El impacto del virus causa una transformación visible sobre todo en la ausencia de turismo en Times Square
Times Square ha dejado de ser el cruce de caminos del mundo.
Matt, originario del Congo y 19 años como neoyorquino, está ocioso a primera hora de la tarde en su tienda de souvenirs de la séptima avenida, en el cruce con la calle 40. Sus ingresos dependen de los turistas, en especial internacionales, y estos se evaporaron en marzo. Vistos y no vistos.
En realidad, Matt tiene muchas horas de ocio. Casi todas.
“Este año es un desastre, es difícil sobrevivir si no hay gente y a los neoyorquinos no les interesa este producto”, comenta en una estancia abarrotada de cacharros, con una sección dedicada al presidente Donald Trump (figura de cartón, mechero, llavero, imán decorativo). “Unos los compraban como broma, pero no faltaban los admiradores, vendía muchos” suspira con añoranza. Por las ganancias, no por el personaje.
“Hasta ahora he tenido tres clientes. En una época normal, habrían entrado por los menos de 30 a 50”, aclara. “Si hacíamos 500 dólares al día, ahora escasamente 100”, ilustra. Recupera la sonrisa por la esperanza de que reflotará en tres meses con la vacuna.
Esta debería ser temporada alta para el comercio. Ciudadanos de todo el planeta venían atraídos por el despliegue navideño. Se calcula que solo en este periodo limitado entraban unos diez millones de visitantes.
Hace doce meses, en estas vísperas vacacionales, cuando las palabras coronavirus o Covid-19 resultaban inimaginables, Times Square era un conglomerado de humanidad en el que casi había que pedir número para caminar.
Aunque el escritor local John Podhoretz defina al Times Square prepandemia como “uno de los sitios más irritantes y angustiosos del hemisferio occidental”, lo cierto es que tenía una participación decisiva en la economía de Nueva York, por su condición de atracción principal para turistas, epicentro del boom de esta industria en los últimos 25 años.
De enclave de perdición en los setenta y hasta mediados de los noventa –drogas, prostitución, violencia, pornografía–, a su transformación en parque temático masificado. Luces y familias.
Nueva York alcanzó el récord de 66,6 millones de visitantes en el 2019 y una gran mayoría imprimió su rastro en esta área. Las previsiones oficiales recalcan que ese nivel no se alcanzará de nuevo hasta al menos 2024, cuestión que afecta a todo el entramado financiero de la Gran Manzana.
LA POBREZA EN LA CIUDAD
Si el paro nacional está en el 6,7%, el de la Gran Manzana se sitúa en el 13,2%
La crisis económica de Nueva York se halla entre las peores a nivel nacional. El paro subió al 13,2% en noviembre. El índice de desempleo en el país es del 6,7%. El pronóstico empeora tras la decisión de este pasado viernes del gobernador del estado, Andrew Cuomo, de volver a prohibir que los bares y restaurantes sirvan en su interior por el repunte de contagiados. Solo disponían de un 25% del espacio, por lo que Cuomo considera que esa pérdida se compensa con el refuerzo de las terrazas y la extensión de la moratoria para evitar desahucios.
El sector está que trina. Hoy por hoy aún les salva lo benigna que es la meteorología, que hace que en pleno diciembre las terrazas –más bien barracas o chiringuitos montados sobre el asfalto– continúen a tope. Pero si vira el frío con todos sus elementos, no habrá estufa que lo salve.
Una encuesta de la NYC Hospitality Alliance, la patronal, desveló que el 88% de la industria restauradora de la ciudad no pudo afrontar el pago completo de los alquileres en octubre
La ciudad contaba a principios del 2020 con unos 24.000 bares y restaurantes, con alrededor de 320.000 trabajadores. Aunque en noviembre se recuperaron 11.750 empleos, el total se queda en el 59% respecto a febrero.
Más de 1.000 bares y restaurantes han cerrado definitivamente. Lo pronósticos señalan que esa cifra puede llegar hasta los 12.000 a medio plazo.
A los hoteles tampoco les va mejor. La ocupación está en el 34%, uno de los registros más malos en décadas, que ofrece una dimensión de la catástrofe. Si se mira a diciembre del 2019, la ocupación era superior al 91%.
Según la Times Square Alliance, 108.000 personas transitan a diario por esa zona. Esa cantidad era de 380.000 antes de la irrupción de la Covid-19. Sin los teatros de Broadway, que contribuían con 2.000 millones de dólares a la ciudad, empleaban a 90.000 personas y movían a millones de espectadores, la atmósfera es otra, solo evocada por los carteles varados en las fachadas.
En el entorno, los disfrazados de Mickey, Minnie o de Transformer se aburren. Los vendedores de plazas para los buses turísticos guardan silencio, los establecimientos de todo tipo lucen vacíos, el mendigo que pide limosna con un cartel en el que reclama dinero para “hierba” –“por qué decir mentiras” apostilla– mira con cara de póker al preguntarle por la recaudación. Ironiza que, sin tanto paseante, no le da ni para comprar el papel de liar.
Transitar por este núcleo ilustra como pocas cosas la tremenda mutación que el virus causa en la ciudad, con 25.000 difuntos, y en concreto en Manhattan. “Esta situación es una perversión de la vida urbana cuando vas por la calle y evitas a la gente”, sostiene el autor Michael Greenberg.
“Nueva York es una ciudad turística, pero ya no es nada. Está muerta”, afirma Gerardo Vital, mexicano de 47 años.
Hospitalidad bajo mínimos
Más de un millar de bares y restaurantes han cerrado y los hoteles están al 34%
Ingeniero civil de formación, Vital se instaló en el 2006 en el barrio de Jackson Heights, asentamiento hispano en Queens, escapando de la corrupción y la violencia de su país. Vendió su empresa de transportes y vino a buscarse otro futuro. Tuvo diversos empleos hasta que entró en una empresa como guía turístico en español. Luego abrió la suya.
“Hace un año había tranquilidad, los ingresos eran buenos y no te preocupabas por pagar el piso”, evoca. Tenía dos coches. El Mini se lo ha vendido para afrontar gastos. De pronto, marzo y el cierre de Estados Unidos. El 95% de clientes eran españoles. “Tenía reservas hasta septiembre, así que, no solo no ingresé, sino que me tocó devolver dinero”, dice.
“Todo se derrumbó. Es como empezar de nuevo, como cuando llegue hace 14 años, pero entonces había trabajo, de lo que fuera, pero hoy no lo hay”, insiste.
Vital, casado y padre de dos hijos, se puso a vender tacos, cerca de su casa, de nueve de la noche a dos de la madrugada. “La mayoría de mis clientes trabajan en restaurantes en Manhattan, en Queens, pero cada vez les dan menos días de ocupación, así que tampoco disponen de dinero para comer en la calle”, añade.
“Estoy en números rojos, tengo un retraso de cuatro meses en el pago del alquiler”, confiesa.
Mientras numerosos vecinos se enfrentan a la tragedia de quedarse en la calle, a falta de ayudas federales, congeladas en el Congreso, el sector inmobiliario, al que muchos acusan de haber secuestrado al verdadero Nueva York, ha perdido brillo. Por primera vez en mucho tiempo, los alquileres en Manhattan bajaron de media de 3.000 dólares al mes. El stock de pisos para comprar es muy superior a la demanda.
Aquí gusta hacer cola. En la pandemia han ido a más, incluso para visitar el árbol navideño del Rockefeller. Las más visibles son, sin embargo, las de los bancos de alimentos. Hay hambre en la ciudad de la abundancia. El virus ha ahondado la desigualdad social.
“Hemos pasado de 175 personas que venían a recoger comida a unas 350”, explica Andrea Salwen Kopel, directora ejecutiva del National Council of Jewish Women, que cada lunes reparten comida en al oeste de la calle 72.
La fila casi da la vuelta a la manzana en cada ocasión. “Nos ha sorprendido el elevado número de los que nunca habían acudido a un banco de alimentos antes de la pandemia”, recalca. “La economía está diezmada”, reitera.
Donde no se guarda cola es en las tiendas de la Quinta Avenida. En una famosa marca de ropa se informa que dentro solo se permiten a 175 clientes. Descontados los empleados, faltan 172.
Caida inmobiliaria
Por primera vez en una década, el alquiler medio en Manhattan cae de los 3.000 dólares
También es cierto que algunos están haciendo el agosto. “Vendemos un 30% más”, reconoce Ben, residente en Vermont, que desde finales de noviembre está al frente de una parada de abetos propia de estas fechas.
“Hay más demanda porque la gente se queda en casa y porque quiere olvidar tanta mierda”.
NUEVA YORK. CORRESPONSAL
13/12/2020 01:06Actualizado a 13/12/2020 01:14
https://www.lavanguardia.com/internacional/20201213/6116725/ciudad-recuerda-nueva-york.html