- Groenlandia. Fotos: Getty
- Las baterías necesitan elementos del subsuelo groenlandés
- Donald Trump intentó sin éxito la compra de la isla el pasado agosto
- Washington compró Alaska a Rusia en 1867, por 7 millones de dólares
La tierra verde, Groenlandia, es una región del Ártico que pertenece actualmente a Dinamarca aunque tiene cedidas todas las competencias salvo Exteriores, Seguridad Nacional y Economía. Pese a ser menos verde y más helada que Islandia (ice land, tierra de hielo), fue denominada así en su descubrimiento por Erik el Rojo, en el año 982, con la idea de hacer el territorio más atractivo a la llegada de nuevos colonos. Con un 85 por ciento de territorio helado, le hubiera correspondido la otra nomenclatura, pero eso ahora tiene poca importancia: hoy el subsuelo groenlandés es un codiciado puntal en la carrera tecnológica que no se escapa a ningún gran emprendedor, visionario, ni a ningún experto en la materia. Desde el fabricante de coches eléctricos Tesla al gigante de la electrónica Apple, pasando por cualquier compañía que precise de las nuevas tecnologías, la seducción económica del territorio se traslada de la escala corporativa a la estatal, máxime cuando cuenta con una ubicación estratégica en clave geopolítica, en la zona nororiental de América del Norte.
Por ello, tanto China como Estados Unidos tienen bases e intereses en la región, que se convierte así en un campo de batalla más dentro de la pugna económica que libran las dos principales potencias mundiales. De ahí que el presidente Donald Trump intentara sin éxito el pasado agosto negociar con Dinamarca la compra de la isla, siguiendo la estela de otras operaciones similares llevadas a cabo por Washington en el pasado, como la compra de Alaska a Rusia en 1867, por 7 millones de dólares, la adquisición de las Islas Vírgenes a principios del siglo XX, las compras históricas de Luisiana, Florida o la traslación de la propiedad de California tras la victoria estadounidense en la guerra con México en 1948.
Las baterías de smartphones y de coches híbridos y eléctricos necesitan elementos del subsuelo groenlandés. Con una extensión que cuadruplica la de la Península Ibérica y una población de apenas 60.000 habitantes, la verdadera relevancia actual de la mayor isla del Planeta, entendiendo a Australia como Oceanía continental, son sus reservas de tierras raras, 17 elementos de esa tabla periódica que todos alguna vez hemos tenido que memorizar. El escandio, el itrio y los lantánidos (lantano, gadolinio, cerio, praseodimio, neodimio, prometio, samario, europio, terbio, tulio, disprosio, holmio, erbio, iterbio y lutecio) son elementos esenciales en el espectro de las nuevas tecnologías, en especial para las baterías de automoción, móviles de alta gama, aerogeneradores, sistemas de guiado de misiles, y son necesarios para los nuevos rumbos en materia de Sanidad, Defensa y Comunicaciones. En definitiva y prácticamente en cualquier tejido del avance tecnológico, como, sin ir más lejos, el 5G.
Una guerra geográfica por tierras raras
En medio de este desarrollo tecnológico, se ha desatado una suerte de guerra geográfica por el suministro de estas tierras raras, de las que España tiene algunas reservas, pero China, con el 85 por ciento, es el mayor productor mundial de ellas, por delante de Australia, Estados Unidos, Chile, Brasil o Vietnam, entre otros. El gigante asiático, inmerso en una batalla económica con Estados Unidos, ha jugado su lógica baza: si la guerra comercial se acentúa y la ofensiva arancelaria de Trump contra Pekín se recrudece, el suministro chino de tierras raras a EEUU y, en general, a Occidente, no estará garantizado. Por eso, entre otros factores geoestratégicos adicionales, el presidente de la primera economía mundial, Donald Trump, buscó una vía preventiva para garantizarse acopio de estos minerales ante eventuales contingencias futuras, y puso sus ojos en Groenlandia, donde su Administración tiene una base aérea desde 1943, tratando infructuosamente de comprar ese territorio a Copenhague. "Afortunadamente, los tiempos en que podías comprar y vender territorios y poblaciones ya se acabaron", sentenció la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, el pasado agosto, defendiendo además la cada vez mayor autonomía de la gran isla: "Groenlandia no es danesa, es groenlandesa", dijo la dirigente.
De ese modo, es la tercera vez que Estados Unidos hace esta intentona, y con el mismo resultado negativo (las anteriores fueron en 1867 y 1946). Ante el planchazo que supuso la negativa de las autoridades danesas, Trump, que parece ignorar que no todo se puede comprar al precio que él marca, no ha conseguido que Estados Unidos se saque esta espina, y con un monumental enfado canceló la visita a Dinamarca prevista para el pasado septiembre.
Aunque Washington ha fracasado por la vía de la compra, no cejará en elevar sus intereses en la isla por otro abanico de motivos. Groenlandia no solo cuenta con tierras raras codiciadas por marcas como Tesla, Apple, Huawei o por cualquier operador de la tecnología de vanguardia. En la isla de hielo hay también minerales y piedras preciosas, como el oro, el rubí, diamante, uranio y reservas petroleras, de gas y de agua dulce. Con capital en Nuuk, la isla cuenta con amplios territorios sin población. Ésta se concentra en la costa oeste y, pese a todo, el suicidio o el alcoholismo (como mucho se alcanzan los 10 grados centígrados de temperatura en pleno verano en las zonas menos inhóspitas) representan un problema social de primer orden, ajeno a la aportación de la zona a la economía mundial y a la proyección que ofrece al futuro económico y político del planeta.
Por el momento, Dinamarca, con su negativa, ha puesto el primer escudo para evitar la instrumentalización de ese inmensamente rico, pero desvalido, territorio en una guerra arancelaria que realmente dirime quién será la primera potencia mundial en las próximas décadas, China o Estados Unidos, y quién tendrá el poder del 5G y la tecnología. Y la carrera es a tumba abierta, porque Pekín ya tiene intereses en Groenlandia y teje sus propias redes para intentar acortar los intercambios comerciales de la Ruta del Norte, que reduce los tiempos de trayecto entre los océanos Pacífico y Atlántico.
Porque no solo son los recursos naturales de la región lo que interesa a las grandes potencias mundiales. Su ubicación hace de la isla un nudo clave para acortar rutas comerciales, un espacio estratégico para la Defensa, y el progresivo deshielo causado por el cambio climático hace del Ártico un nuevo territorio emergente que conquistar y dividirse, real o virtualmente, como en su día se hizo con África. El control geográfico, el acopio de reservas y la militarización del Polo Norte son elementos clave en la geopolítica global.
Pero esta lid ya no es una lucha bilateral entre Estados Unidos y China. Aquí entran en juego otros actores: en concreto, Rusia, el país que más desarrollada tiene su presencia en el codiciado Ártico. De hecho, se estima que más del 20 por ciento de su PIB procede de ese territorio, al que dedica cerca del 10 por ciento de la inversión. Y también Finlandia, Suecia, Noruega, la propia Islandia y Canadá se ven de este modo involucrados en una suerte de guerra ya no fría, de guerra de hielo, por el control económico de un nuevo continente.
E este sentido, abunda el economista jefe de Civismo, Javier Santacruz, cuando explica que "los países más cercanos al Océano Glaciar Ártico han convertido su control en una estrategia prioritaria de política exterior". El deshielo de la región está abriendo nuevas rutas navegables, argumenta, que pueden ser aprovechadas para diversificar rutas y conexiones marítimas, amén de permitir nuevos posicionamientos de defensa. Por ello, Santacruz no califica de "absurda" la idea de Trump de adquirir Groenlandia, como lo hizo el presidente de ese territorio danés, Kim Kielsen. Por el contrario, este economista ve fundado y lógico que para Estados Unidos, Rusia, China y los países aledaños al Polo Norte, el control de ese territorio se torna crucial en la búsqueda de nuevas rutas comerciales y fuentes de materias primas imprescindibles para el futuro industrial, económico, político, geoestratégico y militar
Del mismo modo, el economista de la Fundación de Estudios Financieros Miguel Ángel Bernal indica que el Ártico se ha convertido en una zona geográfica de interés estratégico, tanto en el ámbito militar como en el político como en el suministro de materias primas. Y no solo para Estados Unidos o para su contrincante comercial, China. Los intereres de Rusia, Canadá y los países nórdicos no pueden dejar que pase inadvertido el potencial de la gran isla.
Por tanto, las avanzadillas por Groenlandia no van a quedarse en el reciente intento fallido de Trump. En los próximos años, se intensificará una batalla por el Ártico que no ha hecho más que empezar.
Madrid
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