Se cumplen 30 años de su salida al mercado.
Medía 33 centímetros de alto y pesaba casi 13 kilos. Muchos teléfonos después han recibido el apodo de ladrillos, sobre todo a medida que los móviles han ido encogiendo y adelgazando, pero el 8000X fue sin duda el ladrillo original.
Aunque algunas generaciones ni lo conciben y otras no lo recuerdan, hubo una época en la que no llevábamos un teléfono omnipotente en el bolsillo. De hecho, hubo una época en la que no llevábamos en el bolsillo teléfonos de ningún tipo. Era la época de las cabinas telefónicas y los teléfonos públicos en los bares.
Una época que enfiló hacia su fin hace ahora 30 años: a mediados de marzo de 1984 se vendía el primer teléfono móvil. Era un Motorola 8000X, que compartía bien poco con los móviles que usamos hoy en día. No se sabe exactamente dónde se hizo la compra, si fue en Chicago, Barltimore o Washington, porque el acontecimiento no supuso un gran evento. En aquel momento, estos dispositivos se consideraban poco más que un capricho de ricos con una utilidad real ciertamente limitada.
Y no era para menos. Aquel primer móvil costó 3.995 dólares, aproximadamente cuarto del sueldo medio anual en Estados Unidos de ese año (por hacer una equivalencia, sería como si hoy en España un teléfono costase unos 5.500 euros), y sus características eran poco atractivas: medía 33 centímetros de alto y pesaba casi 13 kilos. Muchos teléfonos después han recibido el apodo de ladrillos, sobre todo a medida que los móviles han ido encogiendo y adelgazando, pero el 8000X fue sin duda el ladrillo original. Además, su batería duraba apenas media hora antes de agotarse.
Una red celular para cubrir las ciudades
Por aquel entonces, se llamaba teléfono móvil a los dispositivos instalados en algunos coches, sobre todo en los que pertenecían a servicios de emergencia y cuerpos de seguridad. La idea de que cada uno necesitase un teléfono para llevarlo encima todo el día era una extravagancia, y una bastante incómoda además.
Pero lo cierto es que este primer móvil fue el fruto de años de desarrollo y de una intensa competencia entre la propia Motorola y la compañía AT&T, que pelearon por demostrar que una red inalámbrica de comunicaciones era posible.
En 1947, el investigador Douglas H. Ring, que trabajaba en At&T escribió un informe en el que describía una red en forma de panal de antenas de comunicaciones para cubrir el territorio. Por aquel entonces y hasta 1983, los teléfonos instalados en vehículos utilizaban la señal que emitía una sola antena que cubría toda una ciudad. Las frecuencias eran limitadas y solo podían ser utilizadas por una docena de usuarios a la vez, por lo que las esperas eran largas.
A mediados de los sesenta, otros dos ingenieros de la compañía, Joel Engel y Richard Frenkiel, perfeccionaron esa tecnología en panal o de celdas para permitir que las frecuencias fuesen reutilizables por más de un usuario. Además, dividieron las ciudades en distintas zonas, cubiertas por distintas antenas, y consiguieron que la comunicación pasase de unas antenas a otras según el usuario se desplazaba. Estos avances hicieron crecer el número potencial de usuarios.
Desarrollada la tecnología, AT&T solicitó a la Comisión Federal de Comunicaciones la autorización para implementar esta red y explotarla en exclusiva. Una perspectiva que no gustó nada a Motorola, la empresa de la competencia.
Todos los componentes en una sola mano
Marty Cooper, ejecutivo de la compañía, propuso un objetivo: demostrar a la FCC que imponer un monopolio sobre la tecnología celular supondría capar la innovación en cuanto a software. Así que Motorola desarrolló otra red celular y dio un paso más allá creando un teléfono móvil portable manualmente.
Aquello se convirtió en la prioridad número uno de la compañía. Según cuenta Mashable, el 3 de diciembre de 1972, una docena de ingenieros comenzaron a trabajar en lo que parecía una tarea imposible: comprimir todos los componentes, un transceptor que normalmente se instalaba en el maletero de un coche, además de la antena que se colocaba en el techo, en un teléfono que cupiese en la mano.
El resultado se presentó en un espectacular evento ante la prensa cinco meses después en un hotel de Nueva York. La red propiamente dicha no existía, así que los teléfonos, bautizados como DynaTAC, funcionaron como un sistema inalámbrico más que móvil. Pero funcionaron, y (quizá por ello o quizá no), la FCC no concedió el monopolio a AT&T.
Un modelo comercial de éxito inesperado
Pero aquellos primeros desarrollos no eran comercializables, eran un producto para investigar. “El DynaTAC no se diseñó para ser manufacturado y producido en masa. Además, la FCC nos puso todo tipo de problemas, así que nos llevó 10 años más diseñar algo que pudiésemos fabricar. Estábamos muy ocupados”, explica Rudy Krolopp, director de diseño de Motorola en aquella época.
En apariencia, el cambio más visible fue cambiar el teclado de dos a tres líneas, un formato más familiar para el público. Por dentro, trabajaron para crear circuitos integrados y microprocesadores adaptados al producto, además de mejorar la antena cumpliendo con las especificaciones que marcaba la FCC, que no hacían más que cambiar.
Krolopp recuerda que el proceso parecía eterno. “Cada vez que teníamos un problema y lográbamos resolverlo, teníamos que cambiar todo el diseño”. En total, Motorola gastó unos 100 millones de dólares para desarrollar el 8000X, sin saber realmente si nadie querría uno.
En marzo de 1982, la FCC dio el visto bueno final al desarrollo de la red celular, y un año después Motorola presentaba el DynaTAC 8000X, pero la Comisión tardó siete meses más en aprobar el dispositivo. En 1983 se instaló la primera red celular comercial en Estados Unidos en Chicago, y poco después se lanzaron otras dos en Washington y Baltimore.
Ese año se vendieron unos 12.000 teléfonos que utilizaban esa red celular, de los cuales el 10% eran el modelo de Motorola. La compañía esperaba unas ventas modestas, debido el precio del dispositivo. Básicamente, interesó a un selecto grupo de emprendedores, doctores, agentes inmobiliarios y ejecutivos de grandes empresas. Fue lo que llamaron el factor cool.
Lo consideraron un éxito. “No los habíamos creado para los adolescentes. Bueno, a no ser que fuese un adolescente con 4.000 dólares”, bromea Krolopp. “Pero lo cierto es que las empresas empezaron a utilizarlos y la cosa se transformó, se convirtieron en parte del negocio. Ya no eran algo conveniente, sino algo necesario. No esperábamos ese volumen de ventas”.
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