miércoles, 6 de noviembre de 2024

El dato falso sobre el cuerpo humano que ha engañado a todo el mundo durante un siglo



(Captura del vídeo de Kurzgesagt en Ÿoutube)



Desde hace más de un siglo existe la idea de que si unimos todos los vasos sanguíneos de un cuerpo humano y los ponemos en fila podrían rodear la Tierra dos veces, sin embargo, ese dato es incorrecto



La longitud total de los vasos sanguíneos del cuerpo humano suma unos 100.000 kilómetros, lo suficiente como para dar dos vueltas alrededor de la Tierra. O al menos eso es lo que se ha venido repitiendo desde hace más de 100 años, a pesar de que no existe una fuente clara que confirme estos datos. Ahora, los investigadores del canal de divulgación científica Kurzgesagt han mostrado por qué esa cifra está muy lejos de ser una realidad.

Si ahora mismo entramos en Google y buscamos cuál es la longitud de los vasos sanguíneos de nuestro cuerpo, encontraremos que la gran mayoría de las entradas apuntan a la cifra de los 100.000 kilómetros. Estas entradas incluyen artículos científicos y libros de texto de biología, aunque ninguna de estas fuentes citaban su origen primario.

Algunas fuentes afirman que este número representa la longitud de todos los vasos sanguíneos, mientras que otras sugerían que solo se aplicaba a ciertos tipos, como los capilares o las arterias. Esta incoherencia hizo dudar al equipo de Kurzgesagt que arrancó un proceso de más de un año para descubrir su verdadero origen. La odisea en la que se convirtió su investigación está explicada en el último vídeo (en inglés) que han publicado en su canal de Youtube.


La búsqueda de la fuente original

En un primer momento, el equipo decidió buscar la fuente primaria en la literatura científica reciente. Sin resultados, decidieron recurrir a referencias de los años 90 donde encontraron dos libros de divulgación científica que mencionan la cifra de los 100.000 kilómetros: Vital Circuits, de Steven Vogel, y Looking at the Body, de David Suzuki.

El libro de Suzuki, un respetado divulgador científico y zoólogo, no incluía ninguna referencia al origen del dato y el propio investigador tampoco recordaba la fuente de la que lo extrajo. El libro de Vogel, sin embargo, sí que tenía una pista entre sus fuentes, un artículo de la revista Scientific American de 1959 que mencionaba el hecho y citaba una fuente anterior.

Esa fuente anterior resultó ser The Anatomy and Physiology of Capillaries, un libro de 1922 del premio Nobel August Krogh. Conocido por su trabajo pionero en fisiología, la investigación de Krogh era muy respetada, lo que probablemente ayudó a que el dato se difundiera sin ser cuestionado.

El problema es que Krogh había calculado el número estimando la densidad capilar en un cuerpo humano hipotético e idealizado con una gran masa muscular. Los investigadores de Kurzgesagt examinaron el texto de Krogh y vieron que la estimación de 100.000 kilómetros se basa en un cuerpo que pesa 143 kg, de los cuales 50 son de músculo puro, algo que está muy alejado de un cuerpo humano medio.


Cuál es el dato real

Mientras Kurzgesagt desarrollaba su investigación, un equipo internacional de investigadores publicó un nuevo estudio en la revista Comparative Biochemistry & Physiology que estimaba la longitud de todos los vasos sanguíneos humanos entre 9.000 y 19.000 kilómetros. Los investigadores han aplicado los más sofisticados instrumentos y métodos de medición para llegar a esta conclusión que ha terminado de zanjar el misterio.

Aunque la cifra real de la longitud de los capilares humanos sigue siendo impresionante, no alcanza para dar la vuelta al mundo ni siquiera una vez y está muy lejos de los 100.000 kilómetros. El año de investigación que le ha llevado a Kurzgesagt a estos resultados es un recordatorio de lo difícil que es verificar algunas de las afirmaciones que recorren las páginas científicas y la de los medios de comunicación en la era de internet.

Aunque este caso es muy particular por cómo ha llegado un dato de hace 100 años hasta nosotros, afortunadamente contamos con el método científico para combatir la desinformación. Los investigadores están obligados a ser totalmente transparentes con sus resultados y permitir que otros laboratorios puedan reproducir sus observaciones de manera independiente, lo que garantiza que solo se acepten como verdad las afirmaciones bien fundamentadas.