Cambios en las leyes de propiedad han permitido un resurgimiento en el sector inmobiliario de Cuba. Algunas casas son renovadas por los extranjeros, mientras otras permanecen derruidas. Lisette Poole for The Wall Street Journal
A un precio de venta de US$1,2 millones, el penthouse tiene amplias terrazas, pisos de mármol y vistas espectaculares al mar, que se extienden desde el sombrío edificio de la embajada de Rusia hasta el viejo Hotel Riviera, que fuera propiedad del mafioso ruso-estadounidense y zar de los casinos Meyer Lansky.
Esto puede parecer caro para un país comunista donde el trabajador promedio gana alrededor de US$20 al mes. Pero su dueño, John Jefferis, un hotelero de Bermuda de 57 años, dice que los posibles compradores pertenecen a un grupo demográfico completamente distinto. “Hay muy pocos apartamentos que pueden ser comprados legalmente por extranjeros, y cuando hay una cantidad limitada de algo, por lo general se paga una prima”, dice Jefferis, quien añade que gente del jet set como sus vecinos expatriados probablemente pueden darse el lujo de derrochar. “Pongámoslo así: esta no es su primera o segunda o tercera casa”.
Todo esto es parte de una revolución inmobiliaria que está sacudiendo a Cuba. Más de cinco décadas después de que Fidel Castro asumiera el poder, los cubanos empiezan a acumular riqueza de verdad mediante la compra y venta de sus viviendas. Al mismo tiempo, las autoridades están desempolvando proyectos para desarrollar un mercado de propiedades de lujo para los extranjeros que quieren pasar vacaciones en la isla. La apertura diplomática entre Washington y La Habana está además alimentando un frenesí de especulaciones sobre lo que ocurriría si los estadounidenses pueden volver a comprar legalmente propiedades en Cuba.
“No se puede imaginar la cantidad de llamadas de ciudadanos estadounidenses que hemos estado recibiendo”, dijo Yad Aguiar, quien en 2011 cofundó Point2Cuba.com, con sede en Ontario, Canadá, uno de los varios sitios web que han surgido en los últimos años para conectar posibles compradores y vendedores en este incipiente mercado.
Por ahora, el embargo económico de 54 años permanece vigente: los estadounidenses no pueden comprar propiedades en Cuba ni viajar a la isla como turistas. La ley cubana prohíbe a los no residentes poseer viviendas, fuera de ciertas excepciones limitadas. Esto no impide a algunos extranjeros tratar de sacar ventaja de los resquicios del sistema para hacerse de bienes raíces que puedan hacerlos ricos en el futuro.
Esto es especialmente cierto para los cubano-americanos que huyeron del país después de la revolución y que ahora empiezan a ejercer una creciente influencia en la isla. Exentos de las restricciones de viaje de Estados Unidos, pueden visitar a sus familiares en Cuba y enviarles dinero para reparar sus deterioradas casas, o incluso comprar una para sí mismos en efectivo, bajo el nombre de un familiar.
“Muchos cubanos de Miami están volando a la isla para comprarse propiedades, gente que tiene US$300.000, US$400.000 o US$1 millón bajo el colchón”, dice Hugo M. Cancio, un empresario cubano-americano que está poniendo en marcha una boletín trimestral de bienes raíces en Cuba.
Nereida Margarita Álvarez, quien dirige un negocio de alojamiento en la centenaria mansión de su familia en el otrora exclusivo barrio El Vedado, dice que hace poco fue abordada por un cubano que le ofreció US$400.000 por la propiedad, a la que por cierto no le vendría mal una mano de pintura y algunos resanes en sus cielorrasos de más de 5 metros de alto. Álvarez dice que rechazó la oferta, que supone tuvo que haber sido financiada desde el extranjero. “No sé de dónde sacó el dinero”, dice. “Ningún cubano tiene esa cantidad”.
Su vecino, un diseñador de interiores español vestido con un elegante suéter, dice que invirtió US$200.000 en una casa de seis dormitorios construida en los años 20, muy venida abajo pero con buena estructura y espacio para el servicio doméstico en la parte posterior. El español, que planea invertir al menos otros US$100.000 en renovaciones, no pudo comprar la casa él mismo, pero recientemente descubrió que tenía un tío abuelo cubano quien acordó poner la propiedad a su nombre. El diseñador dice que ya ha ganado mucho dinero renovando edificios históricos en China, pero cuando le dijo a su padre que iba a venir a Cuba, este le respondió: “Oh, Dios mío, otro país comunista”.
Que Cuba pueda o no seguir el camino de China hacia la prosperidad es todavía una pregunta abierta. En la década de los 90, tras el colapso de la Unión Soviética y del fin de los generosos subsidios que mantenían a flote a Cuba, el gobierno comunista introdujo algunas reformas de mercado aisladas. Tras tomar en 2006 los poderes presidenciales de su convaleciente hermano Fidel, Raúl Castro dio un renovado impulso a este proceso, ampliando el tipo de operaciones económicas que los particulares podían hacer y levantando la prohibición de teléfonos celulares. En 2011, en lo que podría resultar un importante punto de inflexión, el gobierno abrió la puerta para que los cubanos compraran y vendieran libremente sus viviendas.
“El patrimonio neto de la población cubana ha crecido bastante”, dice Antonio Zamora, un veterano de la bahía de Cochinos y ex asesor legal de la Fundación Nacional Cubano Americana, un grupo de acción política que luchó por mantener el embargo. Este residente de Miami de 73 años cree que se vienen grandes cambios en la isla y está pensando en retirarse un día allí.
Vista desde el edificio Habana Palace en el barrio Miramar de La Habana, donde los extranjeros no estadounidenses pueden comprar y vender legalmente apartamentos. El penthouse está en venta con un precio de US$1,2 millones. Hannah Berkeley Cohen for The Wall Street Home
Debido a los controles oficiales y al subdesarrollo de la infraestructura, la mayoría de los cubanos no tiene acceso a Internet. Para comprar y vender una casa, la gente recurre aEl Papelito, un panfleto de anuncios inmobiliarios que se vende por US$1 en las calles de La Habana.
En los últimos meses, la publicación ha cuadruplicado su tamaño (una edición reciente tenía 24 páginas), lo que subraya un tipo de actividad de mercado que habría sido inimaginable hace una década.
El Papelito incluye todo tipo de avisos, desde apartamentos estrechos de US$5.000 en la pintoresca Habana Vieja hasta mansiones de US$1 millón en barrios señoriales como Miramar. También tiene anuncios de artículos y servicios en venta, desde televisores hasta masajistas, y publicidad de restaurantes locales y tiendas de fotocopias.
El boletín se ha convertido en un recurso clave para residentes locales como Ada Nueva, una jubilada que quiere vender su pequeño apartamento en un segundo piso en El Vedado por US$23.000. La mujer dice que quiere mudarse a un apartamento más barato en la misma zona y quizás algún día abrir una tienda que le permita ganar unos pesos.
Annerys Velasco, una artista que comparte una vieja mansión de siete dormitorios y 280 metros cuadrados con varios miembros de su familia, está tratando de vender la propiedad por US$160.000. Es demasiado costoso mantener la casa, que tiene los pisos rotos y la pintura descascarada, dijo Velasco. Ella y sus hermanos tienen la esperanza de dividirse el dinero y comprar casas más pequeñas para cada uno. La ley cubana permite a cada ciudadano poseer una residencia principal y una casa de vacaciones.
Luego de que en diciembre los presidentes Barack Obama y Raúl Castro anunciaran un acuerdo para restablecer relaciones diplomáticas, Washington modificó las restricciones para que más estadounidenses puedan viajar a Cuba para realizar actividades educativas y deportivas, entre otras cosas. Bajo las nuevas reglas, los residentes de EE.UU. pueden enviar hasta US$2.000 cada tres meses a personas en la isla, cuatro veces el límite anterior.
El jueves pasado, el servicio de alquileres de apartamentos Airbnb Inc., con sede en San Francisco, comenzó a ofrecer alojamiento a viajeros estadounidenses autorizados para visitar Cuba, aprovechando la amplia red de hospedajes privados que existe en la isla.
Los problemas económicos por los que atraviesa el último benefactor de Cuba, Venezuela, han dado nueva urgencia a la búsqueda de ayuda financiera del exterior. El año pasado, el gobierno puso en marcha un nuevo intento para atraer inversión extranjera, suavizando las restricciones en distintas áreas e incluso permitiendo la propiedad plena en algunos casos. Una de las prioridades es atraer más capital al sector turístico, que hace mucho tiempo superó al azucarero como el mayor generador de divisas del país.
En su casa derruida en el Malecón habanero, esta familia se preocupa de que los planes de restaurar los edificios frente al mar los podrían desplazar. Lisette Poole for The Wall Street Journal
Cuba ya tiene una serie de hoteles y restaurantes que atienden a extranjeros, a menudo manejados por cadenas internacionales como la española Meliá Hotels International.MEL.MC +0.70% El gobierno acaba de completar un centro recreativo acuático en Varadero, con espacio de atraque para unos 400 yates, un centro comercial, restaurantes y cafés. Las imágenes del Che Guevara y otras iconografías revolucionarias brillan por su ausencia. Incluso hay un local de bolos, una clara señal de que se espera una ola de turistas del norte.
“Por supuesto, esto es hecho para los estadounidenses”, dijo Sebastiaan A.C. Berger, directivo de CEIBA Investments Ltd., una compañía con sede en la isla de Guernsey que hoy es uno de los mayores inversionistas extranjeros en turismo y bienes raíces comerciales en Cuba. “Si me hubiera preguntado hace medio año, le habría dicho que esta marina iba a ser un elefante blanco, porque habían echado todo este cemento pero nadie iba a traer sus botes aquí”, dijo Berger.
Hay planes más ambiciosos, como una venta sin precedentes de propiedades de vacaciones para extranjeros construidas alrededor campos de golf de alta gama, algo que Fidel Castro había prohibido después de la revolución debido a su carácter burgués. La transición no ha sido fácil: la mayoría de las compañías extranjeras que anunciaron la construcción de resorts de golf en 2011 han retirado sus propuestas o se han disuelto, y las autoridades cubanas detuvieron a altos ejecutivos de una empresa por corrupción.
Pero el año pasado, el Grupo Empresarial Extrahotelero Palmares SA, una compañía controlada por el Ministerio de Turismo, estableció sigilosamente una empresa conjunta con el inversionista británico de bienes raíces London and Regional Properties Ltd. para desarrollar un resort de golf de US$350 millones a menos de dos horas en auto de La Habana. El plan es comercializar hasta 1.000 villas, casas y apartamentos para extranjeros y residentes locales, junto con un hotel boutique, una academia de tenis y un campo de golf de 18 hoyos, de acuerdo con Desmond Taljaard, directivo del grupo británico, propiedad de los hermanos multimillonarios Livingstone.
Taljaard dijo que el proyecto se está desarrollando de acuerdo a lo previsto y que tomaría entre cinco y diez años para completarse. “Hasta ahora hemos encontrado una cooperación entusiasta” de los socios cubanos, observó.
Durante los primeros años de la revolución, el gobierno era menos entusiasta con la propiedad extranjera. En 1962, Fidel Castro nacionalizó la mayoría de las empresas privadas y se apoderó de casi todos los bienes inmuebles pertenecientes a extranjeros, sin compensación. El gobierno también se apoderó de los bienes de los cubanos que huyeron del país, aunque los que se quedaron pudieron conservar sus viviendas. Algunos escépticos creen que esos antecedentes deberían ser considerados hoy por los posibles compradores.
“Van a pasar cosas desagradables con cualquier emprendimiento comercial en Cuba”, dice John S. Kavulich, presidente del U.S.-Cuba Trade and Economic Council Inc. “Cuba está llena de proyectos que se anuncian y que nunca se concretan”.
De hecho, hay reclamos históricos que pueden representar un obstáculo para algunos de los proyectos propuestos. En 2011, Standing Feather International, un consorcio que incluía a comunidades indígenas canadienses, anunció planes preliminares para construir una comunidad de golf por US$400 millones en Guardalavaca. El representante de una familia de exiliados cubanos que reclama la propiedad del sitio les envió una carta. “Mis clientes comparten plenamente su evaluación de la majestuosa belleza natural de la zona, pero en realidad lo hacen desde la perspectiva de ser parte de la familia que ha sido dueña de esa propiedad cubana desde 1857”, escribió Nicolás Gutiérrez Jr., un consultor con sede en Miami para la familia Sánchez-Hill, que fue propietaria de grandes plantaciones de azúcar y otros bienes.
Los Sánchez-Hill nunca volvieron a escuchar de Standing Feather. Graham Cooke, quien iba a ser el arquitecto del emprendimiento, dice que el consorcio se habría disuelto. Representantes del grupo no pudieron ser contactados.
Por ahora, una buena medida de la actitud de Cuba hacia los derechos de propiedad de extranjeros es un conjunto de tres edificios de apartamentos de estilo mediterráneo en Miramar, un tranquilo barrio de casas al estilo de la década de los 50 en los suburbios occidentales de La Habana. Las urbanizaciones, con nombres como Monte Palace Carlo y Habana Palace, fueron producto de una empresa conjunta entre una compañía estatal y los miembros de la familia Pastor, de Mónaco, durante el “período especial”, como se conoce en Cuba los años de estrechez económica que siguieron a la desintegración de la Unión Soviética.
De acuerdo con una persona al tanto del asunto, el gobierno inicialmente pensó que los apartamentos, con un precio de entre casi US$100.000 y más de US$400.000, iban a ser demasiado caros como para ser comercializados rápidamente. Pero los inversionistas extranjeros empezaron a comprar en masa, incluyendo un italiano que adquirió 24 unidades, manteniendo dos para él mismo y alquilando el resto a ejecutivos extranjeros por una generosa ganancia. Viendo que estaban perdiéndose una buena oportunidad, organismos gubernamentales finalmente compraron los apartamentos que quedaban y los alquilan ellos mismos, según esta persona.
Jefferis, ex presidente de la Asociación de Hoteles y Turismo del Caribe y dueño de hoteles en Tobago y Bermudas, dice que en 2001, durante la fase de construcción, compró cinco unidades, incluyendo el penthouse que puso ahora en el mercado. El empresario asegura que invirtió US$356.000 para consolidar tres unidades en una y que luego puso más dinero para construir interiores de mármol y crear un apartamento que se puede alquilar por separado. El edificio cuenta con un conserje las 24 horas del día, espacio para estacionamiento y una piscina en la azotea.
Uno de sus vecinos, afirma, es Miguel Fluxá, jefe del imperio hotelero Grupo Iberostar y uno de los hombres más ricos de Europa. Por estos días, Jefferis no viaja a Cuba con frecuencia, pero cuando lo hace dice que disfruta manejar por las calles despejadas en su Mercedes clásico. La delincuencia es casi inexistente, señala, y no cree que haya “ningún riesgo” de expropiación. “He tenido los apartamentos desde hace 15 años sin ningún problema”, subraya.
Un ciudadano italiano que vive en un barrio cercano tiene mayor apetito por el riesgo. Hace dos años compró una casa a nombre de su esposa cubana. El hombre sabe que si alguna vez se separa va a perder la propiedad, pero irradia confianza. Ha gastado bastante para convertir la vivienda en un elegante restaurante. “Muchos de nosotros estamos acá para quedarnos”, asevera. “Pero también estamos apostando, porque sabemos que el día que se abra esto, va a explotar”.
Actualizado lunes, 6 de abril de 2015 0:03 EDT
http://lat.wsj.com/articles/SB11340654013753224549404580562932054254318?tesla=y
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