domingo, 6 de diciembre de 2020

La vacuna de Oxford era el orgullo nacional británico. Pero antes se pondrán la de Pfizer

 

Reino Unido ha aprobado la vacuna de Pfizer antes que la suya propia. (EFE / EPA



Después de muchos meses ensalzando la excelencia de sus investigadores por salvar de la pandemia al Reino Unido, primero, y al mundo después, ahora el Gobierno cambia el discurso



La vacuna de Oxford contra el covid-19 no solo fue la primera candidata en la carrera mundial por salvarnos de una pandemia que ha dejado ya 1,5 millones de muertos a ambos lados del Atlántico. Para el orgullo nacional británico, también fue un clavo ardiendo al que aferrarse en un momento en que el país está firmando su divorcio de la Unión Europea y el Gobierno de Boris Johnson se encuentra en un avispero de críticas por su gestión de la crisis sanitaria.

Desarrollar una vacuna es un proceso que habitualmente lleva años, pero solo han hecho falta unos meses para que la farmacéutica estadounidense Pfizer y su socio alemán BioNTech lleven su candidata desde el laboratorio hasta los centros médicos del Reino Unido, primer país en ponerla en circulación la próxima semana tras recibir la aprobación por la vía de emergencia del regulador británico.

La humanidad puede alcanzar grandes logros cuando se lo propone. El problema es que la política lo corrompe todo. De repente, los mandatarios británicos que llevaban meses alardeando de su capacidad y excelencia para producir la vacuna que salvaría el mundo, la de Oxford, han cambiado el paso tras ver cómo su rival en la carrera será el primero en meterse en la sangre de sus ciudadanos.

"En los próximos años, recordaremos este momento como el día en que el Reino Unido lideró la lucha del mundo contra esta enfermedad", se apresuró a decir Alok Sharma, ministro de Negocios británico. Un mensaje sobre todo dirigido a sus propias filas, inmersas en una guerra civil por la gestión de la crisis sanitaria y económica de un país ya en recesión.

El nacionalismo de vacunas no es solo un asunto ruso, como hemos podido comprobar. "¿Por qué es tan difícil reconocer que se trata de un paso importante tras un gran esfuerzo internacional?", criticaba Andreas Michaelis, embajador alemán en Londres.


Cómo Oxford perdió esta 'regata'

En mitad de la primera ola, el nombre de Sarah Gilbert ya estaba en todas partes. Esta profesora de vacunología en la Universidad de Oxford ha dirigido los esfuerzos del primer candidato a vacuna que llegó a los oídos del mundo.

Utilizando todo el trabajo previo realizado en el Instituto Jenner de la institución británica con adenovirus, un vector inactivado de chimpancé capaz de generar inmunidad contra la proteína S o ‘spike’ —precisamente las que forman la corona del coronavirus— del SARS-CoV-2, lograron comenzar a correr antes que nadie en esa carrera por la vacuna. Comenzaron a probarla en animales y a finales de marzo reclutaron a más de 500 voluntarios para probar la vacuna en las primeras fases del ensayo clínico.

El 6 de mayo, el Grupo de Vacunas de Oxford y la farmacéutica AstraZeneca, con sede en Cambridge, anuncian un acuerdo para la fabricación y distribución global de la futura vacuna, que pasó de llamarse ChAdOx1 nCoV-19 a AZD1222. El pasado verano, la vacuna de Oxford-AstraZeneca era claramente el ‘frontrunner’ de esta carrera, el líder destacado. Además, contaba con otras dos ventajas.

En primer lugar, como se lanzaría sin ánimo de lucro, su precio de tres euros por dosis estaba muy por debajo del de sus rivales. Y en segundo lugar, sus condiciones de almacenamiento en una simple nevera resultan mucho más convenientes que las de sus rivales Moderna o Pfizer. Pronto comenzaron a señalar septiembre como la fecha en que la vacuna estaría lista.

En un momento histórico para el país por su divorcio de la Europa continental, la vacuna de Oxford ocupó un lugar especial: la reafirmación de que la industria y la ciencia británicas podían salvar el mundo, pero en primer lugar el país. De hecho, entre los planes del Ejecutivo estaba imprimir la bandera británica (Union Jack) en las ampollas de su vacuna.

"Una historia de excelencia científica británica", decía el periodista científico Thomas Moore al contar en Sky el desarrollo de la vacuna. "En la carrera por una vacuna, el candidato de Oxford tiene ventajas considerables, entre ellas, que hay suficientes reservas en el Reino Unido para proteger a todos los adultos y, con suerte, reanudar la vida normal".

Sin embargo, de nada sirvió todo este margen. En la última vuelta, la vacuna alemana de Pfizer-BioNTech es la que ha atravesado la cinta en la recta final. La estadounidense de Moderna le sigue los pasos —ha enviado ya sendas aplicaciones de emergencia a la FDA y la EMA para la aprobación de su vacuna mRNA-1273—, mientras la candidata que llenó de orgullo al Reino Unido no asoma por ninguna parte tras el reciente traspiés de sus datos de eficacia.

¿Qué ha ocurrido exactamente? Hacia finales de noviembre, tanto Pfizer como Moderna enviaron comunicados anunciando que en sus ensayos clínicos de fase 3, sus vacunas de ARN habían alcanzado tasas de eficacia superiores al 90%. O dicho de otro modo, que la grandísima mayoría de personas que habían sido inmunizadas con su vacuna no volvieron a adquirir el virus. Y cuando lo hicieron, fue siempre con levedad, sin requerir hospitalización y por supuesto sin fallecimientos registrados.

Los ojos se giraron entonces hacia los datos de AstraZeneca, que se anunciaron días más tarde. El titular inicial era que la vacuna de Oxford había alcanzado un 90% de eficacia, pero pronto el anuncio comenzó a resquebrajarse. Solo una pequeña parte había alcanzado esa eficacia, frente a un discreto 62% del resto de ensayos clínicos. Además, aquellos que habían logrado mejores resultados habían tomado media dosis menos de la vacuna, algo que además sucedió por un error en la dosificación, no a propósito.

Los investigadores han anunciado que, en primer lugar, someterían a aquellos voluntarios al ensayo clínico que aún está teniendo lugar en Estados Unidos a una dosis y media en lugar de dos dosis. Entre la Universidad de Oxford y la farmacéutica, han aparecido asimismo unos cuantos roces en cuanto a su interpretación de los resultados.

En primer lugar, AstraZeneca achaca haber dado a muchos pacientes media dosis en vez de una a un “error fortuito”, mientras que Oxford dice que fue totalmente a propósito.

Con respecto a los efectos adversos —recordemos que en territorio británico un participante desarrolló mielitis aguda y esto obligó a Estados Unidos a detener durante unos días su ensayo—, la universidad británica dijo en un comunicado que estos efectos adversos graves “no han sido detectados”, mientras que la farmacéutica optó por "no han sido confirmados" en su comunicado, un matiz notablemente más inquietante.

Como consecuencia de todo esto, Pascal Soriot, CEO de AstraZeneca, dijo hace unos días que probablemente exigirán un nuevo ensayo clínico para comprobar los datos de eficacia y seguridad de la vacuna. Otros miembros de la industria han expresado sus dudas de que se pueda otorgar una licencia comercial para un producto farmacéutico cuya dosis óptima solo se ha dado a 2.300 personas (los del 90% de eficacia) que, además, parecían estar en su mayor parte por debajo de los 55 años.

Todo esto ha ralentizado la salida del ‘blockbuster’ británico, propiciando el adelantamiento de las candidatas ARN. La vacuna de Johnson & Johnson, basada en adenovirus pero que solo necesitaría una dosis, también se acerca peligrosamente.


Donde dije digo, digo Pfizer

En esta particular carrera, el Reino Unido tenía especial interés en demostrar que iba a la cabeza. Apenas quedan días para consumar su salida de la UE y todo cuenta para ratificar al tablero internacional que sigue siendo una pieza clave.

Al ser los primeros en aprobar la vacuna de Pfizer —que requiere un nivel de refrigeración de unos 75 grados bajo cero—, retoman de alguna manera el relato victorioso que en su día les habían proporcionado los prometedores ensayos de la vacuna de Oxford-AstraZeneca, que no ha alcanzado el 95% de eficacia conseguido por Pfizer o el 94,1% de la estadounidense Moderna.

En cualquier caso, la vacuna británica podría obtener su recompensa a largo plazo y marcar una diferencia, dado que podría ser más fácil de implementar en todo el mundo. Sin embargo, los políticos se empeñan en llevar la cuestión por otros derroteros. Si el discurso de Sharma se consideró poco acertado, sus compañeros dieron incluso un paso más asegurando que si los británicos serán los primeros en recibir la vacuna de Pfizer, es gracias al divorcio europeo.

“Hasta principios de año, formábamos parte de la Agencia Europea del Medicamento. Gracias al Brexit, hemos podido tomar esta decisión basados en los criterios del regulador británico, y no al ritmo de los europeos, que suelen ser algo más lentos”, señaló Matt Hancock, secretario de Sanidad.

Jacob Rees-Mogg, líder de los conservadores en la Cámara de los Comunes, se sumó a la causa euroescéptica recalcando: "Solo pudimos aprobar esta vacuna tan rápido porque hemos dejado la UE". Y el responsable de Educación, Gavin Williamson, daba la puntilla matizando que el Reino Unido era "un país mucho mejor que Francia, Bélgica y los Estados Unidos".


Medias verdades

Cuando las encuestas en intención de voto no acompañan, intentar sacar rédito político de un trabajo científico de tal calibre es comprensible. El problema viene cuando el argumento es completamente erróneo.

En primer lugar, porque el Reino Unido sigue siendo parte de la Agencia Europea del Medicamento hasta que concluya el periodo de transición el próximo 31 de diciembre. Segundo, porque todos y cada uno de los países de la UE pueden aplicar la excepción del artículo 5.2 de la Directiva 2001/83/CE sobre medicamentos de uso humano, que permite a los Estados miembros tomar decisiones regulatorias de modo unilateral en circunstancia de "urgente necesidad pública", como es el caso de la actual pandemia.

La propia June Raine, responsable de la Agencia Reguladora de Productos Sanitarios y Médicos, publicó un comunicado a modo de recordatorio. Y la cadena pública BBC matizaba en cada uno de los informativos que el Brexit nada tenía que ver en esta aprobación récord de la vacuna. Putin intuyó muy acertadamente que el nacionalismo de vacunas tendría un papel importante en la propaganda gubernamental de este año y el próximo. Reino Unido, por supuesto, ha empleado también los esfuerzos de los investigadores de Oxford en esta causa patriótica.

Lo que nadie esperaba es que el país pudiese hacer nacionalismo incluso con una vacuna extranjera.




Por
Antonio Villarreal
Celia Maza. Londres
03/12/2020 - 19:41 Actualizado: 04/12/2020 - 08:49
https://www.elconfidencial.com/mundo/europa/2020-12-03/vacuna-covid19-uk-oxford-pfizer-orgullo-britanico_2859380/