Decidir nos confronta a la incertidumbre del devenir porque cuando se trata de elegir (RapidEye / Getty)
- La razón permite discernir lo bueno de lo malo y permite acordar lo que puede servir por igual para todos
La voz del capitalismo toma forma en el eslogan falaz que dice: “elige todo”. Eslogan que alimenta la ilusión de que se puede tener todo, cuando en realidad quiere decir compra todo lo que te ofrezco. Además, este lema encubre que no se puede elegir todo. No se trata de una cuestión moral, se trata de una cuestión estructural para el ser hablante.
Por causa de la palabra el hombre queda libre de la determinación animal, del instinto. Las actuaciones humanas no están programadas: nada en el código genético, nada en el instinto nos dice qué comer, a qué hora levantarse, cómo y con quien aparearse, qué profesión elegir... No hay programación, pero hay orientación: también gracias a la palabra, el hombre tiene la razón para orientarse en sus elecciones. La razón permite discernir lo bueno de lo malo y permite acordar lo que puede servir por igual para todos los hombres. De ahí proviene la idea de que pueda haber un sentido común.
Sin embargo y a pesar de todas estas ventajas, decidir no es fácil.
Decidir nos confronta a la incertidumbre del devenir porque cuando se trata de elegir, no está asegurada la consecuencia. A veces ni tan sólo se puede prever cual será el resultado de una elección. Y para acabarlo de complicar, nos damos cuenta de que lo razonable no siempre es el criterio de elección: ¿cuántas mujeres u hombres saben cuál sería la pareja que deberían elegir para que todo fuese conforme y sin embargo eligen otra? ¿Cuántos comen exactamente bien?¿Cuántos callan cuando deberían?
La razón no cubre del todo el vacío que deja la pérdida del instinto. A todo hombre le queda un resto animal, por así decir, que no está regulado por el instinto y que resiste a la razón: que no se satisface con lo que es bueno para todos. Ese resto empuja desde el cuerpo. Desde ese empuje y la necesidad de darle forma, el hombre toma sus decisiones, decisiones que le singularizan conozca o no su fuente y que no siempre están de acuerdo con su deseo consciente.
Cuando se trata de elegir, no está asegurada la consecuencia
Elegir, por más reflexivamente que se haga, siempre tiene un componente de apuesta y por tanto, nunca es sin riesgo. Elegir comporta tomar algo y dejar otra cosa.Por tanto, elegir incluye siempre perder algo: la certidumbre, lo que no se desea tanto o no se puede sostener, la homogeneidad entre humanos...
Sin embargo, el discurso capitalista introduce la tesis de que hay normas universales para la satisfacción humana y que hay un objeto universal para cada necesidad, o múltiples según la preferencia pero estandarizados.Y que esos objetos los tiene el mercado, incluidos algunos productos farmacéuticos por si a pesar de tantas facilidades quedase algo de malestar.
Elegir incluye siempre perder algo
Esa tesis es refutada por la realidad de la vida cuando nos muestra que a menos elección y más objetos -incluso con medicación - crecen el desasosiego, la agitación y la crispación humanos. El mundo del capital olvida que el hombre es un ser en pérdida para el cual no hay una medida universal del deseo. Y, por tanto, que antes que satisfacción, necesita una orientación, es decir, un deseo que le guíe.
¡Elige todo! ¡No renuncies a nada! ¡Tómalo! Así seduce el mercado, conduciendo al hombre a un exceso que le aleja del placer prometido. Cuando se afilia al ¡elige todo!evitandola pérdida, el hombre del exceso pierde la capacidad de desear. Porque pierde la pérdida y, paradójicamente, ésta es esencial para poder recuperar a otro nivel lo que se ha dejado ir en la elección.
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