sábado, 19 de octubre de 2019

Edificios enfermos: estos son los problemas de salud que nos contagian las casas y oficinas


salud


La precariedad de algunas viviendas sin rehabilitar no ayuda, pero los efectos negativos del trastorno se producen con más frecuencia en construcciones inteligentes


Todo comenzó cuando tu empresa se mudó al nuevo edificio, una mole de cristal y acero firmada por un mediático arquitecto. Trabajar en un espacio diáfano ventanas que se prolongan hasta el techo te hacía ilusión, algo comprensible tras pasar años encerrado en una minúscula, oscura y decrépita oficina. Pero bastaron unas pocas semanas para que comenzaran los primeros síntomas. Dolor de cabeza, sequedad de garganta, ojos llorosos, irritados, nariz taponada, piel seca y hasta náuseas. Al principio no lo comentaste con nadie, pero te animaste al ver que a otros compañeros les ocurría lo mismo: durante el fin de semana no notabais ningún síntoma, pero el malestar era generalizado en el trabajo. Tras atar cabos llegó la inspección, y con ella el diagnóstico: padecíais el Síndrome del Edificio Enfermo (SEE).
El nombre no es novedad, lo acuñó la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1982 para definir "el conjunto de molestias ocasionadas por la mala ventilación, la descompensación térmica, las cargas electromagnéticas y las partículas y vapores de origen químico en suspensión que circulan por el edificio en el que vivimos o trabajamos". Han pasado casi cuatro décadas y, a pesar de la nueva construcción y las rehabilitaciones de edificios llevadas a cabo de acuerdo con las nuevas normativas, el número de casos de SEE ha aumentado. La OMS estima que este síndrome afecta a un 30% de los edificios modernos y a entre el 10 y el 30% de sus ocupantes. Entre los últimos, por un lado están los que ya acarreaban enfermedades como alergias, asma, rinoconjuntivitis y dermatitis atópica, que experimentan síntomas que se agravan por la exposición a alérgenos y por las condiciones microambientales del interior de estos espacios. Por otro lado, están las personas que sufren enfermedades específicas producidas por causas circunscritas al propio edificio, entre las que destacan las siguientes.

Un problema bajo la mesa de la oficina

Según la neumóloga y coordinadora del área de Medio Ambiente de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica, Isabel Urrutia, se cataloga como SEE "al conjunto de síntomas que se asocian a un tipo de edificios, pero no se puede hablar del reconocimiento por la comunidad científica de una enfermedad como tal. Los síntomas son muy generales, desde malestar hasta dolor de cabeza o irritabilidad, algo que si ocurre de manera individual no tiene mayor trascendencia. Solo se considera que se sufre cuando se ha podido acreditar un número determinado de casos". La neumóloga recuerda el caso más claro que ha habido en España. Fue en el 2007, cuando Barcelona registró un brote de 1.137 casos de lipoatrofia muscular, también conocida como la enfermedad de las oficinas.
"Se trata de un trastorno benigno del tejido subcutáneo que se caracteriza por unos hundimientos semicirculares en la cara delantera de los muslos provocados por una atrofia del tejido graso subcutáneo, pero que no llegan a afectar los músculos ni a la piel", explica Urrutia. Aquellos casos se denunciaron a la administración laboral y sanitaria, y se estableció una investigación para dar con lo que podía haber ocasionado aquellas marcas en las piernas. El resultado concluyó que fueron tres factores los que influyeron en su aparición: la presión que hacemos de nuestros muslos contra la mesa, junto con la exposición a campos electromagnéticos (todo el cableado estaba debajo la mesa), la electricidad estática y una baja humedad relativa en el ambiente.

El problema de tender la ropa dentro de casa

Un origen frecuente de los trastornos que provocan los edificios es la humedad, que es más frecuente en las construcciones antiguas. De media, alrededor del 15% de la población europea tiene problemas de humedad en casa, lo que conduce a la aparición de microorganismos que afectan negativamente a la calidad de vida. "En edificios antiguos con mala ventilación suele haber más zonas de humedad y, por lo tanto, hongos. Su presencia en nuestro aparato respiratorio puede llegar a provocar una enfermedad que se llama neumonitis por hipersensibilidad, una inflamación aguda pulmonar cuyos síntomas son una tos seca, fiebre y escalofríos. Para que nos hagamos una idea del daño, en una radiografía de tórax de una persona afectada por neumonitis se observan unas imágenes muy similares a las que se observan con neumonía. Si no se diagnostica a tiempo, puede derivar en una fibrosis pulmonar, aunque también hay que advertir que se trataría de un caso muy extremo", dice Urrutia.
Las humedades no siempre están provocadas por un estado deficiente del edificio (daños ocasionados por el agua, por filtraciones en la cubierta o deterioro de ventanas y suelos); a veces lo provocamos nosotros mismos, por ejemplo, cuando tendemos la ropa dentro de casa. Esta práctica se asocia con un incremento de la alergia a ácaros del polvo y a la multiplicación de esporas de moho que pueden causar infecciones pulmonares, en personas que tienen debilitado el sistema inmunológico.

Cuando el aire en casa está más sucio que en la calle

Estar bajo techo no te libra de la contaminación. El urbanita pasa entre el 80 y el 90% del tiempo en ambientes cerrados, y algunos estudios afirman que la concentración de partículas contaminantes en el interior del hogar puede llegar a ser entre 2 y 5 veces mayor que la del exterior. La calidad del aire del hogar o el centro de trabajo depende tanto de los contaminantes que emite la propia vivienda o la oficina como de los que vienen del exterior, a través de la infiltración y la ventilación. Los primeros van "desde tóxicos que están en el ambiente porque vienen de materiales de mobiliario o la maquinaria hasta los productos que se utilizan para la limpieza del hogar, ciertos compuestos químicos que se utilizan para la fabricación de plásticos, fibras de vidrio o los compuestos que sueltan estufas, quemadores de gasóleo, el humo del tabaco, las impresoras, fotocopiadores, las pinturas, disolventes y barnices…", enumera Urrutia.
No existe ninguna legislación que regule los niveles máximos de contaminantes en espacios interiores, lo que sí hay son recomendaciones. La OMS ha publicado recientemente una guía para la calidad el aire interior en la que se describen los principales contaminantes, su origen y sus efectos sobre la salud de las personas. El problema es que, debido a la gran variedad de fuentes de las que pueden provenir estos contaminantes y al influir otros factores, como el número de trabajadores o habitantes concentrados en una misma habitación, los metros de ese espacio y su tipo de ventilación, se hace prácticamente imposible, por el momento, establecer una legislación al respecto.

La clave del sistema de ventilación y climatización

Los edificios de piel de cristal cerrados herméticamente suelen presentar más síntomas debido a sus sistemas de ventilación de recirculación. "Se instalan para ahorrar energía, pero lo que ocurre es que provocan que no entre aire fresco: el aire que entra no es nuevo, sino que se va reciclando en los circuitos del interior del edificio. Lo que ocurre es que cualquier contaminante que entre en este circuito se multiplica, convirtiendo el aire que se respira dentro del edificio en un aire contaminado", indica la especialista. Hay estudios que relacionan el grado y el tipo de ventilación con los síntomas del SEE, y es evidente que, a menos ventilación, más afectados. Por ejemplo, una proporción de ventilación mayor de 10 litros por segundo y persona puede hacer disminuir la prevalencia de síndrome del edificio enfermo.
Otros aspectos que también se relacionan con la prevalencia de los síntomas del SEE son la existencia de aires acondicionados sin la higiene adecuada (requieren de limpieza periódica), ya que estos microorganismos generados pueden traspasar el sistema de conducción. También habitaciones con temperatura ambiente mayor de 23 grados y una humedad superior al 60%, así como una iluminación inadecuada o espacios con techos muy bajos (inferiores a 2,4 metros) pueden incrementar las posibilidades de sufrir los síntomas del edificio enfermo.
La buena noticia es que los edificios enfermos se pueden curar. Según un estudio, aproximadamente el 50% de las viviendas en España están construidas sin ningún tipo de criterio de eficiencia energética y un 36% de las viviendas pertenecen al periodo de construcción que va de los años sesenta a los ochenta. Según este trabajo, si se rehabilitan estos edificios, que suponen aproximadamente 1,5 millones de viviendas, mejorando los sistemas de ventilación y su mantenimiento, diseñando oficinas en las que los trabajadores cuenten con espacios amplios, evitando materiales con componentes volátiles y un buen sistema de regulación de temperatura, humedad, ruido e iluminación, se podría evitar ese deterioro en la salud de las personas que habitan o trabajan en ellas. Aunque no sean síntomas graves, son muy perjudiciales para todos, ya que están directamente relacionados con una baja productividad y con altas tasas de bajas laborales.

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