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Uno de los mayores misterios del ser humano es su propio nacimiento, una primera etapa de vida que parece prolongarse a través de la ausencia de memoria que después queda de ella
Uno de los mayores misterios del ser humano es su propio nacimiento. Esa primera etapa entre el instante en que asomamos la cabeza al mundo a través del cuerpo materno hasta que empezamos a adquirir una primera conciencia de nuestro interior y de aquello que nos rodea. Ese vacío de la existencia, justo cuando comienza, trae de cabeza a cualquiera, pero especialmente a todos los grupos de científicos y científicas que intentan descifrar lo que todos nos preguntamos cuando vemos una imagen nuestra para la que no existe recuerdo: ¿En qué estaría pensando?
Por supuesto, la pregunta que se hacen a través de la investigación resulta mucho más compleja, solo a la altura de unas mentes que parecen sobrevolar muy por encima de los cuerpos diminutos de los bebés.
Si te paras a pensar cuál es tu primer recuerdo, es probable que solo consigas entrever una especie de destello y acto seguido te sitúes en tus dos o tres años, algo espontáneo o tal vez un acontecimiento importante como tu primer día de colegio. Eres capaz de vagar por la escena que a menudo parece poseerte más a ti que tú a ella entre tanta neblina.
Un fenómeno compartido
Esta ausencia de memoria, o este nacimiento tardío de la misma tiene un nombre: amnesia infantil, un fenómeno que compartimos todas las personas. Y, como ya estarás pensando, si existe un nombre también existe cierta explicación.
Lo cierto es que no es una amnesia absoluta. Es decir, los bebés tienen memoria, solo que tienen su propia forma de memoria. Como explica Vanessa LoBue en 'The Conversation', un bebé aprende rápido a distinguir la cara de su madre de las caras de personas extrañas. Esto se va extendiendo a medida que pasan los meses hasta que pronto sabe reconocer otros muchos rostros familiares.
Y es entonces cuando entran en escena las complejidades de la memoria infantil que obviamos más tarde. Esta profesora de psicología especializada en infancia y desarrollo infantil apunta que hay muchos tipos diferentes de recuerdos, además de los autobiográficos (los más habituales de recordar pasados los años). "Hay recuerdos semánticos, o recuerdos de hechos, como los nombres de diferentes variedades de manzanas, o la capital de su estado natal. También hay recuerdos de procedimiento, o recuerdos de cómo realizar una acción, como abrir la puerta principal o conducir un coche", señala.
Los primeros recuerdos
Esto no es nada nuevo, se sabe desde los años ochenta. Fue entonces cuando la psicóloga Carolyn Rovee-Collier empezó a estudiar la formación de los primeros recuerdos. Lo primero que hizo fue colocar a un bebé en una cuna con un móvil colgando de sí. El aparato medía cuánto pateaba la criatura con el fin de monitorizar su propensión natural a mover las piernas. Después, ataba una cuerda desde la pierna del bebé hasta el extremo del móvil, de modo que cada vez que el bebé pateaba, el móvil directamente se movía.
"Los bebés aprenden rápidamente que tienen el control: les gusta ver el movimiento móvil y, por lo tanto, patearán más que antes de que la cuerda se una a su pierna", expresa LoBue. Así fue, y aquello demostraba que los bebés puestos a prueba habían aprendido el movimiento, es decir, que patear hacía que el móvil se moviera. ¿Qué significaba? Que lo recordaban. Se trataba de bebés entre 2 y 6 meses, lo que subraya que, en realidad, hay una especie de memoria sumergida en nosotros desde que nacemos.
En el caso de bebés de 6 a 18 meses, el proceso es similar, como pudo recoger Rovee-Collier, pero en lugar de acostarlos en una cuna, se sentaban en el regazo de sus padres con las manos colocadas sobre una palanca que podía hacer que un tren de juguete se moviera por una vía. Tras mostrar el poder de la palanca en un primer contacto, los investigadores pasaban a desactivarla para que no funcionara. Esto les permitía medir cuánto presionaban los bebés en su empeño de arrancarla hasta que dejaban de hacerlo.
Un estudio clave
Cuando encendían el mecanismo de nuevo, los bebés volvían a recordar el juego rápidamente y no tardaban en presionar la palanca sin parar poniendo en marcha el juguete una y otra vez.
Durante dos décadas de investigación, descubrieron que a los 6 meses, si los bebés son entrenados durante un minuto, pueden recordar un evento un día después
La cosa no quedaba ahí. Parece evidente que pasados solos unos pocos minutos un bebé seguiría pendiente de la palanca al ver de nuevo el movimiento. La parte más inteligente de aquella investigación que se prolongó durante dos décadas es que después de entrenar a los bebés en estas tareas durante un par de días, Rovee-Collier probó más tarde si lo recordaban.
Ya lo estarás viendo venir. Claro que lo recordaban. Cuando los bebés volvieron al laboratorio, los investigadores simplemente les mostraron el móvil o el tren y midieron si todavía pateaban y presionaban la palanca. Descubrieron de esta forma que a los 6 meses, si los bebés son entrenados durante un minuto, pueden recordar un evento un día después. Cuanto mayores eran los bebés, más tiempo eran capaces de recordar.
La carencia de lenguaje
Esta investigadora también descubrió con aquel estudio que es posible hacer que los bebés recuerden eventos durante más tiempo, entrenándolos durante períodos de tiempo más largos y dándoles recordatorios claros y concisos, muy visuales y lógicos. Ahora mirarás con otros ojos a una criatura pequeña, pero seguro que tendrás aún más dudas que antes sobre esto del olvido sobre nuestra etapa más temprana.
LoBue expresa al respecto que todavía no está claro si las personas experimentan amnesia infantil porque no podemos formar recuerdos autobiográficos, o si simplemente no tenemos forma de recuperarlos. "Nadie sabe con certeza lo que está pasando, pero los científicos tienen algunas conjeturas".
Hay dos líneas evidentes en este juego: el lenguaje y la región concreta del cerebro encargada de almacenar nuestra vida. Debido a que los bebés carecen de lenguaje hasta el segundo año de vida, no pueden formar narrativas sobre sus propias vidas que luego puedan recordar. Mientras tanto, al hipocampo aún le quedan unos años para estar completamente desarrollado.
A todo ellos hay que sumarle que los recuerdos autobiográficos requieren que tengas cierto sentido del yo. "Necesitas ser capaz de pensar en tu comportamiento con respecto a cómo se relaciona con los demás", dice LoBue. Desde luego, a los científicos de la infancia les queda mucho trabajo por delante.
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18/06/2022 - 05:00
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