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Si te sientes deprimido, quemado o agotado en estos tiempos convulsos, aquí van una serie de respuestas (y preguntas) filosóficas que te ayudarán a entender mejor el malestar propio de la época
En 'Pulse', una película de terror dirigida por Kiyoshi Kurosawa, los protagonistas sufren la visita de seres fantasmagóricos que, a través de Internet, toman presencia física en la realidad. Aunque tal y como suena podría ser el típico argumento de un 'film' de lo más convencional dentro del género, en realidad se trata de una cinta que rezuma existencialismo a lo largo de todo el metraje. Incluso, podría figurar como un relato profético -algo exagerado- sobre los años venideros, lanzada en un año tan determinante como 2001. En aquel tiempo, nuestro mundo cada vez se hacía más virtual. La red de redes se presentaba como el invento del siglo, implantándose su uso generalizado entre la población y aumentando las ambiciones de los utopistas tecnológicos, aunque también los miedos y las incertidumbres. Sobre esto último reflexiona la cinta del director nipón, pues refleja la alienación que sentimos los humanos ante el acelerado progreso de digitalización que arrancó en los albores del nuevo milenio.
"No son fantasmas violentos; simplemente aparecen y se sientan en la esquina de la habitación para decirte lo vengativos que se sienten... si no te atacan, entonces lo mejor que puedes hacer es encontrar una manera de coexistir con ellos", declaraba el autor en una entrevista en 2005 publicada en la revista 'Reverse Shot'. "Me parece mucho más aterradora la idea de que uno solo tiene que vivir con esto. No tienes posibilidades de escapar o luchar contra ellos; estás atrapado con ellos para siempre". Los protagonistas se ven forzados a convivir con ellos, como bien explica el director, una metáfora que más allá del recurso argumental de toda buena 'palomitera' película de terror, muestra un mundo de seres afligidos existencialmente, forzados a vivir con la sombra de la muerte que, impertérrita, les interpela sin decir una sola palabra. Y, uno a uno, estos fantasmas les conminarán a quitarse la vida.
"La muerte en vida es una sensación frecuente de la depresión profunda. El tema de 'Pulse' es la soledad"
En otra entrevista posterior, Kurosawa explica el giro que le dio al tema de la muerte en su particular visión del cine de terror, por lo gensiempre dado a sustos y muertes repentinas. Sin embargo, el cineasta intenta convertir a la muerte en un estado, más como un proceso que como un momento concreto. "Traté de representar este paso de la vida a la muerte de una manera más prolongada", recalca. Así, los personajes se verán envueltos en una crisis existencial perpetua que, como el filósofo alemán Martin Heidegger estableció, radica en el instante en el que la persona no solo se da cuenta de su finitud, sino que la siente de una manera muy visceral y profunda, es decir, se convierte en un "ser para la muerte". Desgraciadamente, esto tiene mucho que ver con trastornos mentales tan acuciantes hoy en día como es la ansiedad o la depresión. Y, a su vez, también con la problemática de habitar un mundo interconectado virtualmente, pero que cada vez se siente más solitario.
"La muerte en vida es una sensación frecuente de la depresión profunda", escribe la historiadora del arte Anna Adell en su muy interesante y reciente libro 'Atrapados por Saturno. Imaginarios recientes de la melancolía' (Casimiro, 2020). "El tema de 'Pulse' es la soledad, acrecentada por una conectividad destructiva. En la película todos son jóvenes y viven solos, quieren ayudarse, pero una fuerza mayor se interpone. Terminan como los puntos luminosos de otro programa informático que un estudiante ha estado creando. Las presencias fantasmales van poblando la ciudad, las almas de los fallecidos vagan sin descanso. Este estado límbico es lo que temen los supervivientes más que la muerte en sí, pues sus amigos suicidados les llaman desde la otra dimensión: solo queda el eco de sus voces (Eco se llamaba la ninfa de Narciso) pidiendo ayuda".
Un cortocircuito cognitivo
Adell relaciona el tema de la película (la depresión) con el narcisismo imperante de hoy en día, un carácter expresado en los 'feeds' interminables de 'selfies' en redes sociales en los que la apariencia siempre gana a la realidad, la comunicación virtual a la presencialidad física. No en vano, los fantasmas se manifiestan en lo real a partir de un virus informático. Narciso, enamorado de su reflejo en el agua, cae embelesado contra él y muere, según el mito. Hace apenas unas semanas, Facebook reconocía extraoficialmente los estragos para la salud mental que estaban causando sus productos y servicios a los jóvenes.
"La experiencia del otro se hace rara e incómoda, incluso dolorosa, ya que este se vuelve parte de un estímulo ininterrumpido"
Dentro de los peligros que entraña para nuestra salud el uso y abuso de las redes sociales, existe lo que el filósofo italiano Franco 'Bifo' Berardi llama un "cortocircuito cognitivo" entre nuestra mente y el ciberespacio, el cual no respeta los tiempos humanos de trabajo o de placer, sino que los acelera. El pensador argumenta en su libro 'Fenomenología del fin' (Caja Negra, 2017) que la civilización social y el progreso humano consisten "en la emancipación del tiempo de vida de la obligación de trabajar", puesto que los avances tecnológicos, desde la invención de la imprenta, al ferrocarril o hasta Internet, han tenido la pretensión de reducir los tiempos dedicados a producir. De ahí que en los últimos meses el debate por la reducción horaria del empleo sea una constante en cenáculos políticos, empresariales y sindicales, con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y solucionar problemas que cada vez están más generalizados como el 'burnout'. Vivimos un contexto histórico en el que, como reconoce la propia OMS, "es la primera vez que el desgaste profesional es considerado enfermedad".
La irrupción del 'general intellect'
"El incremento del tiempo de trabajo y la intensificación de la productividad", argumenta Berardi refiriéndose al auge de las políticas neoliberales introducidas en los años 80 por políticos como Reagan o Margaret Tatcher, "no estaban destinados a mejorar la vida de las personas, sino a maximizar el crecimiento económico, es decir, la acumulación del capital. Someter las energías sociales a la dominación del dinero es la forma neoliberal de reafirmar la primacía de la acumulación sobre la del bienestar social".
"Quien haya aprendido a angustiarse de la forma adecuada ha alcanzado el saber supremo", decía Kierkegaard
A este respecto, y con la revolución tecnológica que produjo Internet de fondo, surge un nuevo sujeto histórico al que el autor llama "el cognitariado" o "general intellect", el cual representa a toda esa clase de trabajadores creativos que en su máxima expresión hoy día podrían representar a los 'influencers' tanto como a los especialistas en marketing, periodismo, 'community managers', agentes de bolsa, emprendedores 'start-ups'... y que también se caracterizan por un fuerte carácter vocacional, es decir, con tendencia a vender gratis su fuerza de trabajo, bajo la doctrina autoasumida de seguir su pasión y hacer lo que les gusta, aunque este no pueda monetizarse por la vía tradicional, sino en volumen de seguidores o poder de influencia dentro de un mercado hipercompetitivo. Una redefinición de la naturaleza propia del trabajo que ahora, en vez de producir transformaciones en lo real (como definía Marx) quedaba sujeto y atado a los ritmos frenéticos de la mátrix, es decir, de Internet.
"El ciberespacio crece sin límites, mientras que, al contrario, el tiempo mental no es infinito", sentencia el filósofo. "Podemos aumentar el tiempo de exposición del individuo a la información, pero la experiencia no se puede intensificar más allá de ciertos límites". ¿Qué sucede, pues, tras este cortocircuito cognitivo como fruto de la descompensación entre los ritmos humanos y de la infoesfera, como llama Berardi al mundo virtual? Como resultado, los sujetos están más predispuestos a sufrir trastornos relacionados con la depresión o la ansiedad.
"La aceleración de la experiencia provoca una conciencia reducida de los estímulos, una pérdida de intensidad que concierne a la esfera de la estética, de la sensibilidad y también de la ética", sostiene el filósofo italiano. "La experiencia del otro se hace rara e incómoda, incluso dolorosa, ya que este se vuelve parte de un estímulo ininterrumpido y frenético, y pierde su singularidad, su intensidad y su belleza. La consecuencia es una reducción de la curiosidad y un incremento del estrés, la agresividad, la ansiedad y el miedo". Esta es una de las razones por las que últimamente se ha puesto muy en boga la necesidad de afrontar los trastornos de salud mental como un problema colectivo inducido por el propio sistema socioeconómico más que como una cuestión individual que debe eliminarse de inmediato para seguir produciendo imágenes, productos o afectos.
2021: ¿Tiempos existencialistas?
Tras estas acertadas reflexiones de Berardi, cabe volver a la pregunta inicial. ¿Cómo superar esta generalizada crisis existencial? Evidentemente, no hay una respuesta fácil ni certera. La película de Kurosawa anteriormente mencionada resultaba profética porque nos ilustra de manera metafórica un mundo en el que las interacciones sociales han sido sustituidas por la conexión digital, lo que resuena mucho a la experiencia recientemente vivida del confinamiento. Una de los mayores eruditas internacionales en filosofía existencialista es Skye C. Cleary, una ensayista afincado en Nueva York que ha publicado un interesante artículo en 'Aeon' sobre una de las figuras más influyentes dentro de esta corriente de pensamiento, el danés Søren Kierkegaard.
"Las elecciones que haces te producen angustia debido a la presión que sientes cuando te das cuenta de que eres libre y responsable"
El existencialismo surge en un contexto sociocultural similar al nuestro, aunque naciera a comienzos del siglo XIX. Kierkegaard, al igual que nosotros, vivía una época de grandes cambios y avances tecnológicos, como explica Cleary, lo que le llevó a reflexionar sobre el sentido de la vida humana tras la llegada de las máquinas ante el estrés existencial que sentía. Comprendía que el ser humano debía autorrealizarse para encontrar la paz y el bienestar, considerando la libertad personal de elección uno de los mayores dones aunque también una de las mayores fuentes de angustia, una idea que luego desarrollarían otros autores posteriores como Erich Fromm. Y, en este sentido, la Revolución Industrial que tomaba forma en Europa había sustituido la mano de obra de artesanos en talleres que bien podrían ser autónomos por obreros en grandes fábricas de producción repletas de máquinas, lo que al joven filósofo le hizo apreciar la condición humana desde un prisma crítico y negativo, es decir, desde su más pura insignificancia al lado del capital y la tecnología.
"Quien haya aprendido a angustiarse de la debida forma ha alcanzado el saber supremo", avisaba el filósofo en 'El concepto de angustia' (1844), refiriéndose a la condena de tener que elegir qué hacer, qué vivir o por qué motivo. Según él, el ser humano pendía de un abismo, que no era otro que el de su libertad. "Para los existencialistas, depende de ti decidir qué tipo de persona quieres ser y cómo vivir tu vida de manera significativa", resume Cleary, una frase que conecta con la famosa sentencia del mago Gandalf en 'El Señor de los Anillos'. "Pero estas elecciones te producen desesperación debido a la presión que sientes cuando te das cuenta de que eres libre y responsable, y no tienes a nadie más a quien culpar ni te puedes excusar por tu actitud. La ansiedad, la angustia o la desesperación, escribió Kierkegaard, es 'el mareo de la libertad'". Ahora bien, armándose de la conciencia suficiente como para dar respuestas a estas preguntas sobre el sentido de nuestra existencia podremos vencer y sortear ese abismo que se abre ante nosotros.
Las tres respuestas al sentido de la vida de Kierkegaard
En 'O lo uno o lo otro', uno de sus primeros escritos, el filósofo danés plantea que hay tres tipos de salida a esta angustia: una estética, otra ética y, por último, una religiosa. La primera se refiere a la capacidad que tenemos de sentir apasionadamente nuestra vida, es decir, disponer de una actitud divertida, hedonista, erótica y sensual... Ahora bien, ¿cómo se consigue esto? Podríamos decir que siguiendo los precepctos que inculcan muchos de los libros de autoayuda de nuestra época y que, ya sea indirectamente o de pasada, también acaban derivando en las propuestas más pasionales de Kierkegaard. "Enamórate, si estás aburrido no tengas miedo de dejar atrás lo que no te sirve, vive el momento, disfruta de las experiencias de manera única y diferente, practica el arte de recordar las alegrías del pasado y olvidar lo desagradable", resume Cleary. En definitiva, puro 'carpe díem'. Habría que considerar que lo que ahora suena algo 'naïf', en la época del filósofo tal vez tuviera un cariz más subversivo, sobre todo debido a la influencia de la moral católica y su demonización del placer, fuertemente asociado a la noción de pecado.
Claro que, esto no siempre produce la felicidad. Fácilmente puedes caer en el autoengaño y no porque te diviertas mucho significa que vayas a ser más feliz. "El estilo de vida estético exige un precio elevado", avisa la experta en Kierkegaard. "Puede ser una fuente de angustia cuando te vuelves demasiado dependiente de tus distracciones para llenar el vacío de tu vida. En cierto momento, estas actividades dejan de proporcionarte el goce que prometen y el mundo se vuelve gris". Entonces, llegados a este punto, ¿qué hacer? En primer lugar, huir de esta misma vida estética y reflexionar, ya que solo sirve momentáneamente o a corto plazo para aplacar la angustia. Y, después, tomar una posición ética que también exige estar desesperado, pues reconocer a los otros y aceptarles no es nada fácil.
En la respuesta ética, "debes reconocer que vives en un mundo con otras personas, que ellos también importan y que cada elección que debas tomar tiene que partir de la responsabilidad que tienes hacia los demás", explica Cleary. Por ello, "actúas con honestidad, franqueza, comprensión y generosidad, concentrándote más en lo que puedes dar que en lo que puedes obtener". En este sentido, Kierkegaard cree que hay que tomar partido junto con los demás para responder ante la angustia que estos mismos nos provocan. Esto no tiene una connotación meramente política (como resultado de esa ética particular puesta al servicio de lo común), sino existencial, ya que tu pretensión puede consistir en formar un núcleo familiar con una (matrimonio) o varias personas (amigos y otras relaciones alternativas...). Lo que importa es el sacrificio que haces de tu tiempo y tu esfuerzo a los demás, ya que en todo tipo de vínculos siempre hay que ceder tus intereses en los del otro para que estos se fortalezcan y funcionen.
"Mientras ames, estarás a salvo de quedar herido y solo". No obstante, "amar implica un salto de fe, pues no siempre es correspondido"
Pero esta vía también se cae por su propio peso. Al fin y al cabo, vivir por y para los demás no siempre otorga dicha. Suelen surgir rencillas o problemas que arruinan nuestras relaciones. "La gente cambia y rompe sus compromisos, haciendo que cualquier promesa sea insegura", asegura Cleary. Más aún en una sociedad líquida como en la que nos hallamos inmersos. Por ello, Kierkegaard va más allá y asegura que el último estadio es definido por un salto hacia el interior de uno mismo, lo que lo conecta con el carácter místico y religioso de la vida humana. "Un salto es un acto de voluntad para transformar tu vida", explica la experta. "Es la decisión de diseñar una existencia en la que puedas didacarte con entusiasmo para elevar y sostener a tu ser".
El amor, ay, el amor
¿Hacia dónde conduce esa tercera vía? Una de ellas es a sentir amor por los seres que nos rodean. Lo que podría parecer un tanto cursi o un sentimiento alocadamente inconsciente (como es representado en muchos productos culturales), acaba siendo una decisión racional. Amar de verdad "supera la fugacidad y la inseguridad de las relaciones éticas y estéticas", recalca Cleary. "Mientras ames, estarás a salvo de quedar herido y solo". Y para amar auténticamente hace falta dar un salto de fe, pues no siempre ese amor es correspondido. Uno de los puntos más interesantes del discurso del filósofo danés es que ese amor por algo se manifiesta como la ausencia y no como la pertenencia o presencia de ese algo. Para Kierkegaard, los creyentes cristianos no paran de rezar a Dios porque son conscientes de que no existe o porque no le sienten con ellos, y estas ideas evolucionarán hasta la corriente nihilista que encabezará Friedrich Nietzstche.
"Lo único que aliviará una crisis existencial es encontrar la verdad que para ti es cierta, una verdad subjetiva", concluye la experta. Incluso, aunque no la halles debes seguir buscándola, pues de eso depende dar con el sentido de por qué estamos aquí. Estas ideas de Kierkegaard cristalizarán más tarde en las corrientes posmodernas y fenomenológicas en las que prima más el relato particular de los hechos que los hechos en sí. En resumen, el sujeto caerá en el relativismo, puesto que no hay una sola y única verdad alcanzable, sino muchas que dependen del punto de vista, de la experiencia y las sensaciones de cada uno. Ahí también reside la libertad de la que hablábamos al principio. Por tanto, como conclusión, lo único que podemos hacer es tomar una acercamiento hacia la vida apasionado (estético), responsable con los demás (ético) y místico (religioso). No hay un sentido por el que vivir y el mundo parece un lugar solitario; sin embargo, de nuestras formas de conocerlo y experimentarlo dependerá que tenga sentido.
Por
Enrique Zamorano
17/10/2021 - 13:03 Actualizado: 18/10/2021 - 10:10
Los fantasmas con los que convivimos: guía breve para afrontar una crisis existencial (elconfidencial.com)
www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2021-10-17/crisis-existencialista-filosofia-ansiedad-depresion_3307123/