jueves, 3 de febrero de 2022

A LOS 90 AÑOS Muere Monica Vitti, la mujer que detuvo el tiempo


Imagen de archivo de Monica Vitti.AP



Vitti fue la protagonista de la conocida como Trilogía de la incomunicación" de Micheangelo Antonioni



Cuando el miércoles a media mañana Roberto Russo comunicó el fallecimiento de su esposa Monica Vitti a los 90 años, quién sabe si en realidad estaba anunciando no tanto su muerte, así en sustantivo abstracto y definitivo, como su enésima muerte, quizá sólo la penúltima. Pocas actrices como la por siempre cómplice (que no musa) de Michelangelo Antonioni, han muerto de forma tan tozuda, reiterada y se dría que feliz como la Vitti.

Sin ir más lejos, en 1988 'Le Monde' imprimó su desaparición fiándose de una llamada a pocos minutos del cierre de la rotativa. La noticia, en efecto, resultó cuanto menos exagerada. Caminar por la letra herida de su autobiografía partida en dos volúmenes, es seguir el rastro a una vida torturada, siempre en el filo y que, a su manera, hizo suya la desesperación de sus personajes más brillantes. Hasta cuatro veces intentó quitarse la vida. Se diría que la suya fue una pelea con el tiempo, con el sentido más íntimo del tiempo, que tal vez ahora vive por fin no su instante definitivo sino su instante eterno. El matiz importa.

Si hiciéramos caso a la taxonomía ideada por el filósofo francés Gilles Deleuze, el tiempo en el cine fue en un principio una consecuencia derivada de la propia narración cinematográfica, del montaje. Sólo posteriormente, de la mano de gente como precisamente Antonioni, el cine consiguió ofrecer por fin una imagen directa del propio tiempo. La cámara adquirió la cualidad del metrónomo y la imagen se deshizo de la impertinencia de retratar nada para detenerse en la fuerza y claridad de sí misma. Y ello fue en gran medida sólo posible al rostro y actitud de una Monica Vitti náufraga de sí misma en esa trilogía que se vino a llamar de la incomunicación y que bien podría ser también de la eternidad.

'La aventura' (1960), 'La noche' (1961) y 'El eclipse' (1962) no son sólo tres películas desesperadas sobre el vacío a vueltas con una burguesía enferma de sus contradicciones. También son los más brillantes testimonios de un cine nuevo que encontró en la pautada interpretación de una Vitti siempre al límite y siempre a punto de su fallecimiento su alma y razón de ser. Pocas veces el trabajo de una actriz ha definido de forma tan precisa el sentido mismo de su tiempo y, apurando, del tiempo. Nunca antes, la angustia al borde mismo de todos los precipicios alcanzó una expresión más deslumbrante y atormentada. Vitti, en efecto, se moría en cada plano. Y ahí sigue. Su muerte no es más que una profecía cumplida a cada paso.

Pero si algo es la muerte, además de todo, es pura contradicción. Por ello, y pese a lo trágico y obtuso de los párrafos precedentes, Vitti (llamada al nacer Maria Luisa Ceciarelli) fue además de la eterna musa del cine quieto del que fue su pareja durante tantos años, una cómica pertinaz. Mario Monicelli (La ragazza con la pistola, 1968), Ettore Scola (El demonio de los celos, 1970), Alberto Sordi (Esa rubia es mía, 1974) o Luigi Zampa (Camas calientes, 1979) la adoptaron para que Vitti se refutara a sí misma en la feliz celebración de, otra vez, la nada. Vitti fue capaz igual del adusto enigma (El fantasma de la libertad, Luis Buñuel, 1974) y del frenesí 'all'italiana'.

No en balde, ella fue la única mujer capaz de estar a la altura, cuando no hacer sombra, a los llamados cinco coroneles del cine italiano, los actores más admirados: Vittorio Gassman, Ugo Tognazzi, Nino Manfredi, Marcello Mastroianni y Sordi.

Nacida en Roma en 1931, pronto debutó en teatro con apenas catorce años. Dicen las crónicas y recordaba ella puntual, que descubrió su pasión por las artes escénicas durante la Segunda Guerra Mundial, cuando organizaba espectáculos con marionetas para distraer a sus hermanos del estruendo de las bombas. Con 20 años se matriculó la Academia de Arte Dramático. De las primeras decisiones que tomó ya en el papel de la diva que sería fue cambiar su nombre -acortando el apellido de su madre, Vittiglia- para acto seguido deslumbrar, dicen, en el teatro capaz de Molière, Brecht y Shakespeare, y de la astracanada.

Y así hasta que Antonini arrancó de la gravedad de su voz el más doloroso de los agudos en 'El grito' (1957) donde doblaba a Dorian Gray. Luego llegaría la trilogía definitiva y más tarde El desierto rojo (1964) y El misterio de Oberwarld (1980). Siempre con Antonioni por siempre. En 1990 se estrenó como directora en el 'Escándalo secreto'. Este sería su último trabajo para el cine. Una más en su infatigable vocación por detener el tiempo. El miércoles murió después de dos décadas alejada de todo por culpa del Alzheimer. Murió otra vez tal vez en su eterno empeño de detener el tiempo.



LUIS MARTÍNEZ
Madrid
Actualizado Miércoles, 2 febrero 2022 - 18:26
https://www.elmundo.es/cultura/cine/2022/02/02/61fa6d44e4d4d802468b45d6.html