lunes, 20 de junio de 2022

En Estados Unidos, el apoyo a Ucrania en la guerra se juega en la inflación



El presidente de EEUU, Joe Biden. (EFE/Michael Reynolds)



Desde hace semanas hay indicios de que Vladímir Putin está usando el aumento de precios como arma de negociación para castigar a las economías occidentales y forzarlas a buscar la paz cuanto antes en Ucrania



El mayor adversario de Estados Unidos no es Rusia, ni tampoco China. El mayor adversario de Estados Unidos es la inflación. Un fenómeno que, lejos de ser "transitorio", como habían afirmado las autoridades económicas, parece consolidarse por encima del 8% interanual, empujado por las políticas pandémicas, las alteraciones en las cadenas de suministro y, desde el 24 de febrero, la invasión a gran escala de Ucrania. Desde hace semanas hay indicios de que Vladímir Putin está usando el aumento de precios como arma de negociación para castigar a las economías occidentales y forzarlas a buscar la paz cuanto antes en Ucrania, en un momento en el que los invasores controlan el 20% del territorio de este país. Es en este equilibrio entre la estabilidad y moral donde se dirime el apoyo a Kiev.

"Entiendo que la inflación es un verdadero reto para las familias estadounidenses", declaró recientemente el presidente de EEUU, Joe Biden, nada más conocer el peor dato inflacionario de los últimos 40 años. "El informe de la inflación confirma lo que ya sabían los estadounidenses. El aumento de precios de Putin está golpeando fuerte a EEUU".

La inflación es algo que la Administración Biden tiene en mente día y noche, sobre todo con las elecciones legislativas en el horizonte de noviembre. El presidente ha dicho repetidas veces que frenarla es su "prioridad número uno", en línea con las prioridades, también, del ciudadano medio. Según una encuesta de Pew Research Center, el 70% de los estadounidenses considera que la inflación es un "problema muy grande" o "moderadamente grande". 15 puntos por delante del segundo problema de la lista (también ligado a la inflación): el acceso a una sanidad asequible.

Al escuchar a Biden culpar del encarecimiento a Vladímir Putin, como ha hecho a menudo desde el inicio de la invasión, los opositores republicanos recordaron al presidente que el alza de precios es un fenómeno anterior a la aventura militar moscovita. Un suceso que la Casa Blanca estaría utilizando para disimular las sombras de su gestión económica.

Sin embargo, algunos análisis van aclarando el impacto de la guerra ruso-ucraniana en el IPC estadounidense. Un estudio de Mark Zandi, economista jefe de Moody’s Analytics, dice que los efectos de la invasión representan en torno a un 40% del aumento del 8,6% en la inflación de EEUU del mes pasado. Sobre todo debido al precio del carburante. Un factor más significativo que la pandemia, la vivienda, las inyecciones de dinero público y las regulaciones energéticas.

Por un lado, la ristra de países occidentales que han limitado o dejado de comprar el petróleo de Rusia, han vedado el uso de los puertos a sus barcos y han suspendido grandes proyectos gasísticos, han generado turbulencias en los mercados energéticos. Como consecuencia, el precio del barril de crudo ha subido un 60% desde diciembre, lo cual encarece el transporte y los productos transportados, subiendo como una marea los costes de sectores enteros de la economía.

Y por otro, Moscú bloquea los 13 puertos ucranianos, de manera que gran parte de los 44,7 millones de toneladas de grano que el país solía exportar un año normal están ahora degradándose en los almacenes o los barcos mercantes: condenados a salir del país por vías mucho más limitadas y costosas, como la carretera o el ferrocarril, a pudrirse o a ser vendido ilegalmente por los propios rusos.

El resultado de la cada vez más palpable escasez es que el precio del trigo se ha duplicado y los países más dependientes del grano ucraniano, muchos de ellos en el norte de África, corren el riesgo de padecer una hambruna. El Programa Mundial de Alimentos de la ONU estima que 44 millones de personas están en zona de riesgo inmediato. Desde Naciones Unidas y desde varios gobiernos, sobre todo en la ribera del Mar Negro, se suceden las peticiones de abrir un corredor humanitario que permita dar salida a ese grano y evitar, además del hambre en sí, una posible ola migratoria hacia Europa, otra de las cartas con las que juega Rusia. De momento, estas peticiones no han logrado abrir el candado naval impuesto por Moscú.


Los límites del apoyo a Kiev

La partida continúa avanzando y 45 aliados de Ucrania, reunidos en el cuartel general de la OTAN en Bruselas, redoblaron el martes sus promesas de mandar más armas pesadas al Gobierno de Kiev. Estados Unidos firmó otros 1.000 millones de dólares en misiles navales, artillería de largo alcance y munición, lo que eleva la ayuda militar a 5.600 millones desde el comienzo de la invasión a gran escala. Otros países, como Reino Unido, Alemania o Francia, anunciaron sus propios envíos.

Pero por debajo de las cumbres, los gestos y las proclamaciones de apoyo, se asoman la letra pequeña y las aristas duras de la 'real politik'. Aunque Washington ha hecho suyo el mantra de "nada sobre Ucrania, sin Ucrania", sus políticas hacia el país eslavo han ido adaptándose a las circunstancias sobre el terreno. En los primeros compases de la agresión, la Casa Blanca, que había calculado que Kiev caería en unos días, hablaba de armar a la "resistencia" ucraniana. Esa sería la opción realista, y así lo demostraba el tipo de armas suministradas, los famosos misiles antitanque Javelin o los antiaéreos Stinger son portátiles y relativamente fáciles de esconder. Armas destinadas a las emboscadas, a los golpes de mano. Armas de la resistencia.

Poco después, los cálculos del Pentágono resultaron errados. Los rusos se desempeñaron mucho peor de lo previsto en prácticamente todos los aspectos. Desde la estrategia militar, con esos ejes de ataque alargados y vulnerables, a la conducta más básica de sus tropas. Los ucranianos, por el contrario, hicieron valer sus ocho años de experiencia en la guerra del Donbás, el entrenamiento brindado por los instructores anglosajones y una moral de combate más allá de toda duda.

Así que la política de Washington volvió a ajustarse. En abril, cuando los éxitos militares ucranianos culminaron en la expulsión de los invasores de Kiev, Chernihiv y otros territorios del norte, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, anunció desde la capital ucraniana que el objetivo de EEUU era "debilitar" a Rusia. Paralelamente, Washington aprobaba el envío de cañones, helicópteros, carros blindados y otras de las armas pesadas que los ucranianos llevaban tiempo requiriendo.

Ahora, como sucede en todas las guerras, las suertes parecen estar cambiando. Los rusos limitaron sus objetivos a la conquista del Donbás, concentraron allí sus fuerzas y se refugiaron, para no seguir desangrando sus filas, detrás del uso masivo de la artillería. Así avanzan desde hace semanas, metro a metro, pueblo a pueblo, allanándolo todo a su paso e infligiendo severas pérdidas entre las tropas defensoras.

El asesor del presidente Volodímir Zelenski y responsable de las negociaciones con Rusia, David Arakhamia, reconoció que Ucrania está perdiendo entre 200 y 500 soldados diarios en la trituradora que es el frente del este. Unos 1.000 si sumamos los heridos. Por comparación, el 1 de junio los muertos diarios ucranianos oscilaban entre 60 y 100 al día. Una de las razones de esta cifra trágica queda reflejada en el uso de la artillería. Ucrania efectúa entre 5.000 y 6.000 disparos de artillería diarios. Rusia, 10 veces más. La disparidad impide a los ucranianos defenderse o neutralizar el aluvión de fuego ruso, cuyos arsenales parecen ser un pozo sin fondo.

En este nuevo contexto se percibe una moderación de la postura estadounidense. El gabinete de Joe Biden, en sus comparecencias públicas, ofrece una versión algo más rebajada, menos triunfalista, de sus análisis de la situación en Ucrania. Atrás ha quedado el discurso de Biden en Varsovia, donde llegó a sugerir que había que quitar a Putin del poder, afirmación que fue rápidamente matizada y desmentida por sus colaboradores. En su artículo publicado el 31 de mayo en 'The New York Times', Biden reitera su apoyo total a la causa ucraniana, pero resalta, citando a Zelenski, que esta guerra "solo acabará definitivamente a través de la diplomacia".

Algunas de las armas modernas anunciadas estos días, por otro lado, tardarán meses en llegar al frente del Donbás. Tal es el caso, por ejemplo, de los misiles navales Harpoon. Primero, el Pentágono tiene que hacerse con las lanzaderas; luego, los militares ucranianos han de aprender a manejarlos, lo cual implica sacarlos varias semanas de Ucrania para que reciban entrenamiento en alguna base militar de la Unión Europea. Y más adelante hay que mandarlos al frente, lo cual implica riesgos, a tenor de los ataques rusos a los convoyes militares en las vías ferroviarias.

Otras armas se enfrentan con problemas similares, relacionados con la compatibilidad, las licencias y la manufactura, ya que los miembros de la OTAN, incluido EEUU, no quieren vaciar sus arsenales. Según el Gobierno de Ucrania, sus tropas, de momento, solo han recibido un 10% de las armas requeridas. Pero el infierno del Donbás ruge cada día, llevándose territorio y vidas ucranianas.



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18/06/2022 - 05:00
www.elconfidencial.com/mundo/2022-06-18/eeuu-inflacion-apoyo-a-ucrania-fatiga-occidental_3444137/