jueves, 31 de diciembre de 2020

Cobrar el doble por teletrabajar: esto es lo que viene, y no estás preparado


Foto: EFE


La deslocalización de fábricas va a parecer una anécdota comparada con el impacto global del teletrabajo. Este no está determinado por el dónde, sino por el cómo



Tener que acudir diariamente a un lugar de trabajo ha determinado desde hace siglos el crecimiento de las ciudades, la formación de empresas y las relaciones laborales. Si el desplazamiento al trabajo se convierte en innecesario, ¿qué sucederá con los precios de los inmuebles en las ciudades? ¿Se despoblarán las metrópolis? ¿Se igualarán los salarios entre campo y ciudad? ¿Y entre países?

El teletrabajo es un cambio estructural imparable, pero hasta ahora era tan gradual y tan sutil que pasaba desapercibido. La pandemia lo ha acelerado todo y el teletrabajo está sobre la mesa, pero el debate sigue secuestrado por la discusión entre ventajas e inconvenientes, como si fuera posible escoger. El teletrabajo ha venido para quedarse y afectará tanto a los que teletrabajarán como a los que no puedan hacerlo.

El sector tecnológico nos lo anticipa. El salario medio de un programador en EEUU está disparado y las empresas están telecontratando en el extranjero, pero por ahora en España solo los aventureros más experimentados y con dominio del inglés se atrevían a optar a ofertas que duplicaban sus salarios. Con la pandemia, todo el sector tecnológico ha pasado a trabajar en remoto y se ha perdido el miedo a teletrabajar. El inglés sigue siendo una barrera, pero caerá más pronto que tarde.

Si el mercado laboral se convierte en global, es cuestión de tiempo que las empresas y 'headhunters' de EEUU dejen de ser reactivos y empiecen a buscar activamente fuera. La deslocalización de fábricas va a parecer una anécdota comparada con el impacto global del teletrabajo. Que Dios pille confesados a quienes pensaban que la distinción 'tech-no-tech' era un debate de sofá. La capacidad de ofrecer salarios competitivos va a depender de los ingresos medios por empleado y estos a su vez de la escalabilidad tecnológica.

El teletrabajo afecta especialmente al sector tecnológico, porque este utiliza desde hace años metodologías y herramientas que permiten la actividad en remoto, por eso la adaptación al teletrabajo forzada por la pandemia ha sido relativamente sencilla. La productividad de las tecnológicas no se ha visto afectada, porque sus trabajadores ya estaban teletrabajando sin saberlo desde hace años aunque estuviesen en sus oficinas, rodeados de compañeros. Y es que teletrabajar no está determinado por el dónde, sino por el cómo.

El teletrabajo solo funciona bien cuando las videollamadas se reducen al mínimo

Por el contrario, muchas organizaciones 'presencialistas' se han visto forzadas a teletrabajar y el resultado ha sido desastroso. Videoconferencias continuas, chats a deshoras, desplome de la productividad… El teletrabajo solo funciona bien cuando las videollamadas se reducen al mínimo, cuando la comunicación evita las interrupciones continuas vía chat o teléfono y cuando un equipo es capaz de comunicarse de manera brillante por escrito.

Las organizaciones presencialistas siempre han sido muy ineficientes, pero el teletrabajo ha hecho visibles, por insufribles, estas carencias. Trabajar a distancia de manera incorrecta imposibilita separar vida y trabajo, dificulta la conciliación y estresa más que el trabajo presencial. Ni el tiempo ahorrado en desplazamientos ni un horario flexible compensan jornadas interminables, ni 'e-mails' de tu jefe a las ocho de la tarde.

Y esta es la clave. El debate actual está en las implicaciones directas e inmediatas del teletrabajo, pero no presta atención a las indirectas y estructurales. ¿Qué sentido tiene una vivienda cara o pequeña en una gran ciudad que solo fue escogida por un trabajo? ¿Qué sentido tiene una vida social organizada en torno a los compañeros de trabajo cuando ya no hay lugar de encuentro? ¿Qué sentido tiene medir la productividad por horas y no por objetivos?


Foto: EFE.


El debate da vértigo. Las preguntas caen como piezas de dominó unas arrastradas por otras. El teletrabajo pone en jaque muchos de los conceptos asumidos por una sociedad que gira alrededor de la ciudad como lugar donde están concentrados los puestos de trabajo. No tengo alma de futurólogo y los cambios estructurales son muy impredecibles. Quizá las oficinas centralizadas pasen a la historia, pero pocas viviendas reúnen condiciones óptimas como lugar de trabajo, ¿serán los 'coworkings' la solución? Cuando sea imposible y contraproducente controlar las horas que hace un empleado en remoto y se valore exclusivamente la productividad, ¿será natural hablar de una semana de 20 horas?

Las incógnitas se acumulan, pero algunos ya están implementando semanas laborales de cuatro días y los más avispados están dejando Madrid y mudándose a las Canarias. La pandemia probablemente acabe en el verano de 2021: para entonces, lo que en este artículo suena a debacle quizá se vea con naturalidad.