuánto tener interacciones con ellos y ponerles límite. Se nos vende que la única forma de dar el siguiente paso en la vida, sea lo que sea, pasa por convertirte en alguien independiente, formar una familia, encontrar una pareja, tener tu propio espacio. Hasta que no obtienes eso no puedes lograr nada".
¿Habitar juntos?
Los amigos en el mundo adulto-privado no solo requieren un gasto económico, también humano. Suficientes gestiones emocionales y psicológicas tenemos que hacer con nosotros mismos como para prestar atención a las de la persona ajena. Por fortuna, se han visibilizado mucho los problemas de salud mental, lo que ha derivado en un aumento de las solicitudes para recibir asistencia psicológica. Pero, en último término, estas cuestiones también son percibidas y tratadas desde el ámbito privado, responsabilizando al individuo de su malestar. Esta privatización de la salud mental que tan bien definió el filósofo Mark Fisher no se aborda nunca desde una perspectiva colectiva para ir a las raíces de ese sufrimiento psíquico, que en muchos casos tienen que ver con los derechos laborales o la autonomía del individuo para desenvolverse de cara al futuro.
Autores españoles como Javier Padilla y Marta Carmona hablan de esa privatización del estrés en su libro Malestamos (Capitán Swing, 2022), planteando soluciones que hagan más efectivo el desarrollo de la democracia, llegando a conclusiones parecidas a las de Liming. Contra esa privatización de la vida cotidiana (el coche, el piso y la familia) y del estrés (la atención psicológica individualizada), la autora británica se pregunta si la solución pasa por algo tan simple como el hecho de compartir espacios habitables con otras personas. Y, sobre todo, y lo que es más interesante, con personas con las que no existe un vínculo emocional demasiado fuerte, de ahí la idea de reforzar los lazos sociales como base para una democracia mejor, pues el conflicto con esos desconocidos es inevitable (los niños no solo juegan en felicidad y armonía, también se pelean).
No se trata de aburrirse con los otros como si fuéramos unos niños, sino afianzar esas relaciones, trabajarlas o ponerlas en suspenso cuando sea necesario
"Mi libro va de cómo podemos construir entre todos una sociedad mejor y más sana, no necesariamente a través de lo que nos hace sentir cómodos o conseguir el éxito profesional o personal, sino a través de asuntos que quizá nos hagan sufrir para que este espacio en común que habitamos juntos sea un poco más sano", sostiene Liming en otra entrevista en la revista LA Review of Books. "Hablo de cómo podemos fortalecer la musculatura social y desarrollar prácticas que refuercen nuestra participación en lo común, en la democracia". Por tanto, no se trata solamente de aburrirse con los otros como si fuéramos unos niños bajo el prisma naif de pasar un buen rato con los demás y estar más o menos cómodo, sino afianzar esas relaciones o ponerlas en suspenso cuando sea necesario, trabajarlas con esfuerzo, aunque resulten incómodas o difíciles.
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