La mayor parte de ciudadanos de la sociedad occidental tenemos un respuesta de pánico ante animales como las ratas y los ratones (Pakhnyushchyy / Getty Images/iStockphoto)
- Gastamos miles de millones en luchar contra ellas y su presencia nos genera pánico pero quizás nuestra respuesta atávica no está justificada en la actualidad
Para la mayoría de las personas la presencia de una ratagenera una reacción de pánico instantánea. Se trata de una respuesta instintiva, atávica, pero ¿está realmente justificada?
Cuando el hombre del Neolítico se hizo sedentario, acumulando el fruto de sus cosechas y conviviendo con su ganado, la rata descubrió que junto a nosotros se aseguraba el alimento. Desde entonces eligió nuestra especie para establecer una relación parasitaria que la ha llevado a conquistar junto a nosotros casi todos los rincones del planeta.
Hoy en día gastamos miles de millones en luchar contra ellas. Su numerosa presencia las ha convertido en el principal problema sanitario para la población en amplias regiones del planeta ya que las hemos vinculado, a menudo injustificadamente, con la transmisión de todo tipo de enfermedades.
Los zoólogos sin embargo no tienen por menos que rendirse en admiraciones hacia esta maravilla de la evolución. Su inteligencia supera con mucho a la de animales netamente superiores, mientras que su sofisticada organización social y la capacidad de adaptación al entorno le han permitido resistir nuestra beligerante compañía.
Hace miles de años existía una clara distribución geográfica por especies. La rata negra habitaba la región paleártica mientras en el área oriental progresaba la rata gris. Sin embargo, aprovechando los viajes de los barcos, las ratas grises desembarcaron en occidente para extenderse por todas partes en busca de establecimientos humanos.
De esa manera llegó a extenderse por todo el planeta: desde el Ártico hasta la Antártida. Actualmente existen alrededor de trescientas especies clasificadas pero las más representativas siguen siendo ambas.
La rata gris o rata común (Rattus norvegicus) es la más frecuente en el entorno urbano. Su aspecto es inconfundible: pelo grisáceo, orejas pequeñas, ojos negros y pequeños y una cola larga y desnuda. Se alimenta fundamentalmente de nuestras basuras, aunque también actúa como predador sobre insectos, anfibios y pequeñas aves.
Es una consumada especialista en la adaptación. En los cauces fluviales nada, bucea y hasta captura peces. En la oscuridad total de las alcantarillas se comunica por ultrasonidos gracias a sus enormes bigotes, que utilizan como sensores.
Su territorio favorito son los descampados y solares abandonados que solemos convertir en vertederos. En esos lugares pueden establecerse poblaciones muy numerosas que llegan a constituirse en plaga.
La rata negra (Rattus rattus) es más silvestre. Pese a su nombre suele presentar tonos marrones, más claros que la rata gris o común. Es más pequeña y estilizada que la anterior y tiene las orejas más grandes. Rara vez se halla en las ciudades y es más habitual que la gris en el medio rural, por lo que también se la conoce como rata campestre. Allí merodea en torno a graneros y granjas, manteniendo una dieta más frugívora y menos carroñera que la gris.
En todo caso tanto una como otra no suponen ninguna amenaza directa para el hombre, al que profesan tanto temor como desconfianza. Jamás atacan a las personas y ahora sabemos que tampoco son las responsables de habernos transmitido las peores plagas y enfermedades.
Un estudio elaborado por varias universidades europeas y publicado este mismo año en la revista científica Proceedings of the National Academy of Science (PNAS) establece que las grandes epidemias que diezmaron la población humana durante la Edad Media no fueron transmitidas por las ratas, sino por los piojos y las pulgas que medraban entre las personas debido a la total falta de higiene de aquellas sociedades.
En este mismo diario publicamos un artículo (La Peste Negra no la transmitieron las ratas... sino los humanos) reseñando ese importante descubrimiento, no ya para la ciencia (que también) sino para las ratas, pues las libraba de una maldición que las ha perseguido durante años.
Pero, a pesar de la aclaración de los científicos, mucho me temo que esa reacción atávica de repulsa hacia estos animales seguirá almacenada en los archivos de nuestro ADN pasando, injustamente, de generación en generación.
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