- En enero de 2002 dejó de cotizar un titán de Wall Street
Hace dos décadas, en el último mes del año 2001, tuvo lugar uno de los mayores escándalos financieros de la historia: la bancarrota del gigante estadounidense Enron. La compañía, que había nacido en 1985 como resultado de la fusión de dos empresas dedicadas al negocio del gas y de la energía, se había convertido, apenas 15 años después, en uno de los mayores gigantes de Wall Street.
Un coloso que había expandido su negocio y facturaba sobre el papel más de 100.000 millones de dólares anuales, cifras que, según las investigaciones que se llevaron a cabo posteriormente, se demostró que estaban infladas por la propia compañía, y avaladas por un auditor al que se llevó por delante la quiebra de su cliente. La historia de Enron tiene algunas moralejas que pueden ayudar a los inversores de hoy, y también a los empresarios.
La importancia de la responsabilidad corporativa, hoy tan presente en el auge del ESG en todo el mundo, es una de ellas, si se quiere preservar el valor de una inversión. La importancia de una adecuada regulación es otro de esos mensajes, en un momento en el que existe cierta fiebre por invertir en activos desregulados, como es el caso de las criptomonedas.
La historia de Enron es la de una compañía con unos ejecutivos al frente que pecaron de exceso de avaricia y fueron capaces de engañar, durante un tiempo, a sus accionistas. Y todo con el beneplácito de una de las mayores firmas de auditoría del mundo, Arthur Andersen, a la que le costó la vida haber participado en el escándalo, a pesar de que, después de haber sido condenada en 2002 por su participación en el escándalo, fue absuelta de todos los cargos en 2005 por la Corte Suprema de Estados Unidos. El daño ya estaba hecho, y la compañía prácticamente ya se había disuelto.
Tapando el escándalo
Enron fue una empresa de gas que terminó ampliando su actividad en otros mercados, como el financiero y el de los seguros. El auge de la compañía fue vertiginoso, llegando a ser, pocos años después de su fundación, la séptima empresa más capitalizada del mercado estadounidense. Sin embargo, con la entrada del año 2001 empezaron los problemas para la empresa, y los esfuerzos por parte de los principales ejecutivos de la empresa por tapar el escándalo que estaba apareciendo.
Todo comenzó con los rumores de que Enron pagaba sobornos y hacía uso de tráfico de influencias en algunos países para conseguir obtener sus contratos. Además, empezó a propagarse, en 2001, el 'runrun' de que las cuentas de la compañía estaban infladas, por beneficios que provenían de negocios con las propias subsidiarias de la misma empresa, ocultando a los accionistas de la firma perdidas millonarias que deberían haber aparecido sobre el papel.
En este año, con estos rumores circulando por los mercados, las acciones de Enron se hundieron, una debacle que continuó durante los meses posteriores, a medida que iban surgiendo nuevas informaciones sobre el agujero que tenía que afrontar la compañía, y terminaron generando, el 28 de noviembre de 2001, la mayor caída hasta la fecha del Nasdaq en Estados Unidos.
La salida de Wall Street
En enero de 2002, el día 9, el Departamento de Justicia de EEUU abría una investigación criminal a la compañía. Un día después, empezaba la tormenta:la Casa Blanca confirmaba que el presidente ejecutivo de la empresa Kenneth Lay, hacía lobby en Washington pocos días antes del colapso de la firma, al mismo tiempo que Arthur Andersen reconocía que algunos de sus empleados habían destruido documentos de Enron. El escándalo estaba servido, y se llegó a excluir al Senador John Ashcroft de la investigación a la empresa, ya que se conoció que había recibido fondos de Enron para su campaña electoral de cara a la elección para el Senado.
El 16 de enero de 2002 las acciones de Enron eran retiradas del mercado estadounidense, y el día 23 de ese mismo mes Kenneth Lay renunciaba a su cargo.
Condenado por conspiración, fraude, mentir a los auditores y e información privilegiada
Lay fue acusado formalmente en 2004 por la justicia americana por haber creado una organización dedicada al fraude, y por haberse beneficiado al vender más de 90 millones de dólares en acciones de la empresa, que publicaba resultados falsos. Fue condenado en mayo de 2006 y murió pocos meses después, en julio, de un infarto, a la espera de conocer la pena de cárcel que se le impondría.
No sólo Lay fue condenado. Jeffrey Skilling, quien también fue presidente y jefe de operaciones de la empresa, fue condenado a 24 años de cárcel en 2006 por considerarse culpable de cargos de conspiracion, fraude en el mercado, mentir a los auditores y por llevar a cabo trading con información privilegiada. Andrew Fastow, el director financiero de Enron, también fue condenado a 6 años de prisión.