domingo, 17 de noviembre de 2019

Los tres palacios del Turín de los Saboya

Los tres palacios del Turín de los Saboya


Imagen reciente del Palazzo Reggio de Turín. (Xadhoomx)


La que se convertiría en dinastía real de la Italia unificada fue una familia especialmente dada a construirse espectaculares residencias

Durante siglos, Saboya, con más maña que fuerza, sobrevivió encasquetada entre las superpotencias francesa, española y austríaca. Los Saboya, la familia gobernante que daba nombre a los dominios, supieron jugar bien con alianzas y matrimonios, y su dignidad fue en ascenso: de condes a duques, y de ahí a reyes.

El territorio se extendía entre las actuales Francia e Italia. Desde finales del siglo XIII, la corte había estado en Chambéry, en la parte gala. A mediados del XVI se trasladó a Turín. Grandes aficionados al teatro de la arquitectura absolutista, los Saboya inundaron el Piamonte de palacios, palacetes y lujosos refugios de caza. A mediados del siglo XIX, los Saboya se erigieron en la casa reinante de la Italia unificada, y Turín, en su primera capital.

Tres de los palacios de la familia en la ciudad se convirtieron en el epicentro del gobierno: el Palazzo Reale (residencia del jefe de Estado), el Madama (donde se instaló el Senado) y el Carignano (el Parlamento). Hoy, la ciudad que antaño fue el símbolo italiano del futuro (era prácticamente una gigantesca factoría de Fiat) está inmersa en redescubrir su pasado (y convertirse en destino turístico cultural). En 1997 la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad a más de una docena de las residencias saboyanas.
'Vista del Palazzo Reale desde el exterior de los muros', óleo de Bernardo Bellotto de 1745
'Vista del Palazzo Reale desde el exterior de los muros', óleo de Bernardo Bellotto de 1745 (Dominio público)
El Palazzo Reale
Es imposible que no hayan oído hablar de sus dos residentes más ilustres: la Sábana Santa (conservada en una capilla anexa en la parte de atrás) y el más que probable autorretrato a la sangría de un barbudo Leonardo da Vinci (conservado en la biblioteca). Eran dos de las más preciadas posesiones de la casa de Saboya, de ahí que fuesen a parar a la más importante de sus residencias.
Cuando en 1562 el duque Manuel Filiberto (el primo de Felipe II que condujo a la victoria española ante los franceses en la batalla de San Quintín) decidió mudarse de Chambéry a Turín, dejó a muchos boquiabiertos. Por entonces, esta última era una pequeña y fortificada ciudad medieval, fuera de los circuitos artísticos y culturales del continente. El duque le puso rápido remedio.
Inauguró un boom inmobiliario y de planificación urbana que sus herederos continuaron durante tres siglos con exquisito gusto y uniforme estilo barroco. Tarea urgentísima fue fijar una sede ducal, para lo cual Manuel Filiberto aprovechó el ya existente Palazzo del Vescovo (del Obispo). A mediados del siglo XVII, la regente Cristina de Francia inició la renovación y ampliación que borraría todo rastro del edificio primitivo.
Su nieto, Víctor Amadeo II, pudo bautizarlo como Palazzo Reale, pues en 1720 recibió el título de rey de Cerdeña. La primera planta incluye, entre otras muchas estancias, los apartamentos del Rey y la Reina, el preceptivo salón del Trono y el salón Chino (toque exótico que afloró en toda morada de posibles en el siglo XVIII). Dispone también de una sala para tomar café, lo cual es casi obligatorio, dado que la bebida es una institución turinesa: aún sobreviven locales abiertos hace ¡250 años!
Fotografía de 1870 de la galería de Daniel del Palazzo Reale.
Fotografía de 1870 de la galería de Daniel del Palazzo Reale. (Dominio público)

Los vecinos franceses, por su recurrente y molesta costumbre de invadir tierras saboyanas, no han gozado de demasiada popularidad por estos pagos, pero ha sido imposible no rendirse a su savoir faire. André Le Nôtre, el paisajista de Versalles, creó el jardín interior del palacio. A imitación también de la residencia real francesa, aquí hubo una galería de los Espejos, reconvertida después en la galería de Daniel (por el autor de los frescos, el vienés Daniel Seiter).
La cima creativa del palacio es la Scala delle Forbici (Escalera de las Tijeras), proyectada por Filippo Juvarra, el más grande de los arquitectos que trabajaron en la corte saboyana, con permiso de Guarino Guarini. Debe su nombre al motivo decorativo, unas tijeras, que aluden al hecho de que cortó de raíz los malintencionados rumores de que no podría construir unas escaleras en el reducido espacio de que disponía.
Estas conducen a la segunda planta, donde se encuentran los apartamentos de los retoños reales, los del príncipe del Piamonte (con un salón de baile cubierto de tapices con la historia de don Quijote) y los del duque de Aosta. Frente al palacio se extiende una pequeña plaza, cuya entrada flanquean las estatuas ecuestres de los argonautas mitológicos Cástor y Pólux, gemelos hijos de Zeus.
En el ala que queda a la derecha, el ojo se desvía a una ventana tapiada por una placa conmemorativa. Desde este punto, en 1848, Carlos Alberto de Saboya proclamó la independencia de los territorios italianos respecto del Imperio austríaco, uno de los grandes gestos del Risorgimento, el proceso de unificación del país. Ésta cuajó durante el reinado de su hijo, Víctor Manuel II, coronado rey de Italia en 1861.
Cuatro años más tarde, el Palazzo Reale recibió un durísimo golpe. La capital del reino se trasladó definitivamente a Roma. Víctor Manuel II fijó su residencia en el Quirinale y allí se llevó mobiliario y posesiones varias, que jamás regresaron. En 1946, el derrocamiento de la monarquía supuso la caída en el olvido y el deterioro de algunas residencias saboyanas. La apertura al público de algunas partes del Palazzo Reale ha requerido una profunda restauración.
Parte posterior del Palazzo Madama, que aún muestra el aspecto de un castillo del siglo XV.
Parte posterior del Palazzo Madama, que aún muestra el aspecto de un castillo del siglo XV. (Terceros)
El Palazzo Madama
El corazón de Turín es la Piazza Castello, y en el mismísimo centro de esta (el paseante puede circundarlo por todas sus caras) se alza el Palazzo Madama. Antaño conectado al Palazzo Reale mediante una galería, debe su nombre a que fue la residencia de dos madame (regentes) de la casa de Saboya en el siglo XVII: Cristina de Francia y Giovanna Battista de Saboya-Nemours.
El precedente de la construcción se remonta al siglo I a. C., en época romana, cuando en este punto se alzaba una puerta de acceso en la muralla de la ciudad, por entonces llamada Augusta Taurinorum. El edificio actual tiene mucho del amor del Barroco por el teatro. Su famosísima fachada y la monumental escalera, en las que Filippo Juvarra ensayó a principios del XVIII su proyecto magno, el Palacio Real de Madrid, son solo una máscara.
Detrás de este añadido, el edificio aún es un castillo del siglo XV, de planta cuadrada y torreón en cada esquina. Durante la ocupación napoleónica el palacio fue sede del gobierno francés, y tras la restauración de los Saboya en el poder, estos no sabían muy bien qué función darle. Alojó sucesivamente los Comandi Militari, un observatorio astronómico y la Regia Pinacoteca.
En 1848 Europa fue barrida por una oleada revolucionaria. Carlos Alberto de Saboya, rey de Cerdeña, fue obligado a firmar una Constitución (Statuto Albertino) por la que debía compartir gobierno con un Senado y un Parlamento. El primero, conocido como Senado Subalpino, se construyó a toda prisa en una estancia del palacio, cuyo techo está pintado con escenas de la historia saboyana.
La imponente escalinata proyectada por Felipe Juvara en el Palazzo Madama.
La imponente escalinata proyectada por Felipe Juvara en el Palazzo Madama. (Georgius LXXXIX)

El modelo del Senado fue la Cámara de los Lores británica, de forma rectangular, pero, al quedar pequeño –porque se iban sumando territorios a la Corona saboyana–, se sustituyó por un entarimado semicircular. En 1861, el Senado Subalpino se convirtió en el primer Senado italiano. Los escenógrafos del vecino Teatro Regio han reconstruido temporalmente esta cámara para el 150 aniversario del nacimiento del país.
Curiosamente, cuando la capital se trasladó a Roma, el Senado se instaló en un palacio también llamado Madama. En este caso la madama en cuestión era Margarita de Austria, hija ilegítima de Carlos V, que residió en el edificio romano en el siglo XVI. El palacio turinés es actualmente la sede del Museo Civico d’Arte Antica, que permite, además, visitar los suntuosos apartamentos de las madame.
La sala de las Cuatro Estaciones ofrece una intrincada bóveda decorada según la estética importada de la Francia de Luis XIV. El Gabinetto Rotondo es una bombonera circular (se acopla a la planta de una de las torres) con molduras doradas que hoy sirve como galería de retratos de la familia Saboya.
Entre las setenta mil piezas que el museo custodia hay algunas de incalculable valor, como el Libro de horas de Turín-Milán, el único códice que se conserva con miniaturas pintadas por el celebérrimo flamenco Jan van Eyck. Otra es el Jarrón Medici, una de las tres piezas supervivientes de la primera porcelana que se fabricó en Europa. Fue en la corte florentina de Francesco de’ Medici a finales del siglo XVI.
Fachada oeste del Palazzo Carignano, del siglo XVII.
Fachada oeste del Palazzo Carignano, del siglo XVII. (AHert)
El Palazzo Carignano
La historia de la casa de Saboya es endiabladamente complicada. Sus dominios fueron cambiantes, así como la dignidad máxima del cabeza de familia. Al embrollo hay que añadir las ramas secundarias del clan. Una de ellas era la Saboya-Acaya, propietaria inicial del Palazzo Madama, edificio que revirtió a la casa madre al extinguirse aquélla a principios del siglo XV. Otra la formaban los Saboya-Carignano, que ostentaban el título de Príncipes de Carignano, localidad situada veinte kilómetros al sur de Turín.
A finales del XVII, cuando la capital iniciaba su expansión hacia el Po, se hicieron en ella con dos bloques de viviendas y se construyeron un palacio. El Carignano es una de las cumbres del Barroco. Sobre todo, por su muy peculiar fachada, que parece estar en continuo movimiento, con alternancia de formas cóncavas y convexas. Guarino Guarini, el arquitecto, se inspiró en los punteros creadores de la Roma del momento.
Por un lado, en los planes que tenía Bernini para el Louvre de París (que nunca se llevaron a cabo) y, por otro, en los caprichos curvilíneos que creó Borromini para la iglesia de San Carlo alle Quattre Fontane, en la misma Roma. El toque original de Guarini fue utilizar el ladrillo rojo a la vista (muy propio del Turín de la época) y emplear la elipse como leitmotiv, tanto en las curvas de la fachada como en la forma del patio central o en el hueco de una de las escaleras, por ejemplo.
La decoración de los apartamentos es una oda al horror vacui del más barroco de los Barrocos. Ninguna superficie está libre de frescos (pintados por Il Legagnino en el siglo XVIII), espejos, enrevesadas molduras o creaciones de marquetería doradas (las conocidas como boiseries). Hasta el nombre de las estancias evoca el modo de vida caprichoso de aquella aristocracia del absolutismo, con los appartamenti de Mezzogiorno (del mediodía, los preferidos por los primeros residentes) y los de Mezzanotte (de medianoche, donde vivieron los últimos).

La unidad italiana es un laberinto que, desde muy pronto, se consideró digno de un museo didáctico


En 1831 falleció sin descendencia Carlos Félix de Saboya, rey de Cerdeña. Le sucedió Carlos Alberto de Saboya-Carignano, con lo que esta rama de la familia, secundaria hasta entonces, pasó a ser la principal. Por mucho que el Palazzo Carignano rivalizara en belleza con cualquier edificio del continente, el Palazzo Reale era un mastodonte digno de un rey. Y a él se mudó Carlos Alberto.
El Carignano quedó abandonado hasta que el Statuto Albertino proclamó la creación de un Parlamento para el Reino de Cerdeña. Este, conocido como Parlamento Subalpino, se instaló aquí. Lugar de peregrinaje para los nostálgicos del Risorgimento es el boudoir que se reconvirtió en despacho de Camillo Benso, conde de Cavour, presidente del Consejo de Ministros y uno de los artífices máximos de la unificación italiana.
Además de muebles y efectos personales, también se conservan su carroza diplomática, uno de sus uniformes oficiales y su máscara mortuoria. En 1859 Cavour declaró la guerra a Austria y, acto seguido, dijo: “Hoy hemos hecho historia, ahora vayamos a comer”. Su restaurante favorito era Del Cambio, justo delante del palacio, que aún permanece abierto al público. La mesa de Cavour está señalada con una placa y una cinta tricolor.
Con la creación del estado italiano, el Parlamento necesitó ampliación. En la parte posterior del palacio se construyó uno nuevo. Sin embargo, jamás llegó a utilizarse, porque la capital se trasladó brevemente a Florencia y de manera definitiva a Roma. Los turineses no se tomaron nada bien la decisión, y las revueltas dejaron alrededor de sesenta muertos en las calles de la ciudad.
La unidad italiana, igual que la historia de la casa de Saboya, es un laberinto que, desde muy pronto, se consideró digno de un museo didáctico. Tras su paso por la Molle Antonelliana, el edificio más alto y estrafalario de Turín, el Museo del Risorgimento se instaló en el Palazzo Carignano en 1938. El recorrido lo componen cuadros, mapas y piezas, entre ellas objetos que algunos calificarían de reliquia, como un pañuelo con la sangre de Garibaldi.

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