David Cameron ha sido agresivo en la retórica pero cauto a la hora de las sanciones a la Rusia de Putin.
Para los pesimistas, es Londongrado. Para los optimistas, es Moscow-on-Thames, Moscú del Támesis. Los primeros ven el desembarco de rusos en la capital británica como la llegada de lo peor que ha generado Rusia desde la caída y fragmentación de la Unión Soviética: un ejército de multimillonarios que encuentran en Londres el refugio legal que no tienen en Rusia para proteger su patrimonio y que utilizan la City, o al menos la materia gris de la City, para blanquear un dinero obtenido de forma turbia, ilegal y/o amoral. Para los segundos, los rusos de Londres son los más creativos y mejor educados de su país, la flor y nata que huye de la Rusia de Putin.
Es, probablemente, una mezcla de las dos cosas. Pero lo que está fuera de discusión es que el desembarco ruso que vive Reino Unido en general y Londres en particular desde hace más de 15 años es muy visible. Y, sobre todo, muy rentable. Por eso el primer ministro británico, David Cameron, ha sido uno de los mandatarios europeos más agresivos a la hora de la retórica pero de los más cautos a la hora de imponer sanciones a Moscú por la anexión de Crimea y lo que pueda venir después.
¿Quién no ha oído hablar de Roman Abramovich? ¿Quién ha olvidado el asesinato del ex agente secreto Alexander Litvinenko? ¿Quién ignora que los multimillonarios rusos se han convertido en propietarios de muchas de las mansiones más caras de Londres y que gastan el dinero a manos llenas en las boutiques más refinadas de Knightsbridge, envían a sus hijos a las escuelas más caras de Inglaterra, proyectan su poder económico comprando equipos de fútbol y hasta diarios y engrasan con sus millones y con docenas de litigios el rentable negocio de los tribunales británicos?
Pero hay también un lado más oscuro: hay algo más que sospechas sobre el origen de esas fortunas y se han levantado voces reprochando al Gobierno y a la Administración británica su tendencia a mirar a otro lado. Así lo denunció en 2012 el abogado, bloguero y activista político ruso Alexey Navalny en un artículo en The Times en el que pedía al Gobierno británico que pusiera en marcha una ley semejante a la ley Sergei Magnitsky aprobada en Estados Unidos para investigar el dinero ruso de origen sospechoso que entra en el país.
Hay mucho dinero ruso en Reino Unido y muchos intereses de Estado también. Más de un centenar de compañías rusas cotizan en la bolsa de Londres y en la capital británica se han lanzado bonos rusos o de países de la Comunidad de Estados Independientes por valor de 66.000 millones de dólares (48.000 millones de euros). La City no se ha puesto nerviosa todavía, porque el nivel de las sanciones aprobadas es muy modesto y se ha centrado sobre todo en individuos. Otra cosa sería si esas sanciones empezaran a afectar a los bancos rusos que operan en Londres.
Pero, de momento, el objetivo es Putin y su entorno, más que la presencia genérica rusa en Europa o Estados Unidos, en línea con el documento interno británico desvelado accidentalmente al principio de la crisis y que abogaba por sanciones limitadas y descartaba cualquier medida que pudiera significar “cerrar el centro financiero de Londres a los rusos”.
Las relaciones entre Londres y la Rusia de Putin han sido delicadas desde siempre. El momento más difícil fue en otoño de 2006, tras el asesinato del ex agente ruso Alexander Litvinenko, que provocó un rifirrafe diplomático entre ambos países. En aquel momento, The Economist llegó a ironizar que la dificultad para saber quién había sido el asesino “es una mala noticia para los detectives de Scotland Yard que han ido a investigar a Moscú pero puede ser un alivio para el Foreign Office”. “La mayor preocupación de los diplomáticos británicos no es que Scotland Yard esté despistada, sino que pueda llegar a tener éxito”, concluía la revista.
Las cosas no han cambiado con el tiempo. El año pasado, la ministra del Interior, Theresa May, admitió que detrás de la decisión del Gobierno de rebajar el nivel de la investigación judicial sobre la muerte de Litvinenko estaban “las relaciones internacionales”. Nada nuevo: años antes, Tony Blair paró una investigación de la oficina antifraude sobre el pago de miles de millones de dólares en sobornos para conseguir contratos de armas en Arabia Saudí.
El dinero ruso tiene muchas formas en Londres. Una de las más llamativas es el mercado inmobiliario. Aunque solo entre el 2% y el 5% de las casas de más de 12 millones de euros han sido adquiridas por rusos, si se aprobaran sanciones la medida podría actuar de freno para la llegada en el futuro de otros multimillonarios, rusos o de otros países. Pero, al igual que la City, el sector inmobiliario está tranquilo: si no hay sanciones no hay peligro y la crisis puede ser incluso beneficiosa para ellos porque invertir en ladrillos de lujo en Londres es una forma segura de poner dinero a salvo de las garras de Putin.
A fin de cuentas, los oligarcas se han hecho de oro en la Rusia de Borís Yeltsin primero y la de Vladímir Putin después, pero la buena vida ha durado lo que han durado sus buenas relaciones con el Kremlin, como han demostrado los casos de Mijaíl Jodorskovsky y Borís Berezovski. El primero ha pasado varios años en prisión y el segundo se suicidó hace justo ahora un año, arruinado, en su mansión de Surrey. Berezovski perdió el litigio más famoso mantenido por dos oligarcas en Londres cuando el juez rechazó una reclamación suya contra Abramovich por 3.800 millones de euros.
Hay quien cree que, con los oligarcas y otros ricos de menor altura, han llegado también los sicarios. En marzo de 2012 fue tiroteado frente a su casa en Canary Wharf el banquero German Gorbuntsov, que milagrosamente sobrevivió. Poco después, en noviembre, Alexander Perepilichnyy, de 44 años, se desvaneció y murió haciendo jogging a 50 metros de su casa. Una sospechosa muerte súbita. La muerte del oligarca georgiano Badri Patarkatsishvili de un infarto a los 52 años en su mansión de Surrey fue también muy sospechosa para algunos. Son los mismos que cuestionan que Berezovski se suicidara. Demasiados muertos para no sospechar que algo huele a podrido en el dinero ruso en Londres.
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