"Coge el paraguas si no quieres mojarte, que me está matando la rodilla". Desde siempre hemos escuchado a nuestros mayores -y quizás ahora a nosotros mismos- relacionar el dolor de huesos o articulaciones con los cambios meteorológicos.
La creencia popular viene de lejos. Ya en los tratados hipocráticos y en la medicina tradicional china aparecen referencias a dolencias reumáticas que empeoran a causa del frío o el viento.
Pero ¿tienen fundamento este tipo de predicciones? ¿Realmente pueden doler los huesos o las articulaciones con la humedad?
La artrosis, una enfermedad del cartílago
Empecemos por el principio. La artrosis es una enfermedad degenerativa que afecta a las articulaciones. Se produce debido al desgaste del cartílago que tapiza al hueso subcondral, situado en los extremos óseos. Cuando la enfermedad avanza, el hueso queda sin el efecto amortiguador del cartílago, la fricción con el otro hueso provoca dolor y la articulación se deforma.
El cartílago es un tejido formado por células altamente especializadas llamadas condrocitos que se encuentran embebidas en una matriz flexible muy hidratada que ellas mismas se encargan de renovar.
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Sin embargo, debido a que los condrocitos -a pesar de ser células de vida larga- carecen de la habilidad para dividirse y, por lo tanto, no pueden ser sustituidos, la capacidad de regeneración de este tejido es prácticamente nula.
¿Puede el frío causar dolor?
La presión atmosférica baja, habitual durante los meses más fríos y húmedos del año, podría ser responsable del empeoramiento de los síntomas de las enfermedades reumáticas. Sobre todo por su capacidad de inducir dilataciones y contracciones en los tejidos que conforman o rodean a las articulaciones, estimulando los receptores del dolor -nociceptores-, que responden tanto a estímulos mecánicos como térmicos.
Además, el frío provoca que el líquido sinovial que lubrica las articulaciones adquiera una apariencia menos fluida, lo que podría contribuir a una mayor rigidez.
Varios estudios científicos han tratado de esclarecer la relación que existe entre los factores meteorológicos y la sintomatología de las dolencias de nuestro sistema osteoarticular.
Una de las primeras referencias científicas en este sentido procede de un estudio de 1948 realizado sobre 18 pacientes con artritis reumatoide, una enfermedad autoinmune del cartílago. En él se concluía que un ambiente seco y caluroso mejoraba los síntomas y signos de la enfermedad.
Mucho más reciente es otra investigación sobre la relación entre el cielo nublado y los dolores articulares del profesor William G. Dixon, director del Centro de Epidemiología contra la Artritis de la Universidad de Manchester.
Para llevarla a cabo se analizaron los datos de 2.658 pacientes con artritis durante un periodo de tiempo de 15 meses. Diariamente, cada individuo registraba sus síntomas de dolor mientras que sus teléfonos archivaban a través de una aplicación el tiempo en el lugar donde se encontraban.
El análisis de los datos mostró una relación significativa entre el dolor y la humedad relativa, la presión y el viento. Concretamente, en los días de mal tiempo se incrementaba hasta un 20% el dolor que padecían los pacientes.
Estado de ánimo y clima
Por otro lado, la psicología también parece tener algo que decir al respecto. Nuestro estado de ánimo, nuestro buen o mal humor relativo, influye en la intensidad o incluso en la frecuencia con la que percibimos dolor.
Algunos estudios parecen indicar que el buen humor aumenta nuestra resistencia a ciertos síntomas, mientras que el mal humor aumenta nuestra sensibilidad ante estímulos desagradables, incluido el dolor.
Otro factor a tener en cuenta es que existen diferencias socioculturales en la manera en la que expresamos el sufrimiento ya que no todas las culturas tienen la misma facilidad para hablar del dolor.
En definitiva, aunque aún no conocemos los mecanismos fisiopatológicos responsables de la exacerbación del dolor ante los cambios en el clima, parece existir una relación entre ambos fenómenos. Como en tantas otras cosas, también en esto hay que fiarse de lo que nos dicen nuestros abuelos.
*Este artículo se publicó originalmente en The Conversation. Puedes leer la versión original aquí.
- Arancha R. Gortázar e Irene Tirado Cabrera
- The Conversation*