"Si algo puede salir mal, saldrá mal". Es una de las formulaciones más conocidas de la Ley de Murphy, paradigma del pesimismo, y que representa a la perfección cómo está transcurriendo el año 2022 para el mundo de las criptomonedas. Hace justo un año, el mercado global de las criptodivisas acumulaba una capitalización de casi 3 billones de dólares (más que el PIB de Reino Unido), anotándose un máximo histórico gracias, en buena medida, a un bitcoin que cotizaba por encima de los 65.000 dólares. Pero la sucesión de caídas de la mayoría de monedas digitales vino seguida de diversos escándalos, como el desplome de Terra, los riesgos de desaparición del Tether, los despidos masivos de Coinbase y, esta semana, la quiebra de FTX.
La plataforma de criptomonedas creada por Sam Bankman-Fried se declaraba en bancarrota este viernes, acogiéndose a la ley de quiebras de EEUU para intentar reestructurarse (junto con más de un centenar de compañías afiliadas). La firma aseguraba a principios de año que superaba los 5 millones de usuarios activos en el conjunto de sus filiales, de las que la estadounidense superaba los 1.2 millones. Cuando el miércoles comenzó una retirada masiva de fondos tras el rechazo de Binance para adquirir la compañía, FTX llegó a paralizar el reembolso a los usuarios. Dadas estas circunstancias, ¿qué cabe esperar a quienes tenían allí (o en otra plataforma de custodia o comercio con criptodivisas) sus monedas digitales?
La respuesta breve y simple es 'nada'. El Fondo de Garantía de Depósitos (FGD) asegura los ahorros y algunas inversiones de los usuarios de las entidades bancarias españolas hasta 100.000 euros por titular y entidad. La norma garantiza que, en caso de quiebra de una entidad de crédito, el cliente recuperará sus depósitos que estén en cuentas de ahorro, cuentas corrientes, depósitos a plazo fijo, acciones y bonos. También se cubrirán algunas cuestiones excepcionales por un periodo de tres meses, pero en ningún caso contempla las criptomonedas ni otros activos digitales como NFT que muchos usuarios atesoran en plataformas como FTX.
Además, ningún banco central ampara las criptomonedas - esta es precisamente una de las características que más enarbolan los defensores de las finanzas descentralizadas - , por lo que tampoco avalan la pérdida de valor ni la desaparición de este tipo de activos.
La alternativa única que puede quedarle al inversor en casos de quiebra es convertirse en acreedor, reclamando el valor de sus activos por vía judicial, algo que se puede prolongar durante meses e incluso años. Es el caso de Celsius, que viene recibiendo demandas desde que se declaró en bancarrota en julio y que esta misma semana ha pedido una extensión del plazo para reestructurarse. A los habituales problemas de cualquier concurso de acreedores se suma la escasa legislación que los países han elaborado al respecto de casos relacionados con criptomonedas, por lo que se trata de un terreno prácticamente inexplorado.
Cómo poner tus activos digitales a salvo de las quiebras corporativas
Pese a ello, hay precauciones que el inversor puede tomar para evitar perderlo todo en casos como el de FTX. Estas plataformas dan la facilidad de custodiar los activos de una forma sencilla y poder operar con ellos fácil y rápidamente, pero implica asumir un doble riesgo financiero: por una parte, la propia caída del valor del activo (el bitcoin pierde más de un 60% de su valor en lo que va de año); por otra, la quiebra de la empresa a la que el inversor le ha dado la llave de su cartera. De hecho, a menudo el cliente ni siquiera tiene acceso a las claves privadas de su monedero.
La mejor forma para tener pleno control sobre tus activos digitales es el uso de carteras privadas. Esto se puede lograr con aplicaciones descargables en dispositivos móviles o para ordenador, o guardando físicamente las claves generadas de la cartera, apuntándolas en un papel.
Las más seguras de esta clase son las llamadas 'carteras frías', dispositivos de hardware que no tienen conectividad a internet (como un USB) donde se guarda la información de forma encriptada y con diversos mecanismos de autentificación para que solo el propietario pueda acceder.