Cuando a alguien se le habla de poliamor o de cualquier otro tipo de relación no monógama, lo primero que le preocupa son los celos. "Yo no sería capaz de ver a mi pareja con otra persona", dicen casi todos, casi siempre.
Los celos son esa palabra a la que se recurre como un resorte para justificar lo que se hace al sentir que aparecen, o lo que no se puede hacer para intentar evitar. O el arma arrojadiza preferida entre quienes acaban de empezar en el poliamor. "¡Tienes celos!", como si fuese un delito.
Los celos, en realidad, no se refieren a nada concreto. ¿Qué se siente?. Para uno/as es una sensación de inseguridad, o miedo a que su pareja les abandone. Para otro/as: ira, tristeza, competitividad, territorialidad... Creemos que todo el mundo habla de lo mismo al nombrar los celos, pero en realidad cada persona se refiere a algo distinto.
Los celos cotizan alto, mucha gente los considera una buena señal. No es raro, cuando se tiene el modelo de Romeo y Julieta como la expresión máxima del amor: la historia entre una niña de 13 años y chico en torno a los 20, que empieza un domingo y se acaba el jueves siguiente, y en donde mueren seis personas. El amor como drama.
Hay quien prefiere que los culebrones derivados de los celos y esa visión dramática del amor sigan siendo parte de su paisaje habitual. Es como quien cree que esforzarse en el trabajo solo puede consistir en trabajar dieciséis horas y casi no dormir, o quien no siente que se ha ido de vacaciones si no ha sufrido mosquitos y alguna desgracia más. Si no sufro, no ha sucedido. La aventura y la lucha heroica han de incluir parte de sufrimiento para ser admirables.
Frente a la herencia monógama, feliz de sus dramas y de su convencimiento absoluto de "no puedo cambiar", están los colectivos poliamor, los de redes afectivas, de anarquías relacionales, de relaciones abiertas, de la no-monogamia afectiva.
Una de las partes más útiles de adentrarse en las relaciones abiertas es replantearse lo que creíamos obvio y aprender dos cosas respecto a los celos: una, que lo que estamos sintiendo son avisos de parte de nuestra mente, nuestras emociones, de facetas personales a las que debemos prestar atención. La segunda, que esos celos se pueden desaprender.
Los celos son un radar magnífico para avisarnos dónde tenemos problemas, para saber a qué cosas debemos prestar atención, para conocer nuestros puntos débiles. ¿Por qué nos intranquilizan tanto?
¿Pensamos que él/ella va a tener mejor sexo con otra persona? ¿Pensamos que por una noche con otra persona nos va a dejar? ¿Pensamos que por verse habitualmente con la otra persona va a querer irse a vivir con ella?
Esas preguntas siempre despiertan la cara opuesta: nos obligan a mirar de frente nuestra propia relación: ¿estamos cuidando de nuestra relación? ¿estamos cuidando de nuestra pareja como hacíamos hace tiempo? ¿sentimos conexión emocional?. Y a nuestro ego: ¿tiene mejor cuerpo que yo? ¿parece más sexual? ¿tiene más dinero? ¿tiene más reconocimiento profesional? ¿es más popular?
Sentirlos no es algo criticable, pero podemos querer cambiar cómo nos sentimos con ellos y para eso es útil desaprenderlos.
Eso sí: da igual que tengamos toda la intención de cambiar la manera en que nos sentimos. No se van a ir si intentamos 'borrarlos'. Los celos no son una aplicación para el móvil que nos hemos descargado. Los celos y el resto de sentimientos afectivos están ahí desde antes de que seamos conscientes, desde cuando éramos bebés y no teníamos ningún filtro para aceptar o rechazar lo que aprendíamos. Son nuestro sistema operativo, están ahí desde antes que pudiéramos pensar sobre ellos. Es la 'teoría del apego' de John Bowlby y los estudios de Mary Ainsworth.
La teoría del apego, muy resumida, consiste en que la manera en que construimos nuestros vínculos emocionales dependen del tipo de vínculo que tuvimos desde los seis meses hasta los tres años con la persona que nos cuidaba, vínculo que se suele establecer con una sola persona. Y la teoría es que a determinados cuidados siempre se corresponde un comportamiento determinado. Y así surgen comportamientos seguros, evitativos, ambivalentes, desorganizados y todas las mezclas posibles de esos rasgos.
Entonces, ¿en qué consiste desaprender los celos?. Cuando se acaba de entrar en los ambientes poliamor y similares se suele entender, erróneamente, que consiste en dejar de sentirlos. Se cree que no sentir celos es algo de lo que sentirse orgulloso, algo que da cierta superioridad moral. Pero como dice Marcia Baczynski, querer dejar de sentir celos es tan inútil como plantearse que se quiere dejar de sentir tristeza. Es una emoción, simplemente, y ahí seguirá.
Para cambiarlo hace falta un trabajo más en profundidad que dedicarle un fin de semana o leer un libro de autoayuda. Por mucha pereza que dé, es un trabajo que nos llevará mucho más tiempo, como otras cosas en la vida, como especializarse en un trabajo, mejorar la forma física o dominar el yoga. Pero teniendo eso en cuenta ¿por qué no querrías aprender a sentirte mejor respecto a los celos?
Cuando desaprendes los celos no consigues que desaparezcan. Lo que aprendes es a manejarlos, a entenderlos y a reaccionar de otra manera. Y normalmente de una manera más beneficiosa para todas las personas implicadas.
Un esfuerzo que no todo el mundo está dispuesto a hacer y sobre el que algunos, quizá dentro de un tiempo, nos preguntemos si no hubiera valido la pena intentarlo, para ser más felices haciendo las cosas de otra manera.
Por Miguel Vagalume Autor Invitado | 10 de marzo de 2014 Blog EROS
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