Sam Altman, ex-CEO de OpenAI, en una imagen de hace unos días en Londres. (Reuters/Toby Melville)
La que hasta hace unos días era la rival a batir por todos en la inteligencia artificial es ahora una empresa caótica donde la plantilla amenaza con dimitir en bloque si no restauran el mandato de Altman
ChatGPT, la aplicación que provocó que casi todos los gigantes tecnológicos se lanzaran a una carrera frenética por la corona de la inteligencia artificial, está a punto de cumplir un año. Una efeméride que va a llegar en el momento más surrealista y convulso que atraviesa esta tierna industria tras un fin de semana esquizofrénico que ha puesto a OpenAI, hasta hace unos días el rival a batir por todos, a los pies de los caballos.
Han sido 72 horas de decisiones inesperadas y giros de guion más propios de una serie como Succession. Todo arranca el pasado viernes por la noche con el despido fulminante de Sam Altman, cofundador de la compañía. El consejo de administración no aclara el motivo exacto y se escuda en un comunicado escueto en el que argumentan "pérdida de confianza". Para lograr una transición tranquila, será Mira Murati, drectora de tecnología, la que tomará el mando temporalmente. La noticia pilla con el pie cambiado a los principales accionistas, entre ellos Microsoft, que hace meses invirtió 10.000 millones, lo que les otorga el control sobre el 49% de la compañía.
El primer golpe de volante llega el sábado. Se habla de indignación entre varios inversores, que presionan a los responsables de la decisión para que recojan cable. Los rumores y especulaciones se multiplican durante horas y se da por supuesto que ambas partes negocian. El protagonista da pábulo a la teoría del regreso subiendo una foto a las oficinas de la compañía el domingo por la tarde con una acreditación al cuello donde se puede leer “Guest” (Invitado).
Contra todo pronóstico, unas horas después vuelve a ocurrir algo inesperado: Altman no regresará y Microsoft anuncia un plan para ficharlo junto a otros pesos pesados para crear una nueva división de investigación. OpenAI, por su parte, anuncia a Emmet Shear, cofundador de Twitch, como nuevo CEO interino en lugar de Murati.
El culebrón podía haber acabado ahí, pero nada más lejos de la realidad. 700 de los 770 empleados suscriben una carta en la que exigen a la junta de dirección que dimita en bloque. Si no ocurre, emprenderán el mismo camino que Altman. Lo más sorprendente de todo es que entre los firmantes se encuentra también Ilya Sutskever, científico de datos, cofundador y miembro de la junta. ¿Por qué? Pues básicamente porque se le acusa de ser el promotor del despido.
OpenAI se ha convertido en un auténtico circo mediático y su futuro ha pasado en apenas tres días de ser prometedor a ser más incierto que nunca. No es que vengan curvas, es que en cualquiera de ellas la empresa del año puede desempeñarse y acabar en la cuneta. Mientras tanto, las preguntas se acumulan. ¿Cómo ha sido posible que la dirección se haya hecho este harakiri? ¿Cómo es posible que Microsoft no se haya enterado de nada? ¿Alguien gana realmente con esto? ¿Qué va a ocurrir a partir de ahora? Aquí van las claves que ayudan a comprender una crisis que ha puesto patas arriba este sector.
Una extraña bicefalia empresarial
Para entender la actual crisis de OpenAI hay que remontarse a su nacimiento en 2015. En aquel entonces, quienes la levantaron, entre ellos Altman o Elon Musk, lo hicieron como una fundación sin ánimo de lucro. Su misión era llevar los beneficios de la inteligencia artificial a toda la humanidad y no dejar esta revolución a merced de los intereses privados de grandes tecnológicas como Google, que poco antes había comprado DeepMind.
Se fijaron la meta de conseguir reunir 1.000 millones de dólares en concepto de donaciones. Pasados los años, solo lograron recaudar 130 millones. Una cifra insuficiente para afrontar las recurrentes inversiones en infraestructura y personal que requiere el desarrollo de esta tecnología. Para conseguir el combustible necesario para mantener el vuelo, Altman promovió un cambio fundamental en 2019. Crearon una sociedad con fines mercantiles que les dio la capacidad de recaudar financiación de inversores externos, así como contratar trabajadores para esa actividad lucrativa. Para no distorsionar el objetivo inicial, se establecieron ciertos límites.
El cortafuegos más importante es que este nuevo hemisferio comercial seguiría respondiendo ante el consejo de administración original de la fundación OpenAI, la que no tiene intereses lucrativos y que seguiría priorizando ante todo la misión original. Los miembros de esta junta de gobierno no pueden tener intereses económicos en la nueva sociedad para no influir en sus decisiones. Esa es la explicación de que Altman no tenga casi acciones en OpenAI a día de hoy. Y esa es también la razón por la que Microsoft no estaba enterado de los planes para despedir al CEO, ya que no cuentan con un asiento en este órgano. Invirtió 10.000 millones y eso le da control sobre el 49% de esa sociedad que OpenAI creó para generar flujo de caja, pero no sobre la fundación, que es la que tiene la última palabra.
OpenAI ha estado trabajando en los últimos cuatro años con una extraña bicefalia. Por una parte, estaba el hemisferio comercial hasta ahora pilotado por Altman, que prioriza la conquista del mercado y el rendimiento financiero. Por encima, estaba el gobierno original de la fundación, con un enfoque filantrópico y que ponía por delante un desarrollo basado en la ética y la seguridad. Es esta estructura la que ha dado pie a un choque de trenes que puede ser fatal.
La junta de gobierno de la fundación estaba compuesta hasta el viernes por un total de 6 personas. Tres de ellos eran fundadores de OpenAI: el propio Altman, Ilya Sutskever y Greg Brockman, que era el que ostentaba la presidencia. El resto son perfiles independientes. Se trata de Adam D´Angelo, CEO de la plataforma Quora; Tasha McCauley, inversora tecnológica, y Helen Toner, miembro del Centro de Seguridad y Tecnologías Emergentes de Georgetown.
Según el relato de Brockman, que dimitió poco después de que estallase el escándalo, Altman fue convocado en la mañana del viernes a una videollamada en la que todo el consejo estaba presente menos él. Durante ese encuentro, se le comunica su despido.
Cuando finaliza, Sutskever convoca a Brockman. Se le informa de que va a ser cesado como presidente del consejo pero, a diferencia de su compañero, se le ofrece seguir en su puesto, reportando a la que iba a ser la nueva CEO interina, Mira Murati. Aunque en un primer momento parece aceptar (este punto se recoge en el comunicado en el que se anuncia la salida de Altman), Brockman acaba presentando su renuncia un par de horas después.
La elección de Shear y el perdón de Sutskever
Varias medios, desde Bloomberg hasta el medio especializado The Information, señalan al científico de datos como artífice de la maniobra. Sutskever, una voz muy respetada en la industria por sus aportes al aprendizaje profundo, era más partidario de echar el freno de mano y ralentizar los desarrollos de la compañía para priorizar la seguridad de lo que pusieran en circulación.
Recientemente, este experto pasó a liderar un equipo de nueva creación dentro de OpenAI en el que se estudiaban formas para controlar inteligencias artificiales que adquirieran capacidades sobrehumanas en el futuro. Sutskever no ha escatimado en advertencias sobre los riesgos de esta tecnología y ha advertido sobre ello en múltiples ocasiones.
Altman es un perfil de directivo diametralmente opuesto. Encaja con el prototipo de directivo clásico de Silicon Valley, que busca una expansión feroz y que cree que es mejor pedir perdón que permiso. Estas diferencias se enquistaron y dieron pie a un conflicto que se fue larvando con el paso de los meses y estalló definitivamente la semana pasada. Sutskever habría conseguido atraer a los independientes del consejo hacia sus posiciones y con ello armar una mayoría suficiente como para tomar las decisiones e imponer su visión.
“La designación del nuevo CEO, Emmett Shear, apunta en esta dirección”, explica José Luis Calvo, experto en inteligencia artificial y fundador de la startup Diverger. “En múltiples entrevistas y apariciones se ha mostrado partidario de ralentizar, que no de frenar, el actual ritmo de desarrollo de la IA. Siempre se ha mostrado muy cauteloso con los posibles riesgos. Otra cosa diferente es lo que vaya a hacer o lo que pueda hacer cuando se ponga al mando", recuerda este experto que recuerda que todavía no se conoce el motivo por el que se ha justificado el despido a Altman. Existen teorías que afirman que podía estar negociando a espaldas de la junta una mayor participación de Microsoft o la entrada de un nuevo socio, pero ninguna de las partes ha confirmado nada, así que todo es pura especulación.
Shear, de 40 años de edad, abandonó hace unos meses su rol como director ejecutivo de Twitch, la plataforma de streaming propiedad de Amazon. Tras conocerse su elección ha sido bastante parco en palabras, pero aseguró que iba a encargar una auditoría independiente para esclarecer el origen de la crisis así como escuchar de primera mano las inquietudes de la plantilla. Además, se encargó de recordar que el acuerdo con Microsoft sigue vivo.
Unas horas más tarde llegó la enésima sorpresa: la disculpa de Sutskever. En su cuenta de X.com, antes Twitter, lamentaba "profundamente su participación en las acciones del consejo". Prometía, además, que intentaría “hacer lo posible por unir a la compañía” de nuevo. Altman se hacía eco y retuitaba la publicación incluyendo unos corazones lo que añadía más desconcierto a la ecuación. Posteriormente, Sutskever firmaba el comunicado en el que se pedía la dimisión de la junta de la que sigue formando parte.
El gran error de cálculo: la plantilla
Este escrito se empezó a mover en la tarde de este lunes por las redes sociales. En el documento se exije la vuelta de Altman a su puesto y se criticaba al órgano de gobierno de la fundación. “El proceso por el que se despidió a Sam Altman y provocaron la dimisión de Greg Brockman ha puesto en peligro todo el trabajo y ha socavado nuestra misión”, se puede leer en la misiva. "No están preparados para gestionar OpenAI", añaden.
En un principio se habló de que más del 50% de los miembros de la plantilla que habían suscrito esa carta, aunque al final de la jornada la cifra se situaba en 700 de 770 empleados. Entre los firmantes se encontraba también Mira Murati. La directora de tecnología, que lleva en la empresa desde 2018, fue designada el pasado viernes como CEO interina. El comunicado se deshacía en elogios hacia su persona y su conocimiento tanto en el plano técnico como en otros aspectos de la estructura de la empresa era un aval para una transición tranquila y fluida. Sin embargo, el mandato de Murati duró menos de 48 horas porque Emmet Shean fue anunciado en el segundo día de crisis como nuevo director ejecutivo.
En un primer momento se pensó que el fichaje se aceleró porque la propia Murati renunció al encargo de motu proprio. A lo largo del fin de semana, la CTO de OpenAI había tenido varios gestos de complicidad hacia Altman y trabajó para encontrar una solución y restituir en el cargo al fundador. Sin embargo, gracias al escrito de los trabajadores, se ha sabido que la decisión no fue voluntaria, sino que fue la junta la que optó por desplazarla. La plantilla asegura, una vez más, que esta decisión también va "en contra de los intereses de la empresa".
Los trabajadores exige la dimisión del consejo de administración, el nombramiento de dos independientes y la restitución de los cesados. Si esto no ocurre, amenazan con marcharse a Microsoft que les ha ofrecido empleo a todos en la nueva división que crearía para dar acomodo al fundador de OpenAI.
“Este ha sido, sin lugar a dudas, el mayor error de cálculo. Este no es un trabajo en el que tengas a una fila de personas en la puerta haciendo cola para entrar”, apunta Calvo a este respecto. “El talento es escaso y está en manos de unas pocas empresas, como Microsoft, Google, Meta o Amazon. Se ha visto durante los recortes de plantilla, que se seguían aprovechando las oportunidades para seguir contratando. Si se van todas las personas que amenazan con irse eso sería un golpe letal”. Los amotinados ya se han encargado de recordar lo fatídico que resultaría una fuga masiva de empleados. “OpenAI no es nada sin su gente”, han tuiteado varios de ellos.
Aunque parezca que el desenlace es inevitable, todavía hay una posibilidad. El compromiso de Altman y Brockman con Microsoft es a día de hoy una suerte de contrato verbal, porque al cierre de este artículo no se ha plasmado nada todavía por escrito. Según explicaban varias fuentes a The Verge, los despedidos todavía estaban intentando encontrar una solución y no habían cerrado la puerta a su retorno. Algo que está un poco más cerca que ayer después del cambio de parecer de Sutskever, ya que solo harían falta dos de los tres votos independientes para deshacer la decisión.
El acuerdo con Microsoft todavía no es firme y Altman juega sus cartas para volver a ser CEO
Si se consuma la salida de Altman y Brockman, Microsoft sería el gran ganador. “Ha convertido limones en limonada”, escribía Kara Swisher, histórica reportera del Wall Street Journal y fundadora de Recode, en su cuenta de Twitter. Se refería a la jugada que había conseguido pergeñar Satya Nadella, CEO de Microsoft, a pesar de que las cartas que tenía en la mano no parecían las propicias en un primer momento. Hay que recordar que el mandamás de los de Redmond no fue consciente de los planes para relevar a Altman hasta pocos minutos antes de hacerse público.
El movimiento no sentó nada bien en la cúpula de la multinacional de Seattle. OpenAI sigue siendo un socio imprescindible para seguir al frente de la carrera por conquistar la inteligencia artificial. Un incendio mal gestionado o una transición que no ocurra de forma fluida puede afectar a este matrimonio y dar la oportunidad a rivales como Google, que actualmente se encuentra desarrollando su nuevo modelo de lenguaje Gemini, a Antropic o a Meta de recortar distancias.
La jugada del fichaje le ha salido redonda porque la práctica totalidad de los empleados de OpenAI están dispuestos a seguir a estos dos directivos. “Sería como una opa hostil sin pagar más dinero del que ya invirtió en su día. Además, sería una incorporación brutal de talento”, comenta Calvo.
El acuerdo entre ambas compañías sigue vigente, por lo que si nada cambia en este sentido, Microsoft podría seguir accediendo a los desarrollos y la tecnología de OpenAI. Algo que podría facilitar y mucho el desarrollo y la puesta al día de la nueva división que planea levantar para dar cabida a Altman, que además llegaría con el título de CEO de dicha unidad de negocio, lo que da fe de lo ambicioso del movimiento. “Si todo esto acaba terminando de esta manera, Microsoft está muy bien posicionado para negociar la compra y absorber todo el trabajo de Open AI a un coste muy bajo”.
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