Dos personas caen al suelo durante las manifestaciones antirrestricciones covid en China. (Reuters/Tyrone Siu)
Al apostar todas sus fichas a la una política de eliminación total del covid, el Gobierno chino se ha quedado sin salidas fáciles para afrontar la realidad de un virus que no va a desaparecer
China dista mucho de ser una nación ajena a las protestas. De hecho, las marchas contra decisiones tomadas por las administraciones locales o regionales son frecuentes en el país. Sin embargo, las manifestaciones vividas este fin de semana en al menos 10 ciudades del país, entre ellas Pekín, Shanghái y Wuhan, han planteado un desafío extraordinario para el Gobierno de Xi Jinping. No solo por su extensión y su virulencia, con miles de manifestantes y frecuentes choques con las fuerzas de seguridad, sino por el hecho de que todas compartían un mismo objetivo: criticar las políticas de ‘covid cero’, cuya responsabilidad directa radica en el Ejecutivo central.
El catalizador de las protestas fue un incendio en un apartamento de la ciudad de Urumqi, en la región occidental de Xinjiang, en el que murieron 10 personas y en el que la lenta respuesta de los bomberos fue atribuida parcialmente a las drásticas restricciones contra el covid vigentes en la zona y en gran parte del país. En algunas de las marchas, sobre todo las organizadas por estudiantes universitarios, pudieron escucharse eslóganes a favor de las libertades individuales y contra la censura del Partido Comunista Chino (PCCh), escenas inusitadas en el gigante asiático que corrieron como la pólvora en las redes sociales occidentales. Fueron, no obstante, casos relativamente aislados si se los compara con el enfado generalizado de los manifestantes contra los confinamientos extremos que han definido la vida en el país este 2022.
Las protestas no se repitieron este lunes, en el que muchas ciudades chinas amanecieron con un fuerte despliegue policial. Sin embargo, el aviso de parte de la ciudadanía al Gobierno de Xi es claro: el hartazgo por las restricciones draconianas que han caracterizado a la respuesta china contra el covid está cerca de llegar al límite. Una advertencia que llega en el peor momento posible, dado que el país se enfrenta a su mayor brote de contagios desde el inicio de la pandemia, con 40.347 casos detectados en las últimas 24 horas. Se trata del quinto récord diario consecutivo de nuevas infecciones, sin que exista todavía un freno a la vista.
La disyuntiva para el Ejecutivo chino está a la vista de todos. Para frenar los contagios, los gobiernos locales deben implementar la misma serie de medidas que ha provocado una explosión de ira ciudadana en las calles del país. Eso, sin contar el enorme costo económico que los masivos confinamientos continúan suponiendo tanto a nivel nacional como global. “Por un lado, existe el potencial de una catástrofe de salud pública; por el otro, existe el potencial de mayores protestas y de una catástrofe económica”, resume Benjamin Cowling, líder del departamento de Epidemiología de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Hong Kong, en entrevista con El Confidencial.
Las protestas del fin de semana, por lo tanto, solo suponen la primera tanda de los dolores de cabeza que se avecinan para Xi Jinping. Pero lo que resulta más sangrante de este dilema es que se trata de una herida casi totalmente autoinfligida. Al apostar todas sus fichas a la política de ‘covid cero’, el Gobierno ha tejido una trampa de la que no existe ninguna salida fácil.
Sin plan B
El Gobierno chino no fue el único en optar por el ‘covid cero’. Países como Australia, Nueva Zelanda o Singapur, entre otros, también apostaron por esta estrategia de eliminación total de los brotes, controles fronterizos draconianos y medidas extremas de contención —la ciudad australiana de Melbourne experimentó durante 263 días el confinamiento más largo del mundo— para enfrentarse al desafío sanitario. Las naciones que pudieron aplicar estos programas, ya fuera por su geografía insular, sus avanzados sistemas de detección y trazabilidad o su capacidad de control social, experimentaron un éxito rotundo en las primeras fases de la pandemia. Las cifras de mortalidad global del coronavirus revelan que estos países han salido mucho mejor parados que aquellos cuyas sociedades se vieron obligadas a convivir con el covid desde el principio.
Sin embargo, el resto de gobiernos que aplicaron estas medidas siempre contaron con algo que Pekín no ha dado ninguna señal de poseer: un plan B. Una vez la variante ómicron, mucho más transmisible que sus predecesoras, se extendió a nivel mundial, los países reconocieron la obviedad de que el virus no podría ser contenido indefinidamente. Por ello, el ‘covid cero’ fue presentado como una manera de ganar tiempo mientras los programas de vacunación eran completados, protegiendo a los sectores poblacionales más vulnerables tanto como fuera posible antes de abandonar la estrategia. Una por una, todas las naciones aprendieron a convivir con el virus. Todas menos China.
El Ejecutivo chino nunca ha descrito las medidas de ‘covid cero’ como una herramienta para ganar tiempo, sino como un fin en sí mismo. La promesa transmitida por el Gobierno a los ciudadanos siempre ha sido que, mientras las medidas extremas de contención sean respetadas, el virus sería derrotado. “El mensaje principal ha sido, simplemente, que el Gobierno detendría la propagación del virus, no la urgencia de vacunarse contra el covid”, indica Cowling.
La consecuencia de esta apuesta es que el país tiene una problemática tasa de vacunación, sobre todo entre la población más vulnerable. “Me imagino que mucha gente en China estará pensando: ‘¿Por qué necesito vacunarme por una enfermedad que el Gobierno ha prometido que no se propagará en mi comunidad?”, agrega el profesor. Esto se suma al hecho de que, en un principio, la administración de vacunas en China se limitó a adultos de 19 a 60 años, un error que el Gobierno todavía no ha logrado subsanar. En estos momentos, solo el 40% de los ciudadanos chinos mayores de 80 años han recibido una dosis de refuerzo.
Por otra parte, el sistema sanitario chino sigue utilizando exclusivamente vacunas manufacturadas en su país, en su mayoría procedentes de las compañías Sinopharm y Sinovac. En 2021, estos preparados encontraron muchos clientes en los países en vías de desarrollo debido a que sus gobiernos no podían adquirir las vacunas ARNm de Pfizer-BioNTech o Moderna. Hoy en día, la demanda de las dosis de fabricación china se ha detenido casi por completo en el extranjero, pero el Gobierno de Xi Jinping se niega a utilizar otras. Esto a pesar de que las vacunas de estas dos farmacéuticas occidentales han sido actualizadas para combatir la variante ómicron, mientras que las chinas siguen estando basadas en la variante original.
El fantasma de Hong Kong
El all-in chino por la eliminación total del virus a nivel nacional también ha supuesto una enorme oportunidad perdida para su sistema sanitario. En los últimos tres años, las inversiones de Pekín en infraestructuras contra la pandemia han sido las mayores del planeta, pero han estado centradas en dos ejes: trazabilidad y contención. A lo largo y ancho del país, centros de aislamiento y laboratorios de análisis han crecido como setas con el objetivo de alojar a millones de personas contagiadas y realizar pruebas de PCR a diario a la mayor parte de la población.
Sin embargo, la capacidad de cuidados intensivos del país, que supondría el factor más importante para evitar muertes en un hipotético caso de reapertura, apenas ha sufrido cambios. De acuerdo con los últimos datos oficiales que refleja Our World in Data, China cuenta con 3,6 camas de cuidados intensivos por cada 100.000 habitantes, una cifra cerca de tres veces inferior a la de España (9,9). Además, estas se encuentran distribuidas de forma muy poco equitativa en el territorio, con las provincias más rurales, que poseen un mayor porcentaje de población anciana, más desprotegidas.
En un país de 1.400 millones de habitantes, incluso una tasa de mortalidad baja podría resultar en un número de muertes masivo en un muy corto periodo de tiempo. Un estudio de la Universidad Fudan de Shanghái publicado en la revista Nature en mayo de este año predijo que el abandono brusco de la estrategia de ‘covid cero’ podría resultar en más de 112 millones de casos sintomáticos de covid-19, cerca de cinco millones de hospitalizaciones y un total de 1,55 millones de muertes, un 50% que las que ha sufrido Estados Unidos, el país que ha reportado más fallecidos por la pandemia. El pico de la demanda de unidades de cuidados intensivos, señala el informe, sería más de 15 veces mayor a la capacidad del país.
La experiencia previa de Hong Kong resulta alarmante para China. Tras más de dos años de permanecer prácticamente libre de coronavirus, el territorio semiautónomo, que también esgrimía el ‘covid cero’ como estandarte, experimentó el pasado mes de marzo un devastador brote de ómicron. En las tres semanas, las autoridades reportaron más de 450.000 casos y 4.100 muertes, una de las tasas de letalidad más altas registradas durante la pandemia en todo el mundo. Eso a pesar de que la localidad cuenta con el doble de camas de cuidados intensivos per cápita que China (7,1 por cada 100.000 habitantes), de acuerdo con el Hong Kong Medical Journal.
La receta para esta crisis fue una que puso a China ante el espejo: niveles bajos de vacunación entre los ancianos, un sistema hospitalario abrumado y una estrategia centrada en prevenir, no en curar. “Hace un año, varios compañeros y yo publicamos artículos que explicaban cómo Hong Kong necesitaba buscar un plan de respaldo para alejarnos del ‘covid cero’ de forma similar a Singapur, Australia o Nueva Zelanda y alertar al público sobre la llegada del covid y la necesidad de vacunarse. El Gobierno no lo hizo”, lamenta Cowling, quien vive en la ciudad. “Me preocupa que algo similar pudiera pasar en China”, agrega.
Entre la espada y la pared
Pese a afrontar el peor brote hasta la fecha, tanto en cantidad total de contagiados como en número de regiones afectadas, es probable que China cuente con la capacidad de volver a suprimir los casos y evitar una ola como la que experimentó Hong Kong. Sin embargo, como las protestas de este fin de semana dejaron claro, cada nuevo confinamiento corre el riesgo de ser la gota que derrame el vaso de una población cada vez más harta.
Ante todo, Xi se enfrenta, nada más empezar su tercer mandato —inédito en la historia del PCCh—, al que puede ser el golpe más grave para su reputación desde que tomó las riendas del país. En un intento de eclipsar el pecado original de haber sido el país donde se originó la pandemia global, el líder Ejecutivo chino buscó transmitir el mensaje de que su gestión de las crisis y los esfuerzos de sus ciudadanos habían logrado evitar el desastre. La narrativa de que Occidente sacrificó a millones de sus ciudadanos al intentar salvar su economía mientras China protegía a su gente a cualquier precio ha estado en el centro de la obsesión por el ‘covid-cero’.
Ahora, esta narrativa, junto a la credibilidad del PCCh, está en peligro debido a la insostenibilidad de una política basada en una esperanza destinada a no cumplirse. Tarde o temprano, China deberá convivir con el virus, lo que supondrá reconocer, de facto, que su Gobierno estaba equivocado. Las próximas semanas serán claves para determinar qué camino elegirá Pekín en un momento en el que toda opción implica un considerable precio a pagar. “Creo que, de alguna manera, las autoridades de China se han atrapado a sí mismas y ahora están arrinconadas en una esquina sin una vía de escape”, concluye Cowling.
Por
28/11/2022 - 18:07
www.elconfidencial.com/mundo/2022-11-28/protestas-principio-china-trampa-covid-cero_3531067/