La revolución industrial, la regulación de los horarios laborales y las vacaciones pagadas convirtieron al viaje por ocio en fenómeno de masas
La pandemia está condicionando hábitos que hasta ahora parecían plenamente consolidados. Uno de ellos es el turismo, que no solo afronta la crisis coyuntural de este año a consecuencia del coronavirus, sino que puede ver reformulado su futuro cuando la enfermedad quede controlada. El actual podría ser, pues, un punto de inflexión en uno de los sectores que más pesa en la economía española; una actividad que, en todo el mundo, se ha desarrollado a través de toda la historia, y en especial durante los tres últimos siglos.
El origen del turismo todavía está sujeto a discusión. Sasha Pack, profesor de Historia en la Universidad de Buffalo y autor del libro La invasión pacífica: Los turistas y la España de Franco (Noema), explica: “Algunos historiadores sostienen que siempre existió el deseo de ver el mundo y expandir los propios horizontes. Pero lo que es moderno en esto es el acceso, es el hecho de que muchas más personas puedan hacerlo y de que se cree un modelo comercial y una infraestructura de transporte para que esto sea fácil de hacer”.
Aunque desde siempre ha habido grandes viajes, la característica del turismo es que su motivo es el ocio
Carolina Rodríguez-López, profesora titular del Departamento de Historia Moderna e Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), afirma que “ha habido muchos viajes a lo largo de la historia, pero lo que los diferencia de la experiencia turística es la motivación. El turismo se produce cuando hay una voluntad de conocer un lugar distinto, de viajar por placer sin un objetivo mayor que la propia experiencia”.
En este sentido, asegura que “ya hay viajes en la Antigüedad y la Edad Media que se realizaron por esta mera curiosidad. Suelen ser viajes que se emprenden con una motivación concreta, ya sea una expedición comercial, una peregrinación religiosa o una formación académica, y se prolongan porque el itinerario se bifurca y amplía”.
Entre muchos otros, ese fue el caso de Pausanias, historiador y geógrafo griego del siglo II d. C., que viajó por Asia Menor, Siria, Palestina, Egipto, Macedonia, el Epiro (ahora Grecia y Albania) e Italia. También el de Egeria, peregrina nacida en la antigua Roma en el siglo IV d. C., que viajó a Tierra Santa desde la Pascua de 381 a la de 384 d. C.
Ya en la Edad Media, en el siglo XIII, Marco Polo pasó a la historia como el explorador veneciano que viajó desde Europa a Asia desde 1271 hasta 1295, con una estancia de 17 años en China. En el siglo siguiente, la peregrinación a La Meca de Ibn Battuta se prolongó hasta convertirse en un viaje de años, en el que llegó a recorrer unos 120.000 kilómetros y pudo conocer la mayoría de los países islámicos.
El exclusivo 'Grand Tour' nació hace tres siglos y se puede considerar el precursor del turismo
Para muchos historiadores, es hace tres siglos cuando se puede empezar a hablar de un ultraminoritario turismo. A finales del siglo XVII y principios del XVIII, se extendió entre los jóvenes de la aristocracia europea el Grand Tour, la costumbre de emprender un viaje por toda la Europa continental de entre seis meses y varios años, para ampliar su formación académica y artística. “En este tipo de viajes, empiezan a dejarse llevar por las ganas de conocer. Finalmente, devienen en una experiencia plenamente turística, en donde el viajero se guía por la contemplación y el placer de viajar”, dice Rodríguez-López.
Viajar era todavía un privilegio de las clases más altas. El turismo como una práctica de alcance masivo aparecería únicamente en la etapa industrial. “La capacidad de viajar largas distancias sin incurrir en demasiados riesgos y de tener los recursos para poder vivir durante semanas en el extranjero sin trabajar, se hicieron accesibles a un gran número de personas de forma gradual en los últimos dos siglos”, asegura Sasha Pack.
Según explica el historiador, la extensión de este tipo de turismo dentro de Europa se fue produciendo por distintos motivos, como el desarrollo del transporte, la educación masiva, que hizo que más personas quisieran conocer los sitios y monumentos históricos que habían descubierto en los libros, y la cultura romántica, que ayudó a perfilar el aspecto más lúdico del viajar.
La tuberculosis y el cólera también hicieron su parte. Estas enfermedades, que brotaron en el siglo XIX en las ciudades industriales frías, húmedas y repletas de humo, impulsaron a muchos europeos del norte a querer refugiarse en las playas del sur, para respirar aire caliente y seco, lejos de la contaminación. Todas estas cosas juntas produjeron una nueva demanda que fue rápidamente satisfecha, aunque no sin esfuerzo.
Antes de convertirse en destinos turísticos de masas, los países mediterráneos tuvieron que luchar contra la malaria
Los países receptores trabajaron arduamente para acondicionar sus espacios y despejar los miedos a las enfermedades asociadas al Mediterráneo, como la malaria. Rodríguez-López explica que “España acarreaba cierta lectura negativa. Los viajeros románticos del siglo XVIII y del siglo XIX, lo veían como un país visceral y auténtico, pero a la vez peligroso y algo sucio, y, por tanto, hubo que intentar lograr una imagen más amable para atraer a viajeros”.
Hasta el momento, el turismo español había sido bastante local. “El número de turistas extranjeros es muy pequeño hasta después de la Guerra Civil. Durante esta primera mitad, los madrileños toman su veraneo y la burguesía de Barcelona empieza a visitar la Costa Brava para ir de vacaciones. La gente trabajadora empieza a recorrer distancias no muy largas, a hacer peregrinaciones a Santiago de Compostela o la Virgen del Pilar en Zaragoza y a celebrar la Semana Santa”, dice Sasha Pack.
Para poder hablar de turismo de masas nos tenemos que ubicar a mediados del siglo XX. “Es un fenómeno asociado a las coordenadas sociales y económicas que se derivan de la Segunda Guerra Mundial y de las sociedades que se conforman en Europa y EE.UU. a partir de la misma”, dice Carolina Rodríguez-López.
“Destinar una parte de la renta a viajar por placer es algo que no se había dado de manera generalizada hasta el momento”, afirma la historiadora. No sólo la extensión de las vacaciones pagadas posibilitaron este fenómeno, sino también “la oferta estacional de recursos turísticos y la regulación de horarios laborales, que permitieron dividir mejor el tiempo de ocio y de trabajo, y de organizar una rutina familiar, lo que contribuyó a que todos los miembros de la familia pudieran viajar juntos en la misma época del año”, explica.
Viajar a otros países o veranear fuera de la ciudad se convirtió en un símbolo de estatus económico
Aunque también jugaron un papel ciertos hábitos sociales: “Tomar vacaciones era visto como un signo de estatus social, permitía visibilizar el hecho de que tu familia había alcanzado cierto nivel de bienestar”, aclara Rodríguez-López. La moda de exhibir un cuerpo bronceado también se venía consolidando. “El turismo de sol y playa era algo muy poco convencional hasta entonces. Estar moreno se asociaba a gente que trabajaba de sol a sol”, dice la historiadora.
“En las pinturas de mediados del siglo XIX, la belleza era muy blanca y pálida. Eran personas que podían permanecer en el interior porque no tenían que trabajar. Pero mientras que en 1850, si eras rico, podías evitar el sol, ya para 1900 o 1920 la posibilidad de tomar unas vacaciones en la playa es un signo de estatus”, agrega Sasha Pack.
Sin embargo, poder lucir los cuerpos en la playa era difícil en la España franquista, donde podía implicar una multa. Esto, sumado al hecho de que las carreteras tampoco eran buenas y la comida era algo difícil de digerir para algunos turistas, hacía que la España de los años cuarenta no resultara demasiado atractiva. Sin embargo, el régimen de Franco hizo muchos esfuerzos por mejorar estos puntos.
El turismo le aportó un gran respaldo económico al régimen franquista, a la vez que le sirvió como herramienta diplomática y propagandística. A los ojos del mundo, España podía ofrecer una buena imagen, sobre todo en contraste con otros países que también estaban bajo regímenes autoritarios, donde los turistas no podían circular con libertad.
La llegada de millones de visitantes dio al franquismo la posibilidad de ofrecer una cierta impresión de democratización
“El turismo le ayudó a Franco a poder ser parte del mercado común europeo sin tener que cambiar su régimen político, porque dio esta impresión de democratización”, explica Sasha Pack. “Sin embargo, abrir las puertas al turismo era también un riesgo, porque permitía a los españoles comparar su forma de vida y libertades con las de afuera”, aclara Rodríguez-López.
Para la década de los sesenta, España ya era uno de los epicentros del turismo masivo, el cual se extendió en todo el mundo hasta la actualidad. “Si después de la Segunda Guerra Mundial asistimos a la masificación del turismo, en lo que llevamos del siglo XXI ha habido otros elementos que lo han multiplicado, como las líneas low cost, los paquetes promocionales y las políticas de liberalización de suelo para usos turísticos”, explica Rodríguez-López.
Tras más de medio siglo de crecimiento exponencial, la pandemia ha puesto al turismo español en una situación crítica. Sin embargo, para Sasha Pack, la historia nos da motivos para creer que saldrá adelante. “Durante su auge en los años sesenta, muchos decían que era algo coyuntural, que la gente visitaba España porque era muy barato, pero que dejarían de hacerlo cuando los precios se igualaran al resto. Eso nunca ocurrió. En cambio, España diversificó y aumentó su oferta turística”, dice el historiador, y apunta que “el sector está sufriendo, pero volverá a repuntar, porque, en cuanto se pueda viajar de nuevo, todos querrán hacerlo. La gente siempre va a querer viajar”.